sábado, 2 de noviembre de 2024

HIJOS DE DIOS

 


Deut 6, 2-6; Sal 18(17), 1-3.46.50(2b-4.47.51); Heb 7, 23-28; Mc 12, 28-34

 

Concédenos correr sin tropiezo hacia los bienes que nos prometes.

De la Oración Colecta para este Domingo XXXI

 

Además, Jesús nos ha mostrado de un modo concreto y humano en qué consiste el amor: en el servicio fiel a los hermanos hasta la muerte, consiste en hacer a los otros lo que quieres que los otros te hagan a ti. (Cf. Mt 7,12)

T Beck, U Benedetti etal.

 

El Amor-Agapé, que estamos llamados a empeñarnos en construir y fortalecer para construir el Reino, para decir con sinceridad lo de “Venga a nosotros tu Reino”.

 



Saber que todos prójimos y lejanos, amigos y adversarios, pobres y ricos, altos y bajitos, todos somos hermanos, eso se llama conciencia de la gran fraternidad que hay entre todos los seres humanos. ¿Y cuál es la fuente de tal hermandad? ¿De dónde sacamos esa idea tan extraña? ¿Se trata de algún capricho católico, para acabar de enrollar la pita? ¡no hay tal! Es apenas lógico que, si llamamos Padre Nuestro a Dios, nosotros -todas las criaturas- seamos todos hermanos; y, debería estar en nuestros propósitos, en nuestro plan de vida, aprender a tratarnos como tales. Se nos ha ocurrido pensar con cierta frecuencia que hemos sido llamados a poblar la tierra, porque la tierra es el gran campo de entrenamiento donde aprendemos a socializar para llegar a la vida plenificada, aquella que -a falta de otra denominación más clara- llamamos la vida Celestial. Por eso es tan rotundamente importante cómo vivimos y en qué ponemos nuestro interés, para poder ser promovidos a las Elevaciones Espirituales.

 


Nos encontramos en la liturgia de este Domingo un salmo de Acción de Gracias, el Salmo 18(17) de la liturgia, ¿cómo agradecerle a Dios tantas y tantas bondades de Su Parte? Se insertaban esa clase de salmos en un contexto cultual definido y su estructura dimana del rito para el cual eran compuestos. Los estudiosos datan este salmo del post-exilio. De sus 51 versos sólo tomamos para la liturgia de hoy cinco. ¿Por qué se ha elegido este salmo para hoy? Nos parece que se puede atribuir esta elección a una de las primeras frases que se leen en la misa de hoy: Te amo YHWH, Tú eres mi fuerza Sal 18(17), 1(2b). Es un salmo que inicia expresando el Amor que el hombre le debe a Dios por su protección, por su socorro en horas de urgencia, por ser Padre proveedor. En este caso -lo dice el salmista- por ser Dios protector y Dios liberador, porque al momento de invocarlo el acude y lo libra del enemigo. En la estructura de estas Acciones de Gracias, al llegar al Altar se convoca al pueblo a sumarse al agradecimiento, luego se narra el peligro que amenazaba y que dio pie a invocar el Santo Nombre de Dios, entonces viene la interjección que pide auxilio y en brevísimas palabras se dice que Dios contestó la súplica. Finalmente, otra vez en el altar de la Ofrenda, se llama a alabar, bendecir y dar gracias. Tres acciones que configuran el culto, que son la esencia de la liturgia, donde el culto es ofrecido por el Propio Jesucristo.

 


Con una mirada global, pasemos ahora a ubicar el corazón de las Lecturas de este Domingo. Si quisiéramos elegir una palabra-brújula que nos orientara en las Lecturas de este Trigésimo Primer Domingo Ordinario del ciclo B, propondríamos la palabra Shemá que se traduce como “Escucha”; pero la palabra hebrea denota obediencia, acatamiento, puesta en práctica. Enfatizamos este sentido de observancia que se anida y trasciende la simple escucha. En el texto de Deuteronomio 6, 6 leemos además “Graba en tu corazón las palabras que te entrego hoy”, lo que nos conduce directamente al comentario que hacía Papa Francisco para introducir la temática de los Mandamientos: «Al inicio del capítulo 20 del libro del Éxodo leemos —y esto es importante—: “Pronunció Dios todas estas palabras” (v. 1). Parece una apertura como otra, pero nada es banal en la Biblia. El texto no dice: “Dios pronunció estos mandamientos” sino “estas palabras”. La tradición hebrea llamará siempre al Decálogo «las diez Palabras». Y el término «decálogo» quiere decir precisamente esto. Y también tienen forma de ley, son objetivamente mandamientos. ¿Por qué, por tanto, el Autor sagrado usa, precisamente aquí, el término “diez palabras”? ¿Por qué? ¿Y no dice “diez mandamientos”?

 


¿Qué diferencia hay entre un mandamiento y una palabra? El mandamiento es una comunicación que no requiere el diálogo. La palabra, sin embargo, es el medio esencial de la relación como diálogo. Dios Padre crea por medio de su PALABRA, y su Hijo es la Palabra hecha carne. El amor se nutre de palabras, y lo mismo la educación o la colaboración. Dos personas que no se aman, no consiguen comunicar. Cuando uno habla a nuestro corazón, nuestra soledad termina. Recibe una palabra, se da la comunicación y los mandamientos son palabras de Dios: Dios se comunica en estas diez Palabras, y espera nuestra respuesta. Otra cosa es recibir una orden, otra cosa es percibir que alguno trata de hablar con nosotros. Un diálogo es mucho más que la comunicación de una verdad…»[1]

 


Bajo el título “Jesucristo, el amor de Dios encarnado” en los numerales 12–15 encontramos en la Encíclica Dios es Amor de Benedicto XVI, sólidas claves que nos permiten mejor acceder a las Lecturas de este Domingo: Intentemos compilar algunas citas entresacadas de estos numerales para procurar obtener un ángulo optimo de perspectiva: «La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios… Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca la dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar… “Dios es amor” (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor… Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega… lo que antes era estar frente a Dios, se transforma ahora en unión por la participación en la entrega de Jesús, en su cuerpo y su sangre.

