lunes, 10 de julio de 2023

Lunes de la Décimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario



Gn 28, 120-22a

La Primera lectura se inicia planteando que la protección que logró disfrutar Jacob, no es fruto de sus méritos, sino cumplimiento de la “Promesa” que Dios le hiciera a nuestro Padre Abrahán. En él habríamos de ser cubiertos de Bendiciones, y por él se daría continuidad a una estirpe, el linaje al que siempre nos referimos mencionando los tres primeros de la serie: Abrahán, Isaac y Jacob, a quien -como lo leeremos mañana- Dios cambió el nombre por Israel.

 

Jacob salió de Beersheva, rumbo a Harán -como quien va para Damasco y Tadmur; y en cierto lugar (una ciudad llamada Luz), ya fatigado, resolvió detenerse a descansar y recuperar fuerzas. Allí, acomodó la cabeza, usando -a manera de almohada- una piedra. Y, en sus sueños vio, una escalinata que era un puente al Cielo, servía para el transito angelical y en su cumbre estaba YHWH, siendo tal, Jacob tuvo una Teofanía, en la cual se le reveló que el Señor era el Dios de su Linaje, y -aquella tierra que él había escogido como lecho para pasar esa noche- sería le tierra que Dios le entregaría, a él y a su descendencia, como heredad.

 

En esta Teofanía el Señor-Dios le manifiesta que su descendencia -como se le había prometido a Abrahán- sería tan numerosa “como el polvo de la tierra”, extendiéndose por toda la región. También, que la bendición heredada cobijaría a todas las naciones de la tierra. El Señor sería siempre su protección, dondequiera que fuese, y estaría a su lado para cumplirle lo prometido.

 

Al despertarse, Jacob tuvo la clarividencia de entender que había dormido en tierra del Señor, y que su sueño había sido patrocinado por el Mismísimo Dios: “Casa de Dios” y “Puerta del cielo”, su almohada, se convirtió en una especie de menhir, que él ungió, lo cual ya tiene un significado de “consagración”. Le cambió el nombre al lugar, y lo llamó בֵּֽית־אֵ֑ל [Betel] “Casa de Dios” (sur de Silo y norte de Jerusalén). Este monumento lítico pretende formalizar una Alianza donde se ruega la Compañía y la Protección Divina, ofreciendo -a manera de garantía y contra servicio- por la Alianza, entregar עָשַׂר [asar] Diezmos al Señor.

 

Betel fue un Santuario de peregrinación para los Israelitas porque Jeroboam no quería que visitaran al Templo de Salomón en Jerusalén, que era el lugar de peregrinación para el reino de Judá.  

 

Sal 91(90), 1-2. 3-4. 14-15ab

Este es un Salmo de Peregrinación. Aquí se loan las bendiciones incontables que reciben los que preservan su fidelidad al Señor. Las dos primeras estrofas son la voz del Salmista, la tercera, la ratificación de la Alianza por parte de Dios.

 

El Salmista reconoce que Dios es su “refugio”, su “Muralla”, es Él quien le otorga seguridad.

 

En la segunda estrofa, nos afirma que es Él quien evita que lo hieran las flechas enemigas, lo resguarda como un ala protectora, como un escudo guarda el pecho del guerrero, como la armadura tiene peto y panoplia de acero reforzado.

 

En la tercera estrofa dice Dios: Ya que se acoge a mi defensa y me invoca clamando Mi Nombre, lo defenderé, lo libraré, le responderé, estaré con él el día de la prueba.

 

El rey va a buscar refugio al Templo, y pernocta allí, pasando una vigilia de oración. Al final, el Señor lo despacha fortalecido al combate, Él le ha prometido -con un oráculo (estrofa tercera)- que, así como le ofreció a Israel, en la Escala de Jacob, que lo acompañaría y sería su Constante-Defensa. Así también el peregrino que se acoge a la Protección Divina alcanzará a escuchar los ecos del Oráculo que da seguridad, y -también él- será blindado con la protección Celestial.

 

Ir al Templo siempre es un peregrinar para acogerse al Oráculo Providencial.

 

Mt 9, 18-26



Decimos que estamos en una zona de “resurrección”. Jesús está obrando resurrecciones a diestra y siniestra. Allí donde falta la vida, Él la lleva y la regala. A los que viven entre tumbas, los libera de sus sepulcros; a los que están muertos por su parálisis los “levanta”, a los que yacen sirvientes del imperio explotador, los libera del mostrador-de-los-impuestos y se lo lleva a proclamar la Buena Nueva.

 

¿Cómo obra hoy? Los demás tiene ojos para acusar, están engarzados en una vil competencia de pureza, de “súper-pureza”, ellos quieren acaparar los reflectores y las exclamaciones de admiración; Jesús ve lo que otros no ven, Él se percata de la hemorroisa, pero no le interesa hacerla sentir culpable, ni exponerla como objeto de escándalo, no quiere “ponerla en evidencia”, quiere que esté tranquila, que experimente la acogida, que se confíe a su Médico, y la anima.

 

Los demás están atareados contratando plañideras y haciendo de la muerte un espectáculo; Jesús -a quien no lo detienen las burlas, y ni las toma en cuenta- quiere ejercitar su ternura: A la hija del jefe la diagnostican muerta, ¿cómo la “resucita”? una vez más, otro verbo griego que significa “resurrección”: ἠγέρθη [egerthe] “levantó”, para lo cual, como habría hecho un papá, la toma de la mano para incorporarla. Donde otros ven muerte, Él ve sueño reparador. Sólo había que despertarla.

 

Muchos estamos así, nos condolemos de nosotros mismos, miramos y vemos en nuestra realidad un cadáver, nos miramos al espejo, y nos vemos al otro lado del cristal de un ataúd; sólo Jesús sabe que habitamos la cultura de la muerte, pero que en realidad estamos vivos, ¡y muy vivos! ¡Él nos da la mano y nos levanta!

 

Por favor, renunciemos de una vez por todas a re-parchar la tela raída con nuestros remiendos de tela nueva, y dejemos de rellenar los odres agujereados con vino nuevo. Decidámonos, de una vez por todas, para el Vino Nuevo necesitamos oídos y corazón nuevos. ¡Tomar en serio el bautismo de Agua y Espíritu!

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