lunes, 17 de julio de 2023

Lunes de la Décimo Quinta Semana del Tiempo Ordinario


 

Ex 1, 8-14.22

Con el correr del tiempo, y como es natural, con el cambio de gobernante, también José cayó en el olvido, todos los Israelitas, eran simplemente una amenaza para el nuevo Faraón, y nada más. Lo único que ellos podían ver en este pueblo, era que se multiplicaban con pasmosa velocidad y que -como era tan grande su número- podían llegar a aliarse con cualquier pueblo enemigo de los egipcios y, luego de “atacarlos”, podrían partir y conquistar su independencia.

 

Entonces diseñaron un sistema de sometimiento y opresión que garantizara su dominio y sumisión.  Les impusieron capataces y los explotaron como obreros para la construcción de las famosas ciudades-granero: Pitón y Ramsés.

 

Irónicamente, toda esta opresión y la ´pesada carga que conllevaba, no mermó su número, y, por el contrario, más creció su población. En una espiral de desprecio, cuántos más eran., más los detestaban los egipcios. Con mayor saña les clavaron la espuela de los trabajos forzados, asignándoles la producción de los ladrillos para las obras civiles y otras pesadas faenas agrícolas.

 

Faraón determinó que se aplicara una política de control natal contra los Israelitas, consistente en ahogar, tan pronto nacían, los varoncitos del pueblo de Israel.

 

Sal 124(123), 1b-3. 4-6. 7-8

Dios rodea a Jerusalén como una muralla protectora circunda la Ciudad Elegida. ¿Se imaginan ustedes, qué le habría pasado a este pueblo, si Dios no hubiera estado a su cuidado? Con semejante trato vejatorio como les dieron los egipcios, habría sido borrados del mapa sin pasar a la historia, totalmente desapercibidos.

 

Los enemigos habrían sido equivalentes a las aguas torrenciales que los habrían arrastrado y ahogado y terminado con sus vidas; como Sodoma Y Gomorra, sus nombres habrían dejado solo unas cuantas letras escritas en el polvo y la arena. Que el correr del tiempo habría borrado y los arqueólogos ningún rastro tendrían.

 

Como los pajaritos en un territorio sembrado de trampas, habrían sido atrapados completamente en las jaulas, y la raza de aquellas aves, habría dejado de existir.

 

Este es un salmo gradual, como lo son todos, del 119-133; que los peregrinos que avanzan -sinodalmente- hacia el Templo, en Jerusalén, entonaban, a medida que subían las gradas, es un salmo que hace glosa del 121, con el tema de los versos 6-9:

Deséenle la Paz a Jerusalén,

vivan allí seguros, cuantos la aman,

dentro de sus murallas florezca la Paz,

y esté el Palacio Seguro.

 

Por todos los hermanos y vecinos,

pronuncio la plegaria de la Paz, que la Paz sea contigo,

por el linaje de Yahvé,

¡sea para ti, todo lo bueno!

 Gradual-escatológico, porque nos habla de la Jerusalén Celestial, la que se anuncia en el Apocalipsis.

 

Mt 10, 34-11,1

Hemos estado trabajando el discurso apostólico, que incluye los versos Mt 9,25 - 11,1.


 

Hoy consideramos el último aparte de este discurso: En los versos 10, 34-42, se tocan dos subtemas diversos: 1) ¿Jesús ha venido a traer la paz o la espada? 2) La recompensa que merecen aquellos que acogen la “Buena Nueva”. El verso Mt 11, 1, funciona como una especia de conclusión, o inclusive de transición: después de decirle a sus discípulos como se implementa el Envió, y darles las instrucciones correspondientes, Él mismo va a mostrarles con su ejemplo personal, qué significa lo que les ha dicho. Los capítulos 11-12 mostrarán precisamente esta dualidad de acogida y rechazo: La respuesta de los “sencillos”, de los “pequeños; y, por otra parte, los “fariseos”, los “doctos” que darán la espalda al Evangelio. Los pequeños serán los Israelitas, los ciudadanos del Nuevo Pueblo de Dios.

 

El Señor ha Llamado a sus discípulos, luego, los ha “formado”, en un proceso de sinodalidad, no son prioritariamente “lecciones”, sino, un “darse cuenta” mientras permanecen junto a Él; pero, aquí se les hace caer en la cuenta que no han sido “convocados” para estar toda la vida en esa “Compañía”, sino que deben ir pensando que llegará la hora de vivir cada uno su Misión: hacerse conscientes de ser parte de un “Proyecto”, la Iglesia, la comunidad de los Convocados.

 

Les explica, que ellos serán Él, que se convertirán en los “portadores” de su Mensaje, y, entonces, cualquier cosa que les hagan -buena o mala- será como si la hicieran a Jesús Mismo. ¿Por qué al terminar de brindarles esta etapa de formación, parte Él mismo a “enseñar”? Nosotros leemos en esto algo que dice. “No descargo mi Misión en ustedes para que ustedes sean mis sirvientes y, yo pueda recostarme en la hamaca; ¡No! yo les he entregado este legado, consciente, que la mies es tanta, que Yo solo no la puedo recojer; no sería Iglesia, sino fuera el producto de nuestros esfuerzos unificados.

 

Tenemos que darnos soberana cuenta que, de otra manera, Él habría descendido del Cielo, y con dos pases de su “varita mágica”, habría concluido la Evangelización. ¡Eso habría sido violentar nuestra “libertad”, ahí nos habría atropellado! En cambio, pone su propuesta delante de nosotros, y nos deja para que la ensamblemos. Y siempre obra así, desde el primer signo, pidió que dispusiéramos el agua para que Él la hiciera sabroso Vino, o en la multiplicación de los panes y los peces, contó con lo que el muchacho puso a disposición.

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