Is 52, 13-53,12
“Él tomó el pecado de
muchos e intercedió por los pecadores”.
Is 53, 12
A
veces -y suele suceder- el Crucificado termina por no decirnos nada. Aún más,
muchas veces entramos al Templo y fuera de algún gesto automatizado, Su Imagen
pasa a ser muda, ausente para nosotros. De todas maneras, si en casa o en algún
lugar hay un Crucifijo, siempre puede llegar a suceder que haya un momento de
claridad en nuestra existencia que nos ayude a mirarlo, a degustar y ver Aquel
que es Sal y Luz del mundo y que ha dado sabor y claridad a nuestra existencia.
Entonces, para evitar “momentos lúcidos” legislemos para que sean retirados de
todos los lugares donde la Gracia del Espíritu Santo nos pueda conceder su
Luminoso Rayo. ¿Nos hemos cuestionado por qué produce tanto prurito? ¿Por qué
las tercas campañas de erradicación? ¿Qué hace que les fastidie tanto?
Sí,
quizás un niño, con su preclara mirada se interrogará por Aquel que está
torturado, sangrante, que es un guiñapo, con claras marcas de flagelación y de
haber sido abofeteado y lacerado hasta el cansancio con evidente sevicia,
podemos improvisar una rápida respuesta: “Es Papá Lindo, que fue torturado y
muerto en la cruz, por nuestros pecados”. Quisiéramos proponer una tarea doble:
Por una parte, meditar seriamente la respuesta y tratar de “sintonizarla” para
que sea acorde a la edad de la persona que nos pregunta, y, en segundo lugar,
evitar quedarnos encallados en la primera respuesta y descuidar que conocer a
Jesús debe ser un proceso y, nuestro deber, consiste en “acompañar” ese
proceso. Muchas veces hacemos un verdadero acopio de información para
explicarle al niño sobre un ídolo del fútbol o de la farándula, pero Jesús
Crucificado, queda resumido a la más mínima expresión.
Esta
perícopa que leemos hoy se extracta del Deuteroisaías, del Cuarto Cantico de
Isaías, del Siervo Sufriente. Al empezar tenemos el Llamado que decíamos:
“Mirad”, esta mirada condensa por los menos dos sentidos: la mirada, y la
emoción que de esa mirada se desprende. Siguen tres verbos muy
“trascendentales”: רוּם [rum] “Enaltecer”, נָשָׂא [nasah] “levantar”, גָּבַהּ [gabbah] “ensalzar”. Si uno lee a la
carrera, parecería que corresponde a tres sinónimos; pero en realidad se trata
de tres cosas relacionadas pero diferentes: la primera, que “le salen completamente
bien las cosas”, la segunda que “lo alzan”, lo elevan, y la tercera, que “lo
engalanan nombrándolo Jefe Supremo”. El conjunto de ellas tres conforman la
Ascensión.
Aparece una idea muy importante para nuestra fe: Normalmente, el que comete la falta es el que es castigado; aquí se presenta la idea de “Sacrificio Vicario”, alguien se ofrece a pagar por el responsable, por el verdadero culpable. No podemos ahogar el sentido teológico de las escenas de la Pasión en un jarabe de sadismo, para restregarle a los que lo llevaron a la Muerte, y hacernos los ofendidos y escandalizados ante tanta vejación. Tendríamos que entender que nuestras faltas, nuestros pecados, nuestro abandono de la Ley Divina aporta bofetadas, golpazos, latigazos, lancetazos y otros vituperios. Tampoco podemos refugiarnos en una religión de la culpabilidad como se ha hecho y enseñado. Este retrato del Siervo Sufriente, está aquí para enseñarnos que el Sumo y Eterno Sacerdote -Jesucristo- entró en el קֹדֶשׁ הַקֳּדָשִׁים [Kodesh haKodashim], “Santo de los Santos”, el lugar más Sagrado del Templo, en calidad de Sumo Sacerdote -enfatizamos-, llevando su Propia Sangre, como Sacrificio de Expiación, para rescatarnos de todas nuestras culpas. Evidentemente, no para seguir en las mismas, sino, para hacer nuestro mejor posible en aras de superarnos, de sacudirnos de esas culpas que lo vuelven a crucificar y caminando constantes en el propósito de que se haga su Voluntad aquí en la tierra, conforme se hace en el Cielo.
