Esta devoción al Inmaculado Corazón de María, no es nueva; fue popularizada por el Papa Pío XII al instituirla el 4 de mayo de 1944, declarándola fiesta -y San Juan Pablo II -la declaró obligatoria para toda la Iglesia. Originalmente se celebraba el 22 de agosto -como Octava de la Asunción-; el Concilio Vaticano II, la trasladó al sábado siguiente del segundo domingo de Pentecostés, o lo que es lo mismo, en la semana siguiente al domingo de Corpus Christi. Se buscaba obtener por medio de la intercesión de María "la paz entre las naciones, la libertad para la Iglesia, la conversión de los pecadores, el amor a la pureza y la práctica de las virtudes".
Is
61, 9-11
¿Cuál
es el suelo que dio sus brotes? ¿Cuál es el jardín donde germinan las semillas
de Dios? Es María, Purísima Madre Inmaculada, que se engalana con música de
tiernísimos himnos y todos los fallos y veredictos resplandecerán -de ahora en
adelante- por ser profundamente justos; porque el Juez que dicta esos fallos es
el Mismísimo Hijo de Dios.
Semejante floración provendrá de la estirpe davídica, y su esplendor alcanzará más allá de cualquier frontera, pues ese Pan-brotado en la Casa de Pan (Belén)- será nutricio por generaciones y Alimento de Salvación. Todos lo mirarán como fuente de Misericordia y los hijos de los hijos -por toda la Eternidad- serán bienaventurados porque el Poderoso obró con Infinita Magnanimidad en tu Castísimo Seno Materno. ¡A ti te llamaremos La Bienaventurada!
Sal
1S 2, 1.4-5. 6-7. 8abcd
… el Magnificat,
el cántico de alabanza de María en el encuentro con Isabel. Este himno de
alegría y alabanza a ese Dios que ama a los pequeños es una nueva versión de la
oración de acción de gracias con la cual Ana, la madre de Samuel, que no tenía
hijos, muestra su reconocimiento por el don del niño con el que el Señor había
puesto fin a su aflicción. En la historia de Jesús, dice el evangelista con su
citación, la historia de Samuel se repite a un nivel más alto y de modo
definitivo.
Benedicto XVI
Este
salmo, que no lo es propiamente, se extractó de la Oración de Ana, por haber
concebido por fin un hijo, cuando se le había, ya, identificado como estéril, y
era víctima de las burlas de la otra esposa de Elcaná que se llamaba Feniná. De
ese embarazo nació שמואל [Shmuel] “Samuel”,
"el que es escuchado por Dios", “nombre de Dios”, el profeta. La
plegaria de Ana ocupa los once primeros versos del capítulo segundo en el
Primer Libro de Samuel. Recordamos que Ana le ofreció a Dios reservárselo como
Nazireo, y, por tanto, se crio en el Templo, al servicio del Sacerdote Elí.
Es
patente el parentesco de esta plegaria con el Magníficat, donde -además-
encontramos, salpicándolo, referencias a los Salmos, en particular al 89, 98,
103, 107, 111 y 113.
Siempre
en la línea de la opción preferencial por los más despreciados, la plegaria
-así como sucede también en el Magnificat-
gira en torno al דָּ֗ל [dal]
“pobre” y al אֶבְי֔וֹן [ebyon]
"menesteroso”.
Lc
2, 41-51
Es la fiesta de Pascua
y Jesús hace su primera peregrinación al Templo de Jerusalén. Es la Primera
Pascua de Jesús y uno de los momentos en los que dice con claridad que
pertenece al Padre.
Vincenzo Paglia
Qué
triste habría sido que Jesús hubiera limitado su interés a su familia nuclear y
sólo se hubiera interesado en María y José. En su lugar, Jesús amplia la
extensión y la cobertura como familia, a toda la humanidad. Su claridad de Hijo,
le permitía entendernos a todos, más allá de su limitada geografía y de su
marco temporal, a todos los seres humanos. Él estaba “en las cosas de su
Padre”, y en ellas ¡qué dicha! quedamos incluidos.
