Tit
3, 1-7
Ya
llegando al final de la carta, encontramos tres bloques que integran el capítulo
tercero:
i)
Los deberes de todos los creyentes 3, 1-11
ii)
Algunas recomendaciones de carácter personal 3, 12-14
iii)
La despedida 3,15
La
perícopa de hoy cierra nuestro estudio de la carta. Lo que aquí se quiere
considerar es la obra salvadora de Dios por medio de Jesucristo y con la acción
del Espíritu Santo.
Nosotros
sentimos que el corazón de esta síntesis soteriológica se manifiesta con un
tinte francamente bautismal: “…nos salvó por el λουτροῦ [loutrou] “baño” del παλινγενεσίας [palyngenesias]
“nacer otra vez”, “nuevo nacimiento” y de la ἀνακαινώσεως [anakainoseos] “renovación” del Espíritu
Santo”. No solo nos baña, sino que junto con ese “proceso limpiador”, nos “hace
nuevos”, como si en el bautismo asistiéramos verdaderamente a una Nueva
Creación.
¿Quién
derrama esas aguas limpiadoras y refrescantes? Jesucristo, nuestro Salvador,
nos hace entrega de esa Gracia salutífera, que nos asegura que somos los
legítimos herederos de la Vida Eterna; esa seguridad recalcitrante es la
Esperanza, una certeza basada en Dios (certeza teológica) que se fundamente en
la convicción de Su Palabra.
Quizás
nosotros hemos elaborado una concepción sacramental que limita la acción del
sacramento al día en que este se recibe; pero, en realidad de verdad, el
sacramento se desarrolla en todo momento después de su recepción, como se
desenvuelve una semilla desde el día que es plantada. Lo que tenemos que
trabajar es para darnos cuenta de este poder de los sacramentos que están en
constante germinación en nuestra vida y en nuestro corazón, haciéndonos siempre
nuevos, habitándonos, haciendo que nuestro pecho sea “morada” del Espíritu
Santo.
En
su primera argumentación, dentro de esta perícopa, nos pide estarles sujetos y
obedecerles. También le pide que le recuerde a los miembros de la iglesia de
Creta, que luchen contra las habladurías, empezando por ellos mismos, que no
sean los primeros en estar hablando mal de los demás, que sean pacíficos -o sea
que eviten ser picapleitos- y que en sus relaciones interpersonales muestren πραΰτητα [prautéta] “mansedumbre”, esta palabra
indica en griego tres aspectos 1) moderación, 2) delicadeza 3) teologalidad;
para nosotros sólo son teologales la fe, la esperanza y el amor, dentro de la
cultura griega también estaban estas dos la moderación y la delicadeza propias
de los dioses, el prefijo πρα señala esa génesis divina de esta
virtud.
San
Pablo descubre aquí, que antes, víctimas del pecado que brotaba de los placeres
y deseos que los manejaban eran rebeldes e insensatos, lo que los llenaba de
envidias, de maldad y de odio que inundaba todas sus relaciones. Partiendo de
ese antes y contrastando con el modo de ser que ellos promueven como “modales”
cristianos, Pablo convoca a esta “conversión”.
¿Cómo
ha sucedido este cambio, que prácticamente es una fuerza “contracultural”? Sucedió
así: Dios, nuestro Σωτῆρος [soteros] “salvador”, (una expresión característica de las
Cartas Pastorales), por pura y gratuita Bondad para con el género humano, sin
que tuviéramos mérito alguno, sino para mostrarnos su Misericordia Ilimitada,
nos lavó y nos purificó. Así nos δικαιωθέντες “justificó”.
Justificar
se puede entender como un certificado de calidad, en términos jurídicos, es
decir, que cumple con los parámetros de idoneidad en la rectitud. Ya en otra
parte hemos visto que la rectitud es el estándar de “ser correcto”, de “ser
justo”, hoy día nosotros diríamos, de “ser santo”. El que gana este
certificado, adquiere un blindaje que lo hace inexpugnable contra los poderes
del Malo.
No
se puede pasar a la ligera sobre esta obediencia debida a los gobernantes y a
las instituciones “humanas”. El acatamiento supone la rectitud del gobernante y
su procura del bienestar comunitario, general. Pero, no quedamos sustraídos del
deber de oponernos a la injusticia y de negar nuestro apoyo al atropello, así
como oponernos a todo lo que signifique pervertir la Voluntad que Dios nos ha
expresado. Allí el verdadero cristiano ha de levantar su clamor profético,
siempre que el poder se corrompa. Ser la voz de los sin voz.
Pero,
tampoco se ha de entender esta denuncia como el compromiso de llegar a atentar
contra la vida del opositor, so pretexto de hacer prevalecer nuestro punto de
vista. Que muchas veces, y esto tiene que decirse, también ha sido manipulado
al antojo del opresor. Las vías de la muerte y la toma de la justicia por nuestra
mano, no es lo que el pueblo de Dios puede optar como solución, que no sería
otra cosa que incurrir en lo mismo que se nos manda no caer, ni acatar, ni
promover. Que no resultemos usando los mismos medios que propone y usa el Malo.
