lunes, 11 de noviembre de 2024

Martes de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario

 


Tit 2, 1-8. 11-14

La libertad es la capacidad cultivada y aplicada de vivir coherentemente lo que nos enseña el Evangelio: El camino del bien, y saberlo recorrer “hombro a hombro”, valga decir, sinodalmente.

Se ha dado la perspectiva de la Carta. Una Carta Pastoral, para que el “Pastor” sepa cuál es el lineamiento general que lo orienta. Y la perícopa de hoy tiene un marco que la encuadra, se trata de “hablar”, cuando se dice hablar se remite a lo que debe “predicar”, a lo que ha de ser el eje de su enseñanza. Y ¿cuál es? La ortodoxia. Que quiere decir, conforme a lo que la ὑγιαινούσῃ διδασκαλίᾳ [hygiainuse didaskalia] “sana doctrina” nos dice.

 

Luego toma cuatro categorías de interlocutores:

i) πρεσβύτας [presbytas], “ancianos”

ii)   Πρεσβύτιδας [presbytidas] “ancianas”

iii) Νεωτέρους [neoterous] “jóvenes”

iv)  Al propio Tito

 

Estas recomendaciones se dan para desarmar a los “adversarios”, que no tendrán nada cierto que declarar en contra.

 

Se tiene que llevar una vida con tres rasgos i) sobria ii) justa y iii) piadosa. Porque la obra que se adelanta es la conformación del pueblo que camina según el Reino del Padre y de su Hijo, Jesucristo. Un pueblo que no puede tener defecto, sino estar consagrado por entero a las καλῶν ἔργων [Kalón ergón] “Buenas Obras”.


 

Pero no vayamos a pensar que estos planteamientos son llanamente “instrucciones” de orden moral. Lo que pasa es que, en aquel contexto, las comunidades sufrían la constante amenaza hacia la herejía -sin exceptuar Creta, donde se encontraba comisionado Tito-, y donde hacían de las suyas, tanto los gnósticos como los judaizantes. En el capítulo primera de esta carta, ya se denunciaban a los mentirosos, las bestias perversas y los glotones perezosos. (1,12)

 

Tiene que prevenirlos de no incurrir en desvíos alcohólicos. A las ancianas que no les dé por “empinar el codo” y que eviten darse a la calumnia. A las mujeres les advierte y las dirige hacia el amor a sus esposos, el cuidado de los hijos, la sensatez y la pureza sexual y las requiere para que sean buenas administradoras del peculio familiar. Conforme a los cánones de la época, se les recomendaba ὑποτασσομένας [hypotasomenas] “la sumisión” a sus maridos.

 

Fallar en cualquiera de estos aspectos morales siempre va en detrimento del buen nombre de la comunicad que representa, a nadie menos que, a Jesucristo. Se estaría atentando contra la efectividad del Evangelio proclamado. Como lo dice la Carta de Santiago, ejercer el magisterio eclesial hace proclive a las habladurías y a que todo el mundo los enjuicie de la manera más estricta. Gústenos o no, nos parezca o no nos parezca, el Mensaje suele identificarse con el Mensajero. En todo caso, nosotros al ser portadores del Anuncio, no somos “ángeles”, llevamos e Mensaje en “vasijas de barro” (cfr. 2 Cor 4, 7) pero esto no debe dar pie a que nos conformemos con nuestras flaquezas y debilidades, sino a procurar salir de ellas a la mayor Gloria de Dios.

 

La perícopa exceptúa los versos 9-10, que hacen referencia a la esclavitud, quizás al preparar los textos litúrgicos se pensó que ya no estamos en la época de la esclavitud; pero no podemos permitirnos soslayar que todavía muchos trabajadores son tratados como tales, empezando por las explotadas sexuales, y los jovencitos que son llevados a los frentes de combate o simplemente reclutados y expuestos bajo un trato vejaminoso.

