2 Cor 5,
14-21
Una trasformación que nos cambia el ser
Responder que el
sufrimiento es consecuencia del pecado, hoy se ha vuelto insostenible. Algunos
llegan a decir que es Dios mismo quien coloca al hombre en sufrimiento, para
ponerlo a prueba, para conducirlo a la madurez, para purificarlo, con el fin de
que crezca en esta forma de contradicción que el mal y el sufrimiento,
indudablemente le proporcionan. Creo que esta respuesta es casi un sadismo
teológico que no tiene en cuenta el mal horrendo, injustificable e
injustificado, que golpea a los inocentes.
Enzo Bianchi
La
perícopa, que leemos hoy, también parece provenir de la “Tercera Carta”. Ha
habido una crisis en la amistad entre Pablo y los Corintios. Como ya lo hemos
comentado, parece que el punto en el que se apoyaron los sembradores de cizaña,
fue un viaje que Pablo había planeado para volver a estar con ellos y que no
pudo realizar. Aquellos azuzadores decían que Pablo era un falso, y que
simplemente había evadido visitarlos. A los que siembran divergencias no les
importa de qué manija echan mano, lo que les importa es que haya cualquier cosa
de qué agarrarse, aunque solo sea un sofisma, una manija imaginaria.
Isaías
ve la Misión del Siervo sufriente como un recurso de “consolación” cifrado
sobre la superación del Exilio por medio de un nuevo Éxodo que los sacaría de
Babilonia y los llevaría de regreso a su tierra, la que Dios les había dado.
Pablo se identifica con esta misión que Isaías había profetizado, -es muy
interesante como leía Pablo el Primer Testamento, leyendo entre líneas las
instrucciones de Dios para obrar y dirigir sus acciones apostólicas- él se
siente llamado a encontrar una vía de reconciliación con los Corintios, donde
los “falsos agentes de pastoral” agudizaban las diferencias, y alimentaban
rencores contra Pablo.
A
la gente le atrae la pompa y el ornato, quizás inconscientemente anhelan vestir
igual y gozar de los mismos lujos y boatos, todas esas cosas son “vanidades de
la carne”. En todo caso, la imagen que les proyectaba Pablo no estaba en esa
línea, Él iba -por el contrario- con “pinta” de fabricante de carpas, y seguro
con sus manos encallecidas por el trabajo, además que sufriendo de dolencias.
Pablo no disfraza sus circunstancias, lo que hace es completamente diverso. Él
dice: “Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades,
las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más
débil me siento es cuando más fuerte soy” (2cor 12; 10)
Pablo
lo que está haciendo es enseñándonos una Nueva Lógica. A la lógica del mundo él
contrapone la lógica de Jesucristo: el Siervo sufriente. Esta es una verdadera
metanoia. A esta palabra se le han dado diversas interpretaciones, por ejemplo,
se ha dicho en una línea psicologista que significa no mirar para fuera sino
mirarse hacia adentro, e ideologizaciones como estas son gratas a los que
impulsan la práctica del “intimismo”, que es la virtud flotando en la
estratósfera.
La
metanoia, en verdad, es una “transformación en la manera de pensar”, un
profundo “cambio de mentalidad”, una “variación intensiva del enfoque”. Se
refiere a un profundo proceso de cambio, en el que la persona analiza sus
creencias, actitudes, y su hermenéutica del mundo, se da un cambio
interpretativo radical. Por ejemplo, y aquí San Pablo es muy claro en eso, él
precisa que es lo que Dios nos ha entregado como herencia, y nos lo dice con
todas las letras: “Reconciliar el mundo con Cristo.
«Además,
no es verdad que el mal sea un camino de humanización: a menudo puede
embrutecer, puede llevar el resultado exactamente contrario». (Enzo Bianchi)
Prestemos
atención a lo que nos dice Pablo, a continuación, aun cuando muchos se
escandalizaran: “Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo
consigo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros
nos encargó que diéramos a conocer este mensaje”.
Realmente
aquí está el eje en el que pivota nuestra metanoia. Lo que a nosotros nos tiene
que trasnochar es la reconciliación, ¡no el pecado!
