viernes, 6 de octubre de 2023

Viernes de la Vigésimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario



Bar 1, 15-22

El Libro de Baruch no lo encontraremos en las Biblias Judías (Tanaj), y-en consecuencia- no está en las Biblias Protestantes. Pertenece al Segundo canon (Deuterocanónica) o, como dirán ellos, se trata de un Libro apócrifo: Se dice que fue escrito en hebreo, pero no se tiene ningún ejemplar y lo que hemos conservado es gracias a ejemplares en griego.

 

Se atribuye al secretario de Jeremías, quien habría trascrito su profecía y sus datos biográficos.  El inicio de este Libro -en la introducción (1, 1-14) se nos informa que fue escrito en Babilonia, y, que su autor la remitió a Jerusalén para que la leyeran.

 

La perícopa de hoy es una plegaria que llamamos de los “Exiliados”. En este aparte se nos da una datación: en el día siete del mes, del año quinto cuando los caldeos tomaron a Jerusalén y la incendiaron. Lo que traducido a nuestra cronología significaría el quinto mes del año 585 a.C.

 

Una actitud muy frecuente es buscar culpables y ubicar a quien podemos transferirle la responsabilidad. Un chivo expiatorio suele ser el Mismísimo Dios: Dios mío ¿por qué nos haces esto? ¿por qué, ahora, que tanto necesitamos de Ti, nos das la espalda? ¡Nosotros que hemos sido tan buenos, no nos merecemos esto! ¿Señor, estás dormido, que no te das cuenta lo que estamos sufriendo? Bueno, y así sucesivamente.

 

Baruch, en su plegaria, y en general, en su profecía, llama al pueblo a responsabilizarse por su infidelidad, por haber incurrido en idolatría y las muestra que las calamidades que los han afligido -lejos de podérselas achacar a Dios, son consecuencia de su descuido y su quebrantamiento de la Alianza. Han sido el pueblo infiel el que ha dado la espalda a la Santa Ley, y ha quebrantado los Mandamientos. Hicieron oídos sordos a sus profetas, haciendo todo cuánto reprueba el Señor.

 

Sal 79(78), 1b-2. 3-5. 8. 9

Nos encontramos con una súplica: Este es un salmo de ese género. El Salmista ruega por Jerusalén, invadida, atropellada, profanada, demolida. Le pide a Dios que mire en dirección a los cadáveres de las víctimas que han caído en Jerusalén -pero desplaza la responsabilidad hacia los padres, o sea que el salmista hace ver que ¡Todo es culpa de los antepasados! -y apremia a Dios que a esta generación la socorra, y aplaque su ira.

 

Una vez más, nos hallamos ante este mecanismo evasivo, así sea para implorar socorro, nada es por causa nuestra y ese es el efugio, como hay otros tantos: por ejemplo, que nuestros pecados son minúsculos, que hemos cometido insignificancias, o que las faltas son ajenas, y exhibimos la pecaminosidad ajena maximizándola -hasta convertirla en una viga- y minusculizamos la propia, porque no es más que una diminuta esquirla. Aún hay otra estrategia: exhibir nuestra “gigantesca santidad”, en ninguna parte hallareis cosa parecida. ¡Los arcángeles! Ridículos matachines a nuestro lado, ¡Vamos a creer un instituto para darles clases de verdadera virtud! La única duda que nos asalta es si serán capaces de aprovechar, recuerden ustedes que “loro viejo no aprende a hablar".

 

Somos Templos (del Espíritu), pero si no despertamos, nos dejaremos profanar. Sobreviven demasiados incendiarios de Templos y profanadores de Iglesias; el Maligno ha sido derrotado, pero se revuelca y convulsiona enfurecido, con sus coletazos agónicos, todavía quiere causar todo el mal que le sea posible.

 

“Socórrenos, Dios, salvador nuestro, por el honor de tu Nombre; líbranos y perdona nuestros pecados….

 

Obra para que se note que no hemos merecido nada, que todo es por razón de tu Dulzura Misericordiosa, nosotros -los pecadores, perdonados por tu Infinita Bondad, lo que haremos será ensalzarte: ¡Contaremos tus alabanzas por los siglos! La mayor de ellas, ¡Tu Gratuidad!

 

Lc 10, 13-16

… el mismo Señor invita de nuevo a todos los laicos, por medio de este Santo Concilio, a que se unan cada vez más estrechamente, y sintiendo sus cosas como propias (Cf. Fil., 2,5), se asocien a su misión salvadora. De nuevo los envía a toda ciudad y lugar adonde Él ha de ir (Cf. Lc., 10,1), para que con las diversas formas y modos del único apostolado de la Iglesia ellos se le ofrezcan como cooperadores aptos siempre para las nuevas necesidades de los tiempos, abundando siempre en la obra de Dios, teniendo presente que su trabajo no es vano delante del Señor (Cf. 1 Cor., 15,58).

Apostolicam actuositatem

Pablo VI

 



Tal vez -para leer este Evangelio lucano de hoy-, lo primero a tomar en cuenta es que no se refiere a los Obispos, los Sacerdotes y/o l@s Consgrad@s. Con frecuencia, al terminar la lectura, salimos convencidos de que “esto no era conmigo”, que “esto se refiere a los curitas”, son ellos -decimos- los enviados y mandados a llevar la Palabra, a anunciar el “Mensaje”. Y, resulta que no, todo bautizado, todo iniciado en el cristianismo, tiene que verse como un discípulo-misionero.

Qué delegación tan hermosa es la Misión que el Señor nos ha entregado: Y, Él nos infunde su “autoridad”, es una trasferencia, una comunicación de mando, porque nos ha encargado la edificación del Reino, nos ha legado todos los instrumentos, nos ha heredado todas las pautas, hoy, nos trasmite su identidad, para que podamos transparentarlo. Escuchémoslo una vez más, y al oírlo recordemos que es la voz de Jesús quien lo pronuncia: “Quien a ustedes escucha, a mí me escucha; y, quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”.

Tengamos cuidado, hay que escuchar esta frase con éxtasis, pero, sin llegarnos a embriagar. Los que rechacen la enseñanza del Señor -aquí está claramente dicho que no es nuestra enseñanza, así que cuidémonos de tergiversarla- en vez de “escalar al cielo, bajarán al abismo.

Pedimos su autorización y su paciencia para decir una palabra más: frente al riesgo de la tergiversación, hay que tener cuidado de

a)    Haber “escuchado” con suma atención.

b)    Haber entendido bien.

c)    Dejarnos mover por el Santo Espíritu.

d)    Proceder con sincero celo evangélico

Hay -por ahí- quienes nos dicen, es que es tan difícil de entender y de estar seguros; ¡no desmayéis! el Señor ha soplado sobre nosotros su Espíritu, si obramos con sincero Espíritu Eclesial, con la Voluntad honesta de construir el Reino, estaremos libres de riesgo y saldremos airosos de las tergiversaciones.

Prácticamente el único peligro es la borrachera de “autoridad”. Nosotros debemos proponer con claridad; pero con ¡claridad amorosa! Muy respetuosamente, y luego de ofertar con toda la precisión que nos sea posible, quedémonos tranquilos, que el Señor obrará con el Verdadero Poder: el Poder de su Gracia.

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