jueves, 20 de junio de 2024

Jueves de la Undécima Semana del Tiempo Ordinario



Eclo 48, 1-14

Con una enumeración muy sencilla, con matices poéticos, el Sirácida nos presenta un recuento de la vida de Elías, y el gran Poder que Dios puso en sus manos para comunicarnos Su Misericordia y obrar grandezas según Su Santísima Voluntad.

 

Intentemos señalar los eventos que -mencionados en esta perícopa- bien pautan la existencia y la Misión de Elías:

1.    Cuando se decretó la sequía, Dios les mostró con la hambruna que sobrevino de 40 meses, que el Poder -en realidad- le pertenece enteramente a Él.

2.    Así como interrumpió la lluvia, hizo caer fuego por tres veces.

3.    Hizo levantarse al que ya era un cadáver.

4.    Marco el triste sino de los reyes.

5.    Sanó a renombrados personajes de sus dolencias.

6.    En el Sinaí oyó los reproches que le hizo Dios

7.    En el Horeb escucho el murmullo inaudible de la dulzura de Dios que es apenas Leve Brisa.

8.    Ungió a los reyes que cumplirían los designios Divinos

9.    También ungió y entregó su Manto al que vendría a continuar su profetismo

10.  En carroza de fuego fue conducido al Cielo

11.  Su Voz sigue resonando con el correr del tiempo para apartarnos de las idolatrías.

12.  Reavivó y atizó la fogata del linaje davídico para que su lumbre no se apagara y el vaticinio mesiánico tuviera cumplimiento


 

Pueden sentirse bienaventurados los que hayan sabido de él porque legó para la posteridad una herencia de portentos que fortifican nuestra fe.

 

Sal 97(96), 1-2. 3-4. 5-6. 7

Este es un Salmo del Reinado de Dios. Es una verdadera convocatoria a veneir s testimoniar la Grandeza de Dios, festejarla. Se anuncia el Señorío de YHWH en este salmo, se le reconoce su Realeza, se hace notar que su Trono está en loa más Alto, Él detenta el rango Supremo.

 

Este salmo tiene 12 versículos. Los siete primeros configuran la perícopa proclamada hoy. Asistimos a los ya tantas veces mencionados signos que acompañan una Teofanía común y corriente, a saber: fuego, rayos, nubes, temblores de tierra y de montañas que se derriten como si fueran de cera, hay nubes, tinieblas, fuego y rayos. Son como los datos envolventes que despiertan los sentidos de los allí presentes para que sepan que es nada más y nada menos que, el Propio Dios quien se hace Presente.

 

La islas -valga decir- los territorios más lejanos -pese a su distancia- saben que Dios se ha Aparecido. La tierra se alegra porque tiene oportunidad de comprobar la Potencia incontenible del Señor, pero no son sólo las señales tectónicas las que ratifican que el Señor está allí, también están la Justicia y el Derecho que son los atributos superiores y consustanciales de la Divinidad.

 

El fuego lo precede para ir abriéndole paso. Toda la tierra -sin excepción, saben lo que está sucediendo, todo el Universo nota que Dios se está manifestando.

 

Entonces, los cielos abran sus bocas y tocan sus Trompetas para pregonar que YHWH es El Justiciero, y todos los pueblos son deslumbrados por la Luz de su Gloria.

 

Todos los idolatras se rinden avergonzados, se sonrojan al tener que admitir que Dios-es-Uno.

 

En el versículo responsorial retornamos -un y mil veces- sobre la idea de alegrarnos -los justos, porque los impíos y los descarriados tiemblan- por estar ante tan Gran Misericordia y reconocerlo como Rey nuestro.

 

Mt 6, 7-15

Cuando pronuncio el Padre Nuestro, me siento como un sabio hortelano que siembra árboles para edificar futuros, porque mi sangre me dictamina que la “construcción del Reino” se equipara con la de los hortelanos que riegan meticulosamente las semillas, para que haya hermosos bosques en algún mañana.

 

Sonrío pensando que tal vez, esta haya sido la más antigua liturgia de la esperanza: cuando alguien plantó un árbol, consciente de que jamás habría de sentarse a su sombra. Sin saberlo, ese desconocido pronunció el Nombre del más Sagrado de los Sueños: El Mesías: el momento en que el poder será entregado a los mansos…

Rubem Alves

 

El Divino Maestro, nos presenta el Padre Nuestro, como una comunicación con El Padre, que economiza palabras y dice aquello que tendríamos, sin abusar del palabrerío y dirigiéndole una plegaria sin verborrea. Más bien, es un rezo lacónico.