Cuando
equivocamos el eje y ponemos el protagonismo en el punto equivocado,
construimos una idolatría, la idolatría al “pecado” que, considera al pecado
por encima de Dios, y más poderoso que Él. Como si el Poder Redentor de la
Sangre de Cristo hubiera quedado neutralizado por “el poderío” del pecado.
Los
Rabinos hablaban con mucha frecuencia de una Nueva Creación, para referirse al
paso de un incrédulo a la fe judía, que pasa a tener una nueva manera de ver;
el mismo Pablo, nos señala el cambio tan rotundo -que él tuvo y vivió- de ver en
Jesús a un débil, derrotado e ingenuo y poder descubrir, en Él toda la Vida
Divina, la Sabiduría detrás de su debilidad y vulnerabilidad: Una verdadera metanoia.
La
Nueva Creación es el ingreso en una “nueva manera de ver”, que proviene de una
Alianza Nueva, inaugurada por Jesús. El Nuevo Testamento da el paso de sólo
descubrir nuestras equivocaciones para condenarnos, y empezar a mirarnos con
los Ojos llenos de Amor: Porque Dios es Amor. El asunto no consiste en cambiar
de religión, sino en dejarnos conducir a los brazos amoroso de Dios. Cuando por
fin llegamos a sus Brazos, entramos en el Reino: “Por eso, nosotros actuamos
como enviados de Cristo y es como si Dios mismo exhortara por medio de
nosotros”: ¡Somos embajadores de Cristo! (Cfr. 2Cor 5, 20)
¿Qué
se deriva de esta función vicaria que Jesús nos encargó? El siguiente paso que
Pablo nos señala: rogarle a “nuestros corintios” -los destinatarios del Mensaje
salvífico que a nosotros nos han correspondido, que reestablezcan su “amistad
con el Salvador, por medio de la Reconciliación con Dios. Así, como lo describe
Pablo, que explica el funcionamiento del mecanismo, al que estaba limpio de la
más mínima mancha, lo hizo “Mancha”. Jesús en la cruz asumió la suerte de un
bandido, y aceptó ser torturado al límite como si fuera un verdadero criminal,
para recoger sobre Sí, todos los delitos, para heredarnos la calidad de hijos
en el Hijo. Jesús crucificado asume la “maldición” total para alcanzarnos por
vía Redentora la liberación del pecado. Colgado de los maderos aun cuando
Inocente, se hace “Maldito”.
Se
trata de alcanzar el colmo de la kénosis, vaciándose, abajándose, suprimiendo
de Sí todos sus divinos rasgos y apropiándose de todo lo que, como hombre, lo
caracteriza. Haciéndose humano, hasta sus últimas consecuencias, se las vio con
todo el poder perverso, dejando que pudiera causarle cuento mal quisiera, para
llevarlo a desistir de su Misión Redentora. Así, como estaba profetizado -en la
figura de Isaac-, cargó el atado de sus propios leños para ser ofrecido en el
Ara sacrificial, por mano de su propio padre, que no escatimo a su unigénito.
Kénosis en la situación de Jesús, significa: No-aferrarse-a-Su-Ser-de-Dios,
sino vaciarse de su Divinidad en aras de ser nuestro Salvador.
«Se
trata de un Dios que no viene a salvarnos desde lo alto con su poder, su
fuerza, su majestad infinita, sino de un Dios que olvida estas cualidades suyas
para transformarlas en amor, en misericordia, en cercanía entrañable con los
seres humanos, porque los ama hasta el final». (Enzo Bianchi)
“Muchas veces lo que nos bloquea son precisamente
nuestras aparentes seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos y que,
en cambio, nos impide caminar. Para ir a Jesús y dejarse curar, … debe
exponerse a Él en toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo
camino de curación”.
