miércoles, 19 de julio de 2023

Miércoles de la Décimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario


 

Ex 3, 1-6. 9-12

Habíamos dejado, ayer, a Moisés, que se vio precisado a huir de Egipto por el asesinato que había cometido. En el capítulo 2, versos 15e-22, Moisés llega a Madian y se sienta en el brocal de un pozo; estando allí llegan las siete hijas del Sacerdote de Madian, que solían llevar agua de aquella fuente para los bebederos de las ovejas de su papá, fueron agredidas por unos pastores que pretendían echarlas, Moisés, con su naturaleza -que ya conocemos- que no soportaba la injusticia, intervino para defenderlas. Esta vez el relato le da otro nombre al que -acto seguido se convertirá en el suegro de Moisés, aquí lo nombra Reuel-, y nos relata que cuando las chicas volvieron a casa y narraron lo que les había sucedido, su papá las conminó a irlo a buscar para invitarlo a comer, como agradecimiento; añadió a su gratitud el muy especial detalle de entregarle a su hija Séfora como esposa.

 

Inmediatamente, ella le da un hijo al que nombran גרסון [Guersón] “forastero”, porque dice Moisés, “soy forastero en tierra extranjera” (Ex 2, 22cd).

 

En los versos 23-25, se nos narra que aquel Faraón que había condenado a Moisés, había fallecido, la condena quedaba pues cesante; los Israelitas clamaban por su condición inhumana, y estas voces doloridas llegaron a Oídos del Señor, y Dios “se interesó por ellos”.

 

Moisés estaba pastoreando las ovejas de su suegro Jetró por el desierto, y en su errabundo trasegar llegó al חֹרֵב [Horeb], y allí vio una וְהַסְּנֶ֖ה אֵינֶ֥נּוּ אֻכָּֽל “zarza que ardía sin consumirse”, cosa que -como es natural- llamó su atención y se aproximó a “analizar”, qué era lo que pasaba.

 

El Señor llama por dos veces a Moisés (lo que nos señala que se trata de un relato de “vocación”), El Señor, de inmediato, establece una liturgia, para que Moisés entienda que no es un dialogo con una “mata”, ni con cualquier persona común y corriente, sino que está Dialogando con el Propio Dios; y -también- para que se haga consciente de que aquel Lugar es muy especial, el lugar donde Dios le habló y donde tendrán que venir a cumplir la segunda parte de la liturgia. El Señor Envía a Moisés, ante Faraón. En los relatos de “vocación”, suele suceder que el interpelado rehúsa y no entiende por qué Dios hace recaer sobre él el “llamado”, siendo que se experimenta a sí mismo como limitado, indigno, desprovisto de la fuerza y los carismas indispensables.

 

Le responde Dios dos cosas: por una parte, le garantiza que Él -Personalmente- lo acompañará, y, por otra, le da una señal, que se cumplirá a posteriori, sacará el pueblo de su expoliación y vendrán al Horeb a “dar culto”. Esa es, pues, la finalidad “litúrgica” de la Liberación: Venir a dar gracias, porque el Señor se ocupó y se interesó por su clamor, y obrará maravillas para doblegar la terquedad de Faraón.  

 

Sal 103(102), 1b-2. 3-4. 6-7

De los 22 versos que lo componen, se toman cinco versos y medio, es un salmo de Acción de Gracias donde se agradece y se reconocen tantas bendiciones recibidas, pero, a la vez, el salmista reconoce sus culpas y manifiesta el arrepentimiento por sus infidelidades con El-Siempre-Fiel.

 

Se menciona la “garganta”, que en hebreo alude al alma; y, al vientre, que en hebreo habla de “interioridad”, se suele traducir como “todo mi ser”. Se pide que ese aspecto global del ser, “recuerde”, “no olvide” todos los innumerables motivos que tiene para que el pensamiento de Dios ocupe su totalidad. Esa memoria nos despeja los ojos, nos hace darnos cuenta; si no, se nos pasaría desapercibido; es lo que le sucede a los “incrédulos”, su falta de gratitud no les deja ver que todo lo que tenemos lo hemos recibido, que todos los frutos vienen de criaturas y que la vida toda, los alimentos, el vestido, la vivienda, todo ha sido creado, también las personas que las han comprado y aquellos que las han construido o fabricado.

 

En la segunda estrofa se pasa a reconocer el perdón que viene de Dios, la salud, que también Él nos regala, la constante resurrección otorgada y el cariño y afección de que somos capaces, pero que nosotros no hemos cultivado ni adquirido, sino que son don puro.

 

La tercera estrofa habla de la liberación y la Justica, y de la figura de Moisés como líder que -una vez más- ha sido Dios quien lo puso a acaudillar a su pueblo elegido para rescatarlos del oprobio y la opresión. Así concluye la perícopa, evocando la Salida de Egipto, como culmen de la liberación del pueblo de Israel.

 

Mt 11, 25-27

Una de nuestras grandes debilidades que el Malo se complace en explotar, es la manía de querer hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza. Sin -casi darnos cuenta- le colgamos nuestros ideales, y nuestras expectativas; nos cuesta muchísimo descubrirlo manso y humilde, en cambio, nos apresuramos a imaginarlo como los superhéroes, rencoroso, violento, arrogante, déspota (y decorar estas imágenes con eufemismos, llamarlas “autoridad”).


 

En cambio, los νηπίοις [nepios] “sencillos”, “niños”, “bebés”, “pequeños”, “personas de mentalidad ingenua” han gozado de su Revelación. Ellos no quieren que Dios se les parezca, quieren que Dios sea como Es, “Zarza Ardiente”, y lo único que esperan es que se les haga Justicia; claman al Cielo porque en su corazón vislumbran que Él les quitará las cargas pesadas y no los explotará poniéndolos a cocer los ladrillos de barro de los monumentos idolatras.

 

Hoy y mañana nos ocupará el “Himno de Júbilo” que Jesús pronuncia agradeciéndole al Padre porque los herederos del Reino no tienen requisitos de sabiduría y arrogancia; pero se les pide aquello con lo que cuentan en abundancia: la sencillez. La sencillez es por antonomasia el atributo de los “hombres de Buena Voluntad”.

 

Los sencillos son humildes con el Único que es digno de humildad: el Padre. El problema se desprende de una infección letal: el “arribismo” que enseña las manías de los prepotentes como atributos gratos al Señor, y arrastran al pueblo sencillo a querer ser como ellos. Por eso es que el Señor nos enseña a no hacernos “padres”, ni “jefes”, ni “rabinos”; nos pide por el contrario que tengamos como superior al que esté dispuesto a hacerse nuestro “servidor” (Mt 23, 8-11). Nosotros somos sencillamente “hermanos”.

 

¿Y qué es lo que se nos ha revelado a los “sencillos”? La sinodalidad requerida para caminar los senderos que llevan a construir el Reino de los Cielos.

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