lunes, 4 de noviembre de 2024

Martes de la Trigésimo Primera Semana del tiempo Ordinario

 


Flp 2, 5-11

Ayer se incluía la palabra φρονέω [froneo], hoy la tenemos como φρονεῖτε [froneite] “permite que tu mente sea”, es un presente imperativo activo: “Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús”. Leemos en el verso 5 -el primero de la perícopa, que nos dice que tenemos que sacar del mismísimo fondo del corazón y con toda sinceridad, la manera de comportarse que es la propia de un seguidor de Jesucristo. No es algo que hay que impostar, sino, que donde hay verdadero discipulado, esa manera de ver las cosas es la que naturalmente brota del corazón (ya se ha dicho que, desde esta perspectiva, el corazón es la sede del pensamiento y no la razón albergada en el cerebro, según nuestra episteme occidental). “Tengan unos con otros…” constituye los “vasos comunicantes” de la sinodalidad que debe circular en la comunidad como savia nutricia y soporte parenquimatoso.

 

Se tiene por sentado que este himno no es de la autoría de San Pablo, sino fruto de la apropiación de la fe por parte de las comunidades, Pablo lo toma porque compendia muy bien, el kerigma que él les anuncia.


 

Insistimos que estamos en el tercer segmento de nuestro mapa de la carta, que como dijimos ayer, tiene que ver con “el modo de ser propio del cristiano”. Podríamos subdividir la perícopa en dos sub-segmentos:  i) 2,6 - 8 y ii) 2,9 -11. Se suele decir que en el primer segmento rige un movimiento que va de arriba hacia abajo,, Jesús despega de la cima y da inicio a una caída que lo precipita hasta el mismísimo fondo del Sheol, llegándose a la muerte, y una muerte vejaminosa, la de un criminal que muere crucificado; mientras que en el segundo segmento, Dios-Padre lo alza desde ese fondo y lo Eleva a Su Máxima Altura, donde recibe el Nombre sobre todo Nombre y todos se postran de rodillas, reconociéndolo Soberano Supremo, con el Preciosísimo Título de Señor.

 

Muchas veces nos quedamos ahí, y convertimos el himno en una especie de dispositivo de “sube y baja”, como una especie de ascensor que se toma ya sea subiendo y bajando; si obramos de tal manera, nos perdemos de la esencia del Mensaje.

 

Y es que Jesús bajó, y Dios-Padre lo elevó, porque se abajó: atención, ¡no lo abajaron! ¡El decidió “humillarse a Sí Mismo”! Pensando en el ser-humano y en todas las criaturas caídas, y resolvió -por compasión antropológica- fundar la más Alta Kénosis, la Kénosis-Redentora.

 

¡Si, uno no puede ir del piso tal al piso pascual, alienado de la razón de ser de este “edificio” y de este “Ascensor”! La kénosis tiene un propósito Salvífico, se inserta en le Economía de la Salvación que Dios -desde el Principio de los Tiempos-, había diseñado para no dejar a sus “Ovejas extraviadas” sino rescatarlas.

 

En la perícopa de ayer quedó definida la Kénosis: “Ninguno busque únicamente su propio bien, sino también el bien de los otros”. Retomando nuestra glosa, repetimos: “desechar nuestros intereses egocéntricos y mirar hacia el bien común.”.

 

El tema no es que Jesús bajó y luego subió, sino cuál era su “móvil”, ¿qué lo motivó a bajar? El significado de su entrega y de haberse “encarnado” se tiene que leer desde la perspectiva de la “renuncia”: “Renunció a lo que era suyo (la condición Divina), no se aferró a Su Igualdad con Él, y tomó naturaleza de Siervo, haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera”.


 

Por eso queremos concentrar y enfocarlo todo, en lo que aclara y explica el “sube-y-baja”, porque no estamos montando en columpio, sino entendiendo esta “dialéctica” de la “obediencia” -que no es la de un niño juicioso y muy bien peinado con gel- sino la de un Dios Compasivo y Misericordioso.  

