domingo, 29 de junio de 2025

Lunes de la Décimo Tercera Semana del Tiempo Ordinario

 


Gn 18, 16-33

Es importante hacernos una idea panorámica de nuestro recorrido a través de la Biblia, para insertar cada Lectura Diaria en su co-texto, y comprender de qué estambre se desprende el hilo de cada fragmento; a riesgo de quedarnos con una serie de “cortos” desconectados unos de otros, en cuyo caso nos será más difícil entender de qué nos habla Dios.

 

Empezamos el lunes (23 de junio) la Lectura del Génesis, en el capítulo 12, con la presentación de Abrán. Una y otra vez, el Señor le promete una abundante prole, promete darle tierra y ahí vamos. Pero en sí, el relato parece no avanzar. Hoy, hemos llegado al capítulo 18 del Génesis; sin embargo, la historia de Abrahán se extiende hasta Gn 25, 11. O sea, que esta semana tendremos como Primera Lectura, más del Génesis y más de la historia de Abrahán y el viernes y el sábado empezaremos a contar la historia de Isaac y la entrada de Rebeca en escena.

 

Pues bien, la semana entrante, presentaremos a otro “patriarca”, Jacob (Israel), el lunes y el martes. Luego, pasaremos directamente a José, a quien nos dedicaremos hasta el lunes 14 de julio, cuando pasaremos al Libro del Éxodo.

 

En la perícopa inmediatamente anterior a la que leemos hoy, Abrahán recibe la visita de Dios-Trinidad. Y, lo que se revela es este hermoso “carisma” que es la “acogida”. No les pide identificación, no espera la presentación de credenciales y cartas de recomendación. Ruega que le acepten su “hospitalidad” y les brinda alojamiento: Acogida para todos, porque todos son hijos de Dios.

 

Les ofrece, en primer término, agua para refrescar los pies del caminante, a la sombra de una Encina de Mambré. Les ofrece un primer “entremés” a manera de “tente en pie”. Acto seguido, le pidió a Sara que amasara pan para “Él”, y a un criado le pidió guisar un magnifico ternero para brindarle la Cena.

 

Hay un dicho popular que reza: “Dios no se queda con nada ajeno”.  Así que le ofrecen la maternidad para Sara de un hijo de su propia sangre, de manera tal que – trascurrido el tiempo regular entre visita y visita-  para la próxima vez que lo visitara, Sara estará acunando ya, al bebé propio.

 

Viene el famoso episodio de la “risita de la estéril”, que ella justifica como risa nerviosa. Ella era consciente que ya había llegado a la menopausia, se llama a sí misma בָּלָה “agotada”. “consumida”. Y la respuesta, similar a la que dará San Gabriel a María Santísima: הֲיִפָּלֵ֥א מֵיְהוָ֖ה דָּבָ֑ר “¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?” En nuestro lenguaje popular haríamos la siguiente glosa: ¡A Dios, nada le queda grande! Y con pensamiento teológico añadiríamos, ¡Porque Dios es los más Grande!

 

La perícopa que nos ocupa hoy, contiene como inicio, la reflexión que la Santísima Trinidad se hace, a Sí Misma, mientas, después de su visita y de la promesa de iluminarles la vida con un heredero, dirigen la mirada hacia Sodoma. Los lleva a plantearse la fidelidad a Su Amistad.  Si Abrahán no fuera su Amigo, podría permanecer ignorante, pero -al brindarle Su Amistad- junto con ella, le entrega una “Misión”, que compete a él y a su descendencia: “Lo he escogido para que mande a sus hijos, a su casa y a sus sucesores que guarden el camino del Señor, practicando la justicia y el derecho”. Observamos que esto significa que la Amistad plantada como Alianza con Abrahán lo constituirá padre de la fe (Av significa padre y raham, naciones). Esta Amistad-Alianza, es el movimiento Divino para darse un pueblo, que estará apuntalado sobre los dos rasgos divino: Justicia y Derecho.

