viernes, 13 de junio de 2025

Sábado de la Décima Semana del Tiempo Ordinario

 


2 Cor 5, 14-21

Una trasformación que nos cambia el ser

Responder que el sufrimiento es consecuencia del pecado, hoy se ha vuelto insostenible. Algunos llegan a decir que es Dios mismo quien coloca al hombre en sufrimiento, para ponerlo a prueba, para conducirlo a la madurez, para purificarlo, con el fin de que crezca en esta forma de contradicción que el mal y el sufrimiento, indudablemente le proporcionan. Creo que esta respuesta es casi un sadismo teológico que no tiene en cuenta el mal horrendo, injustificable e injustificado, que golpea a los inocentes.

Enzo Bianchi

La perícopa, que leemos hoy, también parece provenir de la “Tercera Carta”. Ha habido una crisis en la amistad entre Pablo y los Corintios. Como ya lo hemos comentado, parece que el punto en el que se apoyaron los sembradores de cizaña, fue un viaje que Pablo había planeado para volver a estar con ellos y que no pudo realizar. Aquellos azuzadores decían que Pablo era un falso, y que simplemente había evadido visitarlos. A los que siembran divergencias no les importa de qué manija echan mano, lo que les importa es que haya cualquier cosa de qué agarrarse, aunque solo sea un sofisma, una manija imaginaria.

 

Isaías ve la Misión del Siervo sufriente como un recurso de “consolación” cifrado sobre la superación del Exilio por medio de un nuevo Éxodo que los sacaría de Babilonia y los llevaría de regreso a su tierra, la que Dios les había dado. Pablo se identifica con esta misión que Isaías había profetizado, -es muy interesante como leía Pablo el Primer Testamento, leyendo entre líneas las instrucciones de Dios para obrar y dirigir sus acciones apostólicas- él se siente llamado a encontrar una vía de reconciliación con los Corintios, donde los “falsos agentes de pastoral” agudizaban las diferencias, y alimentaban rencores contra Pablo.

 

A la gente le atrae la pompa y el ornato, quizás inconscientemente anhelan vestir igual y gozar de los mismos lujos y boatos, todas esas cosas son “vanidades de la carne”. En todo caso, la imagen que les proyectaba Pablo no estaba en esa línea, Él iba -por el contrario- con “pinta” de fabricante de carpas, y seguro con sus manos encallecidas por el trabajo, además que sufriendo de dolencias. Pablo no disfraza sus circunstancias, lo que hace es completamente diverso. Él dice: “Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy” (2cor 12; 10)

 

Pablo lo que está haciendo es enseñándonos una Nueva Lógica. A la lógica del mundo él contrapone la lógica de Jesucristo: el Siervo sufriente. Esta es una verdadera metanoia. A esta palabra se le han dado diversas interpretaciones, por ejemplo, se ha dicho en una línea psicologista que significa no mirar para fuera sino mirarse hacia adentro, e ideologizaciones como estas son gratas a los que impulsan la práctica del “intimismo”, que es la virtud flotando en la estratósfera.

 

La metanoia, en verdad, es una “transformación en la manera de pensar”, un profundo “cambio de mentalidad”, una “variación intensiva del enfoque”. Se refiere a un profundo proceso de cambio, en el que la persona analiza sus creencias, actitudes, y su hermenéutica del mundo, se da un cambio interpretativo radical. Por ejemplo, y aquí San Pablo es muy claro en eso, él precisa que es lo que Dios nos ha entregado como herencia, y nos lo dice con todas las letras: “Reconciliar el mundo con Cristo.

 

«Además, no es verdad que el mal sea un camino de humanización: a menudo puede embrutecer, puede llevar el resultado exactamente contrario». (Enzo Bianchi)

 

Prestemos atención a lo que nos dice Pablo, a continuación, aun cuando muchos se escandalizaran: “Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres, y a nosotros nos encargó que diéramos a conocer este mensaje”.

 

Realmente aquí está el eje en el que pivota nuestra metanoia. Lo que a nosotros nos tiene que trasnochar es la reconciliación, ¡no el pecado!

