Flp 2, 12-18
El sacrificio de lo más
preciado es el verdadero acto de fe, un acto que va más allá de la comprensión
humana.
Kierkegaard
¿Qué
puede venir después del Himno Cristológico que nos exhibe la kénosis? Un
llamado, una verdadera exhortación a trabajar con -y viene esa celebérrima
expresión que tan profundo llevó a Kierkegaard-: μετὰ φόβου καὶ τρόμου [meta fobou kai tromou] “superando lo
que causa el temor y lo que nos trae temblor”.
Ya
que hemos mencionado a Søren Kierkegaard, diremos que él ha referido, la experiencia
de “temor y temblor” a Abrahán y al incidente que lo llevó a atentar contra el
fruto de la Promesa de Dios para él. Pero, para Kierkegaard, este enunciado tenía
un mensaje críptico, que era preciso “luchar” para poderlo decodificar. Vivimos
el temor y el temblor cuando nos adentramos en el sentimiento que debía cargar
aquel “viejo” mientras ascendía al Moriah y encendía el fuego. Moriah significa
“según lo ha mandado YHWH”.
Y, ahora retomamos a Pablo que nos indica
que, con ese enfoque, hemos de trabajar por la Salvación. La salvación no es un
boleto de ingreso al Edén, partiendo de saber que no es algo que busco, que
consigo, que “capitalizo”. No es algo que llego a poseer, algo que una vez
tenido me lo adueño y a lo que me refiero anteponiéndole el adjetivo posesivo
“mi”.
Se debe aclarar, y -esto es algo que se
ha mantenido obcecadamente en la penumbra- que la salvación no es un palanquín
desde el cual disfruto muellemente los dividendos del “culto a la personalidad”,
mucho menos un nicho en un retablo, tampoco un pase para entrar y salir de una
“corte”.
“Dios es glorificado cuando la gente
reconoce en Jesús al ser humano que pasó por la encarnación de las realidades
más dolorosas y humillantes, hasta culminar con la muerte de cruz, condena
impuesta a los criminales. Evangelio es, pues, el anuncio de aquel que se hizo
siervo…” (J. Bortolini)
Lo hermoso que resplandece en esta
perícopa es la definición de la Salvación: es algo que Dios activa en nosotros
para que seamos capaces de realizar su designio de amor.
Nos encontramos aquí con otra sorpresa:
Pablo viene del judaísmo, de la cultura de los sacrificios en el Templo. Pero
descubre -y comparte con nosotros ese descubrimiento- que la Nueva Alianza
tiene una liturgia diferente, una que hace de las personas víctimas
sacrificiales, y él, en vez de oponerse o salir en fuga, aspira a estar entre
los sacrificados y aportar su sangre personalmente a esta nueva liturgia de la
Segunda Alianza.
Sin embargo, así como Abrahán sube al
Moriah y sólo lo sostiene la fe en su camino hacia el filicidio, así Pablo, lo
que presenta en el Altar de su martirio, cuyo preámbulo vive en este
encarcelamiento que padece, es la fe de los miembros de las comunidades -sus
hijos en la fe- en las que él ha laborado y sentado las bases.
Propone que cada fase de este camino, que
le toca recorrer, aunado a la persecución, al aprisionamiento, las torturas, lo
vivan sin protestas, sin reniegos, sin discusiones para que sean tenidos por
irreprochables y por sencillos, hijos de Dios sin tacha.
La corona no viene ahora. La corona
vendrá “cuando venga Cristo” (v. 16), en la Parusía. Mientras tanto vivimos en
una Babilonia “perversa y depravada”.
Nos dice que brillamos como lumbreras, y
ese brillo resplandece a los ojos de Jesucristo que reina desde la Derecha del
Padre. No está en carteles y en redes sociales, es un brillo espiritual,
evidente sólo a los Ojos Trascendentes.
La fe nos impulsa allende nuestra
pusilanimidad: “La fe no conoce límites ni barreras, se abre camino en la
oscuridad del alma y guía al individuo hacia la luz de lo desconocido”. (S.
Kierkegaard)
Sal 27(26),
1bcde. 4. 13-14
Aspirar
a estar ante Él. Vivir la enormidad de la experiencia de su Presencia. Si el
Señor es quien ilumina con su Luz mi existencia, ¿hay algo más que perseguir?
¿tengo que correr y precipitarme sobre algún otro afán?
Si
el Señor es mi Suma Protección, ¿hay alguien a quien rendirle pleitesía? ¿De
verdad hay que hacerte lobby?
Caminando
hacia el jubileo de la Esperanza ¿cuál es la misión que he recibido como
encargo que Tú me has comisionado? Esperar en Ti. Lleno de חֲ֭זַק [chazad] “fortaleza”, “ser fuerte”; אָמַץ [ametz] "anímate, ¡upa!". No
desvíes tu atención ni a derecha, ni a izquierda; no confíes en otras fuentes
de esperanza: confía y espera en el Señor.
No esperes que te llame a
parte. No cuentes con revelaciones privadas. Lo que Él te dice no es para que
lo acapares, es para que lo grites en las plazas y desde las azoteas.