Esto
implica coherencia, y la coherencia exige varios compromisos:
a)
No vivir repitiendo como dogma de fe de la Iglesia, lo que
“se dice por ahí”. Sino poder dar razón de lo que ser cristiano, verdaderamente
significa.
b)
Tener un conocimiento, el mejor posible, de las Escrituras.
c)
No confundir la obediencia con el servilismo. Practicando
una imitación servil de los prejuicios que se pasean como “moda”. Andar
poniéndose disfraces de “revolucionario” por pura imitación o por culto a la
“personalidad” y dependencia de la “imagen”.
d)
Rehuir al consumismo, el hedonismo y el materialismo.
Discernir entre placer y verdadera felicidad. (Atención que muchas veces nos
falsifican la felicidad con el griterío paroxístico; esa falsificación no nos
lleva a la felicidad sino al fanatismo).
e)
Cuidarnos de que nos manipulen con el miedo.
Atemorizándonos -especialmente con guerras y desastres naturales- se ha
construido una cultura carente de “perdón” y guiada exclusivamente por
sentimientos de venganza y rencor. El verdadero amor va de la mano y prácticamente
está condicionado por una consigna que en la Sagradas Escrituras es constante:
¡No tengáis miedo!
El
hecho que, la perícopa trate estos temas, no puede hacer que olvidemos que su
núcleo -como lo dijimos arriba- reside en el Poder Sacramental de Dios. Decimos
que Jesucristo instituyó los Sacramentos, y que le dio a la Iglesia -su
Vicaria- en una estructura prioritariamente Sacramental. Y luego, nosotros
reducimos la eficacia Sacramental a eventos puntuales, que no tienen ninguna
repercusión en nuestra existencia. Permítasenos ratificar que Jesucristo,
nuestro Salvador, nos hace entrega de esa Gracia Salutífera, que nos asegura
que somos los legítimos herederos de la Vida Eterna; esa seguridad
recalcitrante es la Esperanza, una certeza basada en Dios (certeza teológica)
que se fundamente en la convicción de vivir según y en Su Palabra. Esto hilvana
fuertemente con la celebración Jubilar que se avecina y que vamos a tener, en
la Iglesia, en el año de Gracia 2025, iniciando el 24 de diciembre de 2024, con
el lema “Peregrinos de la Esperanza invitar a la esperanza en un mundo que
enfrenta guerras, la pandemia del COVID-19 y el cambio climático.
No
es solo esperanza como confianza de encontrar una olla de morrocotas de oro en
el extremo del arco iris, sino saber que Dios nos va acompañando no sólo en el
momento de la sacramentalización, sino en un permanente acto recreativo y
regenerativo. Recorramos, remando con la oración, nuestro caminar en ese Océano
de Esperanza al que nos dirigimos.
Sal
23(22), 1b-3a. 3b-4. 5. 6.
Tu Bondad y Tu
Misericordia me acompañan
todos los días de mi
vida.
Habitaré en la casa del
Señor,
por años sin término
En
este marco Pastoral, que nos brindan las Cartas Pastorales, nada mejor que leer
un manual concentrado de Pastoralismo, y mirar en qué consiste el Pastoreo, así
aprenderlo mirando hacia la propuesta Pastoral de Dios. Y es que el pastoralismo
al que se refiere Dios, no es de “ovejas”, aun cuando haya sido esa la imagen
que Dios mismo propuso como parábola referencial de esta misión.
Nos
llama intensamente la atención que nos conduzca a un Banquete, donde estaremos
sentados ¿frente a quién? ¡Frente de “mis enemigos”!
Allí,
enfrentado a mis adversarios, recibo Unción y Cáliz. Sin duda, Unción y Cáliz
me hablan de Sacramentalidad. Se alude, al bautismo, primera unción que
recibimos en nuestra vida de fe y Cáliz aludiendo a la Eucaristía.
La
Alianza es una palabra bonita, de la cual, por lo general, tomamos su
connotación más positiva: ¡no estamos solos!¡Tenemos un Aliado! Pero, la mayor
parte de las veces, despreciamos su denotación: Alianza siempre implica
mancomunidad, o sea, que nos trae “responsabilidad”, “compromiso”,
“reciprocidad”. La alianza no obliga sólo al Otro, nos llama a nosotros para
asumirla, nos dice, a ti también te cabe tomar parte y corresponder.
No
queramos ignorar que “habitar la Casa del Señor” nos obliga a actuar siempre
como corresponsables. Este es un salmo del Huésped de Yahvé. El que vive en Su
Casa, ha de obrar como un verdadero “familiar”.
Si
nosotros nos asociamos con un Pastor, ¿cómo deberemos actuar nosotros, también?
Nosotros al ser pastoreados, quedamos exentos de toda preocupación, ¿para
acostarnos a dormir?
