martes, 25 de julio de 2023

Martes de la Décimo Sexta Semana del Tiempo Ordinario

SANTIAGO EL MAYOR (Fiesta)



2Co 4, 7-15

¡Cójala suave! ¡No se estrese! Son recomendaciones que oímos con frecuencia y que suenan muy razonables: ¿Para qué nos vamos a complicar la vida? Y, sin embargo, esa vida muelle decepciona. Cuando rebozamos de comodidad y tranquilidad, pero, a la vez vemos circular la maldad -que campea a sus anchas- nos asalta la inquietud. Y comprendemos que no basta con no hacer el mal, sino que es preciso hacer todo el bien que esté a nuestro alcance.

 

Otra tenaza que nos ponen con frecuencia se refiere al testimonio: ¿Qué tengo yo que ver con ese Jesucristo? ¡Sí, soy cristiano! pero de ahí para allá, en el tema del “testimonio”, en el tema de hablar de Él, eso no es lo mío. Mucho hago que voy a la Eucaristía, pero de ese punto para allá, se lo dejo a los Sacerdotes, son ellos los que se comprometieron; en cambio yo, soy un simple parroquiano.

 

Pero nosotros hemos recibido, directamente, de las Manos de Jesús la Luz de su Gloria para irradiarla, para que otros puedan tener en sus ojos el Resplandor del Rostro de Jesús: La vida del fiel es compromiso, es responsabilidad.

 

En esta parte de la Carta Segunda a los Corintios, se nos propone tener consciencia de que somos portadores (Cristóforos) de la Luz de Cristo. Empezando por reconocer que llevamos ese Maravilloso Tesoro en nuestros débiles cuerpos, que no somos más que pobres “vasijas de barro”. Sin embargo, al lado del reconocimiento de nuestra debilidad se nos descubre una serie de fortalezas insospechadas:

a)    Por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan.

b)    Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados.

c)    Somos perseguidos, pero no desamparados.

d)    Derribados, pero no aniquilados.

e)    Siempre portadores en nuestros cuerpos de la muerte de Jesús, para que también en nuestros cuerpos se manifieste la vida de Jesús

f)     Expuestos continuamente a morir por la causa de Jesús, y, de este modo, también tenemos la fortaleza y la bendición de Dios para que la Misericordia se trasparente a través de nuestra carne mortal.

Todo esto nos prodiga una férrea convicción: El Padre Todopoderoso que Resucitó a Jesús, se ocupará, Él mismo, de hacernos coparticipes de esa Inefable Gracia de llegar a la Resurrección y nos incorporará sinodalmente a Su Presencia.

 

Quienes son los agraciados que recibirán en herencia la Vida de Jesucristo. Los que escuchen (oigan + pongan en práctica) dándole Gracias y Glorificándolo.

 

Sal 67(66), 2-3. 5. 7-8

Este es un Salmo de Bendición: Nos habla del compromiso y la responsabilidad del anuncio del Evangelio. Este Salmo se inicia con una petición magnifica: “Que el Señor tenga piedad y nos bendiga”. Esto que se pide se pide para un propósito definido, no se pide para usufructuar el don en beneficio propio; se pide para que “conozca la tierra sus caminos y todos los pueblos su Salvación”, es decir, se pide un don para podernos comprometer a fondo en el Misión: Una Misión Evangelizadora.

 

En la segunda estrofa se define el kerigma básico: ¿A qué Dios proclamaremos? A un Dios que rige el mundo con Justicia y gobierna todas las naciones de la tierra con Rectitud .

En la tercera estrofa ve con mirada clarividente que todos los frutos son manifestación de la bendición de Dios; aún más, que el fruto principal y verdadero es esa bendición, que todos los demás dones frutecen en las ramas de este árbol de Bendición. Y, entonces ¿qué haremos? Clamar al Cielo para que Él -generosamente- nos colme de su Bendición.

 

El responsorio pone en nuestros labios el ruego para que el Anuncio llegue hasta el último rincón de la tierra y así, todos, absolutamente todos los habitantes del planeta, vuelvan su corazón hacia el Dios-Salvador nuestro. Es, entonces, un salmo eminentemente ecuménico, de bendición católica, que no reclama la Bendición para tal o tal grupo humano, sino para “todos los pueblos”.

 

Mt 20, 20-28



Jesús nos habla de su estilo. En Jesús se da un profundo cambio de estilo. Hay toda una tradición de despotismo en los que pretenden pastorearnos. Abundan en este gremio los altaneros, los petulantes, los caciques. ¿Cómo es el estilo de Jesús? Es el estilo del “servidor”. ¡Qué cambio tan rotundo! Si queremos llegar al primer puesto hay que estar dispuesto a esclavizarse.

 

Tenemos, sin embargo, una objeción -muy modesta- contra aquellos que pretenden exigir el servicio, la humildad y la devoción para su provecho. Tenemos también nuestro modesto cuestionamiento para los que pretenden “ser Jesús” y exigir para sí, todo honor, obediencia y reverencia. Esta decisión de hacerse “servidor”, es una opción que cada uno tiene que trabajar y procurar, y entregarla “de buena fe” como algo que se le entrega a Dios, y no como deber de hacer genuflexión ante humanos, por muy fieles que sean.

 

Mucha confusión se ha generado cuando se ha pretendido hacer del Evangelio una fuente de prestigio, reverencia y poder. Esto no sólo le ha ocurrido a la madre de los Zebedeos. Allí se vio un caso de mesianismo tergiversado: claro, si Él iba a ser el Mesías, pues, había que aprovechar, cuando se sentara en su muy real trono, que empezara los nombramientos ministeriales poniendo a sus hijos en los dos cargos principales (¿ministro de gobierno y ministro de asuntos económicos?). Ella se los “entregaba” de muy buena gana, pero eso sí, que los nombramientos no se hicieran esperar. Parece natural -y quizás lo es- que toda madre ansíe para sus hijos los puestos principales.

 

Nótese que los otros discípulos se enojaron, no por la torpe petición, sino porque esos puestos ya estaban reservados para ellos. Ellos pretendían tener ya -por los menos- media nalga sino a la derecha, por lo menos en la silla de la izquierda, no con tanta autoridad, pero bueno, el tercero en el reino, no estaba nada mal.

 

Tampoco podemos olvidar, eso sí, que un enfermo, un triste y abatido, un caído a la vera del camino, o un necesitado, es una “aparición” de Jesús ante nosotros, y, ahí sí, todo el honor, la caridad y el cuidado. Será la oportunidad de actuar con samaritanidad, y hacernos prójimos de Aquel.

 

Observemos que dice al final de la perícopa, en el verso 28, λύτρον ἀντὶ πολλῶν [litron anti pollon] en “rescate por muchos”.

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