viernes, 20 de junio de 2025

Sábado de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario


2Cor 12, 1-10

Hoy llegamos al final de nuestro cursillo sobre la Segunda Carta a los Corintios. Muchas veces nos hacemos a la idea que es indispensable reunir una serie de recursos, tener un fondo monetario sólido y habernos dotado con una formación intensiva para poder gatillar un proceso de pastoral. En el proceso de formación de esta Iglesia en Corintio, se nos descubre que la realidad es muy otra. Podríamos recordar -con toda oportunidad- aquella sentencia en Jn 3, 8: “El Espíritu Santo sopla donde quiere”. Por eso, debemos estar siempre conscientes, que la Gracia de Dios puede hacer “hijos de Abrahán sacados de piedras” (Cfr. Mt 3, 9); pudiendo sacar fe y construir los cimientos del Reino con los pobres, los desposeídos, los que tenemos por indignos e inclusive con quienes nos parece imposible.

 

También San Pablo habría podido presumir -como lo hacían los súper apóstoles- de haber sido discípulos directos de Jesús, de haberlo conocido, de haber andado junto a Él. Como freno a una arrogancia potencial, Dios le concedió a San Pablo un aguijón en su propia carne para mantenerlo sencillo y frenar cualquier jactancia. Pablo soporta una especie de espina que lo tortura, con un sufrimiento que no le da tregua. (Muchos han conjeturado que se trataba de alguna enfermedad).

 

Claro, como cualquiera de nosotros lo haría, Pablo le pide a Dios que le retire esta prueba, pero Dios se niega y le dice que tiene la fuerza suficiente para sobrellevarla. La enseñanza que recibe de Dios ante este padecimiento es que debe apoyarse enteramente en el Amor que Dios le prodiga. El poder de Dios se manifiesta a través de la debilidad y no por medio del poderío. Si Dios se manifestara por los poderosos estaría entrando en flagrante contradicción con el paradigma que nos dio en Jesús, a quien no le ahorro ningún sufrimiento, sino que hizo de Él -por medio de su kénosis- Siervo Sufriente, para recalcar que Dios muestra su poder en la debilidad.

 

A continuación, y para seguir con el estilo propio de estos escritos paulinos, recurre de nuevo a un oxímoron: “cuanto más débil me siento, es cuando más fuerte soy”. En el verso anterior había dicho “mi poder se muestra plenamente en la debilidad”.

 

Toca las cumbres místicas que Dios le ha revelado para llevarlo a un plano verdaderamente inefable. Lo que descubre Pablo en estas manifestaciones es la cortedad de la lengua humana para hablar de las cumbres místicas de lo Celestial. Esto es -en todo caso- coherente con la experiencia de muchos místicos a quienes se les ha encargado un conocimiento que quizás permanece secreto por la incapacidad humana para volar hasta esos planos y alcanzar semejantes alturas.

 

La manera de evocar estas experiencias demuestra que Pablo no se quiere mostrar ni hacerse un pedestal, sino comunicarnos la inusitada sencillez que lo libra de cualquier jactancia.

 

En el Evangelio de San Mateo se habla de tres niveles celestiales. Aquí, San Pablo, también narra la experiencia mística refiriéndose al “Tercer Cielo”. Los primeros creyentes y los fieles en general llegaron a concebir -manteniendo la idea de “siete” como número que alude a la plenitud- pensaban en el Cielo como un lugar jerarquizado en siete niveles.

 

La fórmula está planteada en términos tales que se podría reinterpretar como “sólo en los que se hacen débiles se manifiesta el poder de Dios”, o perifraseado de otra manera, “en los que se pretenden poderosos el Poder Divino no se manifiesta”.


Los súper apóstoles han tratado de proceder basados sobre sus supuestas credenciales. Pablo, en cambio, ha recibido el aval del Cielo en sufrimientos, pero también en los milagros que lo han acompañado, Dios expresó y dejó relucir las credenciales de Pablo suscribiéndolos con su Firma. La estampó debajo del comprobante que reza, ¡este es Pablo, mi verdadero apóstol!

 

Sal 34(33), 8-9. 10-11. 12-13

A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.

Carlos González Vallés s.j.

Hay una potente demostración de la parcialidad de Dios en favor del atribulado, y es que Él escucha y responde sus clamores. Se toman seis versículos, para formar las tres estrofas de la perícopa de hoy:

 

Bendición y alabanza llenan mis labios, todo el tiempo. La bondad del Señor está a la vista para degustarla y verla.


