martes, 10 de octubre de 2023

Martes de la Vigésimo Séptima Semana del Tiempo Ordinario

 


Jon 3, 1-10

Los Ninivitas acataron a Dios, Jonás, el judío, reusó obedecerlo por “chovinismo”.

 

Quisiéramos tocar aquí el tema de la tergiversación: ¿Qué significa? darle la vuelta a una argumentación y ponerla patas arriba, invertirla. Por ejemplo, decimos, el “pueblo elegido”, y tergiversamos, un pueblo que tiene carta blanca para hacer lo que se le venga en gana. Así que, está prohibida la idolatría, no importa, somos elegidos, tenemos el as en la manga. Así que, qué nos van a importar a nosotros los Ninivitas, allá ellos, algo muy malo debieron hacer si el Señor les manda decir que los va a borrar del mapa.

 

Hasta ahí va el primer nivel de responsabilidad: ¿Se acuerdan lo que preguntó Caín? “¿Soy yo, acaso el guardián de mi hermano? (Cfr. Gn 4,9). Pues bueno, ahí está, Jonás recoge la quijada de burro, él no se compromete a blandirla, se la devuelve al Señor, por un servicio de mensajería, ¿para qué va a ir por allá? ¡Bien merecido se lo tienen! A mi déjeme en paz que tengo unas muy merecidas vacaciones programadas a Tarsis y ya tengo comprados los boletos del Crucero. Algunos que no han leído “globalmente la parábola y su co-texto, creen que Jonás tenía pereza de cumplir la tarea por muy difícil, por ser muy grande la ciudad de Nínive; si leyeran todo co-textualizadamente, se darían plena cuenta que, lo que no acepta el “renegado” es que Dios los perdone, que hagan penitencia y se la pase. Este Jonás que se siente tan sufrido, miembro de un pueblo sufrido, quien “ha servido toda la vida y no le han dado ni un cabrito para organizar una pachanga con sus amigotes” (Cfr. Lc 15, 29s).

 

Aquí es donde se nota que Jonás no es un Ventrílocuo, él no es instrumento de una noticia, es un instrumento de Misericordia, su Misión consiste en ir hasta allá y decirles lo que se le encarga; lo demás, está en manos de YHWH, hacerlo. Se pone en evidencia que el asunto en cuestión es que el mal llamado “profeta” quiere hacer valer las credenciales de “pueblo escogido” para los suyos, pero no le importa un bledo, lo que les pase a “las ciento veinte mil personas, que no distinguen la derecha de la izquierda, y muchísimos animales”.

 

A Jonás le habría regocijado ver correr ese poquito de sangre, un pequeño riachuelo con unas cuantas gotas con el tinte de la oxihemoglobina; eso sí, que no fuera sangre Israelita. 

 

En alguna parte de su mente -y así lo confesará más adelante- Jonás temía que Dios fuera Misericordioso, sería algo semejante a pagar el boleto para la Corrida de Toros, y al sentarse en las graderías, descubrir a los toreros declarados en huelga de brazos caídos: ¡Qué ira! ¿Dónde está la sangre? ¡Que nos rembolsen el dinero!

 

¡Aquí está la Grandiosidad de Dios! ¡Con su penitencia, del rey para abajo, los perdonó! Y desistió de la desgracia que había determinado.

 

Mañana veremos cómo arde de ira y decepción el “profeta”. ¡Así no quiero ser del pueblo elegido! ¡Renuncio al cargo! Dice él: ¡Prefiero ser un cadáver, que tu “profeta”! Valiente carné el que me diste, dizque ¡pueblo elegido!

 

Uno no sabe de qué sentimiento dejarse embargar… Viendo a Jonás, en retrospectiva, nos inspira pesar, vivía en medio de la tergiversación, era de los que pensaban que, por ser “elegidos”, tenían a Dios secuestrado en Jerusalén. Y que era para ellos solos.

 

Sal 130(129), 1b-2. 3-4. 7cd-8

Este salmo gradual, con su ritmo de avance lento, rítmico, pesado, con el cansancio de toda la travesía, llevando el pesado fardo de la consciencia de haber defraudado la Alianza, de no haber cumplido la Misión encomendada, con -un Último recurso a mano- confiar en que la Misericordia del Señor es ilimitada.

 

Siempre me maravilla ver las filmaciones de esas procesiones con “pasos” monumentales, que pesan toneladas (en Internet encontré que la Santa Cena de la ciudad de león, pesa 7 toneladas) y que requieren cincuenta o cien penitentes que los carguen, con ese vaivén que ya parece aplastarlos. Ellos representan de manera gráfica, el peso del pecado, el peso de nuestras culpas.

 

Esa percepción gráfica de nuestra pecaminosidad nos permite entrever lo que significa “¿si llevas cuenta de los delitos, Señor, quien podrá resistir?” (Sal 130(129); 3)

 

Hay implicaciones siempre, entre lo que pedimos nosotros a Dios, y lo que nosotros podemos darle al prójimo. Por ejemplo, si le pido a Dios “Escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”. Entonces, ¿estoy dispuesto a darle a mi prójimo una escucha similar? ¡No soy Dios, pero puedo intentar darle mi escucha, con la mayor calidad que me sea posible!