 

Sal 22(21), 26b-27.28-30a. 31-32

אֵלִ֣י אֵ֭לִי לָמָ֣ה עֲזַבְתָּ֑נִי

Elí, Elí, lama Zabactaní

Salmo de Acción de Gracias. Este salmo contiene aquel grito profundo de Jesús desde la cruz, clamando la intervención de su Padre. Para pronunciarlo hay que procurar ponerse en los zapatos de Jesús. Asomarnos al Umbral del Corazón de Jesús y procurar entender cómo ha sido posible tanto Amor. Y, en medio de esa “composición de experiencia”, dejar que mane de nosotros el gesto de la gratitud infinita.

 

Nosotros no somos capaces de gestos de dimensión infinita, porque nuestra naturaleza no ensaya a trascender nuestra limitación y preferimos considerarnos solamente mortales. Para generar esta gratitud desmedida tenemos que agudizar la vista y hacer todos los sentidos más penetrantes, para sentir y vivenciar que Dios nos quiere levantar por encima de nuestra bajeza. Nos quiere ensalzar para que inmersos en Su Amor, dejemos de vivir como simples mortales y -abriendo los ojos, hasta que se nos revienten los parpados, nos remontemos y percibamos que somos “hijos” no por merecimiento sino por su Desmedida Generosidad, por si Inefable Misericordia.

 

Solo mediante este ejercicio alcanzamos a medio divisar, así, a lo lejos, que Jesús -en virtud de su Kénosis- tampoco podía percibirlo con su -bajo esas condiciones- limitada sensorialidad, y por eso, puesto en nuestras mismas condiciones, lo llama sintiéndose -como cualquier hombre se sentiría, “abandonado”.

 

De día te grito y no me respondes, de noche, y no me haces caso”; Él no estaba teatralizando su muerte, estaba muriendo, sumido como los humanos, en la “noche oscura” de esa Pascua. El terrible salto: de hombre a muerto.

 

Sólo pasará a sentarse a la Derecha, en el Sitial del Gobierno Trascendente, el que se duerme en la tierra sin desconfiar de su Lealtad. Dios sostenga la fe, la de hoy, y la de los tiempos venideros, para que a toda tiniebla alcance la Luz del que es señor de la Vida.

 

Cuando se agolpen los creyentes que pueda caer de rodillas ante tu Cuerpo y tu Sangre Eucaristizadas para proclamar que Tú Vives y Reinas por los Siglos de los Siglos.

 

Lc 14, 15-24

Se plantea el máximo problema que siempre ha acosado al ser humano: Estamos llamados e invitados al Banquete de Bodas del Cordero, pero nosotros sólo estamos sentados, dejando trascurrir la vida y sólo preocupados de inventar excusas para no asistir.

 


Unos se niegan a ir porque les parece que ni conocen al Novio, y menos a la Novia.

 

Otros dicen que no irán porque ellos no entienden esas “ceremonias” y aconsejan, mejor que se vayan a vivir sin tanta cosa, y añaden, por mi parte, les doy mi permiso. (Pero quien te crees para decirle a alguien que viva ignorando a Dios, que viva y actúe como si Dios no existiera).

 

Otros se justifican diciendo que están muy ocupados para esos perendengues. Que tal vez si fuera en otra fecha, pero es que ese Día, preciso, tienen un importantísimo negocio entre manos.

 

Cómo puedo aceptar el terreno que compré sin ir a revisarlo y si no me parece, anular el negocio y pedir la restitución dela cuota inicial que había dado. O, si uno compró un excelente tractor para adelantar las labores agrícolas de arado y remoción de la tierra para su mejor y mayor nitrogenización, y ruega -encarecidamente- que lo disculpen.

 


Otro pretexta su reciente matrimonio. Para irse a ver que otros se casen. No puede ser ese el caso.

 


Por eso es que Dios ha optado por invitar a los que están en la plaza, desempleados, a todos los minusválidos, a todos los marginados, los rechazados, los que nadie invita. El Señor preferirá llenar su Casa con aquellos que son tomados a menos. Con los menos importantes, con los desdeñados. Y estará muy contento de que tanta gente se alegra y están felices y se coman la Cena de Matrimonio que Él les había alistado. Porque su dicha es ver a los demás dichosos. Qué bueno que al ser invitados no tengamos ningún compromiso porque haremos la dicha en el corazón del Gran Anfitrión: ¡Nuestro Señor!

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