sábado, 15 de junio de 2024

Sábado de la Décima Semana del tiempo Ordinario

 


1R 19, 19-21

Nunca descuidemos que los Libros de reyes son dos porque, un solo rollo era demasiado voluminoso, y como solución práctica fue dividido en dos. La semana entrante, seguiremos lunes y martes viendo todavía un tema del Primer Libro de los reyes, antes de pasar al segundo Libro de Reyes y adentrarnos en el ciclo de Eliseo. Sin embargo, ya hoy, hacemos el primer acercamiento a este profeta heredero, que recibirá el encargo de cumplir la comisión que fuera entregada a Elías. Se nos presenta esta perícopa anclada en este sitio, como abrebocas y preludio de אֱלִישַׁע [elisha]Eliseo” “Dios es la salvación”. No pasemos de largo sin recordar que אֵלִיָּהו [eliyyahu] significa “Mi Dios es Yahvé”. Se tendría que decir que Elías concluye su labor con la orden de la triple “unción” que YHWH la da, en la cueva del Hored: A Jazael como rey de Siria, a Jehú como regente de Israel, y a Eliseo como reemplazo de él mismo.

 

Hoy encontramos una especie de trasmisión de mando con el signo del אַדָּ֫רֶת [edereth] “Manto”. Se trata de un relato vocacional. Eliseo (hijo de Shafat) era de origen agrícola, esto es lo primero que se nos informa, que estaba arando cuando Elías los vio al pasar por allí. El detalle de los doce arados que trabajaban el campo, se podría descifrar como representación de las doce tribus, y su paulatina trasformación de pastores en cultivadores.

 

Estas vocaciones son muy representativas, porque -en términos generales- el vocacionado abandona lo que hacía y pasa a asumir la misión que se le delega.

 

Tan solo pide permiso para despedirse de sus padres antes de dedicarse a seguirlo: autorización que le es concedida con el argumento de no haberse firmado ningún contrato comprometedor, menos aún, esclavizante.

 

A este relevo de Elías por Eliseo, sucede otro salto-ruptura histórica: los profetas dejan de ser agentes cortesanos de asesoría real y Eliseo será un profeta “popular”, en el sentido de frecuentar al pueblo y no a la corte. Dígase, sin embargo, que este giro empieza con Elías, que nunca pisa la corte y, solamente dos veces comparese ante el rey, la primera por orden de Dios y la segunda para anunciarle la muerte.

 

Eliseo tiene un gesto muy diciente para nosotros y muy educativo para nuestras vidas, es el de romper totalmente con su anclaje al pasado. Rompe los arados y las yuntas, mata los bueyes y las asa con la madera obtenida previamente; quizás como un anuncio de su relación con los sectores populares, reparte el asado con el עָם [am] “pueblo”, “colaboradores”, “los de la tribu” para que ellos se la comieran.

 

Rompió con todos sus “apegos”, sus “propiedades”, como se dice, “quemó las naves”.  

 

Sal 16(15), 1b-2a. y 5. 7-8. 9-10

Repetiremos lo dicho el miércoles pasado cuando tuvimos por perícopa este mismo salmo, aun cuando con algunos versículos diferentes:

 

Allí, dónde el paganismo ha aparecido, y donde los “falsos profetas” campean, el “fiel” siempre verá con asombro al paganismo floreciendo y todos se afanen vinculándose a las sectas de la perdición. Es, precisamente allí, que el materialismo campea, y las supercherías abundan; es allí, exactamente, donde los vendedores de talismanes y pócimas cuelgan sus tenderetes, y magos y adivinos levantan sus altares de idolatría.

 

Sin embargo, la fuerza de la fidelidad sostiene al creyente ante tanta depravación y desvío, su fe permanece incólume y el Señor le presta amparo, sosteniendo su confianza en el Señor.

 

Sabemos que, de todas las tribus, la de Leví quedó sin asignación de tierras, para que ellos se consagraran al culto, asignando al resto de la Comunidad Israelí a ver por su sostenimiento, para que aquellos quedaran reservados y entregados a las actividades cultuales. Para ellos su heredad era su vida de oración y de intercesión por su pueblo, la atención al culto y el cuidado del templo.

