martes, 11 de junio de 2024

SAN BERNABÉ



Hch 11, 21b-26. 13, 1-3

 

Antioquía, donde por primera vez llamaron a los discípulos cristianos

Jerusalén era el centro del judaísmo y se convirtió también en el corazón de la Cristiandad, pero a raíz de las persecuciones los cristianos judíos y los cristianos helenistas tuvieron que abandonar la “Ciudad Santa” y se dispersaron por todo el mediterráneo y el oriente medio, de manera tal que, hubo un geo-desplazamiento y poco a poco la tercera ciudad en importancia en aquella época -Roma, Alejandría, Antioquia de Siria- nucleó  el centro de convergencia de oriente y occidente, donde llegaron los chipriotas, los cireneos, y se dio la conversión al cristianismo de paganos, judíos y judíos helenistas.

 

Muy paulatinamente se fue dando un cambio de óptica de los que al principio se sentían judíos de origen y cristianos conversos, con una neta identidad propia, abrieron sus puertas y su corazón a la aceptación de los paganos que no se habían convertido al judaísmo, ni siquiera en la categoría de simpatizantes, que ellos denominaban “temerosos de Dios”.

 

Esta situación los llevó a precisar su identidad y así fue como -bien sabemos- finalmente en Antioquia empezaron a llamarlos “cristianos”; de otro lado, conforme Jesús era declarado y tenido por Señor, se oponía a los intereses del imperio, con conflictos encontrados de sus intereses políticos y económicos. La evangelización se declaraba como directa contradictora de los que habían y querían seguir detentando el monopolio político, ellos se consideraban los “señores únicos”. Pero ahora, aquellos “anunciadores” predicaban un Señor que estaba por encima de ellos, en tanto y cuanto, era el Señor del Cielo.

 

Ante el crecimiento de la comunidad creyente en Antioquía, y habiendo alcanzado la noticia a Jerusalén, fue enviado Bernabé.  ¿Reparó en celos y prevenciones? No, sino que saludó este avance y se alegró y les recomendó seguir unidos y mantenerse activos y vigilantes. ¿Por qué procedió tan positivamente Bernabé? Porque era un hombre de bien y estaba lleno del Espíritu Santo. No cayó en melindres ni se puso en guardia, sino que los aceptó

 

Se nos informa, en esta perícopa que en Antioquía había profetas y maestros. Los doctos investigadores nos han traído la noticia de que allí nacieron comunidades muy semejantes a las que hoy llamamos “pequeñas”, donde se reunían para considerar las Escrituras y para celebrar cenas ágapes, orar y ayunar.

 

Este Bernabé, levita de origen chipriota, jugará un rol sobresaliente en este giro, fue él quien tuvo la iniciativa de ir a buscar a Pablo para aprovechar su hondo conocimiento de las Escrituras, se quedaron allí, en Antioquía todo un año, y se les unió para asumir la tarea evangelizadora e itinerante que condujo el ciclo de viajes de Pablo, que conocemos en el número de cuatro. Esta decisión fue tomada a la luz del impulso generado por el Espíritu Santo, como se nos narra, un día en el que se encontraban unidos en oración y ayuno. Antes de la partida, hubo consagración en el Espíritu, con la “imposición de las manos”, simbolizando el Envió y la Gracia que los iba a acompañar.

 

Sal 98(97), 1. 2-3ab, 3c-4. 5-6



“El Señor da a conocer su Victoria, revela a las naciones su Justicia”. Es en este preciso momento, cuando descubrimos su Grandeza y la Maravilla de sus Obras, que nosotros nos vemos obligados a cambiar la melodía de fondo y la letra de nuestros himnos, no podemos seguir cantando el mismo cantico de ayer, se precisa incluir en el texto la nueva perspectiva:

Su Santo Brazo nos ha dado la Victoria.

 

Él no ha olvidado sus promesas, lo que le ofreció a su pueblo escogido, si bien ha habido un cambio y los destinatarios de su predilección se han visto acrecentados con pueblos y pueblos que se han sumado, sustituyendo a los que no quisieron aceptarlo. Así ha manifestado que su Justicia es aún mayor de lo que nos habíamos imaginado.