«Y es que María ya había vivido la experiencia de la cruz y la Resurrección en el Hijo adolescente. Esta experiencia del Templo era un preanuncio de la perdida, de la ausencia de Jesús, los tres días de sepultura, de su ausencia. Estos tres días fueron dura loza sobre los ojos de María, que como María la de Magdala, en llanto no encuentra a su Señor, María vivió ya el dolor del Hijo perdido tras el fracaso de la cruz… era como un ensayo de la muerte y la tumba de Jesús». (Emilio L. Mazariegos)
El
Magnificat nos dice,
con su lenguaje Crístico, que ya en los labios de Samuel estaba vaticinada la
disponibilidad del Niño Dios a cumplir la Voluntad del Padre, cuando dice,
siguiendo las instrucciones de Eli: "Habla, Señor, que tu siervo
escucha". Hay aquí, -en la perícopa de hoy- subyacente, una alusión a
Samuel: El Niño Jesús -con sus doce años- también quiere convertirse en un
huésped de YHWH, y prefiere quedarse en el Templo; siente que su ser lo llama a
cumplir con sus deberes filiales quedándose en el Templo para “ocuparse de las
cosas de su Padre”; María y José no se quisieron dar por aludidos que se
refería a su Padre del Cielo.
«Él
debe estar con el Padre, y así resulta claro que lo que puede parecer
desobediencia, o una libertad desconsiderada respecto a los padres, es en
realidad precisamente una expresión de su obediencia filial. Él no está en el
Templo por rebelión a sus padres, sino justamente como quien obedece, con la
misma obediencia que lo llevará a la cruz y a la resurrección.» (Benedicto XVI)
Un rasgo que muchas veces se deja desapercibido es la coherencia de vida de Jesús con su fe judía. Su familia -según la carne- era fiel cumplidora del precepto del peregrinaje a Jerusalén con motivo de la Pascua, y se nos dice que año tras año iban. Recordemos, que, a su tiempo, fue presentado -como bebé- a los 40 días de nacido. Las fiestas que obligaban a peregrinar eran llamadas por los judíos רגליים [regalin] o sea “piernas”, por lo que la visita se desarrollaba como un ejercicio muscular, haciendo el camino a pie, (retomamos la idea de un Dios Itinerante).
Esta
página del Evangelio Lucano quiere mostrarnos que Jesús -en tanto que era el
Hijo de Dios- sabía toda la “teología” imaginable como para charlar de tú a Tú,
con los διδασκάλων [didascalon] “Maestros”, y no se
limitaba a estar allí oyendo, sino que les planteaba sus preguntas.
Obsérvese que el tiempo que duró su estancia en el Templo -el
tiempo que desapareció de la tutela de sus padres terrenales-, fue el mismo que
estuvo Jesús en la tumba.
«La angustia de María y José es una angustia comprensible.
¿Cómo no iban a estar angustiados sin Jesús? Nosotros con frecuencia, aunque
estemos alejados del Señor, nos sentimos felizmente tranquilos. O por lo menos,
eso parece. María y José nos enseñan a tener la justa preocupación: no perder
al Señor. Se ponen a buscarlo». (Vincenzo Paglia)
Hay
personas que llegan a pensar que María y José eran unos padres muy descuidados
para haber partido de Jerusalén sin percatarse de que su Hijo no venía en la caravana
de los “retornantes”, pero tiene que entenderse que, esta manera de “viajar
juntos”, (forma de sinodalidad propia de las culturas trashumantes) se inserta
en el contexto cultual- de marchar juntos al Templo, lo que no significaba
tener al hijo, que ya tenía los 12 años, -cuando se empieza a ser adolescente-
al alcance de la vista, sino que se le empieza a dar libertad de estar con sus
coetáneos. Estos elementos proporcionalmente ensamblados indican una formación
para el ejercicio de la libertad bien entendida.
La
palabra técnica es συνοδίᾳ [sinodia] que designa la “caravana”. En
la caravana se acompasan libertad-y-obediencia. Es una forma de ser que define
la naturaleza de todo aquel que es “peregrino” (palabra que antiguamente sólo
se usaba para designar a aquel que iba al extranjero, y que luego adquirió un
tinte exclusivamente religioso). Desde nuestra visión de fe, no somos más que
peregrinos en esta tierra, necesitados de aprender a usar de la Libertad que el
Señor -en su Munificencia- nos ha donado.
La
sinodalidad no es una cuerda corta atada al cuello, no es una traílla; es -por
el contrario- toda la amplitud, y todo el espacio para ir y venir, sin disolver
la identidad con la caravana a la que nos sabemos vinculados. Pero, el
vínculo no es una soga Es el sentido de pertenencia y no el recorte de las alas
que le practican a los pajaritos para tenerlos ahí, limitados, cautivos,
carentes de autonomía y de iniciativa.
Roguemos
al Corazón prístino de María: "¡Llévanos a Jesús de tu mano! ¡Llévanos,
Reina y Madre, hasta las profundidades de su Corazón adorable! ¡Corazón
Inmaculado de María, ruega por nosotros!
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