martes, 12 de noviembre de 2024

Miércoles de la Trigésimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario


 

Tit 3, 1-7

Ya llegando al final de la carta, encontramos tres bloques que integran el capítulo tercero:

i)              Los deberes de todos los creyentes 3, 1-11

ii)             Algunas recomendaciones de carácter personal 3, 12-14

iii)           La despedida 3,15

 

La perícopa de hoy cierra nuestro estudio de la carta. Lo que aquí se quiere considerar es la obra salvadora de Dios por medio de Jesucristo y con la acción del Espíritu Santo.

 

Nosotros sentimos que el corazón de esta síntesis soteriológica se manifiesta con un tinte francamente bautismal: “…nos salvó por el λουτροῦ [loutrou] “baño” del παλινγενεσίας [palyngenesias] “nacer otra vez”, “nuevo nacimiento” y de la ἀνακαινώσεως [anakainoseos] “renovación” del Espíritu Santo”. No solo nos baña, sino que junto con ese “proceso limpiador”, nos “hace nuevos”, como si en el bautismo asistiéramos verdaderamente a una Nueva Creación.

 

¿Quién derrama esas aguas limpiadoras y refrescantes? Jesucristo, nuestro Salvador, nos hace entrega de esa Gracia salutífera, que nos asegura que somos los legítimos herederos de la Vida Eterna; esa seguridad recalcitrante es la Esperanza, una certeza basada en Dios (certeza teológica) que se fundamente en la convicción de Su Palabra.

 

Quizás nosotros hemos elaborado una concepción sacramental que limita la acción del sacramento al día en que este se recibe; pero, en realidad de verdad, el sacramento se desarrolla en todo momento después de su recepción, como se desenvuelve una semilla desde el día que es plantada. Lo que tenemos que trabajar es para darnos cuenta de este poder de los sacramentos que están en constante germinación en nuestra vida y en nuestro corazón, haciéndonos siempre nuevos, habitándonos, haciendo que nuestro pecho sea “morada” del Espíritu Santo.

 

En su primera argumentación, dentro de esta perícopa, nos pide estarles sujetos y obedecerles. También le pide que le recuerde a los miembros de la iglesia de Creta, que luchen contra las habladurías, empezando por ellos mismos, que no sean los primeros en estar hablando mal de los demás, que sean pacíficos -o sea que eviten ser picapleitos- y que en sus relaciones interpersonales muestren πραΰτητα [prautéta] “mansedumbre”, esta palabra indica en griego tres aspectos 1) moderación, 2) delicadeza 3) teologalidad; para nosotros sólo son teologales la fe, la esperanza y el amor, dentro de la cultura griega también estaban estas dos la moderación y la delicadeza propias de los dioses, el prefijo πρα señala esa génesis divina de esta virtud.

 

San Pablo descubre aquí, que antes, víctimas del pecado que brotaba de los placeres y deseos que los manejaban eran rebeldes e insensatos, lo que los llenaba de envidias, de maldad y de odio que inundaba todas sus relaciones. Partiendo de ese antes y contrastando con el modo de ser que ellos promueven como “modales” cristianos, Pablo convoca a esta “conversión”.


 

¿Cómo ha sucedido este cambio, que prácticamente es una fuerza “contracultural”? Sucedió así: Dios, nuestro Σωτῆρος [soteros] “salvador”, (una expresión característica de las Cartas Pastorales), por pura y gratuita Bondad para con el género humano, sin que tuviéramos mérito alguno, sino para mostrarnos su Misericordia Ilimitada, nos lavó y nos purificó. Así nos δικαιωθέντες “justificó”.

 

Justificar se puede entender como un certificado de calidad, en términos jurídicos, es decir, que cumple con los parámetros de idoneidad en la rectitud. Ya en otra parte hemos visto que la rectitud es el estándar de “ser correcto”, de “ser justo”, hoy día nosotros diríamos, de “ser santo”. El que gana este certificado, adquiere un blindaje que lo hace inexpugnable contra los poderes del Malo.

 

No se puede pasar a la ligera sobre esta obediencia debida a los gobernantes y a las instituciones “humanas”. El acatamiento supone la rectitud del gobernante y su procura del bienestar comunitario, general. Pero, no quedamos sustraídos del deber de oponernos a la injusticia y de negar nuestro apoyo al atropello, así como oponernos a todo lo que signifique pervertir la Voluntad que Dios nos ha expresado. Allí el verdadero cristiano ha de levantar su clamor profético, siempre que el poder se corrompa. Ser la voz de los sin voz.

 

Pero, tampoco se ha de entender esta denuncia como el compromiso de llegar a atentar contra la vida del opositor, so pretexto de hacer prevalecer nuestro punto de vista. Que muchas veces, y esto tiene que decirse, también ha sido manipulado al antojo del opresor. Las vías de la muerte y la toma de la justicia por nuestra mano, no es lo que el pueblo de Dios puede optar como solución, que no sería otra cosa que incurrir en lo mismo que se nos manda no caer, ni acatar, ni promover. Que no resultemos usando los mismos medios que propone y usa el Malo.