Sal
40(39), 6-7. 8-9. 10. 11
Estamos
ante un Salmo de Acción de Gracias, domina el propósito de ser agradecido.
Acompaña esa gratitud una especie de asombro. El Salmista no logra entender
adecuadamente, cómo ha sido posible que Dios haya obrado con tanta Bondad. El
Plan de Salvación implica toda una sucesión de Generosidades, que nadie,
absolutamente nadie se habría comprometido. Salta como un resorte totalmente
comprimido la palabra “Misericordioso”. Si tratáramos de enumerar los favores
recibidos, son tantos y tan incontables, que ni nos acordamos, sólo podemos
resumir diciendo ¡Cómo hemos salido favorecidos siempre y al final de cuentas?
Hay
otra idea, y esta, está en el corazón de la perícopa proclamada, tanto es así
que, se convirtió en el responsorio: En
la tercera estrofa, se nos lleva a reflexionar ¿qué pasa cuando la Ley que Dios
ha puesto la consideramos ajena, algo impuesto desde el exterior?; y, ¿qué pasa
cuando la Ley es tan propia que es como un hijo nuestro, o como uno de nuestros
órganos, y todavía más, un órgano vital. Aquí la Ley habita nuestras propias
entrañas: Por eso, es lo que le da sentido a nuestra vida. Es el norte de
nuestro ser, cumplir con el “querer” de Dios no es hacer los que otro quiere, es
¡hacer lo que nos hace ser lo que somos!
Otra
declaración es que Dios no quiere sacrificios ni ofrendas. Ah, Dios ha cambiado
de opinión, ahora pide otra cosa distinta de la que pedía ayer. ¡Nada de eso!
Revisando en los profetas, vemos que nunca ha querido que se le maten
animalitos, Él lo ha aceptado, como al tierno infante se le acepta un matachín
hecho con dos rayas; pero conforme el hijo crece, se le exige más, y con
calidad. En la infancia de la humanidad nos tuvo paciencia y se recreaba con
nuestros torpes dibujos. Ahora, espera que nuestro talento haya madurado: Que
seamos capaces de hacer su Voluntad.
El
Mesías, no vino a gobernar con cetro de hierro, ha venido a “comunicarnos” la
Palabra de su Padre. Él mismo es la Palabra. Al abrir sus labios, cada epifanía
ha sido para deslumbrarnos con su Misericordia Inefable.
Jn 17, 1-2. 9. 14-26
Jesucristo
con su Sacerdocio nos consagra
… reiteración final,
sinfónica, de los diferentes temas del Evangelio. Se trata de una melodía
divina -una variación modulada sobre el amor inefable entre el Padre y el Hijo,
que se comunica a los hermanos- que concluye el “Testamento” de Jesús. Como
todo testamento, declara a los herederos, los bienes que les deja.
Silvano Fausti
Nos
encontramos ente la Oración de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. En ella
podemos identificar tres encomiendas, tres plegarias en Una: 1) se encomienda a
Sí mismo, 2) ruega por sus discípulos, los que están allí, en la Ultima Cena
con Él y 3) nos pone en Presencia de los Amorosos Ojos del Padre.
Jesús
levanta los ojos al Cielo. He aquí el que hoy denominaremos el primer paso.
