domingo, 28 de enero de 2024

NO DIVIDIDO SINO UNIFICADO

 


Dt 18,15-20; Sal 94, 1.2.6-7.8-9; 1Cor 7,32-35; Mc 1,21-28

 

La obediencia no debe sacrificar o cercenar otros valores legítimos coherentes con él. Si la obediencia es verdaderamente un valor supone que no va a violar la libertad, la responsabilidad y la iniciativa.

Segundo Galilea.

 

A veces hacemos de la obediencia un ídolo, pero sólo para servirle al Malo en su campaña de alienación. A veces ensalzamos la humillación como parte de un proceso de ascesis, pero sólo porque así podemos someter al hermano a la dominación. ¿A cuál dominación? A la de nuestro amado dogmatismo, la dominación de nuestra propia hegemonía. Mucho hablamos del cristo-centrismo cuando el trabajo de zapa es en aras del egocentrismo. Es un rotulo mal pegado sobre el otro, para disimular.


 

La propuesta del reino no se basa en la obediencia por la obediencia sino en la obediencia a la voluntad de Dios. Y no hay que pasar la carta del egoísmo por debajo de la mesa.  Cuando hablamos de la dignificación del hombre consiste en abarcar todas las dimensiones, no se puede dignificar la parte si no se dignifica el todo, porque el hombre no es a pedazos, no es -como proponían los platónicos, una dualidad de cuerpo y alma- la lucha de Jesús es contra todo poder alienante.

 

Basta recordar que Jesús luchaba contra los 600 o más mandamientos farisaicos porque eso era fraccionar al hombre en tantas piezas como facetas multiplicaba la Ley.  El Diablo siempre engaña dividiendo, al dividir parece que multiplicara, y sí, multiplica los pedazos: Nos multi-fracciona. De ahí dimana su poder opresivo, de rompernos un cien mil partes. Jesús -por el contrario- unifica, para Él hay un solo Mandamiento, el del Amor. El Amor nos hace uno, el amor es clave para la sinodalidad. Quien ama está muy cerca de ser hermano de todos sus hermanos

 

Según nos informa Moisés en la Primera Lectura, Dios suscitará un profeta. O sea que, la autoridad del profeta proviene de Dios, es Él mismo Quien lo elige, Quien lo instruye, Quien pone las palabras en su boca, Quien impide la tergiversación, de tal manera que el profeta no puede pronunciar en Nombre del Señor nada que Él no le haya mandado. El profeta no se elige a sí mismo ni es elegido por el pueblo. La cadena potestativa va de Dios al profeta y del profeta al pueblo. El pueblo está subordinado a la voz del profeta porque el profeta le está totalmente subordinado a Él. Es Dios quien reviste de autoridad al profeta. Dios que es origen y fuente de toda autoridad, dota de autoridad a su profeta: “A quien no escuche las palabras que él pronuncie en mi Nombre, yo le pediré cuentas.” (Dt 18, 19).

 


El que viene en Nombre del Señor es llamado. Al llamado hay que escucharle. La escucha implica obediencia; esa obediencia está mandada por Dios, ha sido Dios Quien lo ha investido de la autoridad. Por lo tanto, hay una tensión-dinámica entre autoridad y obediencia. El subordinado se debe a la autoridad porque es Dios quien le participa su potestad. Y aquel que ha sido llamado a detentar la autoridad debe ser dócil, aún más, debe decir y obrar en total conformidad con lo que le comunique Quien lo ha dotado de ese ascendiente. Ascendiente que es mando y soberanía. El profeta para cumplir su misión y acceder a la docilidad requerida para el llamado, tendrá que alcanzar una clase de “equilibrio” que llamaremos madurez. La madurez articula libertad y obediencia.

