miércoles, 12 de julio de 2023

Miércoles de la Décimo Cuarta Semana del Tiempo Ordinario


 

Gn 41, 55-57; 42, 5-7a. 17-24a

El salto que hemos dado nos ha llevado hasta una hambruna que asoló la región y que llevó a los diversos países a viajar a Egipto para aprovisionarse, y también tuvieron que ir los hijos de Jacob. La situación está llena de la ternura que un hermano siente por los de su sangre al volverlos a ver, corrido el tiempo. Sin embargo, José simula dureza y hace que medie un traductor, lo que no refrena las lágrimas emocionadas de José con las que concluye la perícopa de hoy.

 

En el capítulo 37 se inicia el -así llamado- ciclo de José, donde se nos va narrando que desde muy joven tenía sueños en los que Dios le permitía conocer y entender lo que sobrevendría. José era el hijo preferido de Israel, y lo decoró con una túnica con mantas que fue detonante de la envidia de sus hermanos y el motivo para que, llegaron al extremo de querer matarlo. Judá freno el cometimiento de este fratricidio, proponiéndoles a sus hermanos venderlo a los madianitas. Simularon, empapando en sangre retazos de la túnica de José con sangre de cabrito, hacerle creer a su papá que había sido víctima de alguna fiera.

 

En el capítulo 39, nos encontramos el episodio del mayordomo de Faraón, que se lo había comprado a los Ismaelitas (o sea el clan de los medios tíos de José, por la línea de Ismael, el hijo que Agar -la criada de Sara- lo había concebido, antes de que naciera Isaac). He aquí que, algún tiempo después, la mujer de Potifar, procuró seducirlo. Como no lo consiguió, tramó un relato acusándolo de intento de violación, lo que llevó a José a la cárcel. El señor, que vela por los desvalidos, seguía protegiéndolo e hizo que el carcelero lo delegara su secretario personal, encomendándole absolutamente todos los asuntos de la prisión faraónica.

 

Llegaron a prisión el panadero y el copero de Faraón y tuvieron un sueño, que José se ofreció a interpretárselos ya que אֱלֹהִים [Elohim] le concedía esta facultad. al interpretar el sueño José les vaticino al copero que sería restituido en su cargo y al panadero su triste fin, morir colgado.

 

Al cabo de dos años Faraón tuvo el muy famoso sueño de las vacas gordas y las vacas flacas, que dejó maravillado a Faraón cuando José se lo interpretó. Lo puso Segundo en Egipto rodeado de honores y autoridad. Por su parte José, se dedicó a lucrar los depósitos de grano, aprovechando los 7 años de abundancia, preparándose para los años de escases que iban a sobrevenir.

 

Sal 33(32), 2-3. 10-11. 18-19

Es interesante que Jesús envió a los discípulos de dos en dos y, este salmo está estructurado también de dos en dos. Cada verso tiene un asociado que hace retumbar la voz del primero. El segundo complementa lo que dijo el primero, y los ratifica. El uno hace resonancia del otro.

 

Es un verdadero modo de ser. Por su estructura, es un himno; más, por su calidad didáctica es proverbial, -mejor diríamos- sapiencial, comunica una ética que tiene como eje bendecir a l Señor y nos pone al corriente de unas razones esenciales para esta alabanza.

 

Los paralelismos van ensalzando una victoria que Dios le ofrece al pueblo elegido, ser sostenidos por un Poder que nos desata, nos acompaña, vela por nuestro desvalimiento y cicatriza nuestras lesiones.

Primero, con acordes de cítara, cantar nuestra gratitud. Descubrir un canto Nuevo, como es Nueva la Ley que nos trae el Evangelio.

 

Luego darnos cuenta -además- que los designios de Dios no se socaban por la nuca rebelde que todas las edades vamos exhibiendo, sino que se sostienen en la fidelidad de su Palabra.

 

Que Dios sólo tiene Ojos para mirar a los que perseveran en su fidelidad, que está dispuesto a desatarnos y a traernos la tan anhelada Sanación.  

 

Mt 10, 1-7



Entramos en el Discurso Apostólico: El verso 1 nos habla del “llamado” y del doble poder que se les entrega: para expulsar demonios y para curar, toda enfermedad y toda dolencia. Los versos 2-4 nos dan el nombre de los Llamados para el Envío. Los versos 5-7 dan tres “instrucciones” iniciales:

a)    No ir donde los gentiles ni donde los samaritanos.

b)    Dirigirse a las ovejas perdidas de la Casa de Israel.

c)    Proclamar que el Reino de Dios está cerca.

 

Israel, en la época que se escribe el Evangelio mateano, ya no es tanto una alusión geográfica, ni se remite tanto el personaje del Libro del Génesis, en esta época alude a un pueblo que está potencialmente llamado a aceptar a Jesús y a reconocer en Él al Salvador. Así como vislumbrar con certitud la trasmisión que, en el seno de la Iglesia, nos ha acarreado una continuidad jerárquica para regirla si apartarnos del destello de calidad que nos legó el Mismo que nos llamó.

 

Permítasenos transcribir aquí una cita del numeral 20 de la Constitución Dogmática, Lumen Gentium que nos brinda una clave insuperable para encajarla en la cerradura hermenéutica de la perícopa mateana que hoy nos ocupó: “Enseña pues, este Sagrado Sínodo que los obispos han sucedido por institución divina en el lugar de los apóstoles como pastores de la Iglesia y quien a ellos escucha, a Cristo escucha, y quien los desprecia, desprecia a Cristo, y al que lo envió”.

 

Cada uno, desde el nicho en el que la historia lo ha anidado, ha de tener bien presente que -a pesar del modesto lugar que tengamos en toda la estructura- todos trabajamos con la misma asignación: liberar de la esclavitud demoniaca para que la sanación sea verdadera. Nadie se levanta de su afección si primero no se exorciza la nefasta atadura que lo somete. Recogemos nuestra misión, nunca como piezas sueltas, en cambio siempre conscientes de ser células del Cuerpo Místico.

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