martes, 3 de junio de 2025

Miércoles de la Séptima Semana de Pascua

 


Hch 20, 28-38

Tomar conciencia de nuestro precio

El pastor no es el dueño de la comunidad, sólo un empleado que cuida del pueblo cuyo dueño es Dios y que Él adquirió al Altísimo precio: la muerte de su Hijo Jesús.

Ivo Storniolo

En este tercer viaje la preocupación central es la organización y el fortalecimiento de las comunidades.

 

A los ancianos -líderes de las comunidades de Éfeso- se dirige San Pablo en su discurso de despedida -este es el tercer gran discurso de Pablo (Hch 2, 17-38), el primero fue a los judíos (Hch 13, 18-41), y el segundo a los griegos (Hch, 18-41); aquí se nos ofrece el ideal del misionero cristiano y un modelo de comunidad y les da una función “episcopal” y les recomienda que se cuiden, antes que todo, de sí mismos, y, en segundo lugar, de sus respectivos rebaños. Que sean buenos, coherentes, personas fieles a la misión. Que cuiden el rebaño: Que animen a las comunidades, que ayuden a cuidar las semillas del evangelio. Esas ovejas que ellos tienen la misión de cuidar, son las que Jesús adquirió, pagando por ellas el carísimo precio de su Propia Sangre.

 

Hay, además, una previsión, les anuncia lo que va a pasar tan pronto el Ascienda a la Derecha del Padre, vendrán los “lobos feroces” a mezclarse entre ellos, serán despiadados con sus ovejitas. Todavía es mayor el riesgo, pues del grupo de los ἐπίσκοπος [epíscopos] “supervisores”, “capataces”, “obispos”; unos se voltearán, y despotricarán contra los “leales”, para arrastrar tras de sí a los discípulos. En estos casos se suele preguntar, ¿les suena conocido? Y, acto seguido se añade: “cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia”. Presiento que esta Palabra de Jesús -puesta en los labios de San Pablo- se hace, hoy por hoy, tan cierta como entonces. ¡Quizás más!

 

“El Espíritu Santo los ha constituido como guardianes, como animadores, personas que tienen la misión de cuidar a la comunidad, elegidos para apacentar la Iglesia de Dios, que se adquirió para Sí con la sangre de su propio Hijo (Hch 20, 28; cfr. Is 53, 10)

 

San Pablo les hace caer en la cuenta que él ha perseverado, durante tres años, enseñándolos a discernir el peligro, a presentir las amenazas, a permanecer siempre muy “observador” para detectar a las fieras voraces, siempre al acecho. Ahora, cuando él parte definitivamente, en la misma línea de la oración sacerdotal, los encomienda al Altísimo, y pide, a la Gracia radicada en la Palabra, que obre con todo su Poder para trasformar a estos presbíteros “guardianes” a la santidad, edificándolos como heredad del Hijo.

 

Luego, arguye que los presbíteros no tienen que buscar el lucro a costas del rebaño, que la caridad se ejerce con los estipendios ganados con el propio esfuerzo y el propio trabajo. Inmediatamente expresa, con una oración gramatical que no se puede descontextualizar, y que él empieza -a pronunciarla- refiriéndose a sí mismo, “Hay más dicha en dar que en recibir”, expresión que encontramos -aproximadamente, no palabra por palabra- en proverbios 11, 25: “el que es generoso prospera, el que da, también recibirá”. Ningún evangelista lo relata, pero, nada constituye óbice para que él (San Pablo) lo hubiera oído de uno de los discípulos del Señor Jesús, relatado de viva voz. En el contexto paulino, se enlaza firmemente con su consejo: “siempre les he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados”. Una forma de trabajar fue organizar la colecta para llevar socorro caritativo a la -paupérrima- comunidad hierosolimitana, auxilio pecuniario que, para mayor garantía, él quiso llevar y entregar personalmente, y no por interpuesta persona.

 

Acto seguido se postró de rodillas y se puso en oración, lo cual arrancó lágrimas a los asistentes que arrojándose a su cuello lo orlaban de besos. Así, con la intensa herida de separarse definitivamente, sin esperanza de volverse a encontrar, lo escoltaron a la nave.


Así lo leído se constituye en un excelente prólogo a la Passio Pauli, en la que nos concentraremos en los tres días que nos quedan del estudio de los Hechos.

 

Sal 68(67), 29-30. 33-35a. 35bc-36d

Este cántico por la elevación de su lirismo y por la oscuridad de sus metáforas es uno de los más difíciles del salterio.

P, Eliécer Sálesman

Pablo acaba de pedir a Dios y a Jesucristo que enriquezca a los “episcopos”, con su Gracia y la que proviene de la Palabra. El Salmo, da continuidad a esta súplica, dirigiéndose el Rey de reyes, a esos episcopos el salmo responsorial les pide cantar y ofrecerle tributos.


En la segunda estrofa, les pide, no limitarse a los cantos, sino reforzar con música de instrumentos, que sirvan de fondo a la Voz Divina, que nos ordena reconocer el Poder de Dios.

