lunes, 12 de junio de 2023

Lunes de la Décima Semana del Tiempo Ordinario



2Cor 1, 1-7

En un pasado no tan remoto, cuando las cartas eran toda una forma y vehículo de comunicación, se tenía mucho cuidado de estudiar la estructura de las cartas, la diferencia de su estructura cuando se dirigía a una persona cercana, familiar, amigo, novia o esposa; cuando era un documento más formal, por ejemplo, una carta comercial, o profesional, un informe o una reclamación, o todavía más formal, si se dirigía a un gobernante, o a una autoridad civil o religiosa. Lo más importante eran los factores de la estructura, la fecha, el saludo al destinatario, precedida por una fórmula vocativa, que enunciaba con claridad a quien estaba dirigida, su rango y dignidad, y, después se pasaba al cuerpo de la carta -propiamente dicha, pasando por fórmulas de despedida, antes de concluir con la firma y la identificación del remitente. Todas estas fórmulas y los detalles preceptivos para organizarla, formaban parte del acercamiento al género epistolar.

 

En el caso del presente Libro Bíblico, la Carta inicia con la identificación del remitente, Pablo -quien se auto define “apóstol de Cristo Jesús- y señala, también, quienes son los destinatarios, la Iglesia de Corinto y de toda la región de Acaya. Los saluda con la Gracia proveniente de Dios Padre del Señor Jesucristo, y Padre nuestro. Estas fórmulas introductorias de cuño paulino han marcado a la Iglesia que las ha incorporado en la liturgia y también han estado presentes en el corazón de los Sacerdotes y predicadores, para saludar de manera cordial a los feligreses en la liturgia, al dar inicio a una homilía, por ejemplo.

 

Pasa luego San Pablo a tocar el tema de las tribulaciones -que son elementos cotidianos en la vida de los pastores, en su misión, y -a su lado- la consolación que Dios no cesa de regalar y que actúa como paliativo para mitigar esas tribulaciones y sinsabores.

 

San Pablo señala que la consolación es un aporte Divino al misionero y que tal bálsamo no se destina sólo a los pastores, sino que reconforta a la comunidad eclesial toda ella, porque ellos sufren tanto o más, junto con sus pastores; las tribulaciones vienen por apacentar el rebaño del Señor, y el consuelo otorga aguante a los pastores tanto como a las ovejas.

 

Se consolida la esperanza en la grey, porque se experimenta que la consolación viene a redundar en provecho de los unos tanto como de los otros. Del rebaño, así como de su cuidador.

 

Sal 34(33), 2-3. 4-5. 6-7. 8-9

Este es un Salmo de Acción de Gracias. Sus versos tienen un tono didáctico, proverbial. El salmista quiere capitalizar unas enseñanzas que se desprenden de su propia experiencia y de la experiencia del Pueblo de Israel. Esas experiencias son precisamente las que motivan su gratitud. Gratitud y admiración por los favoritos del Señor que van siendo presentados a lo largo del salmo: los humildes, los afligidos, los que buscan al Señor. En cambío, los ricos -en el desenlace- serán los desprovistos.

 

Este salmo es alefático, tiene 22 versos para las 22 letras del alefato. De ellos se toman 8 para configurar las 4 estrofas de la perícopa a proclamar:

 

Primera estrofa: Bendición, alabanza y gloria al señor, que עֲנָוִ֣ים [anawin] “los humildes” disfruten la alegría de su amistad.

 

Segunda estrofa: Se convida a ensalzar y proclamar la glorificación del Señor, y se nos recomienda buscar su Consejo que nos liberta de la angustia.

 

Tercera estrofa: Cuando uno se atiene a la Bondad Divina, no queda ni defraudado ni avergonzado, por el contrario, sale resplandeciente llevando en su mano la presea de la Victoria.

 

Cuarta estrofa: Los que se acogen en el Señor cuentan con la Compañía Protectora de Su Ángel. Se nos llama, es más se nos reta, se nos desafía a observar la Bondad Descomunal e inabarcable del Señor, ¡Bienaventurados los que han elegido estar siempre bajo el resplandor de Su Luz Misericordiosa!

 

En el responsorio repetimos la invitación a טָעַם [taam] “degustar” y רָאָה [raah] “contemplar” la Bondad de Nuestro Dios. Algo así como “saborear lo que está al alcance de nuestros sentidos, lo que se trasluce de las “Obras Divinas, dentro de los limites nuestros”.

 

Mt 5,1-12



Tres elementos que enlazan con la Primera Lectura y el salmo: las tribulaciones, el degustar y el ver. Degustar es saborear la fidelidad a nuestra Alianza, dicha fidelidad es la única Dicha verdadera y que ¡bien vale la pena! Ver, ¿hacia dónde? ¿A quién? Si lo que se nos muestra es un kinetoscopio de infinitas imágenes desesperanzadoras, donde sobreabundan los “malos”, pretendiendo generalizar la maldad y la violencia como componentes naturales e inevitables del ser humano: esa sería -dizque- nuestra naturaleza.