 

Todo esto tiene como escenario un símbolo, al que muchas veces no se le presta ninguna atención: ¡La Encina de Mambré! La אֵלוֹן [aylon] “encina” es una señal que representa fuerza, longevidad y conexión con la tierra. La encina habla de la estabilidad de la Amistad-Alianza. Así decir Alianza es decir “firmeza”, “permanencia”, “perdurabilidad”.

 

La Justicia y la rectitud de la Justicia obligan al Juez. Si un Juez, recibe una queja, escucha un reclamo, el Juez no se puede quedar impávido, tiene que atender al querellante, e impartir Justicia. Jesús nos habló de esa responsabilidad de un juez en la parábola del juez injusto y la viuda importuna, narrada en Lucas 18,1-8, donde se trata de una viuda que busca justicia de un juez que “no muestra temor a Dios ni respeto por los hombres”.

 

No se trataba de una queja cualquiera, no era que alguien se había cogido una uva sin permiso, ni que alguien había tomado un vaso de agua sin la autorización del dueño del pozo; esta queja era “fuerte y su pecado grave” -leemos en la perícopa-.

 

Clamor es la palabra clave en esta perícopa. Alguien tiene que tener las entrañas de piedra para pasar inadvertido un clamor. El Señor no pasa desapercibido un clamor: Dios escucha las peticiones, súplicas y lamentos de las personas, especialmente aquellos que se encuentran en momentos de angustia, necesidad o dificultad. Hay uno muy especial, que no podemos ignorar en esta oportunidad: es el clamor por la Sangre de Abel, en Gn 4,10, la sangre de Abel, asesinado por su hermano Caín, clama a Dios desde la tierra pidiendo justicia. Este clamor simboliza la injusticia y el sufrimiento, que no puede contar con la indiferencia de Dios ante la víctima que tiene derecho a apelar al Señor. La palabra en hebreo es זַעֲקַ֛ת [zea-a-qat] “algo así como el chillido de un corazón atropellado”, “grito vehemente”, “alarido”, “voz emocionada y llena de angustia”, hay personas que consideran que es un simple “llamado”, pero no, el clamor encierra el significado de “gemido”, de “petición llena de súplica, de ruego”. Pensemos cómo sería el “clamor de la sangre de Abel” (cfr. Gn 4,10), para entender el significado de la palabra [ze-a-qat]. Hay un componente connotativo en esta palabra hebrea: צָעַק, [tsa-aq] no es la voz de uno, sino una comunidad dolorida que se reúne en torno a su dolor para presentárselo a Dios”. Por ejemplo, la voz de los hijos que no pudo engendrar por este asesinato tan aleve que lo privó de la vida y del tiempo para haber engendrado a muchos. No es solo la muerte de Abel, es la muerte de toda una raza y un pueblo que habría llegado a ser su descendencia, todas esas voces se juntan y se hacen oír en los Oídos del Señor.


Dios en Persona bajó a comprobar qué había de cierto en la reclamación. El acude personalmente a constatar de donde brota este griterío de todo un pueblo que reclama por una vida interrumpida prematuramente.

 

Esta es una enseñanza admirable que apuntala el procedimiento jurídico de mantener el criterio de inocencia para un acusado, hasta tanto se compruebe lo contrario. Dios obra así para darnos un paradigma de cómo conducir nuestra justicia, ya que nos somos Dios, que conoce el fondo del corazón de cada uno.

 

Entonces se inicia aquella celebre página de “regateo” entre Abrahán y Dios. Abraham intercede por la ciudad, preguntando si Dios perdonaría la ciudad si hubiera cincuenta justos, luego cuarenta, y así sucesivamente, hasta llegar a diez. ¿Qué es lo que Abrahán la presenta a Dios para redimir a los habitantes de Sodoma? צַדִּ֖יק [sadiq] ¡Inocente! (“justo”, “recto”).

