jueves, 26 de octubre de 2023

Jueves de la Vigésimo Novena Semana del Tiempo Ordinario



Rm 6, 19-23

Ya hemos señalado algo que es medular a nuestra comprensión de la fe: el don no puede recibirse con la mentalidad de una “paga”, sólo es “don” cuando se da, gratuitamente; lo que se recibe gratuitamente es lo que desinteresadamente se ha regalado. Es decir, no podemos tratar de “comprar” la vida eterna. Este principio es duro de asimilar en el seno de una sociedad que ve todo a través de la lente “comercial”. ¿Cuántas veces nos descubrimos -inclusive a nosotros mismos- tratando de “comprarle a Dios un Don, con Novenas, con Rosarios, etc.? ¿Cuántas veces no planteamos a Dios un “canje” para obtener cierto resultado, proponemos “permutarlo” por una peregrinación”?

 

¿Quiere decir que no hay que ofrecer Rosarios, hacer novenas y peregrinar? ¡Claro que sí! ¡Estas son devociones maravillosas! Pero, no se pueden plantear como recursos para maniatar a Dios, para obligarlo, para suprimir su Libertad. Nuestra actitud ante el Señor demanda que tengamos en el proscenio de nuestro corazón, la clara consciencia de que ¡Dios es Libérrimo! Ante todo, decir “que se haga Su Santísima Voluntad”. De esta manera, nuestras súplicas al Cielo quedan proporcionadamente bien planteadas.

 

¿Queremos salir de compras? Pues, San Pablo nos explica que hay algo que sí se puede comprar, es la muerte. Solo hay que hacer un adecuado cambio de divisas, en una casa de cambio, cambiar el dinero por pecado, con pecado se puede comprar-pagar la muerte. (No la muerte biológica, sino la muerte de nuestra vida-espiritual).

 

Un corolario que se desprende de esto, sería: Si Dios es libérrimo, y nosotros somos hijos de Dios, sus criaturas, debemos esforzarnos por alcanzar ser, según su imagen-y-semejanza, también “tan libres como nuestra condición humana lo permita”.

 

Hay una excepción, podemos esclavizarnos de la libertad. Es sólo una paradoja para hacer resaltar, hasta qué punto, para ser hijos de Dios, requerimos la condición de no-ser-esclavos. Por eso nos sacó de Egipto, por eso nos trajo de Babilonia, por eso va -con Su Poderoso Brazo- deshaciendo todas las diásporas que nos desintegran: Para vencer la disgregación nos convoca a ser Iglesia, y como Iglesia, a caminar en sinodalidad.

 

Sal 1, 1-2. 3.4 y 6

Perenne / Caduco

¿Qué quiere decir “sólo podemos ser esclavos de la libertad”? Quiere decir, y este Salmo de hoy nos contesta: “No pactar con los impíos”. No que no podamos hablar con ellos, lo que no se puede es cohonestar con su “impiedad”.

 

En música nos damos cuenta que el pentagrama abre con la clave. La clave nos indica cómo debemos leer las líneas y los espacios, las notas que se han dispuesto en el pentagrama. Aquí pasa otro tanto: el primer Salmo del salterio, parece ser la clave para decodificar los demás. También podemos compararlo con el computador y decir que, si ignoramos el “password” nos estará bloqueado el acceso.

 

El Salmo 1 es un Salmo de la Alianza. Y eso es muy claro, toda nuestra relación con Dios está especificada por este signo: el signo de la Alianza. Ahora bien, la Alianza podría compendiarse en el lema: “Yo será su Dios y ustedes serán mi pueblo”. Los que saben de música, dicen que los dos puntos que van después de la clave, definen cuál es la línea que se llama fa o que se llama sol, o se llama do. Para nosotros, los dos puntos son la primera palabra del salmo. אַ֥שְֽׁרֵי־ [ash-re] “Bienaventurado”, “Dichoso”, lo interpretamos como: “con lo que se dice a continuación, sabrán ustedes cual es la manera de coger el Cielo a dos manos”. Ya habíamos mencionado -en otro momento- que este salmo-clave tiene tres facetas: el “justo”, el “impío”, “Dios respecto del uno y del otro”.

 

Lo que viene de Dios es “gratuito” (por favor, no vayamos a mal interpretar, lo que viene con una idea de pago-contra-entrega); se supone, por ejemplo, que, si a uno le regalan un suéter, es para que lo use, y para que lo use como suéter, y no como bloqueo para tapar un espacio de la ventana -pongamos por caso, o como cama para el gato-otro caso. Así, si Dios nos da la bienaventuranza de saber cómo mantener una sana relación con Él que redunde en felicidad y dicha, seguro que Él espera que hagamos caso de no pactar con el impío. ¿Nos damos a entender?

