viernes, 8 de noviembre de 2024

DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

 


Ez 47, 1-2. 8-9. 12

Me abandonaron a Mí, fuente de Agua Viva, y se cavaron aljibes agrietados que no retiene el agua.

Jr 2, 13

 

Nosotros nacemos gracias a las fuentes bautismales que brotan de la Pila Bautismal, es un agua que nos sana, nos trae vida, nos hace vitales, fructíferos, fértiles. De pecadores saca santos, nos injerta en el Árbol de la Vida, a la tierra más árida la vuelve fecunda, generosa, paradisiaca. Traemos a ella, niños que vienen manchados por nuestras tradiciones pecaminosas y el señor nos devuelve seres resplandecientes de plenitud, Promesa de permanencia de la Vida para la eternidad.

 

El agua de la Pila bautismal es la matriz donde se gesta la Vida de los creyentes y ella es fecundada por la Luz de Cristo, cuando introducimos el Cirio -Luz de Cristo- en sus Aguas para que nuestros hijos biológicos renazcan como hombres nuevos, recreados en la fe de la Comunidad Eclesial (Schökel et Gutierrez).

 

Este Manantial de Fecundidad anuncia la Presencia del Señor en medio de nosotros y nos avisa que nosotros somos las piedras vivas que constituyen el Templo. Todo lo que hay entes del Agua cada vez más profunda y cada vez más vital -en la profecía- es saneado. Y -de acuerdo con la profecía- sus árboles frutales no se secarán jamás y no pararan de frutecer, cargaran sus frutos en cada novilunio, y -esto sólo se puede explicar- porque los riegan las aguas que viene del Santuario.

 


La perícopa encierra un gran lirismo. El Templo es la fuente de donde brota un rio que a su paso se agiganta y va sembrando fertilidad, ubérrima y sanea las aguas del Mar Muerto, haciendo dulces las aguas salobres. Se trata de un simbolismo del fruto espiritual que ha recibido la iglesia a su cargo.

 

El último día de la fiesta, que era el más solemne, Jesús, puesto en pie, exclamó con voz potente: «El que tenga sed, que venga a mí, y que beba el que cree en mí. Lo dice la Escritura: De él saldrán ríos de agua viva.»

Decía esto Jesús refiriéndose al Espíritu Santo que recibirían los que creyeran en él. Todavía no se comunicaba el Espíritu, porque Jesús aún no había entrado en su gloria. (Jn 7, 37-39)

 

Esta profecía se refiera a Él que es Quien sanea todo lo salobre y a lo mortal lo arranca de las manos matarifes para hacerlo vitalidad. Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (Cfr. Mt 16,18)

 

Sal 46(45), 2-3. 5-6. 8-9

Este salmo es un himno, pero un himno muy específico, cantar a Sion, la elección que Dios mismo hizo de esta ubicación para ser el lugar del enclave de Jerusalén. Se celebraba en la Fiesta de las “Enramadas”, de las “Cabañas”, de las “Chozas”, en la fiesta de Sucot (cabañas construidas con madera y hojas de palma). Se consagró uno de los días para celebrar la elección del Lugar Sagrado donde se edificaría el Templo de Salomón consagrando la centralidad de esta ciudad.

 


Para el Salmo responsorial -la perícopa de hoy- hemos separado 6 versos, de los 11 que lo conforman.  Este salmo tiene su estribillo propio que contiene una declaración esencial: עִמָּ֑נוּ [In-manu] El Señor está con nosotros, está con sus huestes. Y por tres veces se repite esta aclamación. Es pues el salmo de “Dios con nosotros”.

 

Sin embargo, nosotros como responsorio tenemos hoy: “El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su Morada”. Muy acorde con la festividad que celebramos de la Basílica Madre de San Juan de Letrán; y que empalma excelentemente con la profecía de Ezequiel.


 

Tratemos de desgranar las tres estrofas para intensificar su comprensión:

1ª estrofa. Estamos libres del temor, ni los terremotos ni los aludes nos atemorizan porque el Señor Dios es nuestro refugio y -a la vez- nuestra fuerza.