 

Esto implica coherencia, y la coherencia exige varios compromisos:

a)            No vivir repitiendo como dogma de fe de la Iglesia, lo que “se dice por ahí”. Sino poder dar razón de lo que ser cristiano, verdaderamente significa.

b)            Tener un conocimiento, el mejor posible, de las Escrituras.

c)            No confundir la obediencia con el servilismo. Practicando una imitación servil de los prejuicios que se pasean como “moda”. Andar poniéndose disfraces de “revolucionario” por pura imitación o por culto a la “personalidad” y dependencia de la “imagen”.

d)            Rehuir al consumismo, el hedonismo y el materialismo. Discernir entre placer y verdadera felicidad. (Atención que muchas veces nos falsifican la felicidad con el griterío paroxístico; esa falsificación no nos lleva a la felicidad sino al fanatismo).

e)            Cuidarnos de que nos manipulen con el miedo. Atemorizándonos -especialmente con guerras y desastres naturales- se ha construido una cultura carente de “perdón” y guiada exclusivamente por sentimientos de venganza y rencor. El verdadero amor va de la mano y prácticamente está condicionado por una consigna que en la Sagradas Escrituras es constante: ¡No tengáis miedo!

 

El hecho que, la perícopa trate estos temas, no puede hacer que olvidemos que su núcleo -como lo dijimos arriba- reside en el Poder Sacramental de Dios. Decimos que Jesucristo instituyó los Sacramentos, y que le dio a la Iglesia -su Vicaria- en una estructura prioritariamente Sacramental. Y luego, nosotros reducimos la eficacia Sacramental a eventos puntuales, que no tienen ninguna repercusión en nuestra existencia. Permítasenos ratificar que Jesucristo, nuestro Salvador, nos hace entrega de esa Gracia Salutífera, que nos asegura que somos los legítimos herederos de la Vida Eterna; esa seguridad recalcitrante es la Esperanza, una certeza basada en Dios (certeza teológica) que se fundamente en la convicción de vivir según y en Su Palabra. Esto hilvana fuertemente con la celebración Jubilar que se avecina y que vamos a tener, en la Iglesia, en el año de Gracia 2025, iniciando el 24 de diciembre de 2024, con el lema “Peregrinos de la Esperanza invitar a la esperanza en un mundo que enfrenta guerras, la pandemia del COVID-19 y el cambio climático.

 

No es solo esperanza como confianza de encontrar una olla de morrocotas de oro en el extremo del arco iris, sino saber que Dios nos va acompañando no sólo en el momento de la sacramentalización, sino en un permanente acto recreativo y regenerativo. Recorramos, remando con la oración, nuestro caminar en ese Océano de Esperanza al que nos dirigimos.

 

Sal 23(22), 1b-3a. 3b-4. 5. 6.

Tu Bondad y Tu Misericordia me acompañan

todos los días de mi vida.

Habitaré en la casa del Señor,

por años sin término

En este marco Pastoral, que nos brindan las Cartas Pastorales, nada mejor que leer un manual concentrado de Pastoralismo, y mirar en qué consiste el Pastoreo, así aprenderlo mirando hacia la propuesta Pastoral de Dios. Y es que el pastoralismo al que se refiere Dios, no es de “ovejas”, aun cuando haya sido esa la imagen que Dios mismo propuso como parábola referencial de esta misión.

 

Nos llama intensamente la atención que nos conduzca a un Banquete, donde estaremos sentados ¿frente a quién? ¡Frente de “mis enemigos”!

 

Allí, enfrentado a mis adversarios, recibo Unción y Cáliz. Sin duda, Unción y Cáliz me hablan de Sacramentalidad. Se alude, al bautismo, primera unción que recibimos en nuestra vida de fe y Cáliz aludiendo a la Eucaristía.

 

La Alianza es una palabra bonita, de la cual, por lo general, tomamos su connotación más positiva: ¡no estamos solos!¡Tenemos un Aliado! Pero, la mayor parte de las veces, despreciamos su denotación: Alianza siempre implica mancomunidad, o sea, que nos trae “responsabilidad”, “compromiso”, “reciprocidad”. La alianza no obliga sólo al Otro, nos llama a nosotros para asumirla, nos dice, a ti también te cabe tomar parte y corresponder.

 

No queramos ignorar que “habitar la Casa del Señor” nos obliga a actuar siempre como corresponsables. Este es un salmo del Huésped de Yahvé. El que vive en Su Casa, ha de obrar como un verdadero “familiar”.

 

Si nosotros nos asociamos con un Pastor, ¿cómo deberemos actuar nosotros, también? Nosotros al ser pastoreados, quedamos exentos de toda preocupación, ¿para acostarnos a dormir?