 


… la “mística” del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: “El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan”, dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán…. el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el agapé se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros… fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el “culto” mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros… el “mandamiento” del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser “mandado” porque antes es dado.»[2] Demos otro paso, afirmemos sintetizando que «para alcanzar la vida no es necesario observar una montaña de leyes y tradiciones, tener grandes estudios y ciencia, sino amar a Dios y al prójimo (12, 28-34).»[3]

 


Sin embargo debemos mirar aún otra perspectiva profundizadora, porque en la vida coexisten los que nos caen bien con los que nos caen menos bien y hasta con aquellos que definitivamente nos caen mal, y allí en ese contexto de vida somos llamados a la consciencia de que: «Hay muchos retratos –disfraces- con que Jesús se nos presenta cuando menos lo pensamos. El retrato de Jesús resucitado simboliza a las personas que nos caen bien; nos sentimos a gusto a su lado; no tenemos dificultad en amarlos. Otro retrato es el de Jesús crucificado: maloliente, escupido, amoratado. Simboliza a las personas que nos caen mal, que  nos estorban en la vida, que son piedras de tropiezo en nuestro camino; son los pobres que siempre acuden a molestar; son los viciosos y tarados, que nos causan repulsión. También ellos son Jesús con un disfraz desagradable.»[4] y, a renglón seguido, leamos de la carta a los Filipenses 3, 8b-9: « … todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de Él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero como basura mientras trato de ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en Él, no teniendo ya esa rectitud que pretende la Ley, sino aquella que es fruto de la fe en Cristo, quiero decir, la reordenación que Dios regala a los creyentes.»

 


«… es sano recordar frecuentemente que existe una jerarquía de virtudes, que nos invita a buscar lo esencial. El primado lo tienen las virtudes teologales, que tienen a Dios como objeto y motivo. Y en el centro está la caridad. San Pablo dice que lo que cuenta de verdad es “la fe que actúa por el amor” (Ga 5,6). Estamos llamados a cuidar atentamente la caridad: “El que ama ha cumplido el resto de la ley […] por eso la plenitud de la ley es el amor” (Rm 13,8.10). “Porque toda la ley se cumple en una sola frase, que es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5,14).

 


Dicho con otras palabras: en medio de la tupida selva de preceptos y prescripciones, Jesús abre una brecha que permite distinguir dos rostros, el del Padre y el del hermano. No nos entrega dos fórmulas o dos preceptos más. Nos entrega dos rostros, o mejor, uno solo, el de Dios que se refleja en muchos. Porque en cada hermano, especialmente en el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado, está presente la imagen misma de Dios. En efecto, el Señor, al final de los tiempos, plasmará su obra de arte con el desecho de esta humanidad vulnerable. Pues, “¿qué es lo que queda?, ¿qué es lo que tiene valor en la vida?, ¿qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda, dos: El Señor y el prójimo. Estas dos riquezas no desaparecen”»[5]

 


«Dios es amor (1Jn 4, 8. 16) … y nos llama a amarnos los unos a los otros… Y “Dios es amor” no quiere ser ante todo una definición, sino la afirmación de que nosotros podemos hacer experiencia de Él como amor, siempre… Dios es amor en sí mismo y ha hecho visible este ser amor a través de su Hijo Jesús, que mostró a Dios a través del amor vivido por Él hasta el extremo… ágape… traduce el sustantivo hebreo ahavà, que denota el amor exclusivo, celoso; al mismo tiempo encierra en sí también el valor del hebreo chesed, el amor fiel y sólido que desciende de Dios sobre los hombres… El ágape siempre se refiere a Dios, que es la fuente del amor; …»[6]

 


«… en todo el contexto de la Primera carta de Juan apenas citada, el amor a Dios es exigido explícitamente. Lo que se subraya es la inseparable relación entre amor a Dios y amor al prójimo…. El versículo de Juan se ha de interpretar más bien en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios… Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama... Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero... El amor crece a través del amor. El amor es “divino” porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea “todo para todos” (cf. 1 Co 15, 28).»[7]

 

 

 



[1] Papa Francisco AUDIENCIA GENERAL Plaza de San Pedro Miércoles, 20 de junio de 2018.

[2] Benedicto XVI DEUS CARITAS EST Ed. San Pablo 4ta ed. Bogotá – Colombia 2015. pp. 25-28

[3] Balancin, Euclides M. CÓMO LEER EL EVANGELIO DE MARCOS. Ed. San Pablo Bogotá, D.C. – Colombia 2002. p. 154

[4] Estrada, Hugo. PARA MÍ ¿QUIÉN ES JESÚS. Editorial Salesiana Guatemala 1998 pp. 129-130

[5] Papa Francisco GAUDETE ET EXSULTATE Ed. Paulinas. Bogotá D.C. – Colombia 2018 pp. 42 -43

[6] Bianchi, Enzo. EL AMOR VENCE A LA MUERTE. Ed. San Pablo. Bogotá – Colombia 2013. Pp154-157

[7] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 29-32

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