jueves, 13 de junio de 2024

Jueves de la Décima Semana del Tiempo Ordinario


 

1R 18, 41-46

Algunos detalles es importante entender, porque de ignorarlos, no podremos entender el conjunto de esta historia. La perícopa de ayer nos da la idea de una gran victoria para el profeta. Recordemos que ayer quedamos en que Dios había “consumido todo” con su Fuego, hasta la mucha agua con la que habían empantanado la ofrenda, nos dice el relato que Dios la “lamio”. Y, toda la gente, allí presente, se inclinaron reverentes hasta tocar el suelo con la frente y reconocían que ¡El Señor es Dios, el Señor es Dios!

 

Ahí vienen los dos versículos que no se leen (1R 18, 39-40) y que completan esta historia: “Entonces Elías les dijo: ¡Atrapen a los profetas de בַּ֫עַל Ba´al, (esta palabra significa “patrón”, o sea el que toma jornaleros a su cargo y los pone a trabajar por una paga”); esta era una divinidad fenicia, en la actual Líbano (son ciudades fenicias Tiro, Sidón y Sarepta) ¡Que no escape ninguno! La gente los atrapó, y Elías los llevó al arroyo Quisón y allí los degolló. ¡ … !


 

Esta es una de esas páginas bíblicas que lo dejan a uno de una sola pieza. ¡Pasmado! ¿Cómo es posibles esta matazón? Quizás podamos encontrarle sentido si vemos que Dt 18 15-22 condena a muerte los “falsos profetas”, y se los ordena, como “ley de guerra”, condenando a muerte a quienes les hagan la guerra y vuelvan contra Israel las armas actuando como rivales.

 

Hemos visto que Ba´al (supuesto dios de la lluvia y la fertilidad) no pudo ordenar la lluvia para que cesara la terrible sequía que los asolaba. Viene hoy Elías y -para ratificar el Poder de YHWH- le suplica que venga la lluvia. Y le anuncia a Ajab que coja su vehículo más veloz, a ver si puede ir a detenerla, puesto que si llovía quedaría patente la Supremacía y la Soberanía de Nuestro Dios.

 

 Con entera confianza, sube Elías al Monte Carmelo (derivado de la palabra Karmel que significa “Jardín”), se postra y se encorva en supremo gesto de sumisión al Señor para rogarle llueva. Y, siete veces la pide a su “criado” que constate si ya se observaban los síntomas del aguacero. Lo máximo que llega a ver es una nube, que parece una manecilla.


 

Para Elías (y eso caracteriza al profeta, que sabe descubrir en un leve signo la total y definitiva acción de Dios), ese pálido signo ya lo deja ver las compuertas del cielo derramando toda su abundancia. El cielo se oscureció y cayó un soberano “palo” de agua. Con unas fuerzas sobre-humanas, salió corriendo Elías y llegó antes que Ajab -que había partido previamente) a יִזְרְעֶאל [Yezrael], palabra que significa “Dios es quien siembra”, a unos 30 kilómetros al sur-este del Carmelo. Aquí concluye la perícopa de hoy. Sin embargo, nos gustaría dejar sentados los elementos interpretativos para lo que vendrá mañana, porque son indispensables para poder obtener una visión global y fructífera de estas Lecturas.

 

Como suele suceder, en estas situaciones, el poder opresor gatilla toda su sevicia y represión sin escatimar en crueldades y apelando a sicarios y matarifes. Tan pronto Ajab le cuenta a Jezabel la suerte que corrieron sus “falsos profetas”, Jezabel (la etimología de este nombre proviene de איזה.בעל Yēze-baʿal '¿Dónde está Ba´al? Que era una especie de jaculatoria que gritaban los adoradores de Ba´al durante sus sacrificios) proclama la sentencia de muerte para Elías. Este se ve obligado a huir. Pasa a la clandestinidad y va al Horeb donde Dios se había Teofanado ante Moisés en la Zarza. Como quien dice, “Voy a la más Alta Jefatura, a pedir instrucciones, para ver cómo hemos de proseguir la Misión encomendada”.

 

Podemos entender este, como el Mensaje de estas Escrituras: Cada vez que la situación pinte álgida, hay que regresar ante la Zarza, para que, desde Ella, Dios nos exprese su Designio.

 

En esta huida, Elías caminó hasta Beersheva, (en Judá) y allí dejó a su criado, caminó luego un día entero, y con honda decepción se echó a morir, a la sombra de una retama. Allí encontró una torta asándose al fuego y una jarra de agua. Comió y bebió, y cuando -más tarde- un ángel lo despertó, nuevamente fue alimentado y refrescó su garganta; y con aquellas fuerzas, recorrió los 40 días con sus noches de marcha hasta el Horeb (nuevamente el número 40, que no es un conteo exacto, sino el tiempo promedio de una generación; como lo hemos dicho en otra parte, un ciclo de estudios bíblicos dado por un Rabino, tiene esa duración, en jornadas, antes de poder proceder al siguiente ciclo).