 

Este es, pues, un salmo del huésped de YHWH. Los Jassidim “enamorados” de Dios, rechazaban y huían de las “libaciones sangrientas”. Sus labios no se manchaban pronunciando el nombre de los ídolos, conscientes, como eran, de que nombrarlos, era ya invocarlos.

 

Sus labios vivían ocupados pronunciando bendiciones para el Señor. Y ponían toda su existencia en las Manos de Dios.

 

Lo que vamos a decir, remitiéndonos a la perícopa evangélica que examinaremos a continuación, es que no tenemos nada, absolutamente nada que nos pertenezca, pero podemos pasar a ser dueños de nuestra verdad, la que siempre deberían proferir nuestros labios. Cuando nuestra boca así proceda, nos haremos acreedores a nuestra herencia de justica y santidad que es la parcela que Dios nos entregará en legítima sucesión.

 

Que detalles componen esa herencia, desglosémoslos:

a)    Corazón alegre

b)    Gozo entrañable

c)    Reposo descansado de cuerpo y dulce solaz

d)    Abundante esperanza bien fundada

e)    Garantía de no ser abandonado en la muerte

f)     Defensa de llegar a la putrefacción

g)    Valga decir, Vida eterna.

 

 

Mt 5, 33-37



Primero se tocó el tema del mandamiento de “No matar”, luego, aquel de “no cometerás adulterio”. Hoy vamos   a fijarnos atentamente en las observaciones que nos hace Jesús respecto del Segundo Mandamiento del Decálogo: “No jurar en falso” y su derivado “Cumplirás tus juramentos al Señor”.

 

En Números 30, 3 Moisés dice: «Esto es lo que ha ordenado Yavé: Si un hombre hace un voto a Yavé o se compromete con juramento, no faltará a su palabra, sino que cumplirá todo lo que ha prometido”. Lo que Jesús nos está enseñando en su Sermón del Monte” es cómo llevar la ley a su plenitud: Hoy lleva el segundo mandamiento a su expansión global: “¡No juren en absoluto! Es tan evidente que no podemos garantizar absolutamente nada, porque no somos dueños del tiempo, no podemos controlar la duración de la vida, y a veces, más nos vale reconocer la fragilidad de nuestras percepciones que pueden llegar inclusive a sesgarse -inocentemente- por los caprichos de nuestra afectividad y de nuestra subjetividad. A veces, sólo vemos lo que queremos ver. Detrás de todo juramente está la arrogante presunción de ser dueños de la verdad, lo que equivale a divinizarse.

 

Ahora bien, ¿Qué podemos poner como aval de nuestros juramentos? ¿el cielo?, ¿la tierra? ¿la Ciudad Santa? Qué son las cosas que menos nos pertenecen, estamos poniendo como prenda de nuestro juramento aquello que sólo le pertenece a Dios.

 

¿Por mi propia cabeza? Creerse duelo de la vida, la propia o la de alguien más es la osadía más vejatoria. ¡El único dueño de la vida es Dios, sólo a Él cabe quitarla puesto que el es su Fuente y Génesis!

 

La recomendación que nos entrega Jesús es hermosísima: ¡No es mejor conformarse con un hablar honesto que llama a lo blanco, blanco, a lo negro, negro y a lo gris, gris? Por qué no decir simple, llana y contundentemente “si” cuando sea “si”; y decir “no” siempre que sea “no”, hasta que muy prontamente todos reconozcan en nuestra voz la fuerza de la verdad; y, si no la reconocen, en todo caso, tu consciencia sabrá que has hablado con verdad.

 

Quien se anda con juramentos, ya se delata saber que una que otra vez frecuenta los territorios del engaño. Y el que engaña se emparenta con el Maligno, que en la propia Escritura se nos enseña que es el “padre de la mentira”. (Cfr. Jn 8, 44).

 

La honestidad es un valor y un principio innegociable, la moral de nuestros principios hay que reusarse a modificarla, a toda costa. Nuestra integridad ha de sostenerse preservando nuestra integridad: “Que tu palabra sea “Sí, Sí” o “No, No”; todo lo demás proviene del Maligno” (Mt 5, 37).

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