martes, 17 de octubre de 2023

Martes de la Vigésimo Octava Semana del Tiempo Ordinario



Rm 1, 16-25

Nosotros vivimos en un país donde es bastante bien aceptado el católico, hay una que otra situación, pero en general, podemos hablar de una libertad de culto bastante bien aplicada. Hay un rechazo tácito por parte de algunas personas, pero esto se refiere, más bien, a cierta pereza para entrar en los Sacramentos de nuestra Iglesia, que no a una situación de persecución.

 

Es curioso contrastar con la situación de hace algunos años cuando todos -o casi todos- querían bautizar a sus hijos cuanto antes, acompañarlos muy estrechamente en el proceso de recibir por la Primera Vez la Eucaristía y cuando jovencitas y jóvenes incluían en sus proyectos de vida el matrimonio sacramental o la vida consagrada.

 

Si ha cambiado en algo la situación, hay una pieza de comparación verdaderamente patética en los países donde la población católica es minoritaria, o donde se dan casos de flagrante persecución, profanación de Templos y atentados contra la vida de los fieles. Allí, la valentía para sostener la fe en medio del acoso, está en la zona limítrofe con el heroísmo que -muchas veces- es galardonado con el martirio.

 

Pablo vivió y trabajó su misión en un ambiente donde la fe no era conocida, se estaban sembrando -hasta ahora- las primeras semillas, y la persecución asociada con torturas, prisión, destierro y muerte era frecuente y se podía encontrar a cada paso. Cuantas veces tuvo que huir y salvó su vida, a duras penas, porque almas caritativas, en muchos casos -recién convertidos-  lo ocultaron y lo secundaron en su escapatoria. ¡Su vida toco el final, con el acerado borde de la espada aplicado a su cuello!

 

Hoy inicia la perícopa subrayando que no se avergüenza de su fe. Su fe la define como seguimiento del Evangelio, y el Evangelio lo demarca como “fuerza de Dios para la Salvación”. Aún ofrece otro lema para retratarnos en que consiste su discipulado: La revelación, la manifestación de la Justicia Divina. Remata, llevándonos a la cúspide, indicando que el justo no vive por nada más que por su fe. La fe es su boleto incuestionable en el tren que se dirige a la Vida Eterna.

 

Hilvana perfectamente, la siguiente temática, ¿se queda Dios impávido e indiferente ante la injusticia que se comete contra los fieles? No, por el contrario, Dios es lento a la cólera y rico en clemencia, pero aquí aparece uno de los motivos que puede llevar a cambiar el corazón de Ese-Tan-Misericordioso. Leemos entre líneas: ¡quieren ver a Dios airado? Pues, si quieren ver algo que verdaderamente os haga temblar, ahí está, bastará cometer cualquier impiedad, cualquier injusticia contra sus hijos, el enunciado que nos entrega Pablo, nos deja entender que no sólo se enoja porque ataquen a sus fieles, no -aquí viene un retazo de catolicidad: todos los seres humanos los tiene por hijos. ¡quien atropellare a uno de estos, mis pequeños, me atropella a Mi” (Cfr. Mt 25, 40)

 

Se toca luego un punto de la mayor importancia para entender nuestra fe. Se habla de una capacidad, de una inteligencia que se ha incorporado al ser humano, siendo evidente a los sentidos con sólo contemplar la Creación. Sin embargo, “alardeando de sabios”, hemos preferido hacernos los de la “vista gorda”, escamotear la comprensión y ensamblar pretextos, y argumentos alambicados que nieguen la Verdad que salta a la vista.

 

Por preferir esa ruta de ignorancia y engaño, hemos caído en la idolatría y hemos preferido adorar lo material, porque perceptible a los sentidos.  ¡Toda nuestra “incredulidad” se basa sobre la sensibilidad, haciendo caso omiso de la “inteligencia”! ¿A dónde hemos ido a parar? A la idolatría. Por despreciar nuestra sensibilidad teologal, nos hemos estrellado contra el fondo del desfiladero.

