Flp
3,17 – 4,1
Esta
perícopa se ha intitulado “Somos ciudadanos del cielo”, con ella se cierra el
6to segmento del mapa que hicimos para mostrar la arquitectura de esta Carta;
pertenece además a la tercera de las cartas con las que se integró esta, que
nosotros conocemos como una (. Y, también, con ella cerraremos nuestro estudio
de la Epístola que les fue dirigida a los Filipenses.
En
la Carta se nos presenta al gran Paradigma, Jesucristo, el Señor Encarnado.
Pablo, pasó a mostrarse como él mismo encarnaba la continuidad del ministerio
apostólico y sus rasgos discipulares. Ahora, entra a destacar, que este
proceso, no es cosa de un día o de un año, sino una perseverante y aplicada
labor que se continua, a lo largo de la vida, conquistando un paso a la vez. Y
subraya San Pablo que persevera, avanzando siempre adelante con el firme
propósito de alcanzarlo, y ¿qué pretende alcanzar? las alturas que el propio
Jesús le mostró.
No
se trata de mirar hacia atrás (recordemos el riesgo espantoso de dañar la
cuchilla del arado por estar mirando hacia atrás, tampoco olvidemos que la
mujer de Lot, por andar en esas, se convirtió en una estatua de sal), tampoco
se trata de pasarnos la vida contemplando los trofeos ganados a lo largo del
tiempo, y darles cotidianamente una pasada de plumero y bayetilla para evitar
que el polvo de los años desgaste las copas y medallas y un cariñoso masaje con
cera brilla-metales.
En
cambio, lo que hay que hacer, es mirar siempre al frente y a lo alto, hacia
donde está el Señor, sosteniendo en Su Mano la presea, la Corona de Laurel que
nos tiene destinada si perseveramos hasta el final.
Entre
tanto, Pablo nos previene de los detractores, de los desertores, de los
traicioneros, los que se han pasado al bando de la perdición, renunciando a
toda la amistad que Jesús les había ofrecido. ¿En qué consiste la renuncia? En
haber desertado de la presea espiritual que les estaba deparada para
consagrarse en la persecución de bienes materiales. La traición, es pues, su
materialismo.
Nos
corrige el derrotero, llamándonos a fijar la atención ¡al frente y a lo alto! Y
nos muestra nuestros legítimos documentos de identidad: nuestra carta de
ciudadanía que nos acredita como verdaderos ciudadanos del Cielo. ¿Cuál es,
entonces, nuestra credencial verdadera? ¡Jesucristo, el Único que es Redentor y
Salvador! Ese documento no va impreso en papel “oficial”, sino sellado en el alma.
Y
nos dice muy claramente, palabra por palabra y letra por letra, que Él nos va a
compartir su Gloria y que levantará nuestro pobre cuerpo mortal transformándolo
y recomponiéndolo según esa figura con la que fuimos creados: A Su Imagen y
Semejanza.
Él
tiene el poder y la “maquinaria” indispensable para alzar ese cuerpo fangoso y
erigirlo en Cuerpo Glorioso. Sólo Él tiene la Honra, el Poder y la Gloria
suficientes para dignificar lo que está corrupto. Y hacer de nuestra escoria
una estrella resplandeciente en el Cielo de las Huestes Celestiales. Sacando a
flote nuestra Ciudadanía Celestial.
Sal
122(121), 1bc-2. 3-4ab. 4cd-5
Jerusalén, ¿Por qué
está tu historia llena de sangre, y tu cielo sigue ennegrecido por el odio? ¿Es
tu nombre “Ciudad de paz” o “Ciudad de Terror”?... ¿Por qué eres ahora noticia
en los periódicos, en vez de ser bendición en la plegaria?
Carlos González Vallés
s.j.
Pienso
que nuestros anhelantes pasos en procura de la Paz -esa Paz como nos la propone
Dios- están próximos a enrumbarse hacía los umbrales de Tierra Santa y en vez
de regocijo, nos tiemblan todas las entrañas ante tu lenguaje que no entiendo pero
que descubro intercalado de amenazas.
Sigo
leyendo la reflexión de Carlos Vallés y encuentro allí este deseo que quisiera
apropiarme y rogar al Cielo para que sea verdad: “Deseo que tus mercados
prosperen y tus jardines florezcan, que tus pueblos se unan y tus torres
permanezcan. Y, sobre todo, te deseo que hagas honor a tu nombre y tengas paz y
se la des a todos aquellos que vengan a buscarla en ti desde todos los rincones
del mundo”
La
fe judía pide como precepto que se visite la Ciudad santa y que se ascienda a
ella como componente celebrativo de las grandes Fiestas Judías: Pésaj, Shabuot
y Sukkot, conmemoran la peregrinación al Templo de Jerusalén prescrita en el A.
