sábado, 1 de julio de 2023

Sábado de la Décimo Segunda Semana del Tiempo Ordinario



Gn 18, 1-15

Es importante hacernos una idea panorámica de nuestro recorrido a través de la Biblia, para insertar cada Lectura Diaria en su co-texto, y comprender de qué estambre se desprende el hilo de cada fragmento; a riesgo de quedarnos con una serie de “cortos” desconectados unos de otros, en cuyo caso nos será más difícil entender de qué nos habla Dios.

 

Empezamos el lunes (26 de junio) la Lectura del Génesis, en el capítulo 12, con la presentación de Abrán. Una y otra vez, el Señor le promete una abundante prole, promete darle tierra y ahí vamos. Pero en sí, el relato parece no avanzar. Hoy, cerraremos esta visita al Génesis, en la que hemos llegado al capítulo 18; sin embargo, la historia de Abrahán se extiende hasta Gn 25, 11. O sea, que esta semana hemos tenido como Primera Lectura, el Génesis y una parte de la historia de Abrahán.

 

Pues bien, la semana entrante, presentaremos a otro “patriarca”, Jacob (Israel), el lunes y el martes. Luego, pasaremos directamente a José a quien nos dedicaremos hasta el lunes 17 de julio cuando pasaremos al Libro del Éxodo.

 

En la perícopa de hoy, Abrahán recibe la visita de Dios-Trinidad. Y, lo que se revela este hermoso “carisma” que es la “acogida”. No les pide identificación, no espera la presentación de credenciales y cartas de recomendación. Ruega que le acepten su “hospitalidad” y les brinda alojamiento.

 

Les ofrece, en primer término, agua para refrescar los pies del caminante a la sombre de la Encina de Mambré. Les ofrece un primer “entremés” a manera de “tente en pie”. Acto seguido, le pidió a Sara que amasara pan para “Él”, y a un criado le pidió guisar un magnifico ternero para brindarle la Cena.

 

Hay un dicho popular que reza: “Dios no se queda con nada ajeno”.  Así que le ofrecen la maternidad para Sara de un hijo de su propia sangre, de manera tal que – trascurrido el tiempo regular entre visita y visita-  para la próxima vez que lo visitara, Sara estaría acunando ya al bebé propio.

 

Viene el famoso episodio de la “risita de la estéril”, que ella justifica como risa nerviosa. Ella era consciente que ya había llegado a la menopausia, se llama a sí misma בָּלָה “agotada”. “consumida”. Y la respuesta, similar a la que dará San Gabriel a María Santísima: הֲיִפָּלֵ֥א מֵיְהוָ֖ה דָּבָ֑ר “¿Hay algo demasiado difícil para el Señor?”

 

Lc 1, 46b-47. 48-49. 50 y 53. 54-55.

A manera de Salmo, tenemos una perícopa proveniente del Magnificat que es una plegaria estructurada como una Acción de Gracias, recordando que Eucaristía significa precisamente “Acción de Gracias”, diremos que es una Plegaria Eucarística, con fuertes y claras alusiones veterotestamentarias, emparentado con el Cantico de Ana en 1Sam 2, 1-11. Pero iluminado con tintes proféticos donde se anuncia la Acción Salvífica y Redentora del Señor.

 

Exulta María porque Dios se muestra favorable con sus pequeños: los hambrientos, los desvalidos, los pobres de YHWH, los humildes. Se han estructurado cuatro estrofas, y frente a cada una, la Asamblea proclama que Dios jamás, óigase bien, jamás deja de ser Señor Misericordioso.

 

La primera estrofa menciona el júbilo de Santa María. Ella misma reconoce su Bienaventuranza.

 

La segunda nos dice que, el Poderoso es “Nombre Santo”. Pero su Descomunal Poderío no le impide mirar hacia su “Humilde Sierva”. Lo que dará motivo a todas las generaciones por venir, a ver en María la “Felicitada”.

 

La tercera estrofa sintetiza la “política divina”, mientras los ricos son “despedidos vacíos”, los “hambrientos” son cobijados con la abundancia.

 

Cuarta estrofa: Llega al tema que nos ha venido ocupando en las Primeras Lecturas de esta semana: El Padre le hizo una promesa a Abrahán, una promesa hereditaria, que va pasando a través de las edades; le ofreció su Misericordia, y Dios tiene una Memoria digna de su “Poderío”, siendo así, nunca olvidará su compromiso de mostrarse Misericordioso.

