miércoles, 6 de noviembre de 2024

Jueves de la Trigésimo Primera Semana del tiempo Ordinario

 


Flp 3, 3-8a

Volvemos a encontrar el tema de los judaizantes. Hemos mencionado -porque para ellos era importantísimo- que procuraban a toda costa mostrarles como obligatoria la circuncisión, junto con la práctica de toda la normatividad de la que se hablaba en la Torah, específicamente, la del Levítico. Para San Pablo, la verdadera circuncisión no era la que se practicaba en la carne, sino la honra y culto al Espíritu Santo y la glorificación de Jesucristo.

 

Dice San Pablo que, si se tratara, de la circuncisión en la carne, él mismo estaría en la vanguardia, puesto que él había sido circuncidado, dentro del plazo de los ocho días contados a partir de su nacimiento, según las tradiciones judaicas; perteneciente -como él mismo lo aclara- al linaje de Benjamín, y celoso observante de la Ley, como lo presumían todos los que como él se alineaban entre los fariseos.

 

Acorde con ese purismo, él mismo había perseguido a los cristianos para ser tenido por “irreprochable”, categoría otorgada a los judíos observantes de su ortodoxia a pie juntillas.

 

Pero señala una ruptura, una discontinuidad y la resalta como un “punto aparte”, mostrando que él ha llegado a un nuevo γνώσεως [gnoseos] “conocimiento”, que no es cualquier tipo de conocimiento, sino que San Pablo lo clasifica en el estrato del conocimiento ὑπερέχον [hiperechon] “excelente”, “superiorísimo”, “eminente”, “excelso”, uno diría “un conocimiento insuperable”.


 

Este γνώσεως [gnoseos] no es como el conocimiento en general que abarca esa palabra en nuestro idioma, este “conocimiento” es un conocimiento directo, es una experiencia que uno ha tenido y la ha vivido. Es un conocimiento por relación directa, personal, nada teórico, es un saber que al haberlo vivido en carne propia es claro, rotundo, es diáfano, es trasparente, es existencial.

 

Parangona estos dos acercamientos que ha tenido Pablo en cuanto a su fe y encuentra que la experiencia de fe que ha tenido a través del cristianismo hace que el anterior sea insignificante, fue una experiencia que lo llevó a valorarla como tiempo perdido de su vida, como el que cambio -por fin y afortunadamente- el oropel, la baratija, por un tesoro espiritual de incalculable valía. Por eso dice que este nuevo conocimiento es un “conocimiento excelente”

 

No era que, el primero fuera algo malo, lo que pasa es que, comparativamente, ahora se vio que era innecesario circuncidarse y los otros formalismos.  En el devenir, todo eso se hizo superfluo.

 

Sal 105(104), 2-3.4-5.6-7

Una falla, seguramente tallada por el Malo en nuestro ser, esculpida o tatuada en el pericardio, es la ingratitud. Ese es como un virus que se introduce en la fragilidad de la memoria, se aprovecha y se vale del olvido. Tristemente el olvido mella hasta el amor. Y la ingratitud corroe toda nuestra herencia histórica de la Creación, la Liberación de Egipto, de las Gracias personales que cotidianamente recibimos, de toda la Economía salvífica con que Dios nos ha beneficiado.

 

Este salmo viene a traernos algunos antídotos para el olvido y la ingratitud. Es un salmo de la Alianza. Todo salmo de la Alianza tiene, esencialmente, la misión de curar la memoria, de revivir y ratificar en el ser, que hemos sido agraciados con los Favores Divinos.

 

Un antídoto es cantar. Cantar sincronizando el canto con la línea instrumental, cantar haciendo consciencia de su Maravillosa Grandeza de su Misericordiosa Bondad. Que Toda su Divina Persona es Providencia, es Salvación. Y esa consciencia ha de saltar en nosotros como una fuente viva de Júbilo.

 

Otros elementos-antídoto a) Acudir siempre a Él. Cuando uno recurre siempre a Él lo tenemos siempre en la mente y el corazón y sabemos que en sus Manos está toda nuestra vida. b) Buscarlo, siempre atentos a dónde ir y cómo obrar, qué hacer para que nuestra vida sea una resonancia de su Poder. Descubrir en toda Maravilla, hasta en el reflejo de la luz en una gota de agua, que Él todo la ha hecho perfecto y que en esa chispa de luz que resplandece allí, se expresa la fotografía de su Hermoso Rostro. Admirar no sólo la Creación sino, además, la Magnanimidad de sus Enseñanzas, de toda Palabra que Él ha proferido y de las que profiere y proferirá.

 

En la tercera estrofa nos llama a nosotros, a que despertemos y nos demos cuenta que nos está hablando a nosotros. Antiguamente se dirigía a la prosapia de Abraham, al linaje de Jacob por línea genética, hoy a nosotros, que hemos devenido su Familia y que nos Ama como su pueblo elegido, ya no por línea hereditario-racial, sino por pura Gracia de su Infinita Gratuidad.