 

En toda la carta encontramos un esfuerzo por llamarnos a la coherencia, y no limitar los alcances pastorales sólo a lo “verbalmente comunicado”, sino también a vivir de conformidad con lo enseñado, para que la ortodoxia encuentre un sólido basamento en la ortopraxis. Así queda completo el marco que los Keryx han de darle a la proclamación del Anuncio.

 

Lo que nos lleva a reconocer que la Iglesia no es un ente abstracto, sino una comunidad de persona, nosotros mismos. Lo que se debe abolir es la “doble moral” de predicar una cosa y vivir otra bien diferente.

 

Sal 37(36), 3-4. 18 y 23. 27 y 29

Este es un Salmo del ritual de la Alianza. La Alianza para Dios Memorioso es inolvidable; pero, el ser humano -por el contrario- desmemoriado al extremo, necesita estos rituales de refrendación, para no perder de vista que está asociado a Dios y que Dios no le va a incumplir. En esta Alianza hay un desequilibrio, en cuanto a la capacidad de recordación: de nuestra parte somos olvidadizos; y, la acción de Gracias requiere una retentiva tenaz.

 

¿Cómo podemos perseverar en la Alianza si se nos olvida que Dios nos ha llamado para obrar el bien? ¿Cómo podemos corresponder al Amor de Dios si no tenemos retentiva para que sea el fundamento de nuestra confianza? Si no recordamos los favores y regalos con los que ha adornado nuestra vida ¿cómo podremos saber que Él nos dará todo lo que se nos ocurra ansiar?

 

Si alguien olvida toda la protección y los cuidados recibidos, y si a uno se le escapa que es el heredero incuestionable y que la heredad durará por siempre, ¿Cómo va a descansar confiado en la Alianza?

 

El Señor nos ha ofrecido una tierra, en esa tierra una casa para vivir, y en esa vida, plenitud de serenidad y dichas. Pero, si lo olvidamos, ¿habrá algo que nos sostenga fieles en el bien y distantes de cualquier incorrección?

 

Contra olvido, amor. Dios preserva nuestra memoria haciendo que cada mañana vuelva a florecer el jardín del amor, y que en cada flor recordemos la grandeza de su Ternura. Ese es su Antídoto contra el olvido, en cada momento Él refrenda su Alianza con nosotros y sentimos, entonces, que su Amor dura por siempre y que Él no conoce la infidelidad.

 

Esta recordación-regalo es la vía por la que preserva en alto su Alianza: Así es como el Señor salva siempre a los justos.

 

Lc 17, 7-10



No sabemos cómo caminar los derroteros de Dios y marchar siempre por las vías de la santidad. A veces pensamos que, si hacemos fuerza, hasta tener una hernia, entonces podremos asirnos al pase permanente que nos garantiza la entrada. Por lo general, pensamos muy ingenuamente que, si nos arrancamos lo que más anhelamos, podremos presentar esa amputación a manera de placa que nos allane la puerta. “Señor, déjame entrar que me arranqué un brazo, y tú lo dijiste, supriman cualquier cosa que los pueda llevar a caer, entonces me gané la entrada”.

 

El caso es que así nos vamos descuartizando, miembro a miembro, creyendo que Dios quiere y le agrada que nos cercenemos. Es la religión de la “mutilación”.

 

¡Qué mal hemos entendido nuestra relación con Él! Una y otra vez nos ha dicho; “No le hagan mal a nadie, amo a todas mis criaturas” ¡Respétenlas! Y, hagan todo el bien que puedan. Si tienes que arrancarte lo que te llena de impulsos destructivos contra cualquier persona, porque toda persona es un hermano tuyo, arráncatelo (la intención venenosa del corazón y no las partes del sagrado cuerpo que nos ha entregado). Y no se trata de arrancar de ti las cosas que te he dado, nos diría. “Aun cuando te cueste verlo, aprecio todo lo tuyo, hasta tus defectos. Lo que no soporto es que te dejes manipular del Malo”.


