viernes, 19 de enero de 2024

Viernes de la Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


1S 24, 3-21

Hoy llegamos al final de nuestro cursillo sobre el Primer Libro de Samuel (enfatizamos que no son dos Libros, sino que difícilmente cabía todo en un solo rollo y por cuestiones de volumen quedó dividido en dos rollos).

 

Nos parece importante mencionar algunos detalles de la debilidad de Saúl, para que comprendiendo bien los factores históricos, evitemos caer en el sicologismo, que como lo hemos notado, no es el enfoque bíblico, que no usa de este aspecto para explicar los designios divinos -si se mira desde el psicologismo, parece que la historia fuera conducida y modelada por los seres humanos y no dirigida por Dios- además, damos peligrosos pasos para entender lo que es la Mano de Dios, cayendo en un enfoque del “culto a la personalidad”, de Saúl, de David o de cualquiera otro, que la biblia nunca exalta más allá de sus debilidades y defectos que siempre son mostrados y nunca disimulados.

 

Saúl no tenía:

a)    Un sacerdocio oficial.

b)    No tenía un sistema de recaudación de impuestos, con la maquinaria indispensable para hacer efectivo su cobro; el impuesto quedaba centrado en el servicio militar de todo hombre considerado en edad y condición de guerrear.

c)    No tenía una ciudad “capital”. Todo parece indicar que él seguía radicado en la ciudad benjaminita de Guibea, desde donde gerenciaba su esbozo de estado.

 

No se puede imaginar que un “reino” nace hecho y derecho, el estado tiene que ir viviendo una consolidación donde el rey centralice los mecanismos de poder que hagan efectivo su reinado.

 

En la perícopa de hoy se nos habla de un ejército de tres mil hombres, pero estos hombres no tenían -para decirlo de alguna manera- una contratación estable, sino que su retribución consistía en tomar la “tajada gorda” del botín capturado. Entró Saúl en una cueva para “hacer del cuerpo”; ¡qué casualidad! David con sus efectivos estaban al fondo, y prácticamente el “rey” cayó, por su propio peso, en manos de David que podría haberlo liquidado aprovechado que tenía los “calzones en la mano”.

 

Hay un tema de “legalidad” que impedía que Saúl -quien fuera como fuese- detentaba la realeza de Israel, fuera atacado a mansalva para asesinarlo: Era el “Ungido de YHWH”. La oportunidad suelen pintarla calva, pero esta oportunidad tenía uno que otro pelo.  Así que David se limitó a cortar un pedazo de la capa que Saúl que, mientras tanto, había dejado, por ahí cerca.

 

Este pedazo de tela que David cortó del manto de Saúl, era “prenda” de la fidelidad de David hacia el Ungido (porque, en todo caso, Saíl era el Ungido). Y David lo contrasta con las intenciones de Saúl que vive esmerándose en hallar el chance de matar a David. Así David careo las perversas intenciones de este rey y puso a Dios por Juez entre ellos.

 

Al advertir que su vida había estado en manos de David y este se la perdonó, reconoció que Dios se lo había entregado y se humillo ante David reconociéndolo como una “mejor persona”.

 

Saúl, en medio de esta emocionante peripecia, emite una voz oracular: “Ahora sé que has de reinar y que en tu mano se מָלֹ֖ךְ תִּמְלֹ֑וךְ [malok timlouk] “consolidará la realeza” de Israel”. 

 

 

Sal 57(56), 2. 3-4. 6 y 11

Este también, como el de ayer, es un salmo oracular. Reconoce que es Dios quien lleva las riendas, El que induce y desata las coincidencias más inopinadas. Nadie para Dios existe de relleno, en la película de Dios, todos tiene su protagonismo, quizás el de algunos sea más modesto, pero nadie es inútil y nadie es “desechable”. Nadie está allí por casualidad, cada quien tiene su “encomienda”, su propósito.

 

El salmo concluye llevándonos a un pináculo: que Dios ascienda a la cumbre para que desde donde se le mira, se vea que Él es la fuente de la Misericordia y de la Gloria.

 

El versículo responsorial, que es a la vez el título del Salmo y su primera línea: Clama por la Misericordia del Señor, y pide que con ella nos cobije.

 

Mientras la calamidad como una plaga pasa, el hagiógrafo está a salvo porque está bajo las alas de Dios que, como una gallinita, protege los polluelos, cubriéndolos con sus alas.

 

Dios, sin abandonar su trono, envía la salvación a la tierra, confunde a los que planean lanzar sobre nosotros sus redes malvadas; no se limita a esto, envía además su Gracia, porque Dios es “El-siempre-Fiel”.

 

Por su enorme Bondad, más grande que el planeta entero, por Su fidelidad que se alza hasta las Alturas más remotas.

 

Mc 3, 13-19



Ayer se estableció la intencionalidad de Jesús: Preparar la “barca”. Es lo que Él indica que está por hacerse: es el encargo que da. Hoy Jesús va a establecer la capitanía, nombrando (llamando por su nombre) a los que actuaran como sus “enviados”.

 

Hoy hay un cambio de Símbolo, ya no vamos a hablar de “la barca”. Vamos, en cambio, a hablar ahora de un “monte”, lo de más arriba, el “lugar espiritual más preminente”. Quienes van a estar en la dirección, en el “pináculo” de lo que Jesús está “organizando”, ¿quiénes estarán al frente de la capitanía de la “barca”? ¡Él puso a cargo “a los que quiso”! Esos encargados van al “despacho”, a la “sala de juntas”. Al lugar prominente del “organismo”.

 

En el paso siguiente se dan tres parámetros de lo que les corresponde hacer y asumir a esta “junta directiva”:

a)    Estar con Él (ὦσιν [osin] “ser”; el que “es” con uno, es el “amigo”). (No se trata de estar, estar es un “compromiso leve”, hoy se está, mañana, ya no. En cambio, “ser con alguien” es haber alcanzado comunión con Él). Denota una disponibilidad permanente.

b)    Encargarse e ir (Envío) a predicar (Apóstoles, del griego άπόστολος [apóstolos], “enviado”, “embajador”, “mensajero”, “delegado”.)

c)    Tener la autoridad para ἐκβάλλειν “expulsar”, “echar fuera” los demonios (exorcizar).


 

Los instituidos fueron:

1)    Pedro (arameo para “piedra”)

2)    Santiago (forma latinizada de Jacob, que significa “será premiado”)

3)    Juan (Fiel a Dios)

A Santiago y a Juan se les caracteriza como Boanerges, del arameo “hijos de la ira” o del trueno.

4)    Andrés (hombre fuerte)

5)    Felipe (con etimología griega, “el que ama los caballos”)

6)    Bartolomé (etimología hebrea, “hijo de Ptolomeo)

7)    Mateo (“regalo privilegiado de Dios”)

8)    Tomás (del arameo “gemelo”)

9)    Santiago, el de Alfeo

10) Tadeo (del arameo, “hombre de amplio pecho”)

11) Simón el cananeo, (“de nariz ancha”)

12) Judas (del hebreo, “Alabado sea YHWH”).

 

Insistimos que nadie está exceptuado del llamado y de la responsabilidad de ser enviado, aun cuando la nuestra sea una tarea discreta. ¿Hemos “escuchado la llamada”? ¿y, ante el llamado, hemos “respondido” o nos hemos hecho los sordos?

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