 

2ª estrofa. Dios consagra de Jerusalén el Templo, y cada Templo como su Morada en todo el Orbe; las fuentes de aguas vivas son gorjeo y tintineo de campanitas dichosas, son eco de voces angelicales pletóricas de dicha.

 

3ª estrofa: Dios es nuestro Alcázar, el Dios de las Huestes Triunfales nuestro continuo acompañante y defensor, suban a Jerusalén a ver Sus Maravillas: ¡Pon fin a la Guerra! ¡Te imploramos!

 

Jn 2, 13-22

Exactamente después del “signo” efectuado en las Bodas de Caná, se anuncia la proximidad de la Pascua, la Pascua tiene un gigantesco significado, celebra la “liberación de la esclavitud”, “la salida de Egipto”, donde estaban condenados a cocinar los adobes para sus construcciones. Hay dos polaridades en el culto: hay un culto vacío, donde domina lo ritual y esa ritualidad reducida a exterioridad; hay otro tipo de culto, donde lo esencial es la Presencia: En la ritualidad externalista lo que predominan son las cosas: monedas, mesas, canastas, jaulas de palomas, donde -y este es su rasgo característico- “el corazón está lejos del Señor”; ¿Qué dice el Señor ante todo esto? “¡Quiten esto de aquí!”.

 


Jesús no les dice algo que puedan entender, por lo general el “ritualismo” al endurecer el corazón empieza su infección atacando el oído y la comprensión, nos vuelve incapaces para la “escucha”, cuando no escuchamos, no podemos “amar a Dios por encima de todas las cosas”; por eso es que el endurecimiento del corazón inicia con la “sordera”. ¿Han visto?  Empiezan a leer la Palabra e, inmediatamente nos empieza una “incomprensión aguda”, las palabras suenan por allá, como en otro planeta y a nosotros nos llegan unos sonidos que parece lenguaje de “marcianos”. El Señor dice: “Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré”.

 

Para los oídos endurecidos esto no puede ser sino una gran tontería: “Cuarenta y seis años ha costado construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres días”. Qué quiere decir, que donde quiera que esté Jesús, está su Templo, y donde está Jesús, donde se celebra la Eucaristía, está su Presencia. No es un “signo”, está realmente Presente, lo cual se condensa en la fórmula “Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad”, Presente, vivo, Sanador. Por eso decimos que el culto Eucarístico es ahora el Culto Perfecto, porque Él está allí, Realmente-Presente. Un culto en Agua y en Espíritu.

 

Cuando Jesús blande el látigo, sólo les está rememorando su experiencia de esclavitud, porque hacer del Templo un mercado es recaer en la “idolatría”, el templo ha dejado de ser la Santa Morada para convertirse en la Bolsa de Valores- el epítome de la cultura mercantil, es honrar al dios Mammon (en arameo “deidad de la avaricia”. La Pascua es de Dios, aquí, en el verso 13, se define como “Pascua de los Judíos”. Es corromper la fe. Jesús, el Verdadero Templo, dará su Carne y su Sangre para donarnos un Templo Purificado. Su sacrificio vuelve los valores a su sitio correspondiente. Sacó del Templo las ideologías extrañas para que volvamos a honrar los Valores que nos dignifican como hijos en el Hijo.


 

Siempre tenemos que estar alertas: las realidades buenas y santas se pervierten convirtiéndolos en piezas de “poder”. A las mesas de cambio llegaban las monedas “impuras”, tenían impresas en su cara, animales dioses y gobernantes paganos. Al cambiarlas por las monedas acuñadas por el propio Templo, las autoridades teocráticas allegaban a su bolsa las ganancias. El culto se ve degradado a meretricio.

 

«La expulsión de los comerciantes nos enseña que la mansedumbre enseñada por Jesús no tiene nada en común con el miedo. Es la violencia del amor (“el celo de tu casa” Jn 2,17) el que conduce a Jesús a poner su vida en peligro: ese celo lo devorará.»

 

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