 

Jesús va subiendo a Jerusalén, y, nosotros, equivocamos las señas y vamos subiendo por otra montaña distinta que, nos aleja. ¿Quiere Jesús que lo alejemos de Jerusalén? ¿Lo que Él está buscando es que nosotros lo convenzamos de no ir a Jerusalén? Entonces, para no viciar lo que realmente Él quiere y nos pide, recordamos con cuánta severidad recrimino a San Pedro cuando quiso desviarlo de su Ascenso al Calvario, le dijo, con todas las letras: “El que trata de desviar mi camino es un Diablo” ¡Atrás Satanás! (Cfr. Mc 8, 33).

 

Jesús les propone a sus discípulos una parábola: los lleva -poniéndolos en la condición, no de “mandados”, sino de “mandones”- y les dice que se pongan en esa situación y piensen si, a los sometidos, cuando –ellos como amos lleguen de pastorear sus ganados y atender sus labrantíos-, le van a mandar al sirviente que vaya a descansar, y que él mismo se va a servir su cena y les llevará a ellos sus bandejas respectivas al borde de sus camastros, para que cenen y reposen, y recostados tomen sus alimentos.

 

Ellos bien conocen la lógica de los “amos”, saben que será todo lo contrario, por muy pesado que haya tenido el día, lo obligará a atenderlo, a traerla la cena a él y solo después, y de último, podrá ver de sí mismo. Esa es la lógica de las relaciones. El siervo tendrá que atenerse a su condición de siervo y como siervo responder a todas las demandas del patrón.

 

Ahora bien, el siervo, cuando todo eso se haya cumplido no podrá decirle al amo: ¿Cierto que soy un siervo muy bueno y cumplidor? ¿Cierto que me merezco un premio? ¿cierto que mañana, y de ahora en adelante vas a olvidar mi condición de siervo y será usted el que me sirva y yo el que lo mande?

 

Ahora bien, después de esta parábola, pueden contestar, superando sus imaginarios errores: ¡El siervo sirve porque es siervo! ¡El amo manda y se hace servir porque para eso es el Amo! Así que no vengamos ahora a exagerar y sacar las relaciones de su quicio. Dios nunca nos quedará debiendo.  ¡Nuestros servicios por altos y por calificados que sean, no se originan en alguna clase de bondad que ponga a Dios bajo nuestro control!

 

A nosotros, como criaturas, nos corresponde entender que, ¡a los ojos de Dios, la vida no es una meritocracia! Todo lo que logremos, y nuestros más altos logros, son todos don, ¡pura gratuidad divina! El mérito no es obra del siervo, sino Don del Amo Supremo. Todo lo bueno y lo grande que logremos será obra de Dios que Él en su Magnanimidad dejó pasar por nuestras manos. ¡Y no fruto de alguna nobilísima bondad que poseamos! Todo el tiempo se vale de los “pequeños” y de los más ínfimos, para que -más fácilmente nos demos cuenta que no somos dueños de los dones y los talentos, que, si hay algún carisma rondando, viene del Cielo. Como pasó con el profeta Elías en la Primera Lectura del Domingo pasado: el profeta remarcó que la orza no se vació ni la alcuza se agotó, porque ¡el Señor lo había dicho! (Cfr. 1Re 17, 16) ¡No porque él fuera un “gran profeta”!


 

Si recordamos en los Hechos de los Apóstoles, querían rendir culto y ofrecerle sacrificios en Listra, a Paulo y Bernabé, cuando curaron a un paralítico; ellos los detuvieron y les hicieron ver que no eran más que simples hombres. No trataron de hacerse pasar por “Amos”, sino que se mostraron como “lo que eran”, “siervos de Dios Viviente”. (Cfr. Hch 14, 12-15)

 

Que nosotros también sepamos reconocernos siempre siervos inútiles; que simplemente hacemos lo que nos corresponde” (Cfr. Lc 17, 10de).

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