Ez
47, 1-2. 8-9. 12
Me abandonaron a Mí, fuente
de Agua Viva, y se cavaron aljibes agrietados que no retiene el agua.
Jr 2, 13
Nosotros
nacemos gracias a las fuentes bautismales que brotan de la Pila Bautismal, es
un agua que nos sana, nos trae vida, nos hace vitales, fructíferos, fértiles.
De pecadores saca santos, nos injerta en el Árbol de la Vida, a la tierra más
árida la vuelve fecunda, generosa, paradisiaca. Traemos a ella, niños que
vienen manchados por nuestras tradiciones pecaminosas y el señor nos devuelve
seres resplandecientes de plenitud, Promesa de permanencia de la Vida para la
eternidad.
El
agua de la Pila bautismal es la matriz donde se gesta la Vida de los creyentes
y ella es fecundada por la Luz de Cristo, cuando introducimos el Cirio -Luz de
Cristo- en sus Aguas para que nuestros hijos biológicos renazcan como hombres
nuevos, recreados en la fe de la Comunidad Eclesial (Schökel et Gutierrez).
Este
Manantial de Fecundidad anuncia la Presencia del Señor en medio de nosotros y
nos avisa que nosotros somos las piedras vivas que constituyen el Templo. Todo
lo que hay entes del Agua cada vez más profunda y cada vez más vital -en la
profecía- es saneado. Y -de acuerdo con la profecía- sus árboles frutales no se
secarán jamás y no pararan de frutecer, cargaran sus frutos en cada novilunio,
y -esto sólo se puede explicar- porque los riegan las aguas que viene del
Santuario.
La
perícopa encierra un gran lirismo. El Templo es la fuente de donde brota un rio
que a su paso se agiganta y va sembrando fertilidad, ubérrima y sanea las aguas
del Mar Muerto, haciendo dulces las aguas salobres. Se trata de un simbolismo
del fruto espiritual que ha recibido la iglesia a su cargo.
El último día de la fiesta, que era el más solemne,
Jesús, puesto en pie, exclamó con voz potente: «El que tenga sed, que venga a
mí, y que beba el que cree en mí. Lo dice la Escritura: De él saldrán ríos de
agua viva.»
Decía esto Jesús refiriéndose al Espíritu Santo que
recibirían los que creyeran en él. Todavía no se comunicaba el Espíritu, porque
Jesús aún no había entrado en su gloria. (Jn 7, 37-39)
Esta
profecía se refiera a Él que es Quien sanea todo lo salobre y a lo mortal lo
arranca de las manos matarifes para hacerlo vitalidad. Y las puertas del Hades
no prevalecerán contra ella. (Cfr. Mt 16,18)
Sal
46(45), 2-3. 5-6. 8-9
Este
salmo es un himno, pero un himno muy específico, cantar a Sion, la elección que
Dios mismo hizo de esta ubicación para ser el lugar del enclave de Jerusalén.
Se celebraba en la Fiesta de las “Enramadas”, de las “Cabañas”, de las
“Chozas”, en la fiesta de Sucot (cabañas construidas con madera y hojas de
palma). Se consagró uno de los días para celebrar la elección del Lugar Sagrado
donde se edificaría el Templo de Salomón consagrando la centralidad de esta
ciudad.
Para
el Salmo responsorial -la perícopa de hoy- hemos separado 6 versos, de los 11
que lo conforman. Este salmo tiene su
estribillo propio que contiene una declaración esencial: עִמָּ֑נוּ
[In-manu] El Señor está con nosotros, está con sus huestes. Y por tres veces se
repite esta aclamación. Es pues el salmo de “Dios con nosotros”.
Sin
embargo, nosotros como responsorio tenemos hoy: “El correr de las acequias
alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su Morada”. Muy acorde con la
festividad que celebramos de la Basílica Madre de San Juan de Letrán; y que
empalma excelentemente con la profecía de Ezequiel.
Tratemos
de desgranar las tres estrofas para intensificar su comprensión:
1ª
estrofa. Estamos libres del temor, ni los terremotos ni los aludes nos
atemorizan porque el Señor Dios es nuestro refugio y -a la vez- nuestra fuerza.