 

Hay que mirar no en esa dirección de la mirada deformante- sino hacia Alguien que cumpla los rasgos de la bienaventuranza, porque esa sí es nuestra verdadera naturaleza. Mucho se ha hablado de una ética que apunte hacia la felicidad, pero -inclusive allí- podemos fallar si nuestro criterio se deforma hacia el hedonismo fácil, el aplauso fanático y la carcajada chabacana.

 

¿Cómo sería -entonces- ese “ideal” humano? Es Alguien que cumple ser, πτωχοὶ [ptochoi] “indigente”, “mendigo”, acurrucado, encogido, ovillado, como tratando de pasar desapercibido, arrinconado. Abandonando la línea de traducción y adentrándonos en las connotaciones de la palabra encontramos “marginado”, “invisible”, “relegado”, “excluido”. Ah, ya “vemos”, para entender esto de las “bienaventuranzas” hay que entrar en otra lógica, hay que tratar de ver con el Nuevo Espíritu que tanto nos ofrecían los profetas, y llevar las palabras al “corazón de carne” que sustituya nuestro corazón duro y nuestra nuca rígida. ¡Es por ahí!

 

Continúa enumerando los rasgos de Quien es paradigma de la bienaventuranza nombrando: b) los mansos, c) los que lloran, d) los que tienen hambre y sed de justicia, e) los misericordiosos, f) los limpios de corazón, g) los que trabajan por la paz, y para llegar a la cima, dice h) los perseguidos por que buscan la δικαιοσύνης [dicaoisunes] “aprobación de Dios”, lo que se ha traducido por “justicia” pero que no es cualquier justicia sino el Bien, desde la óptica Divina.

 

Algunos -de pronto muchos nos dirán- pues no es nada atractivo vuestro paradigma de bienaventuranza. Dejemos así, hablaremos de eso otro día (Cfr. Hch 17, 32c). Sin embargo, aun cuando nos pongamos en contrahílo de una comprensión dulzona y ordinaria de las Bienaventuranzas, intentemos ver si Jesús puede leerse con validez en esta perspectiva. ¿Pretendía lujos, comodidades, palacetes? Según sus propias palabras, carecía hasta de una simple almohada para reclinar su cabeza (Mt 8, 20). Lloró entristecido ante la perspectiva de una Jerusalén sitiada y arrasada como resultado de su impiedad (Cfr. Lc 19,41-48). ¿Nos invitó a ser retaliativos y agresivos? No, su propuesta ente la agresión fue que ofreciéramos la otra mejilla (Cfr. Lc 6, 29-42). Nos pide ser más altos en las miras de nuestra justica que los escribas y los fariseos (Mt 5, 19-20). Nos incita a ser compasivos y Misericordiosos como Su Padre del Cielo lo es (Cfr. Lc 6, 36) y a la limpieza de corazón (Cfr Lc 23, 34), procurando hacer de la sociedad una comunidad de paz y bondad, destacando -eso sí- que la Paz a la que nos llama está distante de la paz que se nos suele proponer, que es más bien un espejismo conveniente a los intereses particulares de algunos. (Cfr Jn 14, 27).

 

Las condiciones de la bienaventuranza no son propósitos a alcanzar, así que tengamos que postrarnos en un rincón a mendigar; sino oportunidades que la vida nos puede llegar a presentar; no hay que perseguirlas como “ideales”, pero si fueran arrojadas a nuestras manos no las tendríamos que desdeñar. Tomemos por caso: no hay que andar inquieto buscando quien nos cachetee, al contrario, con toda paz y con toda consciencia, procuremos en todo momento el entendimiento y la comprensión sazonados con efusivas dosis de buen dialogo; pero si el momento desagradable del tortazo llegare, que, no encontremos buena excusa para iniciar un interminable intercambio de bofetadas que -muy riesgosamente- más temprano que tarde- implicaría a otros. Si te las llegas a tropezar, recuerda que son marcas en tu mapa del verdadero Tesoro.

 

La última de las bienaventuranzas en el Evangelio según San Mateo, nos hace caer en la cuenta que la búsqueda y la práctica de la justicia -a la manera como la enfoca Dios- acarrea mucho de persecución y bastante de la condición de víctima, y nótese bien que el origen de la palabra “victima” era “lo que se ofrendaba a Dios”, sinónimo de hostia que ha pasado a significar exclusivamente, la que se presenta en el Altar, como Pan, para ser consagrado. Victima también ha llegado a significar solamente aquel que es afectado o muere o recibe el daño en cierta situación o incidente, pero se ha abandonado toda la relación que tenía inicialmente como mediación en la acción cultual, que señalaba hacía la presa, quitada al derrotado y ofrecida a la deidad, la víctima originalmente tenía que haber sido propiedad del vencido. El derrotado, estaba obligado a “pagar el pato” (que originalmente tampoco era “pato”, sino “pacto”, aludiendo a la Alianza del Pueblo Elegido con YHWH). En fin, la tribulación siempre aparece en el horizonte de la fidelidad a nuestra fe.

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