En
realidad, al ser Sus aliados, nos compete ayudarle a cuidar parte de su rebaño,
tenemos a nuestro cuidado alguna(s) de sus ovejas. Si pensamos que todo le toca
a Dios, no somos co-responsables, somos “atenidos”, incurrimos en un
amodorramiento cómodo. Nosotros idiomáticamente, solemos resumir ese estado con
la palabra “recostado”.
Al
remitir la Cartas Pastorales, el mensaje era precisamente el de cómo asumir el
compromiso que conlleva la Alianza.
Contamos
con toda clase de ventajas, Dios nos toma como los consentidos suyos. ¿Cuál es
la gratitud esperable? ¡Nada me falta! Proclamamos en el Salmo, y sin embargo,
vemos a tantos a los que les falta tanto y a veces, todo. ¿Qué manito le vamos
a echar a Dios?
“Si,
¡hay una especie de “deber de ser feliz”! A condición de que esta felicidad se ponga
en lo esencial y se quiera para todos.” (Noël Quesson)
Nuestra
fe deposita una confianza enorme en nosotros. ¡Hemos de velar por el Honor de
Su Nombre! Honramos su Nombre -Tres veces Santo- sí, y sólo sí, vamos por “el
sendero justo” y no pretendemos ser sólo ovejas, sino, además, también “asistentes
del Pastor”, pastorcitos que sólo hacemos lo poco que podemos, que es “lo que
tenemos que hacer”. (Cfr. Lc 17,10). Tampoco se nos pide que obremos más allá
de nuestras limitadas fuerzas. Pero ¡cuán fuertes somos, sí ponemos todas
nuestras fuerzas al servicio del Aliado!
Si
la Bondad y la Misericordia del Altísimo nos acompañan por doquier, ¿cómo
podemos no dar frutos abundantes de la misma generosidad? Misericordiosos como
el Padre (Cfr. Lc 6, 36).
Lc
17, 11-19
Los leprosos son los
primeros en llamar a Dios por su nombre. Además de los leprosos, sólo el ciego
y el malhechor en la cruz pronuncian su Nombre.
Silvano Fausti
En
Lc 5, 12-16 se presenta el caso de un solo leproso, que se acerca y se postra
ente Jesús para pedirle curación, Jesús lo toca e inmediatamente queda limpio.
Hoy asistimos a la curación de la lepra, pero hay variantes:
a) En este caso se
trata de diez leprosos
b) Se quedan lejos,
guardan distancia y piden sanación desde lejos.
c) No se trata de una
ciudad sino de una aldea, en los límites de Galilea.
d) No se curan de
inmediato; los envía a presentarse ante los sacerdotes del Templo, y mientras
van por el camino, quedan limpios.
e) Uno de ellos que
era Samaritano, se regresó para agradecerle.
Queremos
llamar la atención por la palabra que usa el Samaritano para dirigirse a Jesús,
le dice “Maestro”.
El
resultado de la curación es, por no decir más, la gratitud. La pregunta que
brota espontánea es ¿por qué los otros nueve no volvieron?
Estamos
en el contexto de Jesús que trabaja en el magisterio para sus discípulos. Han
tenido más que suficientes casos de encuentros con fariseos, escribas, doctores
de la ley. Cabe con toda probabilidad decir que los otros nueve eran adeptos al
fariseísmo. El fariseísmo, como también lo hemos podido constatar, era una manera
de religión que creía que podía comprar tarjetas de “acceso directo a Dios”,
pagaderas con la moneda de sus buenas obras, como ellos se visualizaban a sí
mismos como los portadores de la “verdad” religiosa, piensan que Dios está
comprometido con ellos, y “se la debían”.
Los
samaritanos, que no son tan minuciosamente observantes, no tiene la misma
concepción. Se ven “en proceso”, no dueños monopólicos de la meta. Los fariseos
sienten que Dios verdaderamente, les sale a deber. Los samaritanos se perciben
como siervos de Dios que les puede pedir, que los llama a ser partícipes, en
todo caso, no se piensan “perfectos.
Mientras
estaban enfermos, se les facilitaba a los diez reconocerse necesitados ante
Jesús, por eso lo invocan: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros! Entre
sus proclamaciones, lo llamaron Maestro, que en griego es una palabra que
enfatiza más una relación social de estar por encima de los demás. Lo llaman ἐπιστάτης que se
suele traducir por “Maestro”, pero que en griego suena más como “patrón”,
porque ella alude a la capacidad para tener “propiedad”.
Pero
una vez alcanzan lo pedido, no vacilan en retomar su actitud prepotente, nada
tenemos que agradecerle a Dios, ¡Dios nos la debía!
Lo
que Jesús nos quiere mostrar es quien está más cercanos a la conversión. Y
también, que, con determinada jerarquía, todos sucumbimos a la tentación de
creernos “patrones” de Dios.
Es
la tremenda diferencia entre los que creen “poseer” a Dios, y los que están
empeñados en buscarlo.