sábado, 13 de enero de 2024

Viernes de la Primera Semana del Tiempo Ordinario

 


1S 8, 4-7. 10-22a

Los capítulos 1-7 de este primer Libro de Samuel, se refieren propiamente a Samuel y nos lo presentan -ya lo hemos dicho-, último juez y primero de una serie de profetas que están relacionados con este paso de los Jueces a los Reyes. Y, hemos señalado también que Samuel resulta ser -además de profeta- un Ungidor de reyes.

 

El primer designado fue Saúl. Sobre este primer rey trabajaremos los capítulos 8-31 (el resto de este Libro, hasta el final). Este estudio-asomo a Saúl, nos ocupará -desde hoy- hasta el próximo viernes, en las siguientes 6 lecciones de este cursillo.

 

¿En qué consiste el pecado? En poner nuestra voluntad, nuestro gusto y nuestros deseos por encima de la Voluntad Divina. Bien, no se ha de pensar que significa que Dios nos quiere tener siempre agachados, bajo sus caprichos; todo lo contrario, Dios quiere que nosotros florezcamos y alcancemos nuestra mayor realización; sus Planes son, en realidad de verdad, un programa de “lo mejor para mis criaturas”.

 

Hemos crecido en una cultura de desconfianza hacia Dios, como sí Él quisiera conculcarnos para Sí, nuestras opciones de “avance”, de “progreso”, de “realización”. En su Adversus hæreses dice San Ireneo que "La gloria de Dios consiste en que el hombre viva, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios” (Libro 4, 20,5-7); si entendemos esto bien, podemos reconocer que a Dios no le interesa quitarnos nada, sino permitir que nosotros lleguemos a la cumbre. Pero, si dejamos de lado esta premisa, entonces podemos jugar a la teología del dios-envidioso, que no nos deja obrar porque -de pronto- si nos realizamos, él perderá y descubrirá que sólo es un pequeño-ridículo, y los grandes son los hombres. ¡En eso consiste el pecado!

 

El pueblo hebreo pensó que -si los pueblos que los rodeaban tenían reyes- pues sería una buena idea, tener un rey, al estilo y manera de esos otros, de los pueblos que ellos conocían. ¡Típica envidia! Lo deplorable de esta imitación era que las culturas tan admiradas por los israelitas eran idolatras. Tenían rey, precisamente porque ellos no querían recordar que YHWH es Dios-Rey. Aceptar un rey derivaba en consecuencias desastrosas, emparentadas con estas idolatrías que estamos denunciando.

 

Tomemos por caso las creencias de los filisteos, que se apoderaron del Arca, tenían su culto a Astarté y también formaban parte de swu panteón otros dioses como Baal y Dagón. ¿Qué era lo malo del culto filisteo a Dagón? Dagón era -según su representación un “sireno”, un ser mitad hombre, mitad pez; un demonio muy importante para los filisteos. Siguiendo la costumbre de aquellas culturas, al ganar un combate, ponían a sus pies los tesoros capturados, fue así como el Arca fue a parar a los pies del ídolo de Dagón en Asdod.

 

Así que los Israelitas se le presentaron ante Samuel, para pedirle que les nombrara un rey que los gobernara. Y aquí -lo más importante a nuestro modo de ver es que- Samuel les mostró que erigirse un rey no era así como así, y que tendría lamentables consecuencias, y que no pensaran – al comprobar su deplorable situación que Dios los iba a librar, “pieza tocada, pieza movida”. Veamos las consecuencias que les señaló Samuel que tendría esta “jugada”:

1)   Se llevará a sus hijos para que se ocupen de su carroza corriendo al lado de ella y para militar en su ejército.

2)    Los dividirá en pelotones mayores y menores, según su número

3)    Los pondrá a arar sus terrenos y a recoger sus cosechas

4)    A fabricar armas y pertrechos para sus carros de combate.

5)    A las mujeres las tomará para que sean perfumistas, cocineras y panaderas, y otros oficios que por no caer en el “amarillismo”, Samuel no les mencionó.

6)   Les quitará los mejores terrenos para cultivar sus vides y sus olivos y dárselos a sus favoritos, a los de su sequito.

7)    Les cobrará impuestos para pagarles a sus sirvientes.

8)  Se llevará a los jóvenes y a los más hábiles y diestros, inclusive a sus burros para destinarlos a su propio beneficio.

9)    Les cobrará impuesto sobre sus cabezas de ganado

10) Y los esclavizará.

 

Todo lo contrario de lo que Dios les ha dado y ha querido para ellos. Figúrense lo que contestaron: ¡No importa! Samuel se lo consultó a YHWH, y Él en su Infinita Liberalidad, se los permitió: Dijo “¡Escucha su voz y nómbrales un rey!”

 

Sal 89(88), 16-17. 18-19

El de hoy es un Salmo real. Este salmo tiene 52 versículos. La perícopa tiene solo dos estrofas, cada una formada por un dístico (dos versículos en pareja), cuatro versos en total. 4/52, sólo una treceava parte.