 

La tercera estrofa nos dice donde se visualiza Su Poder, “sobre las nubes”, desde donde envía sus rayos luminosos que reverberan sobre el Pueblo Escogido. ¡Por todo, Dios sea bendito!

 

«Hay que ir más allá de las imágenes grandiosas de esta epopeya y leerla con el corazón, como interpretación de la “historia”: el Dios de los “pobres, el que ha escrito en su tarjeta de visita: “Padre de los huérfanos y defensor de las viudas”, pone todo su poder de “cabalgador sobre las nubes” al servicio de quienes ama con predilección, para pulverizar a sus enemigos. ¡La gran victoria de aquel Dios, es la cruz de Jesús!» (Noël Quesson)

 

Jn 17, 11b-19

Padre Santo, cuida en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.

Jn 17, 11b

«De este eterno amor entre el Padre y el Hijo que se extiende en nosotros por el Espíritu Santo, toma fuerza nuestra misión y nuestra comunión fraterna; de allí nace siempre otra vez la alegría de seguir al Señor». (Papa Francisco)


En este capítulo 17, ya se dijo, tenemos la “Oración Sacerdotal” -que ayer subtitulamos “el Padre Nuestro Joánico”. «Esta oración es una “Eucaristía Cósmica”. El destino del mundo es la manifestación de la Gloria: el amor del Padre y del Hijo, de un modo progresivo pero inexorable, brillará en el corazón y en el rostro de cada hombre. Jesús da gracias por eso; también nosotros damos gracias, haciendo memoria de su glorificación. En el centro de la oración está el “ser uno” de los discípulos, presentes y futuros. Es el don del Hijo, que nos hace hijos y hermanos.» (Silvano Fausti)

 

Aquí se pasa revista a los conceptos fundamentales de este Evangelio. Pero no es un repaso, por repasar, por mejor aprender. Nos va mostrando cómo, con estas mismas piezas, intercambiándolas, se puede construir una escalinata al Cielo.

 

Mencionemos las piezas que se destacan en la perícopa de hoy:

a)    El Nombre Altísimo

b)    Unidad (como comunión).

c)    La tutela que Jesús ejerció mientras estuvo a nuestro lado físicamente.

d)    La Escritura, como Libro profético.

e)    Jesús regresa al origen del que se desgajó

f)     El mundo, como un colectivo de rechazo.

g)    La alegría que da Jesús, su Inmensa Paz.

h)    La entrega de la Palabra al mundo.

i)      No se trata de que nos quite de la “Batalla”, sino que nos dé la fortaleza necesaria para no “rajarnos”.

j)      Porque ¡el Maligno nos va llevando a dentellada limpia!

k)    El corazón del mundo, enjaulado por el Maligno, queda “sordo”, incapaz de oír la Verdad de la Palabra.

l)      La Santificación de Jesús es el Aceite Santo de nuestra Unción.

 

Y es que nosotros no estamos ungidos con aceite de olivas, nuestra unción es en el Amor que Sangra del Corazón de Jesús martirizado. Su Sacrificio es un Óleo Santo que convierte la verdad, de concepto aéreo, abstracto, etéreo, en Persona Soteriológica, en Vida, de Caridad, de Fraternidad, de Sinodalidad. Ese Amor-Aceite es el que se empapa en la piel de nuestra propia vida: «Aspecto esencial del testimonio del Señor Resucitado es la unidad entre nosotros, sus discípulos, como la que existe entre Él y el Padre”.

 

En nuestros días, muchas veces vemos cómo el mundo cuestiona nuestra fe, y de múltiples maneras se nos pide entrar en componendas con la fe, diluir las exigencias radicales del Evangelio y acomodarnos al espíritu de nuestro tiempo. Sin embargo, los mártires nos invitan a poner a Cristo por encima de todo y a ver todo lo demás en relación con él y con su Reino eterno. Nos hacen preguntarnos si hay algo por lo que estaríamos dispuestos a morir.


Además, el ejemplo de los mártires nos enseña también la importancia de la caridad en la vida de fe. La autenticidad de su testimonio de Cristo, expresada en la aceptación de la igual dignidad de todos los bautizados, fue lo que les llevó a una forma de vida fraterna que cuestionaba las rígidas estructuras sociales de su época. Fue su negativa a separar el doble mandamiento del amor a Dios y amor al prójimo lo que les llevó a una solicitud tan fuerte por las necesidades de los hermanos. Su ejemplo tiene mucho que decirnos a nosotros, que vivimos en sociedades en las que, junto a inmensas riquezas, prospera silenciosamente la más denigrante pobreza; donde rara vez se escucha el grito de los pobres; y donde Cristo nos sigue llamando, pidiéndonos que le amemos y sirvamos tendiendo la mano a nuestros hermanos necesitados.» (Papa Francisco)

 

¡Oh Señor, Úngenos con tu Santo Espíritu! ¡Santifícanos en la Verdad!

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