 

Abrahán no tiene cara para pedir por los רָשָֽׁע “culpables”, “impíos”, “malas personas”; pero, él no puede imaginar que Dios sea “injusto” para arrastrar a la perdición a los inocentes junto con los culpables. La rectitud de su corazón se niega a admitir que por lo menos no hubiera una decena entre los habitantes de Sodoma.

 

Regatear implica discutir el precio, pedir una disminución en la cuantía del cobro, rogar por un abaratamiento. Hay por lo menos dos cosas que decir respecto al regateo: Está permitido en algunos mercados y tiendas dirigidas por judíos, especialmente en comunidades más tradicionales, el regateo puede ser una práctica habitual. Y, segundo, sin embargo, no es una regla general y puede variar según la ubicación geográfica y la comunidad específica; si se lleva a cabo de manera agresiva o irrespetuosa, podría ser visto como una falta de respeto hacia la otra parte, la cultura judía valora el respeto mutuo y la dignidad en todas las interacciones. Por lo tanto, podríamos justipreciar la “osadía” de Abrahán que está regateando con el Propio Dios.

 

El relato pone de relieve que este “atrevimiento” pone en alto el “corazón” de Abrahán que se interesa por los justos que habitaban en Sodoma, y se compadece, lo que suena muy coherente con su condición de “Padre de las Naciones” que sucedió recién en Gn 17, 5, ya que, según este contexto, estaría abogando por sus “hijos”. El Padre implora al Padre Celestial por sus chiquillos, y saca la cara por ellos.

 

Sal 103(102), 1b-2. 3-4. 8-9. 10-11

El Señor lo que quiere es que caigamos en cuenta que, si Abrahán es observado por Dios, es porque su manera de proceder se parece a la de Dios. Es decir, que Abrahán manifiesta con su proceder que el gen-Divino está en Él. ¿Cómo actúa Abrahán? Compasiva y misericordiosamente. ¿Quién es por antonomasia el “Compasivo y Misericordioso? ¡El Señor!

 


Vamos a decirlo con lenguaje parabólico: El Señor manda al laboratorio una muestra de la Sangre de Abrahán y descubre que es “su hijo”. Se da cuenta que tiene en su sangre los alelos necesarios para reconocerlo como descendiente suyo. ¿Queremos ser verdaderos hijos de Dios? Pues dejemos salir a la superficie nuestra capacidad de ser compasivos y misericordiosos, como lo es Él.

 

Si Él ha sido compasivo para engendrarnos “semejantes a Él” (Gn 1, 26s) por su purísima, desinteresada y gratuita Voluntad, ¿qué nos cabe a nosotros? Una gratitud incomparable: Darle gracias y bendecirlo por los siglos de los siglos.

 

Pero, para que nuestra sangre saliera tan perecida a la suya, a imagen y semejanza de la sangre Divina, Dios-Padre hizo una “trampita”, nos infundió una trasfusión de la Limpísima Sangre de Cristo, y para que nuestra carne confirmara el análisis, nos nutrió con el Verdadero-Pan-del-Cielo. Así, esta transfusión, tuvo una consecuencia inimaginable: Depuró nuestra sangre haciéndola tan pura como la Sangre de Cristo. En el examen de sangre salimos con una sangre virginal, como la Castísima Sangre de Cristo: ¡Porque lo merecíamos? ¡No, todo lo contrario, sin mérito alguno!

 

Este salmo contiene otra enseñanza suprema, una verdadera Revelación: El Señor es -por definición- el completamente Otro, el Totalmente Diferente. Mientras nosotros somos rencorosos, Dios no conoce el rencor, porque su Ser-es-por-definición: Amor-Perdón.

