martes, 5 de noviembre de 2024

Miércoles de la Trigésimo Primera Semana del tiempo Ordinario

 


Flp 2, 12-18

El sacrificio de lo más preciado es el verdadero acto de fe, un acto que va más allá de la comprensión humana.

Kierkegaard

¿Qué puede venir después del Himno Cristológico que nos exhibe la kénosis? Un llamado, una verdadera exhortación a trabajar con -y viene esa celebérrima expresión que tan profundo llevó a Kierkegaard-: μετὰ φόβου καὶ τρόμου [meta fobou kai tromou] “superando lo que causa el temor y lo que nos trae temblor”.

 

Ya que hemos mencionado a Søren Kierkegaard, diremos que él ha referido, la experiencia de “temor y temblor” a Abrahán y al incidente que lo llevó a atentar contra el fruto de la Promesa de Dios para él. Pero, para Kierkegaard, este enunciado tenía un mensaje críptico, que era preciso “luchar” para poderlo decodificar. Vivimos el temor y el temblor cuando nos adentramos en el sentimiento que debía cargar aquel “viejo” mientras ascendía al Moriah y encendía el fuego. Moriah significa “según lo ha mandado YHWH”.

 

Y, ahora retomamos a Pablo que nos indica que, con ese enfoque, hemos de trabajar por la Salvación. La salvación no es un boleto de ingreso al Edén, partiendo de saber que no es algo que busco, que consigo, que “capitalizo”. No es algo que llego a poseer, algo que una vez tenido me lo adueño y a lo que me refiero anteponiéndole el adjetivo posesivo “mi”.

 

Se debe aclarar, y -esto es algo que se ha mantenido obcecadamente en la penumbra- que la salvación no es un palanquín desde el cual disfruto muellemente los dividendos del “culto a la personalidad”, mucho menos un nicho en un retablo, tampoco un pase para entrar y salir de una “corte”.

 

“Dios es glorificado cuando la gente reconoce en Jesús al ser humano que pasó por la encarnación de las realidades más dolorosas y humillantes, hasta culminar con la muerte de cruz, condena impuesta a los criminales. Evangelio es, pues, el anuncio de aquel que se hizo siervo…” (J. Bortolini)

 

Lo hermoso que resplandece en esta perícopa es la definición de la Salvación: es algo que Dios activa en nosotros para que seamos capaces de realizar su designio de amor.

 


Nos encontramos aquí con otra sorpresa: Pablo viene del judaísmo, de la cultura de los sacrificios en el Templo. Pero descubre -y comparte con nosotros ese descubrimiento- que la Nueva Alianza tiene una liturgia diferente, una que hace de las personas víctimas sacrificiales, y él, en vez de oponerse o salir en fuga, aspira a estar entre los sacrificados y aportar su sangre personalmente a esta nueva liturgia de la Segunda Alianza.

 

Sin embargo, así como Abrahán sube al Moriah y sólo lo sostiene la fe en su camino hacia el filicidio, así Pablo, lo que presenta en el Altar de su martirio, cuyo preámbulo vive en este encarcelamiento que padece, es la fe de los miembros de las comunidades -sus hijos en la fe- en las que él ha laborado y sentado las bases.

 

Propone que cada fase de este camino, que le toca recorrer, aunado a la persecución, al aprisionamiento, las torturas, lo vivan sin protestas, sin reniegos, sin discusiones para que sean tenidos por irreprochables y por sencillos, hijos de Dios sin tacha.

 

La corona no viene ahora. La corona vendrá “cuando venga Cristo” (v. 16), en la Parusía. Mientras tanto vivimos en una Babilonia “perversa y depravada”.

 

Nos dice que brillamos como lumbreras, y ese brillo resplandece a los ojos de Jesucristo que reina desde la Derecha del Padre. No está en carteles y en redes sociales, es un brillo espiritual, evidente sólo a los Ojos Trascendentes.


 

La fe nos impulsa allende nuestra pusilanimidad: “La fe no conoce límites ni barreras, se abre camino en la oscuridad del alma y guía al individuo hacia la luz de lo desconocido”. (S. Kierkegaard)

 

Sal 27(26), 1bcde. 4. 13-14

Aspirar a estar ante Él. Vivir la enormidad de la experiencia de su Presencia. Si el Señor es quien ilumina con su Luz mi existencia, ¿hay algo más que perseguir? ¿tengo que correr y precipitarme sobre algún otro afán?

 

Si el Señor es mi Suma Protección, ¿hay alguien a quien rendirle pleitesía? ¿De verdad hay que hacerte lobby?

 

Caminando hacia el jubileo de la Esperanza ¿cuál es la misión que he recibido como encargo que Tú me has comisionado? Esperar en Ti. Lleno de חֲ֭זַק [chazad] “fortaleza”, “ser fuerte”; אָמַץ [ametz] "anímate, ¡upa!". No desvíes tu atención ni a derecha, ni a izquierda; no confíes en otras fuentes de esperanza: confía y espera en el Señor.

 

No esperes que te llame a parte. No cuentes con revelaciones privadas. Lo que Él te dice no es para que lo acapares, es para que lo grites en las plazas y desde las azoteas.