 

Mt 8, 5-17

Bienaventurados los que pudieran llegar a causarle admiración a Jesús.



Se muestran dos episodios en los que Jesús se revela “Sanador”, su divinidad se revela a través de su Taumaturgia. Entre uno y otro se da la oportunidad de que Jesús se muestre conmovido y verdaderamente tocado por la fe de un “gentil”, se trata de un Centurión quien da una clase de teología explicitando porque la realidad toda, le obedece al Señor, de la misma manera que los soldados obedecen a sus generales.

 

El centurión se explaya argumentando que la orden de un Alto Mando, no se requiere darla presencialmente, él puede ordenar y mandar decir, y -a pesar de la lejanía que pueda mediar- los subalternos acataran por la “autoridad” de quien dimana la “orden”. Jesús acoge esta explicación reconociendo que los propios miembros del pueblo elegido no han tenido la penetración para reconocerlo y entender cómo se manifiesta la Misericordia Divina a favor de los “creyentes”.

 

Muchas veces, basados sobre una fe mínima, decimos “ya pedir, significa fe”; sin embargo, esa sólo es una fe minúscula. El siguiente paso es pedir con fe, lo cual ya entra en un proceso, tal vez aún no logrado, pero en proceso. Existe otra manera de pedir: Pedir convencidos (Cfr. Mc 11, 24b). ¡Seguros, que lo que se pide se obtendrá!

 

Ahora bien, decirlo es supremamente fácil. Desde nuestra más tierna juventud se nos ha mostrado esta faceta: el pedir. Pero la fe que la apuntala siempre se deja de lado. El slogan queda reducido y simplificado: ¡Pedid y se os dará!

 

La educación en la fe ¿en qué consiste? Precisamente en evitar este descuartizamiento, por un lado, el pedigüeñismo, y, quien sabe dónde, la fe. Religión significa la re-integración de los dos componentes de la oración. Y no puede quedarse en decir “Mijito, hay que tener fe”; el asunto va mucho más allá. Si no queremos ser falsos fieles, tenemos que reunificar la fe y la petición, en particular la oración de súplica, articulándolas con la vida. Vivir con la fe puesta, con la fe en juego, con una fe “actuante”, que pudiera llegar a sorprender y admirar a Jesús: “Os aseguro, que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande”.

 

En este evangelio, a los miembros del pueblo elegido se les denomina “hijos del reino”, pero Jesús nos informa, no basta ser “hijo del reino” para ser admitidos a la mesa de Abrahán, Isaac y Jacob.

 

La fe no está huérfana en este relato, anda acompañada de su hermana mayor, la compasión. ¿Nos habíamos fijado? ¿Qué es lo que hace que el Centurión acuda a Jesús? Darse cuenta que su “criado yacía en casa paralítico con unos dolores terribles” (Cfr. Mt 8, 6).

 

En el segundo fragmento (Mt 8, 14-15) tenemos un muy breve cuadro: la suegra de Pedro está postrada en cama, asediada por la fiebre. Es un milagro espectacular (Atención porque lo decimos con ironía para destacar cuan sencillo es Jesús), primero suenan los redobles de tambor, luego todos los generales y los centuriones presentan armas, a continuación, habla el Primer Ministro, señalando la relación del Milagro con las promesas del Candidato Presidencial, y luego toma la palabra el Delegado Pontificio quien nos explica con sumo detalle, paso a paso, el milagro de la Sanación de la suegra de Pedro: “Le tocó la mano y la fiebre la dejó”.

 

El episodio concluye cuando, la suegra pide el favor a los generales de disparar 21 cañonazos en honor al maestro: “Se levantó y se puso a servirles”.

 

Los versos 16-17 son una coda, dónde el evangelista se remite al Cuarto Cántico del Siervo Sufriente, en Isaías (Is 52,13 – 53, 12), y se apoya para hacer la hermenéutica de esta perícopa de su Evangelio, en los versos Is 53, 4-5). Es como si, al concluir la relación de los hechos, con el puntero laser nos señalara a que se refiere y cómo interpretar y actualizar, en nuestra propia vida, la enseñanza.

 

¡Fe, Compasión y Sencillez!

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