 

En realidad, al ser Sus aliados, nos compete ayudarle a cuidar parte de su rebaño, tenemos a nuestro cuidado alguna(s) de sus ovejas. Si pensamos que todo le toca a Dios, no somos co-responsables, somos “atenidos”, incurrimos en un amodorramiento cómodo. Nosotros idiomáticamente, solemos resumir ese estado con la palabra “recostado”.

 

Al remitir la Cartas Pastorales, el mensaje era precisamente el de cómo asumir el compromiso que conlleva la Alianza.

 

Contamos con toda clase de ventajas, Dios nos toma como los consentidos suyos. ¿Cuál es la gratitud esperable? ¡Nada me falta! Proclamamos en el Salmo, y sin embargo, vemos a tantos a los que les falta tanto y a veces, todo. ¿Qué manito le vamos a echar a Dios?

 

“Si, ¡hay una especie de “deber de ser feliz”! A condición de que esta felicidad se ponga en lo esencial y se quiera para todos.” (Noël Quesson)

 

Nuestra fe deposita una confianza enorme en nosotros. ¡Hemos de velar por el Honor de Su Nombre! Honramos su Nombre -Tres veces Santo- sí, y sólo sí, vamos por “el sendero justo” y no pretendemos ser sólo ovejas, sino, además, también “asistentes del Pastor”, pastorcitos que sólo hacemos lo poco que podemos, que es “lo que tenemos que hacer”. (Cfr. Lc 17,10). Tampoco se nos pide que obremos más allá de nuestras limitadas fuerzas. Pero ¡cuán fuertes somos, sí ponemos todas nuestras fuerzas al servicio del Aliado!

 

Si la Bondad y la Misericordia del Altísimo nos acompañan por doquier, ¿cómo podemos no dar frutos abundantes de la misma generosidad? Misericordiosos como el Padre (Cfr. Lc 6, 36).

 

Lc 17, 11-19

Los leprosos son los primeros en llamar a Dios por su nombre. Además de los leprosos, sólo el ciego y el malhechor en la cruz pronuncian su Nombre.

Silvano Fausti

En Lc 5, 12-16 se presenta el caso de un solo leproso, que se acerca y se postra ente Jesús para pedirle curación, Jesús lo toca e inmediatamente queda limpio. Hoy asistimos a la curación de la lepra, pero hay variantes:

a)    En este caso se trata de diez leprosos

b)    Se quedan lejos, guardan distancia y piden sanación desde lejos.

c)    No se trata de una ciudad sino de una aldea, en los límites de Galilea.

d)    No se curan de inmediato; los envía a presentarse ante los sacerdotes del Templo, y mientras van por el camino, quedan limpios.

e)    Uno de ellos que era Samaritano, se regresó para agradecerle.

 

Queremos llamar la atención por la palabra que usa el Samaritano para dirigirse a Jesús, le dice “Maestro”.


 

El resultado de la curación es, por no decir más, la gratitud. La pregunta que brota espontánea es ¿por qué los otros nueve no volvieron?

 

Estamos en el contexto de Jesús que trabaja en el magisterio para sus discípulos. Han tenido más que suficientes casos de encuentros con fariseos, escribas, doctores de la ley. Cabe con toda probabilidad decir que los otros nueve eran adeptos al fariseísmo. El fariseísmo, como también lo hemos podido constatar, era una manera de religión que creía que podía comprar tarjetas de “acceso directo a Dios”, pagaderas con la moneda de sus buenas obras, como ellos se visualizaban a sí mismos como los portadores de la “verdad” religiosa, piensan que Dios está comprometido con ellos, y “se la debían”.

 

Los samaritanos, que no son tan minuciosamente observantes, no tiene la misma concepción. Se ven “en proceso”, no dueños monopólicos de la meta. Los fariseos sienten que Dios verdaderamente, les sale a deber. Los samaritanos se perciben como siervos de Dios que les puede pedir, que los llama a ser partícipes, en todo caso, no se piensan “perfectos.

 

Mientras estaban enfermos, se les facilitaba a los diez reconocerse necesitados ante Jesús, por eso lo invocan: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! Entre sus proclamaciones, lo llamaron Maestro, que en griego es una palabra que enfatiza más una relación social de estar por encima de los demás. Lo llaman ἐπιστάτης que se suele traducir por “Maestro”, pero que en griego suena más como “patrón”, porque ella alude a la capacidad para tener “propiedad”.

 

Pero una vez alcanzan lo pedido, no vacilan en retomar su actitud prepotente, nada tenemos que agradecerle a Dios, ¡Dios nos la debía!


 

Lo que Jesús nos quiere mostrar es quien está más cercanos a la conversión. Y también, que, con determinada jerarquía, todos sucumbimos a la tentación de creernos “patrones” de Dios.

 

Es la tremenda diferencia entre los que creen “poseer” a Dios, y los que están empeñados en buscarlo.

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