Es un salmo del Huésped, ruego
para ser acogido en sus Moradas, pero, las habitaciones no están contadas, no
hay suites presidenciales, ni cámaras reales. Él reparte y comparte su Realeza;
no tiene miedo de perder algo, Él sabe quién es, y Sabe que su Realeza dura por
siempre.
Nosotros que somos
provisionales en la tierra, no tenemos parámetros para imaginarnos como es
no-morir. En vez de preocuparnos por eso, esperemos llegar a gozar de Su Dicha
Eterna. De nuevo, la clave es la Esperanza: Confiar en sus Promesas.
El Señor es mi Luz y mi
Salvación. Ambas cosas: no sólo la Luz, ni sólo la Salvación. En el Señor lo
tenemos Todo.
Lc 14, 25-33
La decisión de seguir a
Jesús, en suma, es anterior a cualquier afecto o interés.
Vincenzo Paglia
Una
idea sirve de subsuelo a esta construcción que se está levantando: una
comunidad integrada por personas libres, sin ataduras que los detengan o los
entorpezcan: “Ninguna pretensión ni voluntad carnal está en condiciones de
hacernos discípulo. Es sólo un don de la gracia, que Dios concede al humilde y
al pobre. Pero, si todo es acción de Dios, también todo es libertad del hombre,
que puede acogerla o rechazarla”. (S. Fausti)
Somos
como barcos que no están anclados en un único punto, sino que cientos de
cadenas y de anclas, nos retienen por todas partes. Una suerte de cabalgadura
amarrada por miles de riendas con nudos ciegos.
Esta
es la perspectiva del discipulado y antes de pretender seguirlo, hemos de
preguntarnos sinceramente: ¿Cuento con todos los factores para poderme entregar
al seguimiento? ¿Hay muchas ataduras que me contienen y que no tengo fuerzas
para reventarlas? ¿Estoy maniatado por cientos de apegos que malogran mi
despegue?
Recordemos
que lo que queremos lograr es ser sinceros y comprometidos discípulos del
Evangelio y que el Evangelio no es un Escrito, es la Persona de Jesucristo. ¡El
esclavo no puede ser discípulo! Al discipulado se llega por medio de la
libérrima decisión de caminar en pos suya. Una libertad extrema que se llega a
definir como μισεῖ [misei]
“odio” pero desde la perspectiva semítica, tiene más la idea de “renuncia”,
“desplazar y posponer al lugar no preferencial”, para desatarnos de las cosas
que -de primera mano- consideramos “dulces ataduras”.
Esta
forma de ruptura que camina hacia el discipulado se puede percibir en la
siguiente reflexión que nos propone Toni de Mello para odiar una de las cadenas
principales que nos roban la disponibilidad y la apretura el Llamado: el propio
“yo”. Vamos a suponer que el título de la reflexión es “La oquedad de la
Flauta”:
Subhuti, discípulo de Buda, descubrió de pronto la riqueza y fecundidad
del vaciamiento de sí, cuando cayó en la cuenta de que ninguna cosa es
permanente ni satisfactoria y de que todas las cosas están vacías de «yo». Y
con este talante de divino vaciamiento se sentó, arrobado, a la sombra de un
árbol, y de repente empezaron a llover flores alrededor de él. Y los dioses le
susurraron: «Estamos embelesados con tus sublimes enseñanzas sobre el
vaciamiento». «¡Pero si yo no he dicho una sola palabra acerca del
vaciamiento...!»
«¡Pero si yo no he dicho una sola palabra acerca del vaciamiento...!»
«Es cierto», le replicaron los dioses, «ni tú has hablado del
vaciamiento ni nosotros te hemos oído hablar de él. Ese es el verdadero
vaciamiento». Y la lluvia de flores siguió cayendo. Si yo hubiera hablado de mi
vaciamiento o hubiera tenido conciencia del mismo, ¿habría sido vaciamiento? La
música necesita la oquedad de la flauta; las cartas, la blancura del papel; la
luz, el hueco de la ventana; la santidad, la ausencia de «yo".
Este
“vaciamiento” es, precisamente, en lo que consiste la kénosis.
No
se trata de emprender el Camino y mirar a ver que sobreviene, “a ver qué pasa”.
Él nos llama con su Infinita Acogida, pero quiere que sopesemos si estamos en
condiciones de irnos tras Él. Para que tengamos claridad sobre el tipo de
entrega que significa ser discípulo nos trae dos parábolas:
1) La de quien se
propone edificar una torre
2) La de un rey que
tiene la intención de declararle la guerra a un adversario
Como
punto de partida nos da unos ejes de referencia:
1) Ponerlo en el
Primer Lugar
2) Cargar con la cruz
“discipular”.
Se
trata de la práctica de la abnegación. La decisión tiene que ser de extrema
libertad para que podamos recoger la consigna que nos formula San Pablo en su
Carta a los Filipenses: “Ninguno busque
únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros”. Sólo desde las
coordenadas de libertad entera podemos desplazar los ídolos y poner en el justo
Centro el Cristo-centrismo. Y esa es la definición, en la práctica, del “cristianismo”.
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