La maldad no es algo que el Señor deja impune, por el contrario, la enfrenta para destruirla y erradicarla. Así que clamemos al Señor, Él escucha y libra de las zozobras.

 

Cercano para los atribulados: Salvador de los apesadumbrados. El justo contará con el blindaje protector que le da YHWH.

 

Este es un salmo Eucarístico, quiere dar gracias y busca cómo darlas. No es tan sencillo, no es simplemente decir ¡Gracias Dios mío! Sino, entrar sinceramente en la dinámica de la gratitud. Uno tiene que ponerse de rodillas y poniéndose la mano sobre el corazón, preguntarse ¿cómo le expresaré al Señor toda la gratitud que se merece, porque su bien no lleva cuentas, y se multiplica sin descanso.  «Quienes en esta época no quieren escuchar el “grito de los pobres” se colocan abiertamente fuera del plan de Dios. … Quien no está con los pobres, contra las injusticias y las desigualdades, no puede llamarse realmente un hombre religioso».

 

La arteria principal que nutre el salmo, tal como lo tenemos hoy, es el “temor de Dios”. יָרֵא [yare'] “temer”, “reverenciar”. Puede ser el miedo que procede del susto, pero puede ser la “reverencia” que produce Su Gran Poder. Dice el Salmista “a quienes le temen Él los protege”; también dice “nada le falta a los que le temen”, y nos convoca a ser instruidos, a aprender cómo manifestar este temor, cómo vivirlo.

 

El versículo responsorial nos dice que saboreemos y observemos en detalle cuán grande es la Bondad Divina. Eso articulado con la idea de “temerle”, nos conduce a la gratitud. Agradecimiento porque derrama sobre nosotros -los que le tememos- su bondad.

 

Mt 6, 24-34

Construir sobre sólidos cimientos

Obremos como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo depende de Dios

San Ignacio de Loyola

Hay comunidades, grupos y catequistas que se organizan sobre amistades interesadas, egoísmo, búsquedas de poder y/o de prestigio, que no aguantan los vientos y lluvias de la vida ¡esos grupos fracasan!


Consignar en el banco Terrenal devela una visión materialista, ocupada en el ejercicio de la ambición prolongada, en la tacañería y la acumulación. Consiste en tener y tener y tener. La idea obsesiva de poseer se expresa como acumulación de dinero, el enriquecimiento es la meta idolátrica. Puede suceder, y sucede, que se coloquen, aquí y allá, algunos ribetes de “espiritualidad”, y que -por ejemplo- anualmente asistamos a ejercicios espirituales; sin embargo, tal procedimiento solo traduce un “guardado de apariencias”.

 

La perícopa inicia declarando que no se puede navegar con un pie en una barca y el otro… en otra. Y establece, para quienes gustan de las piruetas, que la dualidad es insostenible: muy rápido va a traicionar a uno de los bandos y optará por este, claudicando del otro: Perentoriamente declara: ¡No pueden servir a Dios y al dinero!

 

Y es que le dinero conduce a una idolatría en favor de Mammon, 'dios de la avaricia', y no podemos olvidar que esta es uno de los pecados capitales.

 

Es arduo, indudablemente, en una cultura prevalentemente aparentosa, descuidar el gasto, la adquisición, el “poder adquisitivo” como un sólido indicativo del status. Los restaurantes que se frecuentan y los modistos que se ocupan de tu porte. Y, sin embargo, Jesús apunta en el sentido de desprenderse de estos aperos, de todas esas arandelas, de tantos y tantos aparejos que nos obstruyen: ¿Por qué preocuparnos? ¡No andéis preocupados, no os preocupéis del mañana!

 

Nos muestra, invitándonos a dirigir nuestra atención a la sencillez y a la sensatez orlada de austeridad. Es necesario evitar el consumismo, es necesaria una vida como la muestra Jesús, que no se afana inútilmente por el mañana, alegando la necesidad del derroche y el consumo bajo el pretexto de agilizar la circulación. Los pajaritos son elegantes, hermosos, hallan su alimento, no se afanan en tareas que -más allá de un límite razonable- tienden a convertirse en esclavitudes modernas. No hay que confundir la diligencia con la sed febril de riqueza. Nos dice el evangelio que todo esto son formas de paganismo, porque solapadamente rinden adoración a ídolos.

 


Entonces ¿nada hay que merezca aplicación y entrega? ¡Si! el Reino de Dios y su Justicia, esos son los pivotes reales de la existencia. Es sobre ellos que se debe abisagrar la vida y darle esplendor y bienaventuranza. Afanarnos sólo y simplemente por todo aquello que hace a la Gloria de Dios y al bien del prójimo.

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