Flp
2, 5-11
Ayer
se incluía la palabra φρονέω [froneo], hoy la tenemos como φρονεῖτε [froneite] “permite que
tu mente sea”, es un presente imperativo activo: “Tengan unos con otros la
manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús”. Leemos en el
verso 5 -el primero de la perícopa, que nos dice que tenemos que sacar del
mismísimo fondo del corazón y con toda sinceridad, la manera de comportarse que
es la propia de un seguidor de Jesucristo. No es algo que hay que impostar,
sino, que donde hay verdadero discipulado, esa manera de ver las cosas es la
que naturalmente brota del corazón (ya se ha dicho que, desde esta perspectiva,
el corazón es la sede del pensamiento y no la razón albergada en el cerebro, según
nuestra episteme occidental). “Tengan unos con otros…” constituye los “vasos
comunicantes” de la sinodalidad que debe circular en la comunidad como savia
nutricia y soporte parenquimatoso.
Se tiene por sentado que este himno no es de la autoría de
San Pablo, sino fruto de la apropiación de la fe por parte de las comunidades,
Pablo lo toma porque compendia muy bien, el kerigma que él les anuncia.
Insistimos que estamos en el tercer segmento de nuestro mapa
de la carta, que como dijimos ayer, tiene que ver con “el modo de ser propio
del cristiano”. Podríamos subdividir la perícopa en dos sub-segmentos: i) 2,6 - 8 y ii) 2,9 -11. Se suele decir que en
el primer segmento rige un movimiento que va de arriba hacia abajo,, Jesús
despega de la cima y da inicio a una caída que lo precipita hasta el mismísimo fondo
del Sheol, llegándose a la muerte, y una muerte vejaminosa, la de un criminal
que muere crucificado; mientras que en el segundo segmento, Dios-Padre lo alza
desde ese fondo y lo Eleva a Su Máxima Altura, donde recibe el Nombre sobre
todo Nombre y todos se postran de rodillas, reconociéndolo Soberano Supremo,
con el Preciosísimo Título de Señor.
Muchas veces nos quedamos ahí, y convertimos el himno en una
especie de dispositivo de “sube y baja”, como una especie de ascensor que se
toma ya sea subiendo y bajando; si obramos de tal manera, nos perdemos de la esencia
del Mensaje.
Y es que Jesús bajó, y Dios-Padre lo elevó, porque se abajó:
atención, ¡no lo abajaron! ¡El decidió “humillarse a Sí Mismo”! Pensando en el
ser-humano y en todas las criaturas caídas, y resolvió -por compasión
antropológica- fundar la más Alta Kénosis, la Kénosis-Redentora.
¡Si, uno no puede ir del piso tal al piso pascual, alienado
de la razón de ser de este “edificio” y de este “Ascensor”! La kénosis tiene un
propósito Salvífico, se inserta en le Economía de la Salvación que Dios -desde
el Principio de los Tiempos-, había diseñado para no dejar a sus “Ovejas
extraviadas” sino rescatarlas.
En la perícopa de ayer quedó definida la Kénosis: “Ninguno
busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros”. Retomando
nuestra glosa, repetimos: “desechar
nuestros intereses egocéntricos y mirar hacia el bien común.”.
El
tema no es que Jesús bajó y luego subió, sino cuál era su “móvil”, ¿qué lo
motivó a bajar? El significado de su entrega y de haberse “encarnado” se tiene
que leer desde la perspectiva de la “renuncia”: “Renunció a lo que era suyo (la
condición Divina), no se aferró a Su Igualdad con Él, y tomó naturaleza de
Siervo, haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre
cualquiera”.
Por
eso queremos concentrar y enfocarlo todo, en lo que aclara y explica el “sube-y-baja”,
porque no estamos montando en columpio, sino entendiendo esta “dialéctica” de
la “obediencia” -que no es la de un niño juicioso y muy bien peinado con gel-
sino la de un Dios Compasivo y Misericordioso.