 


Nosotros quisiéramos presentar aquí, cómo esta oración se inserta en le liturgia, y para eso recurriremos al numeral 2777 del Catecismo de la Iglesia Católica:

 

En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y desarrollan expresiones análogas: “Atrevernos con toda confianza”, “Haznos dignos de”. Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: “No te acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies” (Ex 3, 5). Este umbral de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que “después de llevar a cabo la purificación de los pecados” (Hb 1, 3), nos introduce en presencia del Padre: “Henos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio” (Hb 2, 13):

«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).

Todo indica que se trata de una inserción que Mateo encontró oportuna, por su relación con el tema de la oración; por eso se ha dispuesto en este lugar de su Evangelio, co-textualizado dentro del Sermón de la Montaña. Jesús les advierte que no se trata de improvisar una de esas plegarias de nunca acabar, convencidos que la extensión y la duración del discurso terminará por convencer a Dios, sabiendo -como todos sabemos- que Dios conoce perfectamente nuestras necesidades y nuestras urgencias. Y nos enseñó la “Oración del Señor”.

Se trata de una plegaría que la mayoría de nosotros hemos aprendido durante la infancia, pero que -a pesar de su importancia, por habérnosla enseñado el propio Jesús- la recitamos mecánicamente, sin llegar a sopesar su significado.

 

Su significado más profundo es -como los votos matrimoniales- el señalamiento de la especificidad de nuestra relación con nuestro Padre Celestial. Y, al ponernos en relación con Dios, nos pone también en correlación con toda la humanidad y con la realidad global que habitamos.

 

Su estructura corresponde a siete peticiones que disponen la ordenación del ser-orante. Y, en esa estructura lo que prima es la relación paterno-filial que nos enlaza y define. Sin embargo, no es simplemente el Padre, sino que -y ahí figuramos nosotros- en el otro extremo del vínculo, es “Padre Nuestro”. A nadie podemos negarle este “privilegio” verdadero que dios ha querido tener con nosotros, el de ser sus hijos. Inmediatamente empezamos a condicionar esa filialidad, estamos tergiversando la inclusividad de que contiene la oración del Señor. Muchos santos al empezar a pronunciar esta Plegaria, no pueden pasar de su enunciación y avanzar, porque es tan descomunal la profundidad omni-abarcadora, que se dice que ahí, en el que podríamos denominar “el título”, ahí se quedan.

Podríamos intentar, reflexionar, en las sucesivas veces que lo pronunciemos una de las siete peticiones, tratando de ir -progresivamente- desentrañando su maravillosa pedagogía.

 

Quepa decir que no es un problema de velocidad, a veces tendemos a prolongarlo en lento avance, creyendo que quizás así lleguemos más al fondo; se trata más bien -y particularmente cuando lo recitamos dentro de la liturgia- de recitarlo al unísono con la Comunidad, y siguiendo la “batuta” del Presidente.

 

En cualquier otro caso, debería fluir con la naturalidad que impone nuestra manera normal de hablar, y caer en la cuenta que todo dialogo -conlleva junto con su dinamismo internos- una velocidad que le es propia. Bastará con que nuestra pronunciación sea clara, pero no es recomendable introducir otros matices con el pretexto de la “solemnidad”.

 

Estas cosas son fundamentales, especialmente si atendemos a la recomendación de orar como si estuvieras hablando con un Amigo.

 

Permítasenos añadir una palabra sobre la petición de venga a nosotros tu Reino. Aunque Nuestro Padre es Rey, lo aceptemos o no, también sabemos que Él no nos impone su Reinado, y que su Misericordia se quedará respetuosamente en el umbral de nuestra vida, si nosotros no Lo aceptamos y Lo recibimos en Su calidad de Rey. Decirle que “se haga su voluntad aquí abajo, como se hace allá arriba”, es una bufonada, como si le dijéramos a un hijo, “vaya juegue”, pero previamente le hubiéramos impuesto pesados grilletes que se lo impidieran.

 

Miremos tan solo un fragmento de un texto intitulado “El Árbol del Futuro”, que pudiera ser inspirador para ti, querid@ lector(a):

 

Voy a sembrar un árbol…

Cuál vaya a ser, no tengo idea.

La copa deberá ser grande, para que los niños puedan juntarse a su alrededor. Ojalá que sus ramas sean fuertes: recuerdo el viejo mango de mi infancia, de donde colgué un columpio. Y pienso en los pajaritos que vendrán, cuando sus frutos están madurando…

 

Pero lo más importante de todo:

 

Deberá crecer lenta,

muy lentamente.

 

Tendrá que demorar tanto para crecer que ya no viviré para poder sentarme a su sombra. Y lo amaré por los sueños que se abrigan en él.

Rubem Alves

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