 

Lc 10, 38-42

La escucha para aprender a caminar juntos



Como prólogo queremos destacar que la iglesia no fue puesta por Jesús para que nos “restregara” los pecados -que sin duda los tenemos y son múltiples- sino para que, escuchando nuestros balidos, saliera a recatarnos, sí el lobo ya ha conseguido clavarnos su mordida, y si no, rápidamente nos condujera al aprisco para resguardarnos. Marta, Marta, si no os afanáis cuando nos oigas balar, tal vez no haya comensal que se siente a tu suculenta mesa tan bien aliñada; ¡cuando vayáis a ver, ya el lobo nos habrá trisado!

 

Es hermoso poner las cosas en co-texto. (Como se ha notado, nos esforzamos siempre en distinguir contexto y co-texto: el primero, contexto, es lo que sucede en ese mismo momento histórico; mientras que el co-texto es lo que se cuenta en el mismo “texto”, antes, después o en otros planos del relato). ¿Cuál es el co-texto de la parábola del Samaritano? La visita que Jesús hace a sus amigas, Marta y María, en Betania (que en arameo es בית עניא. Que significa “Casa de Frutos”). Cuando una cosa está al lado de otra, no es casual que vengan juntas. En algún nivel, hay una conexión, más o menos fuerte, quizá débil, pero no por eso absolutamente ignorable.

 

¿Quién actúa como prójimo de Jesús en este relato? O, puesto de otra manera, ¿quién es la que más se “acerca” a Él? Es cierto que, sin el aporte ministerial de Marta, no se le habría podido poner un plato de sopa en la mesa, y un sabroso trozo de pan, a Jesús. Y, seguro que Él se lo agradecía. Pero aquí se pone sobre la mesa de juego (no de la “comida”) otro asunto distinto. ¿Qué diría la mamá nuestra, o nuestros abuelos? ¡Vaya mijito, atienda la visita! ¡Si! aquí el punto es: ¿qué está primero? ¿Los muchos y valiosos servicios, o la escucha?

 

Perdónesenos saltar a otra cosa: ¿recuerdan ustedes el mandato básico del judaísmo? Empieza diciendo: שְׁמַע יִשְׂרָאֵל ¡Shema Yisrael! “Escucha Israel” (Dt 6,4). Sólo para que establezcamos la analogía y tengamos una pista que conduzca nuestro “Entendimiento”.

 

La projimidad está más en la escucha que en cualquier otro ministerio. Todos los ministerios construyen la Iglesia, muy especialmente el ministerio de la “escucha”. Tomemos por caso el ministerio magisterial de la Iglesia, es fundamentalísimo, no obstante, no es mayor que la escucha. No se puede enseñar nada si previamente no se ha ejercido la escucha. Que no se vaya a “tergiversar” de nuevo, yo ya “escuche”, ahora paso a la nueva fase, la de decir, la de enseñar; ¡no funciona así!; la fase de la escucha nunca se supera, ¡siempre continua! Con la escucha se construye la comunidad. Lo cual no quiere decir que dejemos que se diga, cualquier cosa, y que se diga, y se diga, y se diga, y se diga…

 

La escucha supone el dialogo, que implica -óigase bien- estar dispuesto a modificar el propio punto de vista. No hay escucha cuando no estoy dispuesto a cambiar, a aceptar, a reconocer que siempre cabe la posibilidad de que el otro tenga un fragmento de la verdad, y que, entre juntos, nos acercaremos más a ella. Yo sólo, no conseguiré sino alejarme cada vez más de ella. Por eso somos Comunidad, no individualidad. Por eso estamos buscando pautas para manejar mejor la sinodalidad.

 

Cuando no estoy dispuesto a cambiar, a oír sinceramente, no habrá escucha, seguiré creyéndome dueño de la verdad. Escuchar es -en el fondo- reconocer que no las tengo todas en mi propio morral. No hay escucha real cuando creo que el otro/la otra, son “idiotas”.

 

¿Dónde hospitalizaremos el “atracado-mal-herido”? En el “hospital de campaña” que es la Iglesia. ¿Cómo se organizará ese hospital? La doctrina social de la Iglesia ya ha postulado muchas pautas de trabajo, la experiencia misionera de tantas comunidades religiosas han recolectado en su historia, tantas otras claves valiosísimas. Y, sin embargo, hay que seguir escuchando y aprendiendo. ¿Qué nos enseña María, la de Betania? que la primera escucha es la escucha del Maestro. No para repetir de memoria, sino para ir hasta el fondo de su Palabra. ¡esa es la mejor parte!

 

Dirán ustedes, entonces ¿a fin de cuentas qué? ¿servir al prójimo? O ¿sentarse a oírLo? ¿Hemos caído en cuanta que todo lo que hagamos sin llenarnos de Él es vacío, absurdo, cualquier cosa, menos espiritual? Tenemos que separar -siempre- tiempo para oírLo, y permitir que Él interprete en nosotros las notas para que nosotros podemos luego, ejecutar la partitura.

 

Marta sólo se “afanaba”, María escuchaba las indicaciones para aprender las pautas de la projimidad. Decimos que queremos seguirLo y aprender de Él, ser sus discípulos; luego dijimos más, que queremos ser discípulos-misioneros. Si leemos atentamente los Evangelios, rápidamente nos damos cuenta qué es lo que Él hace: pasa tiempo de mucha calidad con su Abba, y luego, se dedica a hacer el Bien y diseminar la Buena Nueva.

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