miércoles, 10 de enero de 2024

Miércoles de la Primera Semana del Tiempo Ordinario



1S 3, 1-10. 19-20

Samuel es una figura transicional en la Biblia. Con él se pasa de la etapa que llamamos de los Jueces, donde se tienen autoridades locales, análogas a los “gobernadores” y que ejercieron un liderazgo muy importante, especialmente en los momentos críticos de la historia de Israel. Pero ahora, las tribus se confederan y -por imitación con las naciones circunvecinas- quieren, también ellos, tener “reyes”. Y, a Samuel le cabe la función de ungir a los dos primeros: Y entre estas tres figuras se llevan el rol protagónico de este Primer Libro de Samuel.

 

Ha de decirse que, no son realmente dos Libros, sino que resultaban un rollo muy grande en uno solo, y por eso se dividió en dos rollos, dando lugar a esta subdivisión por razones de comodidad en el manejo de los Escritos.

  

Nos fascinan las divinidades que introduce el cine y la televisión que actúan con truenos y ruidos ensordecedores, que hacen vibrar las vigas del edificio y trepidar las paredes de la sala de cine. Tiene que ser tal su estrepito que la silla donde nos encontramos parezca arrancarse de su lugar y salir despedida para estrellarnos contra los muros.

 

En cambio, que tierna sutileza la que usa Dios. Parece llamarnos con pena de molestarnos, lo hace como dándonos la oportunidad de decirle: ¡Más tardecito! ¡Estoy molido del sueño! Nos llama apenas con un murmullo leve, no sabemos si es en nuestro oído o es en el del vecino en el que resuena llamando. Con tanta suavidad, que muchos aprovechan para hacerse los locos y desatender el Llamado.

 

Este episodio se refiere a la vocación de Samuel, es la misma perícopa que vamos el leer el próximo Domingo. Ana había llevado a Samuel al Templo de Siló, y -dando cumplimiento del voto de “nazireato” que había hecho a Dios por su maternidad- lo “entrega” al cuidado de Eli, y allí lo deja para que sirviera y se formara: “Ahora yo se lo cedo a Yahvé por todos los días de su vida; está cedido a Yahvé”(1S 1, 28) Pero, por ese entonces, no se deba esa comunicación clara en la que Dios hablaba y se manifestaba. No era tan tarde puesto que la lámpara de Dios no se había apagado, lo que habla indirectamente del “Apoyo Divino” dado a este pueblo, la Presencia de Dios en medio de Israel por referencia a la Nir Tamid, hablando de la que se llamó Ner Hamaaraví “Luz Occidental”, que representa la devoción a Dios. Con su consagración, David se crio como una persona supremamente piadosa, tan es así, que dormía en el sitio del Arca.

 

Él oía que lo llamaban, y pensaba que era Elí, así que se levantaba e iba ante él, pero él le decía que no lo había llamado, que se fuera a acostar. Se repite por tres veces esta llamada, y Elí, como consejero espiritual no caía en la cuenta de qué se trataba, hasta la tercera vez. Cada vez que Samuel oía el “llamado” respondía con la misma frase de disponibilidad: “Aquí estoy, porque me haz llamado”. Lo que le enseñó Elí, fue la manera de continuar el dialogo con El Señor, la fórmula era: “Habla señor que tu siervo escucha”.

 

Samuel había aprendido a reconocer la Voz de Dios y su “Llamado”.  Se dio, de esta manera inicio, a su misión profética, que tuvo aceptación y reconocimiento por parte de “todo Israel, desde מִדָּ֖ן Dan hasta שָׁ֑בַע BeerSeva”.

 

De esta manera, Samuel pasa de la era de los Jueces a la del profetismo, antes de convertirse en Ungidor de reyes.  

 

Señor, permítenos sembrar en nuestro corazón esta respuesta, más que como palabras, como verdadera disponibilidad: “Habla señor que tu siervo escucha”.

 

Sal 40(39), 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10

Es un salmo de Acción de Gracias. Está en la misma línea de la “disponibilidad, plantemos esta semilla en nuestro propio pecho, es el versículo responsorial: לַֽעֲשֹֽׂות־רְצֹונְךָ֣ אֱלֹהַ֣י [La asah resuonka Elojey] “Aquí estoy Señor, para hacer tu Voluntad”.

 

Se plantea el asunto de los sacrificios enfrentado al acatamiento, al anhelo de cumplir el “Querer Divino”. Más que las oraciones Dominicales, el Señor anhela la coherencia cotidiana de nuestra vida.