T.: «Tres veces al año, todo varón de entre vosotros se presentará delante del
Eterno tu Dios, en el lugar que Él haya elegido, en la festividad de los
ázimos, en la de las semanas y en la de los tabernáculos» (Dt 16,16). De esa
tradición cultual se desprenden los salmos de peregrinación, Los salmos 120 al 134
de la Biblia son conocidos como Cántico de los peregrinos o graduales, porque
ellos marcan los grados de la peregrinación, valga decir sus diversas etapas y
señalan la liturgia que corresponde a cada “grada”.
Lc
16, 1-8
Hay
aquí una de esas palabritas que se necesita saber co-textualizar, y enfocarla
en el ángulo correcto, porque puede llegarse a entender que Jesús alaba la
deshonestidad, y eso no puede ser.
La
palabra en cuestión es φρονιμώτεροι [fronimoteroi] “astuto”, “sagaz”. En
sí, la palabra es un adjetivo masculino-plural en caso nominativo, para
nosotros lo más importante es que aquí está como comparativo de superioridad:
“más sagaz” o “más astuto”. Esta palabra se deriva de la palabra φρεν [phren] “inteligencia”, “diafragma” que es como el sesgo
personal interpretativo que alguien le da a lo que le pasa, desde ese ángulo
personal, reacciona en su actuar externo. Existe una palabra asociada, y es diafragma,
para la cultura griega, el diafragma era una zona del cuerpo donde residía el
alma y así esta palabra comenzó a ser relacionada con algunos desajustes mentales.
En 1911, el psiquiatra suizo Eugen Bleuler
propone el término esquizofrenia (del griego σχζειν
(schyzos): dividido, y φρεν (phren): diafragma). Desde el
diafragma, precisamente a la altura del plexo solar, se irradia esa “agudeza”,
la “astucia”, del avivato. El “administrador” y despilfarrador de la hacienda
ajena era eso, un avivato.
La
comparación se hace entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad, y
afirma que los hijos de la oscuridad, a veces, son más avispados que los hijos
de la luz. En muchos casos, lo que nos falta es “creatividad”, iniciativa,
emprendimiento, diligencia para dar pasos certeros y alcanzar los bienes
espirituales. Muchas veces la perspectiva escogida es la de dejárselo todo al
Espíritu Santo, pero entonces, ¿dónde está aquello de “buscad y hallareis”? ¿es
acaso una palabra hueca? ¿es, como, en cierta publicidad, una palabra que se pone
allí para darle mayor sonoridad y hacerla más pegajosa? Nosotros creemos que
nos dice sobre nuestro desvelo y el empeño dinámico que debemos añadir a toda
la Gracia Divina que se nos regala.
No
pensamos que Jesús esté alabando que gano privilegios y recogió una abundante
tajada como para sustentarse ahora que le llegaba el retiro forzoso,
menoscabando los interesas de su Patrón, el legítimo Dueño de los bienes que se
le habían confiado. ¡No es por ahí!
En
cambio, lo que entresacamos de su actitud no es lo pícaro que fue, sino que no
se echó a morir, no se quedó pasivamente resignado, ni se dedicó al rascado del
ombligo, sino que buscó una alternativa. Se quedaba sin empleo, a su edad ya no
tenía el vigor para ser contratado como peón que paleara tierra o la removiera
a fuerza de azadón; se ingenió para no tener que dedicarse a la mendicidad y
que alguno de sus beneficiados lo tomara bajo su cuidado y protección y -por
poco que fuera- recibiera alimento y seguramente también techo.
No
era de poca monta la falta que cometía, malgastaba lo que era la hacienda de su
amo. Pero, el Amo no se estanca en rencores y culpas. Tiene la imparcialidad de
descubrir el ingenio y la resiliencia. Tal vez. Podríamos -en este caso
particular- traducir φρονιμώτεροι precisamente por “resiliencia”. Lo que Jesús le valora es no
quedarse caído y además gimoteando, sino buscar otra vía para “salvarse”.
¡No es ser deshonesto, no! No significa tolerar una situación
difícil ni afrontarla tú solo; sino poder seguir adelante, hacer un acopio de
recuperación y ánimo tanto física como psicológica y espiritualmente, en todas
las dimensiones de la persona. La enseñanza de hoy es, pues, no quedarse
derrotado y revolcándose en los miasmas del abatimiento; sino dejarse
recomponer por el Espíritu del Señor que viene -precisamente- a levantarnos, a
llevarnos en sus hombros. ¡En eso estriba su Misericordia!
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