Tenemos una especie de preámbulo, este Padre Nuestro no va a empezar con una
petición de que les enseñe el camino de la Oración. Va a plantear la llegada de
la Hora. La Hora Hermosa, la Hora Anhelada, -habría que poner ahora
signos de admiración, como mínimo, no es la hora en que Él vaya a instaurar la
gloria de su Poderío, sino la Hora en la que se verá, muy a pesar y muy a
contrahílo de las expectativas, el significado profundo de esta Gloria por vía
dolorosa, llevando la Kénosis hasta el límite de invertir toda la escala
valorativa tradicional. δόξασόν σου τὸν Υἱόν [doxason sou tou uion] “Glorifica a tu
Hijo”, “Elévalo a su Máxima Dignidad”, “Condúcelo a la Cumbre de su Esplendor”,
“Dale su rango en plenitud”. En el Padre Nuestro que solemos recitar va por
delante la Glorificación de Dios-Padre, todo encuentra su sentido en la
glorificación de YHWH, “que está en el Cielo”. Pero aquí la glorificación es
transitiva, no se Glorifica directamente sino a través de la Glorificación de
su Plenipotenciario: ¡Esa es la Gloria! Su Hijo, Su Amado-del-Alma, la Medula
-de-su-Amor será glorificado y esa Gloria recaerá por entero en el Padre, que
no sólo Glorifica, sino que le da -a los que somos los destinatarios de tanta
Bondad- de Ese Amor-Tan-Grande.
Todo
lo que es de Dios nos permanece inalcanzable, pero en la Glorificación del Hijo
se nos manifiesta y se hace nítido para nosotros toda Su trascendencia”: Jesús
es Sacramento del Padre. A través Suyo toda la Grandeza Divina se nos
trasparenta. La Divinidad se ha encarnado para que el Reino venga a la tierra.
No es que un poder avasallador caiga como un misil apabullante, es que una
Atmosfera se llena para que nosotros podamos habitar en ella, respirando su
Aire-Fresco, ese Aire-libre, el Aire-de-una-dicha-inenarrable.
Esa
Glorificación Descomunal e Indescriptible, no es para adornar su Trono, donde
no caben adornos, sino es nuestro Beneficio. ¿Qué brillo se podría añadir al
que Es en Sí la plenitud del Destello y de la Claridad, al que Es-Sumo Brillo?
La
Gloria pedida es la densidad total de la persona, la Gloria del Padre y la del
Hijo, son Palabra de Divina-Majestad. Estamos para conocerlo a Él, que no deja
de ser un conocer intelectual, pero que, además, es un conocimiento
experiencial. No es que debamos abandonar nuestra capacidad mental de
acercarnos, sino que también -añadido a lo poco que alcanzamos a conjeturar con
nuestro “entender”-, hemos de experimentar -principalmente- nuestra consciencia
permanente de “estar con Él” y marchar a Su lado. Su Claridad es Tal, que no
tenemos que afanarnos por las “boletas” de primera fila”, su Brillo es tan
excesivo que todo el Universo estará en Primera Fila. Su Claridad es tan
envolvente que estamos inmersos y estaremos saturados de Él: «Y la claridad de
Dios da la vida: es decir, quienes ven a Dios tienen parte en la vida. Por eso
el que no puede ser abarcado, comprendido ni visto, concede a los seres humanos
que lo vean, lo comprendan y abarquen, a fin de darles la vida una vez que lo
han visto y comprendido. Así como su grandeza es insondable, así también es
inefable su bondad, por la cual da la vida a quienes lo ven: porque vivir sin
tener la vida es imposible, la vida viene por participar de Dios, y participar
de Dios es verlo y gozar de su bondad.
No
se queja de nosotros para nada. No reprocha nuestra pesadez de corazón, no saca
a relucir que nuestra nuca es inflexible, rígida, tiesa, para rendir Tributo de
Adoración, para nada lamenta que haya tenido que adornar su Pedagogía
especialmente con Paciencia contrastada con nuestra lentitud, (la Paciencia
Divina no es como la paciencia humana que la damos a regañadientes, como cuando
decimos ¡qué paciencia!) La Paciencia Celestial es la generosidad amplia del
que conoce nuestra fragilidad porque la ha sufrido en carne propia en la Cruz y
en todo su caminar a nuestro lado, desde la Cuna de Belén; en cambio informa a
su Padre, que “hemos guardado la Palabra”.
