viernes, 14 de junio de 2024

Viernes de la Décima Semana del Tiempo Ordinario

 


1R 19, 9a. 11-16

… la gran tentación de quien lucha por la causa de Dios es pensar que Dios es igual a la idea que él se hace de Él.

Carlos Mesters

 

Dios es mayor que nuestro corazón

Estando ya refugiado en la cueva, vino a é la palabra del señor, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías? (1R 19, 9bcd) ¿Qué sentimos que contiene esta pregunta? Nosotros la interpretamos de la siguiente forma: “Mírate fijamente en el núcleo de tu corazón y reflexiona, ¿qué hay en el fondo de tu venida al Horeb?

 

Nosotros quisimos ver en este viaje, una manera de ir a la Fuente misma de la revelación, hasta YHWH en Persona, para que Él le manifestara su Voluntad. Sin embargo, miremos la respuesta que le dio Elías: “Me consume el celo por el Seño, Dios Todopoderoso, porque los israelitas han abandonado tu Alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.

 

Carlos Mesters nos conduce a caer en la cuenta que, “Elías tenía un defecto terrible, el defecto de muchos. Creía ser el único defensor de la Causa de Dios”.

 

Acaba de vencer -e inclusive ´podríamos hablar de haber matado apoteósicamente a los 450 profetas de Ba´al, y muy probablemente esperaba una ovación.


 

Acaba de ser testigo, además de la Misericordiosa Bondad de Dios que les mostró que la lluvia no era de Ba´al, y que el Señor era el Único Verdadero Dueño de las cosechas y de las lluvias. Pasa corriendo por delante del carro de Acab, y pasa de largo, para -seguramente- llegar empapado en lluvia, para alardear de la Victoria de su Dios. ¡Qué esperaría esta vez? ¡Fanfarrias y aclamaciones, toque de trompetas y tambores?

 

Y luego, ¡se echa a morir, y tiene la desfachatez de pedirle a Dios que lo fulmine! Dios le da algo mejor que aplausos y ovaciones: lo hace alimentar por un ángel que le da un alimento-de-atleta, algún “esteroide anabólico” para resistir -de un solo impulso- semejante viaje tan largo. ¿Qué pretendería? ¿Que Dios le rindiera honores, lo cargara en brazos y le rindiera reverencia? Y, muy orondo, se jacta de ser el “único”.

 

Vamos a dejar ahí por lo pronto, para hacer un cambio de perspectiva. Hay otro elemento, que siempre hemos reconocido: Por lo general las teofanías van acompañadas de huracanes, terremotos y fuego. Y esto se debe a nuestra manera de ser, vamos por la vida como caminando dormidos, y para despertarnos tiene que disparar balas de cañón y misiles, … de otra manera, ni cuenta nos damos. Y, el Señor nos tiene paciencia y nos reúne todas estas señales, como lo hizo para Pentecostés. Pero ese no es su estilo. Uno podría atreverse a decir que Dios prefiere la sencillez, el menor ruido posible, lo discreto: “Se oyó una brisa tenue”.

 

¿Qué hay que decir? Prácticamente todo se resume en que Dios no estaba en ninguna de las descomunales estridencias que la naturaleza provee. ¡Dios estaba en un “tierno murmullo!

 

Este cuadro se completa sí, después de terminada la perícopa de hoy, leemos todavía dos versos más, y llegamos al verso 18: “Pero yo me reservaré en Israel siete mil hombres: las rodillas que no se han doblado ante Ba´al y los labios que no lo han besado”

 

¿Qué se puede entender de esto? ¡Que Elías no estaba solo! Muchas veces pensamos que somos los únicos y los últimos y que, si no somos nosotros los que llevamos la tarea a su culmen, el reino de YHWH se perderá. Y no es así. El Señor se complace en darnos una parte en la maravillosa “película” de la Salvación, pero -por importante que parezca nuestro rol- no somos la punta de lanza, somos parte importante pero no definitiva. Con profunda felicidad desempeñemos a cabalidad nuestra misión, sin asumirnos como únicos y decisivos.

 

Mesters nos da un enunciado que puede servirnos como conclusión: “Dios mostró que continuaba siendo el mismo Dios de siempre; totalmente libre, imposible de ser aprisionado en cualquier proyecto, esquema o pensamiento humano; más grande que todo aquello que nosotros o la tradición, pensamos, hablamos o enseñamos respecto de Él”.

 

Es el anverso y el reverso: Nosotros con un modesto papel, Él, Eternamente Inefable.

 

Sal 27(26), 7-8ab. 8c-9abcd. 13-14

Este salmo es un salmo del huésped de YHWH. Plantea la disyuntiva que afronta Elías: Dios nos da “participación responsable”, pero la jugada definitiva está en sus Manos, podríamos decir metafóricamente que Él es el Dueño del Balón. Una parte sustantiva de esa participación que Dios nos otorga es la “confianza”. Y el puente entre las dos polaridades es la oración: ¡Ten ánimo!

 

En cuanto a la estructura del salmo, nos hallamos ante una parte descriptiva que procura darnos un asomo al perfil de Dios, esta parte está en tercera persona. Y le sucede una parte dialogal, en la que el salmista se dirige a Dios, interpelándolo en segunda persona.

 

A la cumbre de la confianza nos remontamos por medio de la convicción, que genera certeza; empero, a la certeza llegamos por medio del combate en la oración.

 

Nuestro viaje personal al Horeb oscila entre dos fuerzas: la esperanza que se va aquilatando, y -del otro lado- la súplica que es nuestra manera de apoyarnos en Dios.

 

Sin embargo, el desaliento sobreviene cuando nos suponemos solos y olvidamos que el Señor a previsto “siete mil hombres” que no incurrirán en idolatría y que se sabrán mantener en la pureza que brota de la fidelidad.

 

Aparece el gallardete que, flanquea nuestro escudo:

Una cosa pido al Señor,

Eso buscaré:

Habitar en la casa del Señor

Por los días de mi vida;

Gozar de la dulzura del Señor

Contemplando su rostro.

 

Mt 5, 27-32



Otra vez está Jesús descubriéndonos en el Sermón del Monte, cómo la Ley debe ser llevada a su perfección y no arrinconarla en minimalismos, cómodos.

 

Nos habla del adulterio: Para lo cual no hay que llegar a lo facticidad, ya en el corazón y con la mente se puede adulterar, si los ojos se permiten el libertinaje de llenarse de lujuria y se permiten mirar con ojos libidinosos.

 

Pues bien, antes que dejarse llevar por la inercia de la tentación es preferible detonar los mecanismos defensivos de la pureza. Cuando sinceramente se quiere evadir el pecado, hay que empezar por no juguetear alrededor suyo. Quien se entretiene y le da pábulo al dialogo con el Maligno, más temprano que tarde, caerá, ya sabemos que el Malo es “puerco”, lo que quiere decir que está lleno de trucos y engañifas, de los que se vale para sembrar nuestros rumbos con piedras de tropiezo.

 

No se trata de proceder con cirugías amputatorias, se trata de aplicar políticas preventivas, porque las medidas sanativas son de muy prolongada aplicación -a veces de por vida, como sucede con el alcoholismo- y, muchas veces nos dejan marcados con cicatrices indelebles.

 

El tema del adultero, al que se regresa, hacia el final de la perícopa, nos avisa que, uno puede inducir a la mujer al adulterio, creándole las condiciones de su infortunio, lo que nos hace tan culpables o más que ella; y el que se junta con una adultera correrá con el mismo hundimiento y ese tal, se franqueará una senda -sin retorno- hacia la gehena.

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