 

Sal 65(64), 10abcd. 10e-11. 12-13

Este salmo es un Himno. Y es un himno de acción de Gracias, o sea Eucarístico. Así, la Iglesia lo ha usado como punto de partida eulógico para componer los prefacios, cambiando la formulación “mereces un himno de Sion”, por “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre en todo lugar…”

 

Agradece porque atiende y suple cuanto se le pide. En el caso de la Primera Lectura de hoy, Elías le pidió agua, cuando ya la sequía se estaba eternizando, y contra todo pronóstico adverso, socorrió Generoso, toda el agua necesaria y fecundante.

 

El Salmo declara bienaventurado a todo aquel que Dios elige para adornarlo con su Bondad y socorrerle lo que intercesoramente clama. Y dice, muy explícitamente, que el riega la tierra y la hace fecunda y productiva.  

 

Dios está revestido en el salmo, tras los ornamentos de la realeza. Pero aclara, que por donde pasan las ruedas de su carro, en vez de dejar marcas de peladura, dejan señales de fertilidad y “rezuman abundancia”.

 

La última estrofa declara:

… rezuman los pastos del páramo,

y las colinas se orlan de alegría;

las praderas se cubren de rebaños,

y los valles se visten de mieses,

que aclaman y cantan.

 

Así que, a la esterilidad que daba testimonio de Ba´al, sucede el hermoso retoñar de los campos, bajo la feraz lluvia de Yahvé.

 

Vemos como la Acción de Gracias es lo que debía suceder a la intermediación de Elías, si los intereses prepotentes de Jezabel, no le hubieran hecho brotar los ojos con codicia desmedida, dándole rienda suelta a su sed de venganza en contra del profeta.

 

Mt 5, 20-26

 

Proscripción de toda violencia sea física, mental o de corazón



El meollo de la predicación de Jesús es la construcción del Reino. Sólo trabajando tesoneramente en esta tarea podremos entrar en el Reino. Y ¿en qué consiste ese “trabajar tesoneramente”? Hoy Jesús nos lo va a decir, de hecho, ese es el punto de partida en la perícopa de hoy: “Si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraran en el Reino de los cielos”.

 

¿Cómo podemos lograr que nuestra Justicia los supere? Muy fácil, la esencia de esta superación radica en que uno no desbaste el “Mandamiento” para quedarse con el mínimo. Al llegar a un Mandamiento, hay que empezar una labor de alpinista (o de andinista, dependiendo de en qué parte del mundo se esté). Hay que irse hasta el alma del “Mandamiento”, entender que no se acaba en la apariencia, sino que se eleva cualificándose en sus repercusiones. Hay otras conductas “periféricas” que aun cuando aparentemente son actos sin mayor importancia y gravedad, les hacen pantalla a venenos que -a la hora de ir a ver- son peores que los males nombrados en los mandamientos. Maneras veladas de odiar, de querer fulminar, de añorar el mal para el prójimo. Sutiles vericuetos que nos hacen sirvientes dóciles del Maligno.

 

No es la sed de explotación y la codicia barbárica, mucho menos una belicosidad como fondo musical de nuestros sentimientos y actividades, lo que debe animar la existencia; sino el ánimo justo de hacer retoñar la Justicia Divina y la Santísima Voluntad de Dios en favor de su pueblo, lo que nos llevará en alas de ángeles al Reino de Dios.

 

No bastaría no matar, habría que comprender que encolerizarse contra cualquier prójimo es lo mismo que matarlo, a pesar de no pasar a usar las armas contra él, ya ponerse iracundo en el corazón, es prácticamente lo mismo que haberle disparado. Por tanto, ensoberbecerse de ira equivale a “matar”.

 

Cuando tratamos con palabras “quemantes” a un “prójimo”, es como haberle apuntado y disparado el lanzallamas. Dos expresiones que pone Jesús como ejemplos de estas conductas incendiarias: Cuando alguien le dice a su “hermano” Ῥακά [raca] “cabeza hueca”, o cuando se le dice a alguien Μωρέ [more] “idiota”, “tonto”, “bruto”, uno se hará digno de ser conducido ante el Tribunal de Dios, porque se ha descargado una bomba de Napalm contra ese “hermano”, que es “un hijo de Dios”.

 

Pues bien, a la hora de hacer una ofrenda en el Altar, hay que revisar la conciencia para ver si hemos “matado” a alguien con estas otras sutiles formas de agresión, y antes de ofrecer sacrificios, hay que ir a “reconciliarse”. Este es uno de los profundos significados que tiene el “gesto de paz” que nos damos durante la celebración Eucarística.

 

Aún nos enseña más el Evangelio mateano: Si alguien quiere “montar” un pleito en contra tuya, procura por todos los medios neutralizar la amenaza y trata de concertar preventivamente esa querella. Porque, va a pasar a mayores. Es mejor, “cortar por lo sano”, claro, mientras eso no signifique cohonestar con la injustica o hacerse cómplice u obrar maliciosamente, en cuyo caso, tendrá prioridad la Verdad y la Justicia, pase lo que pase y pese lo que pese.

 

Lo que se nos enseña no consiste en vivir melindrosamente atemorizados (¿qué más no querría Jezabel?), sino a ser portadores de una Justicia que dignifique nuestra calidad de hijos de Dios.

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