(Papa León XIV)
Jesús
nos enseña a exponernos en toda nuestra vulnerabilidad, no a escondernos como
Adán y Caín. Dios lo asume en el Hijo, como un acto inimaginable de
abajamiento, por Amor-Agape hacia el género humano. Y lo modela como paradigma
de un profundo cambio actitudinal: la conversión radica en un cambio de
paradigma. Del paradigma prepotente al Nuevo, de la debilidad del Siervo
Sufriente: De la violencia y la imposición pasa al paradigma de la Ternura. No
es sólo un cambio, es un Nuevo Mundo, una Nueva Alianza, una realidad nueva,
donde el ser-humano se mueve en un plano diverso, en una Nueva Jerusalén. No la
del revanchismo, sino la del perdón y la fraternidad.
Salvación
es sanación de toda herida que pueda interferir nuestra “fraternidad”,
preguntémonos ¿Cómo podemos sanear las fisuras de nuestras relaciones
interpersonales para maniatar cualquier Caín que esté blandiendo el arma
fratricida?
Nuestra
relación con Dios nos reclama la responsabilidad de ser reconciliadores,
sembradores de semillas de Paz y Bondad: ¡Qué hagamos todo el Bien que nos sea
posible!
Sal
103(102), 1b-2. 3-4. 8-9. 11-12
Como un padre siente ternura por sus hijos/
siente el Señor ternura por sus fieles;/
porque Él sabe de qué estamos hechos, /
se acuerda que somos de barro. //
Sal 103(102), 1-2
Salmo Eucarístico porque da gracias por
todos los favores y beneficios que provienen del Misericordioso. Ya que Dios es
amor, Dios se consagra a perdonar. Hemos de reiterar que el amor es “donación”,
entonces el que ama está disponible para brindar el don de los dones, el don
supremo, esta es la etimología de “perdón”: per es “por entero” y
don es entrega: entregarse por entero, darse completamente.
Dios es distintísimo de todas las
divinidades del panteón pagano. Aquellos eran dioses terribles, temibles, para
meterse en una cueva y no asomarse nunca jamás, vivir escondidos para el resto
del tiempo, así el escondite fuera el Sheol. Su rasgo definitorio era el
“terror” eran divinidades aterradoras (¿o se dice terroristas?).
YHWH es -por el contrario- Ternura, Dulzura, Perdón, Consuelo, Afecto, Compasión. Repasemos la dialéctica del perdón. El perdón no es un acto individual, el pecado y su responsabilidad es personal, pero, el perdón involucra también a la víctima, el perdón es una empresa colectiva que involucra a la Comunidad entera.
Si se examina, en concreto, la dinámica
de la ofensa, descubrimos que más de una vez, hay algo, o mucho de culpa, en el
ofendido, y que no toda la responsabilidad se puede hacer recaer en el ofensor.
Cuando nos presentamos en el
Confesionario, casi siempre, tenemos que llevar en el corazón dolorido y
contrito, al ofendido, sin pretender lavarnos las manos en la presunta
culpabilidad que le quepa, sino para iniciar desde ese preciso momento, un
proceso de sanación y de reparación. (Teniendo presente que pedir el perdón no
significa obtenerlo, que ¡el perdón no se puede exigir!)
Tenemos que ser conscientes que de poco
vale ir a confesarnos culpables, si no vamos a reparar nuestras agresiones y a
procurar por todos los medios, curar las llagas y contribuir en una terapia de
desescalada de las ofensas. El perdón lo anulamos, si no logramos fabricar un
ungüento efectivamente cicatrizante.
¿De qué puede servir que le digamos a
alguien sus virtudes, sus encantos, sus carismas, si -acto seguido- le
asestamos una cuchillada? Al Señor le cae muy bien que uno se acerque al
sacramento de la Conversión, pero -y el nombre del Sacramento es exacto: Conversión-
tiene un requisito esencial: cambiar, convertir el corazón, decidirse
plenamente a cambiar y no reincidir; esto es lo que significa “los que le
temen”: decimos mejor, los que se resuelven a no rehacer, a no reincidir, ni
por nada, inclusive hasta amputarse la mano cainesca. El Señor no dejará nunca
de ser רַחוּם [rajum] compasivo y וְחַנּ֣וּן [wejanun] “misericordioso, “clemente”; pero, no
significa que podamos -descaradamente- reincidir alevemente:
Señor, te pido tu gracia para salir de mí
mismo y escucharte. Te he fallado, pero te adoro y confío en tu misericordia.