 

¿Qué hace este salmo? Casi nada, les recuerda que YHWH es el Rey. Hacerse constituir un rey era un puro acto de deslealtad. Dios era su Único rey. Él les había prometido su Fidelidad. Ellos le pagaron con su moneda de idolatría y depositaron su confianza en un hombre, común y corriente.

 

Y pese a todo, Dios que no conoce el rencor, sacará de este mal un bien, y creará -con esa materia prima- un linaje “perfecto” y les dará un Rey, de la talla de Dios: El Mesías.

 

Leyendo el salmo entero encontramos que hay dos puntos nodales que tensan la línea general de la composición: Amor y fidelidad.

 

En la primera estrofa: Dichoso el pueblo que sabe aclamar a Dios. Dios es una Luz que alumbra el camino de ese pueblo, iluminando su dicha. Hay un gozo cotidiano para un pueblo así, es el gozo en el Santo Nombre. Hay, también, un motivo de orgullo permanente, reconocer en Dios la Fuente de la Verdadera-Justicia.

 

En la segunda estrofa: El Señor es honor y fuerza de este pueblo. Él realza las fuerzas de su pueblo multiplicándolas a la n-ésima potencia. Él otorga su Favor obrando este prodigio de fortalecimiento. YHWH es nuestro escudo. El Santo de Israel es nuestro Único Rey.

 

El versículo responsorial hace un voto de fidelidad: Cantar por siempre las Misericordias de Dios.

 

Mc 2, 1-12

Quedarán purificados de todas sus impurezas y de todas sus basuras los purificaré. Y les daré un corazón nuevo… les daré un corazón de carne: Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que los conduzca según mis preceptos.

Ez 36, 25b-27b

 



Dejamos atrás el que se ha llamado “Ministerio de Jesús en Cafarnaúm” y pasamos a una sección del Evangelio marqueano que abarca hasta (Mc 3, 6) inclusive, son las “Controversias de Jesús con los Fariseos y los escribas”. Son 5 controversias, a fin de nombrarlas les daremos una especia de título a cada una:

1.    Curación de un paralitico

2.    Vocación de Leví

3.    Tema del ayuno

4.    Comen espigas en día sábado

5.    Curación del hombre de la mano tullida.

 

Nosotros distinguimos muy estrictamente entre una sanación y una absolución porque para nosotros son dos cosas absolutamente diferentes. Para mejor entender la perícopa, no obstante, es conveniente retrotraernos a la interpretación que en aquella época se tenía. Enfermedad y pecado estaban inextricablemente unidas, ninguna enfermedad esta exenta de pecado, el que estaba enfermo lo estaba en razón de su pecado, o de las consecuencias heredadas de alguno que había sido cometido por sus mayores.

 

Después de ser perdonado, en muy breve, desaparecería la enfermedad que era la sintomatología correspondiente al pecado que tras ellas se escondía.  Lo que hace Jesús es acercar y hacer visible la conexión entre pecado y enfermedad para que la sanación muestre que Dios está actuando. El milagro era un tipo específico de Sacramentalidad que evidenciaba la Acción de Dios. El milagro estaba en cambiar el corazón de los presentes, de un corazón de piedra a un corazón de carne.

 

Pero algo sucede, porque no todos se sanaban, los fariseos y los escribas seguían paralíticos, sin poderse levantar. Apabullados por el mal. Lo dice expresamente el evangelista: “estaban allí sentados”.

 

Contrapuesto a los fariseos, otros se afanan, cargan al paralitico, lo suben a la techumbre, retiran las ramas del techo para abrir el boquete, lo descuelgan preciso delante de Jesús, ¡hay mucha actividad!, mientras a los escribas -como a James Bond, en las películas- no se le despeina un solo cabello. Para ellos no hay milagro. Lo que se da para ellos es una βλασφημεῖ [blasfemei] “blasfemia”, la palabra blasfemia significa estrictamente “negarse a creer”, “lentitud para creer”. Lo que pasa es que con el correr del tiempo terminó significando “ofensa verbal contra la Divinidad”.

 

¿Quiénes son aquí los que se niegan a creer? ¿En este cuadro, quiénes son los lentos para creer? Aquí, son los escribas los que invierten los valores (solo que sí nosotros no conocemos el verdadero origen de la palabra, corremos el peligro de entrar en el juego y, también nosotros incurrir en una inversión de valores).

 

Podemos quedarnos sentados, inmóviles, como paralíticos, o abrir el corazón y poner todo nuestro empeño en ayudar a descolgar al paralitico para que quede expuesto, preciso allí donde está el Sanador-Salvador. En el verso undécimo Jesús vuelve a pronunciar el ἔγειρε [egeire] “resucita”. Esta es la palabra que “levanta”, porque el hombre -lamentablemente- vive paralizado por la “Caída” y desde Adán sigue siendo un paralítico.

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