 

Es un salmo del Huésped, ruego para ser acogido en sus Moradas, pero, las habitaciones no están contadas, no hay suites presidenciales, ni cámaras reales. Él reparte y comparte su Realeza; no tiene miedo de perder algo, Él sabe quién es, y Sabe que su Realeza dura por siempre.

 

Nosotros que somos provisionales en la tierra, no tenemos parámetros para imaginarnos como es no-morir. En vez de preocuparnos por eso, esperemos llegar a gozar de Su Dicha Eterna. De nuevo, la clave es la Esperanza: Confiar en sus Promesas.

 

El Señor es mi Luz y mi Salvación. Ambas cosas: no sólo la Luz, ni sólo la Salvación. En el Señor lo tenemos Todo.

 

Lc 14, 25-33

 

La decisión de seguir a Jesús, en suma, es anterior a cualquier afecto o interés.

Vincenzo Paglia



Una idea sirve de subsuelo a esta construcción que se está levantando: una comunidad integrada por personas libres, sin ataduras que los detengan o los entorpezcan: “Ninguna pretensión ni voluntad carnal está en condiciones de hacernos discípulo. Es sólo un don de la gracia, que Dios concede al humilde y al pobre. Pero, si todo es acción de Dios, también todo es libertad del hombre, que puede acogerla o rechazarla”. (S. Fausti)

 

Somos como barcos que no están anclados en un único punto, sino que cientos de cadenas y de anclas, nos retienen por todas partes. Una suerte de cabalgadura amarrada por miles de riendas con nudos ciegos.

 

Esta es la perspectiva del discipulado y antes de pretender seguirlo, hemos de preguntarnos sinceramente: ¿Cuento con todos los factores para poderme entregar al seguimiento? ¿Hay muchas ataduras que me contienen y que no tengo fuerzas para reventarlas? ¿Estoy maniatado por cientos de apegos que malogran mi despegue?

 

Recordemos que lo que queremos lograr es ser sinceros y comprometidos discípulos del Evangelio y que el Evangelio no es un Escrito, es la Persona de Jesucristo. ¡El esclavo no puede ser discípulo! Al discipulado se llega por medio de la libérrima decisión de caminar en pos suya. Una libertad extrema que se llega a definir como μισεῖ [misei] “odio” pero desde la perspectiva semítica, tiene más la idea de “renuncia”, “desplazar y posponer al lugar no preferencial”, para desatarnos de las cosas que -de primera mano- consideramos “dulces ataduras”.




 

Esta forma de ruptura que camina hacia el discipulado se puede percibir en la siguiente reflexión que nos propone Toni de Mello para odiar una de las cadenas principales que nos roban la disponibilidad y la apretura el Llamado: el propio “yo”. Vamos a suponer que el título de la reflexión es “La oquedad de la Flauta”:

 

Subhuti, discípulo de Buda, descubrió de pronto la riqueza y fecundidad del vaciamiento de sí, cuando cayó en la cuenta de que ninguna cosa es permanente ni satisfactoria y de que todas las cosas están vacías de «yo». Y con este talante de divino vaciamiento se sentó, arrobado, a la sombra de un árbol, y de repente empezaron a llover flores alrededor de él. Y los dioses le susurraron: «Estamos embelesados con tus sublimes enseñanzas sobre el vaciamiento». «¡Pero si yo no he dicho una sola palabra acerca del vaciamiento...!»

 

«¡Pero si yo no he dicho una sola palabra acerca del vaciamiento...!»

 

«Es cierto», le replicaron los dioses, «ni tú has hablado del vaciamiento ni nosotros te hemos oído hablar de él. Ese es el verdadero vaciamiento». Y la lluvia de flores siguió cayendo. Si yo hubiera hablado de mi vaciamiento o hubiera tenido conciencia del mismo, ¿habría sido vaciamiento? La música necesita la oquedad de la flauta; las cartas, la blancura del papel; la luz, el hueco de la ventana; la santidad, la ausencia de «yo".

 

Este “vaciamiento” es, precisamente, en lo que consiste la kénosis.

 

No se trata de emprender el Camino y mirar a ver que sobreviene, “a ver qué pasa”. Él nos llama con su Infinita Acogida, pero quiere que sopesemos si estamos en condiciones de irnos tras Él. Para que tengamos claridad sobre el tipo de entrega que significa ser discípulo nos trae dos parábolas:

1)    La de quien se propone edificar una torre

2)    La de un rey que tiene la intención de declararle la guerra a un adversario

 

Como punto de partida nos da unos ejes de referencia:

1)    Ponerlo en el Primer Lugar

2)    Cargar con la cruz “discipular”.

 

Se trata de la práctica de la abnegación. La decisión tiene que ser de extrema libertad para que podamos recoger la consigna que nos formula San Pablo en su Carta a los Filipenses: “Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros”. Sólo desde las coordenadas de libertad entera podemos desplazar los ídolos y poner en el justo Centro el Cristo-centrismo. Y esa es la definición, en la práctica, del “cristianismo”.

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