 

Leyendo un poco entre línea, encontramos en el salmo la palpable intranquilidad del impío, su desvelo constante por acrecentar su impiedad, se alcanza a traslucir ese afán, semejante al del drogadicto, que anhela desesperadamente la siguiente dosis. Cuál es el perfil del “justo”, no es un cínico, ni un “estoico”, es una persona rodeada de tranquilidad, (ojo no es un indiferente), pero ante toda situación encontrará un espacio de serenidad.

 

El salmo no entra a devanar los altibajos en la vida de cada uno justo/impío, pero eso sí: revela el desenlace que tendrá cada cual. Para el justo, está siempre el amparo fiel de Dios, para el impío, la cosa acaba mal. Sin darle más vueltas.

 

La imperturbabilidad del “justo” se sintetiza en la cercanía de la acequia, que le garantiza tener siempre su follaje reverdecido y cargar frutos generosos en cada estación. Esta acequia es la Ley del Señor, no para tenerla por ahí, como contrapeso para que sus hojas no salgan a volar, sino para usarla como sustancia fundamental de su meditación, porque -aun cuando ustedes no lo crean-, los árboles plantados al borde de la acequia “meditan”, llenan todo su tiempo acariciando -cómo linfa nutricia- la Palabra de Dios. Así atesoran en su tronco y tallos, la תּוֹרָה [Torah] “Ley”.

 

Lc 12, 49-53



Nos gusta tener a Jesús, sentadito, muy juicioso, bien peinado, bien hablado; o, por el contrario, nos incomoda cuando se sale del libreto y resulta hablando con prostitutas o dejándose enjugar los pies con el cabello de una desconocida. En ciertos episodios de su vida, -como el de hoy- hay quienes procuran sacar provecho del cuadro presentado para, por ejemplo, argumentar y desfigurar el Mensaje de Jesús, este es un manoseo.

 

En verdad, no debería desconcertarnos tanto el fuego que él ha venido a prender en la tierra; ya cuando se le Presentó a Moisés era “un fuego que ardía sin consumir la zarza”; cuando guiaba al pueblo escogido de noche, en su travesía por el desierto, era una Columna de Fuego; cuando los dos de Emaús lo encontraron -sin poderlo reconocer- de todas maneras sentían, al escuchar sus explicaciones de las Escrituras, que era como un fuego que les ardía en el corazón; y, cuando se volcó sobre los Discípulos a los cincuenta días de su Resurrección, era como Lenguas de Fuego. ¡Queremos que la llamarada de su Amor, barra con todo, y que el fuego purificador de su Amor haga su Obra!”

 

De esta figura ígnea, pasamos a otra hídrica, nos habla de un bautismo que se prepara a recibir, y, algunas notas de su anuncio, -como la angustia que padece mientras llega esa hora, nos dejan entrever que este bautismo es el bautismo de su Pasión, Crucifixión y Muerte: Bautismo hemático.

En el tercer signo, hace alusión a la Paz, Paz que ahora que lo pensamos no es esa paz melcochuda, almibarada, de telenovela romántica; su Paz entraña “división”, y no es una división que se da al otro lado del mundo, sino una división que toca a cada discípulo-misionero en su propio tuétano: su propia familia. Parece decir que habrá siempre los que apoyan, pero también un bando opositor- la diferencia numérica de las dos camarillas no es suficientemente enorme y rotunda, para resolver por “mayoría”: enfrentará a padres/hijos, madres / hijas, suegras / nueras. ¡Es cierto, los contradictores más recalcitrantes son los de adentro! ¡Barnizan sus tanques y metrallas con color rosa suave, los decoran con florecitas, y en la parte alta nubes y pajaritos!

 

Nos sorprende mucho que Dios haya hablado en su Hijo, y, sin embargo, la división se presente. Se da la tensión entre facciones y, el Mensaje de Dios, permanece desoído. Él dice Shema, pero somos un pueblo sordo para la Conversión. Él ha venido a traer ese fuego, desea que arda, pero, no es un incendiario profesional, no entiende nada de acelerantes… Sólo inicia el fuego de las lamparitas para iluminar a los santos.

 

Lo cierto es que la Buena Nueva no es una simple siembra, es una que causa y desata mucha hostilidad. ¿por qué?, ¿no debería ser un mensaje de muy positiva acogida? Pues, no hay que ser un historiador muy experto para descubrir que, siempre están los que sienten amenazadas su prebendas y canonjías. Esos -a la manera de Herodes- no vacilaran en la masacre, con tal de poder garantizar que todo siga como venía, para que sus jugosas entradas no se vayan a detener. ¡Estos apelan -sin duda alguna- a la paz de los cementerios!

 

Jesús, ya lo sabemos, consolida la Paz, al precio de su propia sangre. ¡No hará esperar ese bautismo!

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