jueves, 15 de junio de 2023

JESUCRISTO, SUMO Y ETERNO SACERDOTE


 

Is 52, 13-53,12

 

“Él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores”.

Is 53, 12

 

A veces -y suele suceder- el Crucificado termina por no decirnos nada. Aún más, muchas veces entramos al Templo y fuera de algún gesto automatizado, Su Imagen pasa a ser muda, ausente para nosotros. De todas maneras, si en casa o en algún lugar hay un Crucifijo, siempre puede llegar a suceder que haya un momento de claridad en nuestra existencia que nos ayude a mirarlo, a degustar y ver Aquel que es Sal y Luz del mundo y que ha dado sabor y claridad a nuestra existencia. Entonces, para evitar “momentos lúcidos” legislemos para que sean retirados de todos los lugares donde la Gracia del Espíritu Santo nos pueda conceder su Luminoso Rayo. ¿Nos hemos cuestionado por qué produce tanto prurito? ¿Por qué las tercas campañas de erradicación? ¿Qué hace que les fastidie tanto?

 

Sí, quizás un niño, con su preclara mirada se interrogara por Aquel que está torturado, sangrante, que es un guiñapo, con claras marcas de flagelación y de haber sido abofeteado y lacerado hasta el cansancio con evidente sevicia, podemos improvisar una rápida respuesta: “Es Papá Lindo, que fue torturado y muerto en la cruz, por nuestros pecados”. Quisiéramos proponer una tarea doble: Por una parte, meditar seriamente la respuesta y tratar de “sintonizarla” para que sea acorde a la edad de la persona que nos pregunta, y, en segundo lugar, evitar quedarnos encallados en la primera respuesta y descuidar que conocer a Jesús debe ser un proceso y, nuestro deber, consiste en “acompañar” ese proceso. Muchas veces hacemos un verdadero acopio de información para explicarle al niño sobre un ídolo del fútbol o de la farándula, pero Jesús, queda resumido a la más mínima expresión.

 

Esta perícopa que leemos hoy se extracta del Deuteroisaías, del Cuarto Cantico de Isaías, del Siervo Sufriente. Al empezar tenemos el Llamado que decíamos: “Mirad”, esta mirada condensa por los menos dos sentidos: la mirada, y la emoción que de esa mirada se desprende. Siguen tres verbos muy “trascendentales”: רוּם [rum] “Enaltecer”, נָשָׂא [nasah] “levantar”, גָּבַהּ [gabbah] “ensalzar”. Si uno lee a la carrera, parecería que corresponde a tres sinónimos; pero en realidad se trata de tres cosas relacionadas pero diferentes: la primera, que “le salen bien las cosas”, la segunda que “lo alzan”, lo elevan, y la tercera, que “lo engalanan nombrándolo Jefe Supremo”.

 

Aparece una idea muy importante para nuestra fe: Normalmente, el que comete la falta es el que es castigado; aquí se presenta la idea de “Sacrificio Vicario”, alguien se ofrece a pagar por el responsable, por el verdadero culpable. No podemos ahogar el sentido teológico de las escenas de la Pasión en un jarabe de sadismo, para restregarle a los que lo llevaron a la Muerte, y hacernos los ofendidos y escandalizados ante tanta vejación. Tendríamos que entender que nuestras faltas, nuestros pecados, nuestro abandono de la Ley Divina aporta bofetadas, golpazos, latigazos, lancetazos y otros vituperios. Tampoco podemos refugiarnos en una religión de la culpabilidad como se ha hecho y enseñado. Este retrato del Siervo Sufriente, está aquí para enseñarnos que el Sumo y Eterno Sacerdote -Jesucristo- entró en el קֹדֶשׁ הַקֳּדָשִׁים [Kodesh haKodashim], “Santo de los Santos”, el lugar más Sagrado del Templo, en calidad de Sumo Sacerdote -enfatizamos-, llevando su Propia Sangre, como Sacrificio de Expiación, para rescatarnos de todas nuestras culpas. Evidentemente, no para seguir en las mismas, sino, para hacer nuestro mejor posible en aras de superarnos, de sacudirnos de esas culpas que lo vuelven a crucificar y caminando constantes en el propósito de que se haga su Voluntad aquí en la tierra, conforme se hace en el Cielo.