 

El Señor “Llama” muchas veces con un prodigio de Salvación, hace obrar el Poder de Su brazo, y con ese socorro deja constancia de su Amor y su Paternal Cuidado. Que no acudamos a la idolatría, a ninguna de ellas, que la idolatría tiene tan diversos rostros, pero el Señor atiende a quienes a Él se acogen y no flaquean ante los engaños y las seducciones.

 

Tenemos que aprender a poner nuestra vida en el Altar. No tanto ofrendar “cosas”, sino aprender a decir, ¡aquí estoy señor!: ofrendarnos nosotros mismos (Segunda Epíclesis).

 

¿Cómo hacernos ofrenda sacrificial?, viviendo gustosamente lo que Dios ha expresado en toda su Palabra como su gusto: Cumplir su Ley, la del Amor, como fraternidad, como sinodalidad, como Amor-agape. Llevando su Ley como lo dice aquí el Salmo, "en nuestras entrañas".

 

Y no sólo como un tesoro oculto por egoísmo, por esa idolatría del “sólo mío”, sino compartirlo, proclamarlo, en la Gran Asamblea, que no es la “populosa”,, “la multitudinaria”; la Gran Asamblea puede ser de uno, pero ante ese “uno” que Dios te pone, están representados todos, él es para nosotros nuestra “comunidad de escucha”.   

 

Mc 1, 29-39



Muchas veces Jesús se ocupa de “sanar”, de “sanar enfermos”, y para algunas personas esto es una “pérdida de tiempo”, ¿para qué gastarle tiempo de su importante misión a la sanación del cuerpo físico que es sólo una morada provisional? De todas maneras, dicen ellos, más tarde se volverá a enfermar de eso o de otra cosa, y morirá. Así les queda oculto el sentido del “Poder curativo de Jesús”. Quien no haya estado enfermo, seriamente enfermo, no podrá comprender la apabullante desolación que trae le enfermedad a la persona y a todos los de su entorno. En cambio, quien haya vivido esta situación, entiende con profunda gratitud lo que significa sanar a alguien, que en un momento dado perece; y cómo esa sanación renueva el entusiasmo de todos los circunstantes.

 

Pero hay otra razón para estas sanaciones, algo más personal, en el corazón de Jesús. Dice Él: ¡Quiero que entiendan cuánto valen para mí! ¡Cuánto los amo! ¡la Voluntad que me asiste de traeros mi alegría! En el contexto del Pastor, se trata de mostrarnos lo que significa cada oveja para su Tierno y Dulce Corazón.

 

Marcos tiene una manera muy interesante de narrar, es sencillo y escueto, nos da los puntos esenciales, no se detiene en detalles, en aspectos anecdóticos. Examinemos la perícopa de hoy, tenemos le estructura somera de la cuestión, nada más se incluye:

a)    De la Sinagoga sale directo a casa de Andrés y Simón

b)    La suegra de Pedro estaba con fiebre, y tan pronto se lo hacen saber,

c)    Se acerca a la suegra y le tiende la mano y la ἤγειρεν “levanta”, “la despierta”, “la Resucita”: este verbo es muy importante, mucho más si lo contraponemos al otro verbo, el que usamos para referirnos al pecado. “La caída”: ¡Lo que necesita el caído, es ser levantado!

 

Se sanó y se dedicó a servirles. Esta fase final es como la conclusión lógica: su vida no tenía un sentido, ahora que está restablecida, que ha sido recuperada de su “postración”, tiene algo a qué dedicarse: Darle gracias a Dios que la descargó de ese sufrimiento. La gratitud se demuestra en el don del servicio.

 

Si usted ha padecido una enfermedad, o en su casa se ha dado esta circunstancia con alguno de sus parientes, usted comprenderá bien lo que significa que Dios obre y sane: ¡Una verdadera liberación! No sólo el enfermo descansa, también todos los parientes.

 

Le llevan, entonces, toda clase de enfermos y poseídos, y Él se encarga de todos. Esta es su enseñanza. No un discurso perfectamente hilvanado. No una catedra fácil de teología. No un cursillo en cuatro o cinco lecciones muy claras ¡No! ¡La Enseñanza de Jesús es un obrar liberando que a todos deja alegres y a todos llena de muy positivo estupor!

 

Al día siguiente, se va a otro lugar, porque este obrar sanador y liberador tiene que ser llevado a muchos, para que muchos comprendan que Él no venía a iniciar una ola de conquistas, que Él no venía con un fabuloso cuerpo armado, con modernas tecnologías de muerte, que Él venía a predicar sin palabras, y a expulsar los demonios portadores del sometimiento y el yugo. No un mesías exterminador -como los que todos los días nos recrean en la televisión-, sino un Mesías que da Vida, y Vida en abundancia.

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