 

Este Victoria inefable a traspasado todas las fronteras, a los que ayer se les negaba el pasaporte para pertenecer a sus tribus, hoy les ha abierto las puertas y los brazos de par en par. ¿Cómo no cantar a grito en cuello, con un ruidaraje -espantoso para los que son envidiosos- que ya no se cuentan los fieles por miles, que ahora su número supera los quintillones?

 

Todos en la tierra, de extremo a extremo, gritan. vitorean, y tocan. Es la Teruah, estrepito hecho por las trompetas, el silbido de una gran reunión de personas gritando a una sola voz (cfr. Nm 10, 5-6), es la aclamación que lo reconoce como Rey: Kyrios, será la aclamación en griego.

 

¿Cómo podemos negarnos a alabarlo si Él rige ya y regirá por siempre el Orbe y su Justicia y la Rectitud de su Mandato, destellará cada vez más como Insigne Lumbrera?

 

Es un salmo del Reino, ¡Es YHWH El que Reina!

 

Mt 10, 7-13

Los envió



La fidelidad de la misión es liberar del espíritu inmundo y dar el Espíritu Santo. No se trata de lavarnos la cabeza y recibir un Cirio encendido, se trata de una misión que tenemos con esa luz que se nos ha entregado. Se trata de tomarnos en serio el bautismo y llevar la claridad de la Luz de cristo, allende las fronteras. Hasta los mismísimos confines de la tierra. Llegándonos hasta las periferias existenciales, como nos encarga Papa Francisco.

 

Se refiere, pues al Envío. Estamos ante un llamado a ser discípulos. Pero de una Iglesia en Salida. No se trata de una llamada para pastorear melindrosos a unas cuantas y muy pocas ovejas. Hay que anunciar que el Reino de Dios está cerca.

 

Se trata de ondas concéntricas: este estudio del Envío nos muestra nítidamente que, al principio, Jesús nos envió a los cercanos, en un segundo momento expandió el circulo a los samaritanos, en el tercer momento pasamos a los judíos de habla griega, y luego a los paganos, así cada vez a regiones más amplias y a pueblos sin discriminación.

 

Demos una mirada eulógica a la Oración Colecta de esta memoria obligatoria que celebramos hoy día, que en su parte petitoria dice: “Concédenos, te rogamos, que el Evangelio de Cristo, que San Bernabé anunció con tanta firmeza, sea siempre proclamado en la Iglesia con fidelidad, de palabra y de obra”.

 

Con el cuidado de una Madre y la Sabiduría de una Maestra, la Iglesia nos descifra el sentido de nuestra misión, para que podemos ser discípulos-misioneros como nos ha esclarecido Aparecida.

 

No se trata de estar a dentro, sino de entrar para luego ir a caminar juntos (sinodalidad). En verdad que el Llamado se ha hecho, no para un selecto y refinado grupo, no se ha convocado a una elite. No somos ni sabios, ni perfectos. No hemos sido entresacados de en medio de los escribas y los fariseos. No somos doctores de la ley, ni piadosos que se arrinconan con sus devociones en los altares de sus casas. No hemos estudiado teología, ni derecho canónico, no tenemos ningún título ni carnet que nos avale. Solamente nos hemos sentado a sus pues, fascinados, a escucharlo, y ahora nos arde el pecho de ansias de salir a proclamarlo.

 

Vamos a enumerar, aquí, las cuatro misiones que Jesús nos confía, porque son las bases de nuestro “servicio”, el fundamento de nuestras diakonías:

1)    Curad enfermos

2)    Resucitad muertos

3)    Purificad leprosos

4)    Expulsad los demonios

Como estos poderes se nos han confiado gratuitamente, gratuitamente -también nosotros- los hemos de entregar.

 

La paz que iremos entregando se quedará, doquiera sea aceptada, y donde fuere rechazada, volverá -cual bumerang- a nuestras manos.   

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