 

Sal 19(18), 2-3. 4-5b

Acercarse a los salmos entraña una aproximación cariñosa y sensible a la herencia judaica que contiene el catolicismo. Muchas veces hemos practicado un antisemitismo y hemos incurrido en un discurso que ignora que

a)    Jesús, María y José eran judíos.

b)    Jesús nunca declaró un alejamiento o ruptura con el judaísmo, lo que hizo fue cuestionar algunos enfoques -principalmente los del fariseísmo- pero siempre siguió yendo al Templo y nunca les dijo a sus Discípulos que se alejaran de él.

c)    Muchas de las actividades del naciente cristianismo giraron en torno a las Sinagogas, y ellas sirvieron como focos de proclamación kerigmática, de hecho, en muchas partes, las comunidades nacieron allí.

d)    Las primerísimas comunidades eran mayoritariamente judías, más adelante se injertaron los paganos, pero, eso fue definitivamente posterior.

e)    Se ha pintado la Conversión de San Pablo como una ruptura con su pasado judío, pero él mismo, también siguió usando las sinagogas como ejes para su predicación.

 

Nosotros, por la Enseñanza de Jesús, somos reacios al “leguleyismo” que tocó a los fariseos, pero, continuamos su tradición, sólo que limitándola a los “10 Mandamientos”, mientras para ellos fue esencial, la atención a la Torah entera.

 

Nadie quiere esconder las diferencias de hoy, pero -lo que nos proponemos- sencillamente, es reconocer que nuestra aproximación a los Salmos, siempre dependerá de una más clara e imparcial intelección de las raíces de nuestra fe.

 

El Salmo de hoy quiere hacernos ver como la Naturaleza nos habla y nos muestra a los gritos las Huellas de las Manos Creadoras. Nos alerta este salmo que hay que saber ver con los ojos del corazón y hay que saber oír con los oídos del alma. Nos alerta que, si honestamente queremos saber de Dios, hay que aprender este Nuevo Lenguaje que tanto hemos descuidado y -a la vez- evitado aprender.

 

Lc 11, 37-41



Sin llegar a caer en polarizaciones simplistas e ingenuas, uno podría empezar un análisis sectorizando dos polos: los que cuidan, velan y se desvelan por la exterioridad, y el otro bando, muestra una atención importante sobre lo interior.

 

Consideramos que siempre se da una mixtura entre las dos posiciones extremas, y -pensamos- que la denuncia que Jesús hace el día de hoy, en este Evangelio mateano, apunta en la dirección del extremismo exteriorista.

 

A los rituales de limpieza Jesús contrapone la caridad. Hacer obras de caridad se registra en el Libro de la Vida; la higiene exagerada, que no tiene un tinte verdaderamente profiláctico, -es puro rito por la pura fascinación hacia el ritualismo- no es religioso, es decir, no acerca a Dios. Es realmente empobrecedor de la fe, cuando la religión se queda restringida a los actos rituales. Si bien es cierto, existe -dentro de nuestra cultura- un claro afán ritualista: Besar una imagen, llevar el escapulario como si este fuera un amuleto, coleccionar objetos religiosos, hacer novenas, y -lo más deformante- cualquiera de estas actitudes ejercida con un ánimo mercantil: es un “negocio” con Dios, lo hago para que Dios quede obligado a complacerme. Creemos -con todo respeto- que este enfoque debe corregirse, para darle paso a una fe y a un culto más cercano a la propuesta cristiana.

Pero, de otra parte, debemos ser muy cuidadosos con la apariencia, no sabemos en realidad cual es la situación en el corazón de cada persona que hace o deja de hacer: está -por ejemplo- el que no se arrodilla, cuando la liturgia lo prescribe, pero ignoramos que la salud de sus rodillas no se lo permite. Lo decimos, sólo a guisa de ejemplo, porque hay cientos de situaciones en donde ignoramos lo que está detrás y lo que el corazón sabe, que el “observador”, por el contrario, ignora.

Podríamos generalizar diciendo que cada quien tiene su propia consciencia y – esta “norma” de privilegiar la interioridad, sólo la puede juzgar cada quien desde su propio fuero. En todo caso, Jesús dejó claramente sentado que, después que el corazón esté limpio, lo externo y lo ritual, pasan a un plano insignificante.

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