viernes, 28 de julio de 2023

Viernes de la Décimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario

 


Ex 20, 1-17

Ayer, dejamos a Moisés que había entrado en la Presencia del Señor subiendo a la Montaña. Igualmente dejamos al pueblo entregado a un proceso de “limpieza”, a un ritual de preparación para lo que iba a venir: la entrega de la “Constitución”, el conjunto de Leyes básicas para regular su vida como Comunidad, para mantener y respetar la Alianza con su Dios. Él los quería amorosos respecto a Él y fraternales, respecto a todos sus prójimos. En un fragmento que no se lee Dios manda a Moisés que baje de la Montaña y les recuerde que no deben traspasar el límite de lo permitido, que no pueden acercarse más de lo estipulado, so pena de muerte. Y le manda a regresar, no solo, sino acompañado de su hermano Aarón.

 

Antes de entregarles “La Ley”, lo primero que les pone de presente, como dándonos una razón y justificación para que comprendamos por qué Él tiene Derecho a Ser-Nuestro-Legislador, dice: Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud”. Muchas veces entendemos estas Palabras pronunciadas por Dios como un código, y no las sabemos aceptar como Palabra Creadora, como Fuente de Inspiración, como cédula de identidad Filial.

 

El “sembrador de la Cizaña” ha propalado con férrea continuidad su sermón anti-legislativo, con bombos y platillos sienta su presuntuoso teorema: “Toda ley es esclavitud”. Hay que desenmascararlo y descubrir que las de Dios no son cadenas, sino dicha y jolgorio, fraternidad y sinodalidad, esencia y fundamento de la “projimidad”.

 

¡Recibamos, pues, este Decálogo como fragancia inspiradora para nuestra vida!

 

Sal 19(18), 8. 9. 10.11

El antiguo Testamento y la liturgia judía están tan impregnadas de júbilo ante las normas divinas.

 

Este Salmo es un himno. Tiene 14 versos, de ellos empleamos 4 versos para disponer cuatro estrofas:

 

Muchas veces concebimos que Dios ha estipulado y escrito en lo intrínseco de la naturaleza las leyes como ecuaciones físico-matemáticas, y, que el hombre arbitrariamente ha legislado sobre la convivencia y la armonía para vivir la concordia, sus caprichosas leyes; divorciamos de esta manera la fuente de una Ley que nos cobija a todos, pero que pide una hermenéusis específica, puesto que no se reglan del mismo modo los “cuerpos” que los cuerpos-animados-con-voluntad-y-libertad.

 

Si en vez de exudar rebeldía, destiláramos complacencia por los dones, lograríamos acatar con amor ferviente y subir a la Barca del que ha legislado con ningún egoísmo, ha decretado todo bien y toda bondad, y ha fijado para procura de nuestra concordia las señales de circulación que impiden trancones, accidentes y colisiones.

 

Si pudiéramos declarar que La Ley del Señor es perfecta y sus preceptos fieles, no momentáneos, veríamos que estas “Diez Palabras” nos llevan al solaz de nuestras almas. Ese descanso se da por la transformación benevolente de nuestros corazones. Su Ley fructifica en Conversión.

 

En la segunda estrofa se muestra que la rectitud contenida en sus mandatos es una iluminación que baña de pureza, y hace hábiles los ojos al discernimiento.

 

En la tercera estrofa, retorna sobre la perdurabilidad de la Ley Divina, no es una legislación para cierta época y que en otra va a volverse obsoleta; su constancia proviene de su verdad y justicia inmanentes.

 

Esta ley -metafóricamente hablando- podríamos llamarla finísima y compararla con el oro; podríamos llamarla cómoda, agradable, dulce y tierna, y compararla con la miel.

 

Como verso responsorial se ha escogido del Evangelio de San Juan, el verso Jn 6, 68: Señor, Tú tienes Palabras de Vida Eterna.

 

Mt 13, 18-23



¿Qué es lo que siembra el Sembrador de la Parábola? La Palabra, cual Palabra, la Palabra del Reino, la “Constitución” de esa Patria. Y la parábola nos habla de tres peligros principales que amenazan la Palabra:

a)    No entenderla.

b)    Que no arraigue

c)    Que sea estéril.

 

Si uno no la entiende, está varado, el patas viene y se la roba.

 

Si no echa raíces en uno, fue inútil la siembra, cualquier dificultad o las persecuciones, fácilmente la harán sucumbir.

 

Cuando los afanes de la vida y el enamoramiento de las pretendidas “riquezas” nos confunden, vendrá -sin duda- la esterilidad y será vana la semilla, no cargará nada.

 

Señor te lo rogamos: ¡Ayúdanos a escuchar y a entender, para que rindamos el ciento, el sesenta o -al menos- el treinta por uno!

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