 

Cuando equivocamos el eje y ponemos el protagonismo en el punto equivocado, construimos una idolatría, la idolatría al “pecado” que, considera al pecado por encima de Dios, y más poderoso que Él. Como si el Poder Redentor de la Sangre de Cristo hubiera quedado neutralizado por “el poderío” del pecado.

 

Los Rabinos hablaban con mucha frecuencia de una Nueva Creación, para referirse al paso de un incrédulo a la fe judía, que pasa a tener una nueva manera de ver; el mismo Pablo, nos señala el cambio tan rotundo -que él tuvo y vivió- de ver en Jesús a un débil, derrotado e ingenuo y poder descubrir, en Él toda la Vida Divina, la Sabiduría detrás de su debilidad y vulnerabilidad: Una verdadera metanoia.

 

La Nueva Creación es el ingreso en una “nueva manera de ver”, que proviene de una Alianza Nueva, inaugurada por Jesús. El Nuevo Testamento da el paso de sólo descubrir nuestras equivocaciones para condenarnos, y empezar a mirarnos con los Ojos llenos de Amor: Porque Dios es Amor. El asunto no consiste en cambiar de religión, sino en dejarnos conducir a los brazos amoroso de Dios. Cuando por fin llegamos a sus Brazos, entramos en el Reino: “Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros”: ¡Somos embajadores de Cristo! (Cfr. 2Cor 5, 20)

 

¿Qué se deriva de esta función vicaria que Jesús nos encargó? El siguiente paso que Pablo nos señala: rogarle a “nuestros corintios” -los destinatarios del Mensaje salvífico que a nosotros nos han correspondido, que reestablezcan su “amistad con el Salvador, por medio de la Reconciliación con Dios. Así, como lo describe Pablo, que explica el funcionamiento del mecanismo, al que estaba limpio de la más mínima mancha, lo hizo “Mancha”. Jesús en la cruz asumió la suerte de un bandido, y aceptó ser torturado al límite como si fuera un verdadero criminal, para recoger sobre Sí, todos los delitos, para heredarnos la calidad de hijos en el Hijo. Jesús crucificado asume la “maldición” total para alcanzarnos por vía Redentora la liberación del pecado. Colgado de los maderos aun cuando Inocente, se hace “Maldito”.

 

Se trata de alcanzar el colmo de la kénosis, vaciándose, abajándose, suprimiendo de Sí todos sus divinos rasgos y apropiándose de todo lo que, como hombre, lo caracteriza. Haciéndose humano, hasta sus últimas consecuencias, se las vio con todo el poder perverso, dejando que pudiera causarle cuento mal quisiera, para llevarlo a desistir de su Misión Redentora. Así, como estaba profetizado -en la figura de Isaac-, cargó el atado de sus propios leños para ser ofrecido en el Ara sacrificial, por mano de su propio padre, que no escatimo a su unigénito. Kénosis en la situación de Jesús, significa: No-aferrarse-a-Su-Ser-de-Dios, sino vaciarse de su Divinidad en aras de ser nuestro Salvador.

 

«Se trata de un Dios que no viene a salvarnos desde lo alto con su poder, su fuerza, su majestad infinita, sino de un Dios que olvida estas cualidades suyas para transformarlas en amor, en misericordia, en cercanía entrañable con los seres humanos, porque los ama hasta el final». (Enzo Bianchi)

 

“Muchas veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos y que, en cambio, nos impide caminar. Para ir a Jesús y dejarse curar, … debe exponerse a Él en toda su vulnerabilidad. Este es el paso fundamental para todo camino de curación”. (Papa León XIV)

 

Jesús nos enseña a exponernos en toda nuestra vulnerabilidad, no a escondernos como Adán y Caín. Dios lo asume en el Hijo, como un acto inimaginable de abajamiento, por Amor-Agape hacia el género humano. Y lo modela como paradigma de un profundo cambio actitudinal: la conversión radica en un cambio de paradigma. Del paradigma prepotente al Nuevo, de la debilidad del Siervo Sufriente: De la violencia y la imposición pasa al paradigma de la Ternura. No es sólo un cambio, es un Nuevo Mundo, una Nueva Alianza, una realidad nueva, donde el ser-humano se mueve en un plano diverso, en una Nueva Jerusalén. No la del revanchismo, sino la del perdón y la fraternidad.

