viernes, 2 de junio de 2023

Viernes de la Octava Semana del Tiempo Ordinario

 

Eclo 44, 9-15

Ayer el Sirácida alababa y glorificaba el poder de Dios manifestado en la Creación y toda su perfección. Hoy nos convoca a rememorar a todos aquellos antepasados -también, criaturas- que supieron dejar su impronta en la historia. Se podría decir que la humanidad se puede dividir entre los que pasaron sin pena ni gloria y aquellos que pasaron -como Jesús nos enseñó, enseñanza que ya se esbozaba en los patriarcas y en todos los que las Escrituras nos señalan como hombres “justos” y “fieles” con el Señor- sembrando el bien y haciendo con sus obras glorificación del Creador.

 

A nosotros que nos ha cabido la bendición de ser sus sucesores, nos han legado a más de su buen ejemplo, un reto, para no ser menos y no permitir que nuestra minoría en benevolencia, opaque su memoria, digna de conservarse como ejemplarizante, ellos nos heredaron la coherencia fiel con la Alianza. El elogio para ellos que nos señalaron que el camino de la virtud según la Ley Divina, no es una utopía, que se puede vivir en consonancia con las disposiciones que el Cielo nos entregó, y que no se requieren dones sobrehumanos, porque todos los requisitos a cumplir, nuestro Hacedor nos los dotó, podemos elogiarlos -pues- ya que, en el decurso del tiempo se mostraron conformes con la Voluntad del Padre Celestial.

 

Sea, entonces, nuestra herencia su luminoso empeño de ser preclaros representantes de la fidelidad y el temor de Dios.

 

Sal 149, 1bc-2. 3-4. 5-6a y 9b

La perícopa del Salmo responsorial ha sido organizada en tres estrofas:

 

La primera nos habla del callejón ciego, cuando nuestro dialogo y evocación de la Vida Eterna se limita a ser una cantinela repetitiva, habitual, fuerza de la costumbre, machacona. La alabanza -pudiendo hacerse con las mismas palabras de ayer- debe ser cada vez que se pronuncia, como un descubrimiento. Esa capacidad de sorprendernos con las mismas ideas, porque detrás de ellas se esconde la Obra del Cielo, siempre nueva, siempre re-creacionista, porque Dios no se repite, Él se re-inventa en cada nuevo segundo y en cada nuevo acontecer. Es nuestra mente la que no alcanza a percibir su pujante novedad y le parece ser simplemente clonación. Nuestra idea -que tanto ponderamos- de la producción en serie, es producto de esta refractariedad, que le parece que todo está reiterado sobre el mismo patrón. Ya se ha dicho, ¡Dios no opera con fotocopiadora 3-d!

 

Se incita -en la segunda estrofa- para que la alabanza sea con danza, con música, con acopio de alegría, como corresponde a un corazón verdaderamente agradecido; y es que Dios se goza en dar a los menesterosos su abundancia y en transformar escases en exuberancia. Sin duda alguna, con su lógica paradojal, se llena de efusión cuando la presea va a las manos de los que tradicionalmente han sido los derrotados.

 

Concluye en la tercera estrofa con un Mandamiento: Llenarnos la boca de vítores, marchar -como hacemos en la procesión- ordenadamente, pero radiantes y jubilosos, dejando que fluyan las exaltaciones y las aclamaciones para Dios, Digno de toda loa.

 





Mc 11, 11-25

Ayer vimos un Milagro, a Bartimeo le es concedida la vista. Hoy, vemos un anti-Milagro, Dios “maldice” la higuera. Este relato está estructurado de una manera curiosa, en una especie de inclusión, se empieza por la higuera y se termina con la higuera; pero, en medio, está el relato de la purificación del Templo, necesaria ente las conductas de indiferencia e ignorancia del lugar en que se hallaban.

 

Vemos en la higuera, no una planta, sino la simbología del pueblo de Israel, la higuera, es representativa de esta cultura. Es como si Jesús estuviera diciendo, “mi pueblo elegido se ha vuelto una planta estéril, que no da ningún fruto. Son puro ramaje. Como ha sido vana, ya vana se quedará. Ni alimentó a nadie en el pasado; lógico es pensar, que a nadie beneficiara tampoco en el futuro”. ¡Si!  Más que una “maldición” es una constatación, que se ve reforzada por su actuar en el Templo: Vendían y compraban en el Templo, negociaban con las palomas, trasegaban trasteando cosas, de aquí para allá, cambiaban las monedas judías por monedas romanas, todo un discurso profanatorio, con una pérdida total de consciencia de ser y estar en un Lugar consagrado al Culto, un espacio de Comunicación con el Altísimo.

 

Sobrevienen dos puntos, a saber: Sí uno convoca -con celo sinceramente religioso- a recuperar el respeto de las cosas Santas, los profanadores -sin ningún lugar a duda- se precipitarán de cabeza al mar; y, en la oración, no carguen con rencores, lo que impedirá que sus plegarias asciendan y lleguen a los Oídos del Señor, antes bien, acérquense al Altar con un corazón decididamente perdonador, y sus ruegos retumbaran en el Cielo alcanzando el beneplácito del Todopoderoso. 

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