Sal
22(21), 26b-27.28-30a. 31-32
אֵלִ֣י
אֵ֭לִי לָמָ֣ה עֲזַבְתָּ֑נִי
Elí, Elí, lama Zabactaní
Salmo
de Acción de Gracias. Este salmo contiene aquel grito profundo de Jesús desde
la cruz, clamando la intervención de su Padre. Para pronunciarlo hay que procurar
ponerse en los zapatos de Jesús. Asomarnos al Umbral del Corazón de Jesús y
procurar entender cómo ha sido posible tanto Amor. Y, en medio de esa “composición
de experiencia”, dejar que mane de nosotros el gesto de la gratitud infinita.
Nosotros
no somos capaces de gestos de dimensión infinita, porque nuestra naturaleza no
ensaya a trascender nuestra limitación y preferimos considerarnos solamente
mortales. Para generar esta gratitud desmedida tenemos que agudizar la vista y
hacer todos los sentidos más penetrantes, para sentir y vivenciar que Dios nos
quiere levantar por encima de nuestra bajeza. Nos quiere ensalzar para que
inmersos en Su Amor, dejemos de vivir como simples mortales y -abriendo los
ojos, hasta que se nos revienten los parpados, nos remontemos y percibamos que
somos “hijos” no por merecimiento sino por su Desmedida Generosidad, por si
Inefable Misericordia.
Solo
mediante este ejercicio alcanzamos a medio divisar, así, a lo lejos, que Jesús
-en virtud de su Kénosis- tampoco podía percibirlo con su -bajo esas
condiciones- limitada sensorialidad, y por eso, puesto en nuestras mismas condiciones,
lo llama sintiéndose -como cualquier hombre se sentiría, “abandonado”.
De
día te grito y no me respondes, de noche, y no me haces caso”; Él no estaba teatralizando
su muerte, estaba muriendo, sumido como los humanos, en la “noche oscura” de
esa Pascua. El terrible salto: de hombre a muerto.
Sólo
pasará a sentarse a la Derecha, en el Sitial del Gobierno Trascendente, el que
se duerme en la tierra sin desconfiar de su Lealtad. Dios sostenga la fe, la de
hoy, y la de los tiempos venideros, para que a toda tiniebla alcance la Luz del
que es señor de la Vida.
Cuando
se agolpen los creyentes que pueda caer de rodillas ante tu Cuerpo y tu Sangre
Eucaristizadas para proclamar que Tú Vives y Reinas por los Siglos de los
Siglos.
Lc
14, 15-24
Se
plantea el máximo problema que siempre ha acosado al ser humano: Estamos
llamados e invitados al Banquete de Bodas del Cordero, pero nosotros sólo
estamos sentados, dejando trascurrir la vida y sólo preocupados de inventar excusas
para no asistir.
Unos
se niegan a ir porque les parece que ni conocen al Novio, y menos a la Novia.
Otros
dicen que no irán porque ellos no entienden esas “ceremonias” y aconsejan,
mejor que se vayan a vivir sin tanta cosa, y añaden, por mi parte, les doy mi
permiso. (Pero quien te crees para decirle a alguien que viva ignorando a Dios,
que viva y actúe como si Dios no existiera).
Otros
se justifican diciendo que están muy ocupados para esos perendengues. Que tal
vez si fuera en otra fecha, pero es que ese Día, preciso, tienen un
importantísimo negocio entre manos.
Cómo
puedo aceptar el terreno que compré sin ir a revisarlo y si no me parece,
anular el negocio y pedir la restitución dela cuota inicial que había dado. O,
si uno compró un excelente tractor para adelantar las labores agrícolas de
arado y remoción de la tierra para su mejor y mayor nitrogenización, y ruega
-encarecidamente- que lo disculpen.
Otro
pretexta su reciente matrimonio. Para irse a ver que otros se casen. No puede
ser ese el caso.
Por
eso es que Dios ha optado por invitar a los que están en la plaza,
desempleados, a todos los minusválidos, a todos los marginados, los rechazados,
los que nadie invita. El Señor preferirá llenar su Casa con aquellos que son
tomados a menos. Con los menos importantes, con los desdeñados. Y estará muy
contento de que tanta gente se alegra y están felices y se coman la Cena de
Matrimonio que Él les había alistado. Porque su dicha es ver a los demás
dichosos. Qué bueno que al ser invitados no tengamos ningún compromiso porque
haremos la dicha en el corazón del Gran Anfitrión: ¡Nuestro Señor!
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