domingo, 14 de enero de 2024

¿QUÉ BUSCAMOS?



1 Sam 3, 3-10; Sal 40(39) 2-10; 1Cor 6, 13 – 15. 17 – 20; Jn 1, 35 – 42

 

Dios me ha creado para que le preste cierto servicio definido. Me ha encargado algún trabajo que no le ha encargado a nadie más… De alguna manera, soy indispensable a sus Propósitos He sido creado para hacer o para ser algo para lo que nunca nadie ha sido creado.

 Card. John Henry Newman

 

Frente a la vocación, a veces pasamos años desentendiéndonos de ella, dándole largas al asunto, aplazándola, buscando divertimentos para creer -engañándonos- que somos los dueños absolutos de nuestro “destino” y que el punto es optar por lo que más lucro prometa a nuestra billetera, más confort a nuestro bienestar y mayor placer a cada recoveco del tiempo que dejamos ir. Y les exigimos a los promotores vocacionales que se muestren muy eficientes y nos convenzan que Dios tiene algo que ver con mi vida y la administración que le doy.

 

Sorprende mucho este proceso vocacional como lo plantea Jesús. Cuando ve que van en pos suya, simplemente les pregunta: “¿Qué buscan? Resulta lo menos propagandístico del mundo. No hay ni el más leve asomo de querer convencerlos. No aparece por ninguna parte una intención argumentativa para inclinarlos, para augurarles que será conveniente ir tras Él, no les presenta ninguna ventaja, ni siquiera al más mínimo indicio de lucro provisorio. En realidad, de verdad, cuando a uno le dicen: “¿Qué busca? Lo que sucede es que uno se queda, cara a cara con sus propios intereses: ¿qué es lo que me mueve? ¿Qué hay en mí que me mueve en esta dirección? ¿cuál es el propósito profundo de mi existencia? ¡Quedo cara a cara conmigo mismo! ¡Eso es “promoción vocacional”!

 

Ahora, no vemos en Jesús tampoco, ningún argumento en el sentido de mejorar o edulcorar la realidad. No les da su propia visión de la situación, no defiende las aristas más arduas del quehacer que enfrentaran. La propuesta es contundente: ¡Vengan y vean! Jesús no le pasa ninguna capa de pintura al muro de la realidad. No decora la misión con magníficos y espectaculares grafitis Deja que sus sentidos constaten de qué se trata el “seguimiento”, el “discipulado”.

 

Después de que sus propios sentidos les han dado la información indispensable, ellos toman su decisión en frio: “Fueron, vieron y se quedaron con Él”. La única participación de Jesús fue la pregunta.

 

Hay una información colateral, que a veces se nos pasa desapercibida: “era como la hora décima”: la hora décima, las cuatro de la tarde, es la hora en que se junta el cansancio de la jornada, ya se ha hecho todo el trabajo del día, y es la hora de sentarse y tomar el descanso, buscar el “reparo”.  Significa detención del esfuerzo y alivio del cuerpo. Jesús -en la cruz- llegó al colmo de su lucha a la hora nona, a la hora décima, ya descansaba: su cabeza reposaba sobre su propio pecho, exánime, como durmiendo su fatiga. Había acogido su Misión y la había llevado hasta el Culmen.

 

Cuando por fin encontramos un sentido para nuestra vida, ¡descansamos!


 

Podremos entrever la importancia

que tuvo Elí en la vida espiritual de Samuel

que, de no ser por aquél, incapaz habría quedado

de distinguir de Quien la Llamada provenía.

 

Cuando no se conoce al Señor

no distinguimos su Voz, ni tampoco podemos

levantar la mirada de la tierra

pues no sabemos volver los ojos a lo Alto

incapaces de entender que hay Alguien arriba que nos ama.

 

Pues el llamado proviene del Amor.

Pero al Amor, en muchas ocasiones, no lo distinguimos.

 

Elí era Sacerdote y Juez.

Como sacerdote unifica lo de abajo con lo Alto.

Como Juez, imparte la justicia,

da a cada uno lo que le corresponde:

lo que estaba destinado a Samuel –heredar la tarea de Elí-

por eso le da el “discernimiento”

para volver el corazón al Cielo

y hacerse disponible al Llamamiento.


 

Así lo mismo el Bautista,

Como era Precursor, era Sacerdote y Juez.

Juan y Andrés ni se habrían percatado

si el dedo de San Juan el Bautista no hubiera apuntado en esa dirección

señalando al Cordero.

 

Se nos proponen este par de ejemplos

para que comprendamos

este “importante” servicio que a todo bautizado se ha encargado:

Ayudar a muchos que están disponibles a servir, van a lo terreno

pues no distinguen –como se ha dicho-

que hay interpelación que viene de Otro plano,

que hay Otros planos y Otros niveles donde llevar los ojos

y aguzar los sentidos.

Además, que hay voces, que vienen de la tierra

pero nos hablan de desprendernos d’ella

de desplegar nuestras angelicales alas

-que tenemos, a pesar de no darnos cuenta-

y como Águilas de Patmos,

saber dónde vive, e ir y ver,

y luego pregonar.

 

Regálanos, Oh Dios, la feliz ocasión

de ser también nosotros precursores

y enseñarles a muchos a decir:

“Habla Señor, que tu siervo escucha”.

 

Tornen -de esta manera- jubilosos

exclamando “Eurekamen”, es decir,

“lo hemos encontrado”.

 

Elí juega un papel co-protagónico en la vocación de Samuel, también San Juan el Bautista en el llamamiento de los dos a los que les señaló Quien era el Cordero de Dios. No menor es la importancia del propio Andrés en la convocatoria de Kefas. Y todos nosotros, eslabones del mismo llamado. Lo encontramos para lograr que otros lo encuentren, porque Él le da sentido a la vida, y todos tenemos hambre y sed de ese “sentido”.


 

Es por eso que el planteamiento del Evangelio joánico es el de Jesús-Λόγος [logos] que hemos traducido como “Palabra”, pero más exactamente significa “razón”, la “razón de ser”, “la encarnación de una idea”, la “respuesta a todas nuestras preguntas”.

 

Él nos cambia de nombre, (no para que tengamos un alias), sino para que tengamos una perspectiva desde la cual posicionarnos. ¡Atentos! Nuestro nombre siempre tiene un lado de “esplendor”, pero un revés de sombras, a veces de oscuridad.

 

Nosotros como Kefas, tenemos que lidiar con esa ambigüedad, -es lo que llamamos “la maduración de la vocación”-, para sacar a relucir sus brillos y deshacernos de su opacidad.

 

 

 

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