 

Nosotros somos los que actuamos así: ¿hizo bien la tarea? ¡buena nota!; ¿hizo floja la tarea? ¡Nota floja¡; ¿Hizo mal la tarea? ¡reglazo en la palma de la mano! O alguna otra modalidad: El reglazo en la mano, el jalón de orejas, la sentada en la esquina del salón mirando hacia la pared, la arrodillada en el patio de recreo, alguna suerte de humillación pública.

 

¿Hemos notado que cuando alguien está sumido en un marco de crueldad puede terminar por añorarla y aguardar a que el sistema reaparezca, el anhelo por recibir un latigazo es normal cuando alguien ha vivido sometido a este trato por un tiempo suficientemente prolongado?

 

A nosotros nos sorprende hasta el límite de no poder creer que Dios no nos trate a garrote y látigo porque nos gusta pensar que nos lo merecemos. Y, no podemos creer que exista otro tipo de pedagogía.

 

Mt 8, 18-22

Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.

Mt 8,20

A veces sucede algo en una esquina, y es muy interesante ver cómo se agolpa la gente y se forma un verdadero tumulto. No se necesita ser un notable sociólogo para saber que la gente va allí motivada por la curiosidad, y muchas veces por una curiosidad verdaderamente insana. Uno oye el relato de lo sucedido y alcanza a oí la multiplicidad de conclusiones que se extraen, y, por otra parte, el poco corazón que se demuestra en la interpretación de los hechos.


 

¿Qué soñamos? ¡un mundo donde la gente acuda con un corazón limpio y bien dispuesto! Un corazón como el del Señor, que sea compasivo y misericor-dioso, con esta división de la palabra no queremos referirnos a la etimología usual, sino destacar que misericor-Dioso es un atributo de Dios, casi podríamos añadir que exclusivo de Dios; pero no, pensamos, o queremos creer que todos tenemos ese chip (pequeña pieza de material semiconductor que contiene múltiples circuitos integrados con los que se realizan numerosas funciones en computadoras y dispositivos electrónicos; nosotros solemos usar esta expresión como si nuestra manera de ser correspondiera a un conjunto de estos semiconductores y nuestra personalidad fuera como el procesador de un computador), pero por el injerto de muchos periféricos, la función original se ha desvirtuado. Hemos llegado a ser anti-compasivos y cero-misericordiosos.

 

Pensamos que esto es falso, que nos aleccionan con esas ideas, pero que en nuestro ser profundo subyacen los rasgos esenciales del original, tal como fuimos creados y puestos en el Edén. Aun cuando a esas personas no se les quiera prestar atención, las hay, y no son pocas. Están tejiendo el hilo de la bondad y, con sólo mirar a los vecinos, notaremos que abundan las personas que hacen el bien y no andan esperando que alguien toque una corneta, o que los saquen en televisión.  


 

Notemos que, de toda esta multitud que se agolpaba en torno a Jesús, un escriba quería consagrarse al “seguimiento”. Hay otro, que quiere darle largas al asunto, dejarlo para más adelante, es un “discípulo”, que quiere tira la toalla e interrumpir su discipulado.

 

¿Trata Jesús de proceder como un populista -con promesas y piruetas demagógicas- y convencerlos de que si se hacen discípulos les va a ir muy bien y sacaran buen partido? Nos parece que Jesús no se hace falsas ilusiones ni quiere hacer particularmente atractivo el “llamado”, parece ilusionarlo más que quienes se queden sean los que están dispuestos a soltar sus fantasías de esplendor y sus pintorescos recuadros de “poderio”; no quiere arrastrar rémoras en su “equipo de trabajo”. No los espanta, pero no les pinta pajaritos de colores. Al que le gusta ver figuritas iridiscentes lo que debe hacer es comprar un caleidoscopio. El que quiera seguir al Señor debe ser capaz de renuncia, de descentramiento, de desacomodo.


 

Una cosa notable en esta perícopa es la facilidad con la que inventamos subterfugios para lograr dilatar y diluir nuestra Alianza-Amistad con Dios. A este respecto deberíamos recordar el proverbio popular: “No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.  

 

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