 


No se escapa al Saber Divino que existirán los desobedientes y por eso señala anticipadamente el castigo para ellos. El Señor sabe que habrá quienes no acaten la autoridad. El Salmo 94 precisamente toca el tema de Masá y Meribá, que simbolizan la geografía espiritual de la desconfianza y la altanería frente a Dios. Oremos el Salmo con Carlos Vallés diciendo: «Hazme dócil. Señor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en Ti, fiarme en todo de Ti, poner mi vida entera en Tus Manos con despreocupación y alegría. Entonces podré vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre.»[1]

 


Nos sorprende que Marcos, en su Evangelio, nos dice que Jesús enseñaba, pero no dice qué enseñanzas daba. Por ejemplo, en este Domingo IV Ordinario del ciclo B, nos dice que “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”, y pasa directamente a narrar el milagro de la expulsión del espíritu inmundo. Tendríamos que entender que su enseñanza no era una cátedra doctrinal de preceptos, no era una enseñanza de tipo discursivo sino que debemos captar la enseñanza en la actuación milagrosa, en las acciones de Jesús. «Cuál es la acción del espíritu malo…Poseer al hombre y hablar a través de él. Es decir: no dejarlo actuar libremente; lo toma por entero, haciendo que no piense ni actúe por sí mismo… el espíritu malo aliena al hombre al no permitirle que sea libre y consciente de sus actos.»[2] ¿Qué es lo que vemos hacer a Jesús? ¿Cuál es la acción de Jesús? Lo vemos hacer uso de su autoridad. Al espíritu inmundo no le cabe más que obedecer y salir de su víctima. El endemoniado ha sido liberado. La Autoridad máxima lo ha exorcizado. Autoridad tiene por raíz augere que significa hacer crecer, fomentar, hacer progresar, promover. Liberar, es ejercicio de autoridad, «la práctica concreta de liberación, hace que el hombre adquiera conciencia y libertad de hablar por sí mismo»[3].

 


En el verso 27 se confirma que esa es la enseñanza, que esa es la doctrina que Jesús enseña: Que Jesús tiene la autoridad suficiente para gobernar los espíritus inmundos y a estos les toca respetarlo y obedecerle. El Evangelio de San Marcos en este punto (Cap. 1, v. 27b) nos hace caer en la cuenta que esta es una Nueva Doctrina, (una Buena Nueva) la de un Hombre que Dios ha revestido de autoridad para dominar “hasta a los espíritus inmundos”. La enseñanza está en percibir al hombre de una manera distinta, amado por Dios, de Quien recibe autoridad, Quien lo dota de facultades y potestades para que el otro se libere, para que podamos ayudar, para que el otro crezca (y también uno mismo).

 


La Segunda Lectura toca el tema de la autoridad y la obediencia respecto de los consagrados -puestos aparte para poder vivir constantemente y sin distracciones (de forma digna y asidua) en presencia del Señor 1Cor 7, 35b- y se refiere –indirectamente- al celibato puesto que, quien está casado está dividido entre su dedicación al servicio del Señor y las atenciones y cuidados a su cónyuge.

 


«La persona madura, libre, conoce sus posibilidades y sus  límites. Es realista consigo misma, vive en la verdad, sabe qué puede hacer y qué no puede hacer… Es signo de madurez y libertad, igualmente, la capacidad de renunciar a valores incompatibles con la vocación personal. Estamos renunciando permanentemente a valores incompatibles. Uno se comprometió, por ejemplo, al celibato en un momento de su vida. Pero esto implica renunciar al matrimonio, que es un valor. Hacer esto lucidamente, consciente, sin volver atrás, es un signo de madurez y libertad. El inmaduro, en cambio, quiere tener todos los valores al mismo tiempo.»[4] Tiene un pie en una barca, y el otro, en otra. ¡Está dividido! ¿Quién lo dividió?


 

Podemos derivar de estas Lecturas de este Domingo una hermenéutica valiosa, la que responde a la pregunta ¿Cómo identificar la autoridad que Dios ha instituido? Porque es autoridad positiva, hace que te asumas con total responsabilidad en todas tus acciones, te impulsa, te hace crecer, es como el viento que sopla en tu velamen, hace que tu barca avance. Te acerca a Dios, promueve las semillas del Reino que germinan en ti.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Vallés. Carlos sj. BUSCO TU ROSTRO. ORAR LOS SALMOS Ed. Sal Terrae Santander-España 1989 p. 183

[2] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. San Pablo Bogotá-Colombia. 2002. p. 32

[3] Ibíd. p. 33.

[4] Galilea, Segundo. EL SEGUIMIENTO DE CRISTO. Ed. San Pablo Santafé de Bogotá-Colombia 1999 p. 99

 

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