jueves, 22 de junio de 2023

Jueves de la Décimo Primera Semana del Tiempo Ordinario


 

2Cor 11, 1-11

Nos devolvemos en el orden cronológico de las cartas que están reunidas en este Libro que llamamos 2Cor. El editor, las compiló como él creyó, pero los estudiosos, con mucho cuidado y atención, descubren que los capítulos 10 al 13 forman parte de la “cuarta carta”, mientras que los capítulos 8 y 9 recopilan un grupo de cartas que podríamos -por su cerrada afinidad temática- clasificar como “sexta carta”. En la sexta carta, el conflicto Pablo-vs-corintios ya se ha superado. Mientras que en la carta número cuatro, el conflicto ya se ha dado, pero permanece en suspenso su solución y Pablo está atormentado por esta desavenencia destructiva y demoledora para la comunidad. A Pablo, que lo habían abofeteado allí, y había sido rudamente tratado y prácticamente expulsado, le partía el alma que los corintios hubieran caído en el engaño de los que Pablo llama ὑπερλίαν ἀποστόλων [uperlian apostolon] “superapóstoles”.

 

Ellos se las daban con sus “credenciales”, hacían gala de su ascendencia judía y de su proveniencia y su “magnifica cultura. Cómo los superapóstoles les exigían “fuertes pagos y contribuciones” a cambio de sus predicas, y Pablo en cambio, desempeñó entre ellos su ministerio de manera gratuita, esto lo usaban como argumento para devaluar el ministerio paulino y decir que “nada valía”. Y despreciaban también el amor que Pablo les pudiera tener, afirmando que para nada los amaba (seguramente a eso aunaban la acusación de no haber vuelto, probando, con la falta de retorno, que hubiera un real afecto por la comunidad de Corinto, mientras, sabemos que no volvía para no echar más leña al fuego de esta disputa).

 

Lo que querían los susodichos superapóstoles era predicar un Jesús diferente y promover un Espíritu distinto del que les había mostrado San Pablo. San Pablo, lejos de querer montar una tarima de auto-adulación lo que quiere es rebatir la impostura de estos farsantes y demostrarles que sus acciones tenían causales bien diversas de las que aquellos le imputaban.

 

Podemos leer en todo esto que existe una humildad inflada de fatuidad con fines de engaño y lucro y, otra humildad sincera que puede -a través de cosméticos-, ser mostrada como “arrogancia”, sólo para desconcertar a los destinatarios de la Buena Nueva. San Pablo está dispuesto a aceptar el título de “loco” que seguramente le darían los que vieron su estilo de pastoral en acción. Abnegado, sacrificado y gratuito.

 

Sal 111(110), 1b-2.3-4. 7-8

Guardar coherencia con la Ley Divina es, ya de por sí, virtuoso; esa coherencia es lo que llamamos Alianza. La Alianza no es pues otra cosa que el compromiso con la palabra dada. Pero la Alianza no se reduce a un “tan juicioso que soy”, sino, a la manera como se traban las fuerzas para ponerse al servicio de la Construcción del Reino de Dios. La Alianza está propuesta entre Dios y los que se empeñan en vivir fieles en la rectitud, que se congregan en Asamblea, configurándose verdadero pueblo de Dios. No son unidades discretas, sino comunidad orgánica.

 

En la primera estrofa propone una tarea, “el estudio” de las “Grandes Obras del Señor”.

En la Segunda estrofa, se da un resultado primario de ese estudio: se descubre que esas obras están envueltas en belleza y esplendor, que son maravillosas y dignas de ocupar un permanente espacio en la memoria.

La tercera estrofa nos trae cuatro conclusiones fenomenales de ese estudio;

1)    Las obras de Dios son “justicia y verdad”; Él no ha hecho cualquier chabacanada, sino que lo suyo es refinado y delicado.

2)    Son fiables. Para los humanos es casi imposible obtener resultados confiables, casi todo lo nuestro es engañoso e innoble. Lo que viene de Él, por el contrario, es siempre noble y recto.

3)    ¡Estable! Nosotros hacemos algo por aquí y se desestabiliza algo por allá. En cambio, Dios, obra aquí y -simultáneamente- re-estabiliza el todo.

4)    Las obras Divinas no pueden ser operadas con manos malintencionadas, dirigidas por un corazón injusto o indigno. Lo que Él nos propone debe ser llevado a termino con un espíritu de rectitud y verdad.

 

Celebrar la Alianza es ratificar en nuestra existencia como Comunidad creyente el gozo Pascual. Salimos de la esclavitud y caminamos hacia la patria celestial, la patria de la justicia y la verdad. ¡Qué cada día y a cada instante estemos más lejos de Egipto y más cerca de la Tierra de Promisión!

 

Mt 6, 7-15



Ante todo, al rezar, no hay que construir un Zigurat de palabras, que no pensemos -pecado de ingenuidad- que la oración, por más larga, será más efectiva. Según lo dice Jesús, este era el criterio de la gentilidad, la extensión y la duración. Quizás nosotros pudiéramos contraponer la sinceridad y la profundidad.

 

Cuando en la oración contamos lo que nos está pasando y decimos lo que necesitamos, en realidad, no le traemos noticia a Dios de lo que Él ya sabe; en cambio, esta rendición de cuentas puede tener el doble sentido de hacer consciencia de nuestra propia dependencia de Dios y de si realmente estamos pidiendo de acuerdo a una real necesidad o sólo traemos al Altar nuestras ambiciones desmedidas, nuestras envidias mal cosechadas y nuestros caprichos más arrogantes. El presentar nuestra lista, no estamos supliendo la ignorancia de Dios -que todo lo sabe- sino que, estamos mirando nuestra hambre y nuestra sed en un espejo que puede retratar nuestra mesura y el alma de nuestra piedad.

 

La oración es un gesto humilde y proporcionado de reconocimiento de nuestras impotencias, de nuestra debilidad, de nuestros alcances, y de nuestra dependencia de la Divinidad; se trata de ponerle un límite a nuestra prepotencia, a nuestra autosuficiencia, a nuestra humana arrogancia; y reconocerle a Él como Padre.

 

Y un abandono del capricho propio, en favor de la Santa Voluntad. Ese dejar hacer la Voluntad Mayor es el gesto por excelencia de la Santificación del Santo Nombre. El Santo Nombre es Omnipotente. Pues allí, al borde de la desprendida sencillez digámosle que no sea lo que yo quiero, que sea lo que Tú Perfección Dice.

 

Al cierre, en clave de ruego por nuestras desobediencias, garantizamos hacernos perdonadores para ganar el tan necesario perdón. Sabiendo que el Perdón Verdadero sólo viene de Él, ofrecemos nuestros pobres perdones para, mínimamente demostrarnos fieles al discipulado, es esa enseñanza del que nos viene tratando de inculcar el perdón para posibilitar nuestra convivencia entre los que siempre ofendemos, fallamos, decepcionamos.

 

Aquí no hay un comercio. No se compra Perdón pagado con perdón. Bien entendido que nuestros perdones son nimios ante el Perdón desbordante de lo que ofende al que no merecería jamás daño alguno. Pero es, el propio Hijo de Dios, Quien en su Epifanía -en medio de nosotros- nos ofrece una línea de “descuentos”: ¡Se nos dará una verdadera “ganga”! Dios nos cambia un “perdón de juguete” de los nuestros, por un Perdón de los Verdaderos que salen de su Corazón. ¡Santificado sea tu Nombre!

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