Mt 5, 33-37
Ser coherentes al
Testamento de Jesucristo
«Estar con Jesús exige salir de nosotros
mismos, de un modo de vivir cansino y rutinario». Señor, en esta oración te
pido tu gracia para salir de mí mismo y escucharte. Te he fallado, pero te
adoro y confío en tu misericordia. Quiero estar contigo, así como Tú quieres
estar conmigo.
Papa Francisco
Primero se tocó el tema del mandamiento
de “No matar”, luego, aquel de “no cometerás adulterio”. Hoy vamos a fijarnos
atentamente en las observaciones que nos hace Jesús respecto del Segundo
Mandamiento del Decálogo: “No jurar en falso” y su derivado “Cumplirás tus
juramentos al Señor”.
En Números 30, 3 Moisés dice: «Esto es lo que ha ordenado Yavé: Si un hombre hace un voto a Yavé o se compromete con juramento, no faltará a su palabra, sino que cumplirá todo lo que ha prometido”. Lo que Jesús nos está enseñando en su Sermón del Monte” es cómo llevar la ley a su plenitud: Hoy lleva el segundo mandamiento a su expansión global: “¡No juren en absoluto! Jurar es hablar garantizando. Es tan evidente que no podemos garantizar absolutamente nada, porque no somos dueños del tiempo, no podemos controlar la duración de la vida, y a veces, más nos vale reconocer la fragilidad de nuestras percepciones que pueden llegar inclusive a sesgarse -inocentemente- por los caprichos de nuestra afectividad y de nuestra subjetividad. A veces, sólo vemos lo que queremos ver. Detrás de todo juramente está la arrogante presunción de ser dueños de la historia, al grado de poder controlar lo que sucederá, y de la verdad, lo que equivale a divinizarse (pretender ser “como dioses”).
Ahora bien, ¿Qué podemos poner como aval
de nuestros juramentos? ¿el Cielo?, ¿la tierra? ¿la Ciudad Santa? ¿Cómo
comprometer algo que no nos pertenece en absoluto? Son las cosas que menos nos
pertenecen, estamos poniendo como prenda de nuestro juramento aquello que sólo
le pertenece a Dios.
¿Por mi propia cabeza? Creerse dueño de
la vida, la propia, o la de alguien más, es la osadía más ofensiva contra el
Señor. ¡El único dueño de la vida es Dios, sólo a Él cabe quitarla, puesto que
Él es su Fuente y Génesis!
La recomendación que nos entrega Jesús es
hermosísima: ¡No es mejor conformarse con un hablar honesto que llama a lo
blanco, blanco, a lo negro, negro y a lo gris, gris? Por qué no decir simple,
llana y contundentemente “si” cuando sea “si”; y decir “no” siempre que sea
“no”, hasta que muy prontamente todos reconozcan en nuestra voz la fuerza de la
verdad; y, si no la reconocen, en todo caso, tu consciencia sabrá que has
hablado con rectitud.
Quien se anda con juramentos, se delata,
deja entrever que alguna vez, frecuenta los territorios del engaño. Y el que
engaña se emparenta con el Maligno, que en la propia Escritura se nos enseña
que es el “padre de la mentira”. (Cfr. Jn 8, 44).
La honestidad es un valor y un principio
innegociable, la moral de nuestros principios hay que reusarse a modificarla, a
toda costa. Nuestra integridad ha de sostenerse preservando nuestra integridad:
“Que tu palabra sea “Sí, Sí” o “No, No”; todo lo demás proviene del Maligno”
(Mt 5, 37).
«San Juan Crisóstomo comenta sobre este
punto: "Dios nos escogió por la fe y ha marcado en nosotros el sello de la
herencia de la gloria futura". Tenemos que aceptar que el camino de
nuestra redención es también nuestro camino, porque Dios quiere criaturas
libres, que digan libremente que sí; pero es sobre todo y primero, Su camino.
Estamos en sus manos y ahora es nuestra libertad el ir en el camino abierto por
Él. Vamos por este camino de la redención, junto con Cristo, y sentimos que la
redención se realiza». (Papa Benedicto XVI)
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