 

Salvación es sanación de toda herida que pueda interferir nuestra “fraternidad”, preguntémonos ¿Cómo podemos sanear las fisuras de nuestras relaciones interpersonales para maniatar cualquier Caín que esté blandiendo el arma fratricida?


 

Nuestra relación con Dios nos reclama la responsabilidad de ser reconciliadores, sembradores de semillas de Paz y Bondad: ¡Qué hagamos todo el Bien que nos sea posible!

 

Sal 103(102), 1b-2. 3-4. 8-9. 11-12

Como un padre siente ternura por sus hijos/

siente el Señor ternura por sus fieles;/

porque Él sabe de qué estamos hechos, /

se acuerda que somos de barro. //

Sal 103(102), 1-2

Salmo Eucarístico porque da gracias por todos los favores y beneficios que provienen del Misericordioso. Ya que Dios es amor, Dios se consagra a perdonar. Hemos de reiterar que el amor es “donación”, entonces el que ama está disponible para brindar el don de los dones, el don supremo, esta es la etimología de “perdón”: per es “por entero” y don es entrega: entregarse por entero, darse completamente.

 

Dios es distintísimo de todas las divinidades del panteón pagano. Aquellos eran dioses terribles, temibles, para meterse en una cueva y no asomarse nunca jamás, vivir escondidos para el resto del tiempo, así el escondite fuera el Sheol. Su rasgo definitorio era el “terror” eran divinidades aterradoras (¿o se dice terroristas?).


YHWH es -por el contrario- Ternura, Dulzura, Perdón, Consuelo, Afecto, Compasión. Repasemos la dialéctica del perdón. El perdón no es un acto individual, el pecado y su responsabilidad es personal, pero, el perdón involucra también a la víctima, el perdón es una empresa colectiva que involucra a la Comunidad entera.

 

Si se examina, en concreto, la dinámica de la ofensa, descubrimos que más de una vez, hay algo, o mucho de culpa, en el ofendido, y que no toda la responsabilidad se puede hacer recaer en el ofensor.

 

Cuando nos presentamos en el Confesionario, casi siempre, tenemos que llevar en el corazón dolorido y contrito, al ofendido, sin pretender lavarnos las manos en la presunta culpabilidad que le quepa, sino para iniciar desde ese preciso momento, un proceso de sanación y de reparación. (Teniendo presente que pedir el perdón no significa obtenerlo, que ¡el perdón no se puede exigir!)

 

Tenemos que ser conscientes que de poco vale ir a confesarnos culpables, si no vamos a reparar nuestras agresiones y a procurar por todos los medios, curar las llagas y contribuir en una terapia de desescalada de las ofensas. El perdón lo anulamos, si no logramos fabricar un ungüento efectivamente cicatrizante.

 

¿De qué puede servir que le digamos a alguien sus virtudes, sus encantos, sus carismas, si -acto seguido- le asestamos una cuchillada? Al Señor le cae muy bien que uno se acerque al sacramento de la Conversión, pero -y el nombre del Sacramento es exacto: Conversión- tiene un requisito esencial: cambiar, convertir el corazón, decidirse plenamente a cambiar y no reincidir; esto es lo que significa “los que le temen”: decimos mejor, los que se resuelven a no rehacer, a no reincidir, ni por nada, inclusive hasta amputarse la mano cainesca. El Señor no dejará nunca de ser רַחוּם [rajum] compasivo y וְחַנּ֣וּן [wejanun] misericordioso, “clemente”; pero, no significa que podamos -descaradamente- reincidir alevemente:

 

Señor, te pido tu gracia para salir de mí mismo y escucharte. Te he fallado, pero te adoro y confío en tu misericordia.