 

¿Cuál es nuestra exclamación antifonal? Ahora que tenemos conciencia de nuestra duple categoría:

1.    Que lo busquemos le complace y demuestra la honestidad de nuestro seguimiento.

2.    Al caminar en su búsqueda, no hay que aguardar a alguna manifestación espectacular que nos diga “lo encontraste”, sino, sin encontrarlo física ni factualmente ser conscientes que mientras andamos tratando de contemplar su Rostro, Él está ahí, más allá de nuestro pobre equipo sensorial para registrarlo. Sabiendo que, no lo detectamos pero que está siempre allí (Dios-con-nosotros), con su alegría Divina (la perfecta Felicidad), Padre Celestial feliz de jugar con nosotros a las “escondidillas”, Padre-Hijo-y-Espíritu Santo que reboza porque lo buscamos con amor.

 

Así, pues, “Que se alegren los que buscan al Señor”

 

Lc 15, 1-10

En el mundo hay dos categorías de personas: los pecadores y los que se creen justos.

Pascal



Entramos en el terreno de las parábolas de la Misericordia. Hay una sed de oírte Señor, pero el barullo nos confunde, nos distrae, hurta nuestra sed, como pasa con aquellos que mueren de ansia, pero el mensaje del organismo no les toca el cerebro. Es una manera de desconexión, digamos, una suerte de enajenamiento, una esquizofrenia que nos fracciona, nos hace divergir, como si nuestra unidad y nuestra identidad se volvieran una desbandada.

 

Acariciamos tus palabras, pero no logramos recomponerlas en una unidad que se consolide en nuestro yo. Así el tesoro de tu Mensaje y la unión que nos propone se disuelve en desintegración, en disgregación, en fisura. Victimas de ambas: la ingratitud y el olvido.

 

El enemigo se las ingenia para seducirnos al distanciamiento: en vez de experimentar el anhelo de la convergencia, tenemos arrebatos de quiebre, fiebre de estrellar los pocillos contra la pared. En vez de fraternidad tenemos las manos repletas de quijadas de burro. En vez de sinodalidad prodigamos desbandada. En vez de koinonía, ansia de poder y control. A la caridad le ponemos un disfraz de egoísmo e inhumanidad.

 

Tú en cambio, eres el enamorado fiel, no eres un simple “pastor hermoso” eres un Amador Infatigable que tan pronto nos extrañas, te levantas -sea cual sea la hora- y sales en nuestra busca. Y al reintegrarnos a nuestro redil, armas fiesta para enseñar a todas las hermanas y a todos los hermanos la felicidad de estar juntos, de permanecer en convivencia en las mismas moradas que nos hacen a todas y a todos “prójimos”. Tu nos rescatas de nuestros extravíos y nos restituyes al seno de nuestros rebaños para que comprendamos que al alejarnos tendremos todos los sinsabores y riesgos de la soledad.

 

Solo Tú, dejas tus fatigas a un lado para cargarnos, para conducirnos sobre tus propios hombros, para soslayar nuestras fatigas y acelerar nuestra llegada a “casa segura”.

 

Si observamos -a todo lo largo de los Evangelio- Jesús siempre está fastidiado y recrimina a los que proponen una religión formalista, una religión exclusivista, discriminatoria. Siempre deplora la actitud de los que sacan, de los que anuncia un Evangelio con cupos limitados.

 

¿Piensan que Jesús detestaba a los escribas y a los fariseos? ¡Claro que no! Él siempre enfoca bien su “lucha”, no es contra el ser humano, sino contra el pecado que es la “piedra de tropiezo” que aleja de Dios. ¡Pensamos que los escribas y los fariseos eran los que andaban con camiseta café, o con sombrero de fieltro, o con chaleco y flor en el ojal?, tampoco era porque sus reuniones fueran en la Sinagoga o en el Templo, (inclusive, lo que había motivado su elección como pueblo elegido iba por ahí, porque eso le agradaba al Señor). Su problema – y eso fue lo que cambió su gusto preferencial por ellos- radica en que ponían “taquillas” y “peajes” que ellos arbitrariamente diseñaban, para entorpecer la entrada de los que él amaba (notemos que sus amados eran los recaudadores de impuestos y los pecadores en general; precisamente los que el fariseísmo quería descartar).

 


En la otra parábola, Jesús compara a los despreciados con una moneda valiosa, muy querida por su propietaria, que la busca afanosamente; pues con mayor tesón, Jesús ha venido a buscarnos a los que caemos y fallamos, no a descartarnos y marginalizarnos.

 

Muchas veces nos afanamos a ver, ¿cómo podemos actualizar en nuestras vidas el Evangelio? Su hermenéutica no lleva hacia algo misterioso, sencillamente, trabajemos para no ser de los que excluyen, aprendamos a ser “inclusivos” aun cuando a veces los prejuicios nos propongan satanizar por aquí y por allá.

 

Estemos alerta y observemos para aprender de Jesús que no satanizaba nada, su apertura siempre estaba dispuesta a la acogida, para todos, los niños, los adultos mayores, los samaritanos, los leprosos, las adúlteras (y los adúlteros que contaban con la complicidad social), no excluía a nadie. Y siempre anda como un Rescatista muy responsable, tras las ovejas descarriadas.

 

Recordemos en el Evangelio según San Mateo, que la separación entre cabras y ovejas será el “final de los tiempos” (será una instancia escatológica) y no nos toca a nosotros; Él, personalmente, tomará a su cargo seleccionarlas y apartarlas. No nos arroguemos el rol que sólo a Él se lo ha entregado Dios Padre.

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