2ª
estrofa. Dios consagra de Jerusalén el Templo, y cada Templo como su Morada en
todo el Orbe; las fuentes de aguas vivas son gorjeo y tintineo de campanitas
dichosas, son eco de voces angelicales pletóricas de dicha.
3ª
estrofa: Dios es nuestro Alcázar, el Dios de las Huestes Triunfales nuestro
continuo acompañante y defensor, suban a Jerusalén a ver Sus Maravillas: ¡Pon
fin a la Guerra! ¡Te imploramos!
Jn
2, 13-22
Exactamente
después del “signo” efectuado en las Bodas de Caná, se anuncia la proximidad de
la Pascua, la Pascua tiene un gigantesco significado, celebra la “liberación de
la esclavitud”, “la salida de Egipto”, donde estaban condenados a cocinar los
adobes para sus construcciones. Hay dos polaridades en el culto: hay un culto
vacío, donde domina lo ritual y esa ritualidad reducida a exterioridad; hay
otro tipo de culto, donde lo esencial es la Presencia: En la ritualidad
externalista lo que predominan son las cosas: monedas, mesas, canastas, jaulas
de palomas, donde -y este es su rasgo característico- “el corazón está lejos
del Señor”; ¿Qué dice el Señor ante todo esto? “¡Quiten esto de aquí!”.
Jesús
no les dice algo que puedan entender, por lo general el “ritualismo” al
endurecer el corazón empieza su infección atacando el oído y la comprensión,
nos vuelve incapaces para la “escucha”, cuando no escuchamos, no podemos “amar
a Dios por encima de todas las cosas”; por eso es que el endurecimiento del
corazón inicia con la “sordera”. ¿Han visto?
Empiezan a leer la Palabra e, inmediatamente nos empieza una
“incomprensión aguda”, las palabras suenan por allá, como en otro planeta y a
nosotros nos llegan unos sonidos que parece lenguaje de “marcianos”. El Señor
dice: “Destruyan este Templo y en tres días lo levantaré”.
Para
los oídos endurecidos esto no puede ser sino una gran tontería: “Cuarenta y
seis años ha costado construir este Templo, ¿y Tú lo vas a levantar en tres
días”. Qué quiere decir, que donde quiera que esté Jesús, está su Templo, y
donde está Jesús, donde se celebra la Eucaristía, está su Presencia. No es un
“signo”, está realmente Presente, lo cual se condensa en la fórmula “Su Cuerpo,
Su Sangre, Su Alma y Su Divinidad”, Presente, vivo, Sanador. Por eso decimos
que el culto Eucarístico es ahora el Culto Perfecto, porque Él está allí,
Realmente-Presente. Un culto en Agua y en Espíritu.
Cuando
Jesús blande el látigo, sólo les está rememorando su experiencia de esclavitud,
porque hacer del Templo un mercado es recaer en la “idolatría”, el templo ha
dejado de ser la Santa Morada para convertirse en la Bolsa de Valores- el
epítome de la cultura mercantil, es honrar al dios Mammon (en arameo “deidad de
la avaricia”. La Pascua es de Dios, aquí, en el verso 13, se define como
“Pascua de los Judíos”. Es corromper la fe. Jesús, el Verdadero Templo, dará su
Carne y su Sangre para donarnos un Templo Purificado. Su sacrificio vuelve los
valores a su sitio correspondiente. Sacó del Templo las ideologías extrañas
para que volvamos a honrar los Valores que nos dignifican como hijos en el
Hijo.
Siempre
tenemos que estar alertas: las realidades buenas y santas se pervierten
convirtiéndolos en piezas de “poder”. A las mesas de cambio llegaban las
monedas “impuras”, tenían impresas en su cara, animales dioses y gobernantes
paganos. Al cambiarlas por las monedas acuñadas por el propio Templo, las
autoridades teocráticas allegaban a su bolsa las ganancias. El culto se ve
degradado a meretricio.
«La
expulsión de los comerciantes nos enseña que la mansedumbre enseñada por Jesús
no tiene nada en común con el miedo. Es la violencia del amor (“el celo de tu
casa” Jn 2,17) el que conduce a Jesús a poner su vida en peligro: ese celo lo
devorará.»
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