 

Mt 5, 33-37

Ser coherentes al Testamento de Jesucristo

«Estar con Jesús exige salir de nosotros mismos, de un modo de vivir cansino y rutinario». Señor, en esta oración te pido tu gracia para salir de mí mismo y escucharte. Te he fallado, pero te adoro y confío en tu misericordia. Quiero estar contigo, así como Tú quieres estar conmigo.

Papa Francisco

Primero se tocó el tema del mandamiento de “No matar”, luego, aquel de “no cometerás adulterio”. Hoy vamos a fijarnos atentamente en las observaciones que nos hace Jesús respecto del Segundo Mandamiento del Decálogo: “No jurar en falso” y su derivado “Cumplirás tus juramentos al Señor”.


En Números 30, 3 Moisés dice: «Esto es lo que ha ordenado Yavé: Si un hombre hace un voto a Yavé o se compromete con juramento, no faltará a su palabra, sino que cumplirá todo lo que ha prometido”. Lo que Jesús nos está enseñando en su Sermón del Monte” es cómo llevar la ley a su plenitud: Hoy lleva el segundo mandamiento a su expansión global: “¡No juren en absoluto! Jurar es hablar garantizando. Es tan evidente que no podemos garantizar absolutamente nada, porque no somos dueños del tiempo, no podemos controlar la duración de la vida, y a veces, más nos vale reconocer la fragilidad de nuestras percepciones que pueden llegar inclusive a sesgarse -inocentemente- por los caprichos de nuestra afectividad y de nuestra subjetividad. A veces, sólo vemos lo que queremos ver. Detrás de todo juramente está la arrogante presunción de ser dueños de la historia, al grado de poder controlar lo que sucederá, y de la verdad, lo que equivale a divinizarse (pretender ser “como dioses”).

 

Ahora bien, ¿Qué podemos poner como aval de nuestros juramentos? ¿el Cielo?, ¿la tierra? ¿la Ciudad Santa? ¿Cómo comprometer algo que no nos pertenece en absoluto? Son las cosas que menos nos pertenecen, estamos poniendo como prenda de nuestro juramento aquello que sólo le pertenece a Dios.

 

¿Por mi propia cabeza? Creerse dueño de la vida, la propia, o la de alguien más, es la osadía más ofensiva contra el Señor. ¡El único dueño de la vida es Dios, sólo a Él cabe quitarla, puesto que Él es su Fuente y Génesis!

 

La recomendación que nos entrega Jesús es hermosísima: ¡No es mejor conformarse con un hablar honesto que llama a lo blanco, blanco, a lo negro, negro y a lo gris, gris? Por qué no decir simple, llana y contundentemente “si” cuando sea “si”; y decir “no” siempre que sea “no”, hasta que muy prontamente todos reconozcan en nuestra voz la fuerza de la verdad; y, si no la reconocen, en todo caso, tu consciencia sabrá que has hablado con rectitud.

 

Quien se anda con juramentos, se delata, deja entrever que alguna vez, frecuenta los territorios del engaño. Y el que engaña se emparenta con el Maligno, que en la propia Escritura se nos enseña que es el “padre de la mentira”. (Cfr. Jn 8, 44).

 

La honestidad es un valor y un principio innegociable, la moral de nuestros principios hay que reusarse a modificarla, a toda costa. Nuestra integridad ha de sostenerse preservando nuestra integridad: “Que tu palabra sea “Sí, Sí” o “No, No”; todo lo demás proviene del Maligno” (Mt 5, 37).


 

«San Juan Crisóstomo comenta sobre este punto: "Dios nos escogió por la fe y ha marcado en nosotros el sello de la herencia de la gloria futura". Tenemos que aceptar que el camino de nuestra redención es también nuestro camino, porque Dios quiere criaturas libres, que digan libremente que sí; pero es sobre todo y primero, Su camino. Estamos en sus manos y ahora es nuestra libertad el ir en el camino abierto por Él. Vamos por este camino de la redención, junto con Cristo, y sentimos que la redención se realiza». (Papa Benedicto XVI)

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