La
vida Eterna no es algún concepto muy abstracto: Jesús, que es “trasparencia del
Padre”, nos la ha dado a conocer, porque la Vida Eterna no es otra cosa que
conocer al Padre en el Hijo.
«El
mundo aquí se entiende como esa estructura de mentira que domina nuestras
relaciones… entre el Padre y el Hijo su relación de amor inefable en la cual
estamos incluidos también nosotros, que pertenecemos al Padre como hijos y al
Hijo como hermanos». (Silvano Fausti) Sabe que, en medio de nuestras
confusiones y miedos, en nuestro corazón habita la certeza de lo que Jesús nos
ha mostrado ampliamente: que Jesús,
“salió”, “procede de”, “se ha desprendido del” Padre. Que aun cuando nuestro
pensamiento esta abarrotado de torpeza y somnolencia alcanzamos a intuir que Él
es “consustancial” con el Padre.
Cobijados
por una especie de “adopción”, quedamos cobijados por la protección contra
todos los ataques que el Perverso no cesará de disparar. La ráfaga de odio que
el maligno dirige al Hijo, no exceptuará a sus hermanos adoptivos. A todos los
que no nos configuremos con el mundo que él tergiversa, se destinara su racha
de ataque y sus colmillos de dolor.
¿Por
qué no nos rapta y nos lleva lejos de la aflicción, y, en cambio, eleva su
petición de Consagración? Porque hay una tarea salvífica que se nos ha
entregado. ¿Quién, si no, se ocupará de las ovejas que pastan expuestas a los
Colmillos Feroces? Nosotros no seriamos hijos si no regresáramos y nos
mantuviéramos en el campo vigilantes en cuidado y protección de nuestros
hermanos. ¡Si no nos duelen nuestros hermanos es que no somos hijos! La
fraternidad se trenza con los hilos de la compasión. Jugándonosla por nuestros
prójimos, hacemos verdad la consigna de amarnos los unos a los otros. El
Santísimo Nombre del Padre se articula en nuestros labios, cuando intercedemos,
en el Hijo, ante el Padre.
Nosotros
hemos tenido el “don” de identificar en el Hijo al Padre. No que nuestros ojos
sean preclaros, sino que, el Hijo nos ha donado el poder-ver. Él da ese poder a
todo el que a Él pluga. Porque ser capaces
de ver es pura Gracia. A los otros no se les ha dado esta prelación, y -téngase
muy presente que, nosotros no la hemos merecido, sino que se nos ha regalado
por su inabarcable munificencia- reconocer que Jesús es Emisario del su Padre,
que como Hijo detenta la misma Soberanía, y que Él es Soberano del Divino-Amor.
«Jesús
dice al Padre: «No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos
en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los
envío también al mundo. Y por ellos yo me ἁγιάζω [hagiazó] “consagro” (algunas traducciones ponen
aquí “me santifico”) a mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la
verdad» (Jn 17, 16-19). Pregunto: En este caso, ¿qué significa «consagrar»?
Ante todo, es necesario decir que propiamente «consagrado» o «santo» es sólo
Dios. Consagrar, por lo tanto, quiere decir transferir una realidad —una
persona o cosa— a la propiedad de Dios. Y en esto se presentan dos aspectos
complementarios: por un lado, sacar de las cosas comunes, separar, «apartar»
del ambiente de la vida personal del hombre para entregarse totalmente a Dios;
y, por otro, esta separación, este traslado a la esfera de Dios, tiene el
significado de «envío», de misión: precisamente porque al entregarse a Dios, la
realidad, la persona consagrada existe «para» los demás, se entrega a los
demás. Entregar a Dios quiere decir ya no pertenecerse a sí mismo, sino a todos»
(Papa Benedicto XVI).
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