 

Sal 40(39), 6-7. 8-9. 10. 11

Estamos ante un Salmo de Acción de Gracias, domina el propósito de ser agradecido. Acompaña esa gratitud una especie de asombro. El Salmista no logra entender adecuadamente, cómo ha sido posible que Dios haya obrado con tanta Bondad. El Plan de Salvación implica toda una sucesión de Generosidades, que nadie, absolutamente nadie se habría comprometido. Salta como un resorte totalmente comprimido la palabra “Misericordioso”. Si tratáramos de enumerar los favores recibidos, son tantos y tan incontables, que ni nos acordamos, sólo podemos resumir diciendo ¡Cómo hemos salido favorecidos siempre y al final de cuentas?

 

Hay otra idea, y esta, está en el corazón de la perícopa proclamada, tanto es así que, se convirtió en el responsorio:  En la tercera estrofa, se nos lleva a reflexionar ¿qué pasa cuando la Ley que Dios ha puesto la consideramos ajena, algo impuesto desde el exterior?; y, ¿qué pasa cuando la Ley es tan propia que es como un hijo nuestro, o como uno de nuestros órganos, y todavía más, un órgano vital. Aquí la Ley habita nuestras propias entrañas: Por eso, es lo que le da sentido a nuestra vida. Es el norte de nuestro ser, cumplir con el “querer” de Dios no es hacer los que otro quiere, es ¡hacer lo que nos hace ser lo que somos!

 

Otra declaración es que Dios no quiere sacrificios ni ofrendas. Ah, Dios ha cambiado de opinión, ahora pide otra cosa distinta de la que pedía ayer. ¡Nada de eso! Revisando en los profetas, vemos que nunca ha querido que se le maten animalitos, Él lo ha aceptado, como al tierno infante se le acepta un matachín hecho con dos rayas; pero conforme el hijo crece, se le exige más, y con calidad. En la infancia de la humanidad nos tuvo paciencia y se recreaba con nuestros torpes dibujos. Ahora, espera que nuestro talento haya madurado: Que seamos capaces de hacer su Voluntad.

 

El Mesías, no vino a gobernar con cetro de hierro, ha venido a “comunicarnos” la Palabra de su Padre. Él mismo es la Palabra. Al abrir sus labios, cada epifanía ha sido para deslumbrarnos con su Misericordia Inefable.

 

Lc 22, 14-20



“Hagan esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19g). Llegó la hora, ¿a qué hora se refiere? A la hora en la que los judíos dan inicio a la Cena Pascual, por la tarde, antes de que brille la primera estrella. Va a comer la Cena Pascual. Según el ritual judío, panes ázimos, vino y apio mojado en agua salada que recuerda las lágrimas que derramaban en Egipto con los padecimientos y los trabajos forzados a que eran sometidos.

 

“Se puso a la mesa con los Apóstoles… tomó luego el pan y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en recuerdo mío” (Lc 22, 14bc. 19). ¿Quiénes fueron encargados de esta acción que los comisionaba a ejecutar como fórmula para hacerlo nuevamente Presente? Los Apóstoles, quedaron encargados de hacer y confeccionar, en los sucesivo, la Eucaristía.

 

En el verso 17, recibiendo la Copa da gracias, se trata del Kadesh, Copa de Santificación. Luego, en el verso 19, tomó el Pan, dio Gracias y lo partió: Se trata del יַחַץ [Yajatz], que significa partir el Pan por la mitad. Se deriva de jetzi, “mitad”.

 

“Hagan esto en recuerdo mío” Con esta orden, en el contexto de una Cena Pascual Judía, instituyó el Sacramento del Orden Sacerdotal. Ha habido un cambio profundo, se abandonarán los sacrificios de animales y, por medio del Sacrificio del Hijo de Dios, todos los pecados de la humanidad han sido redimidos. Él con sus padecimientos -en lo físico y en lo espiritual, purgó todas nuestras ofensas, restableciendo nuestra Amistad con Dios. San Pablo enfatizó -para concientizarnos- que este sacrificio, dada su Perfección- no requiere “repetición”; por tanto, interesa muy especialmente decir, una y mil veces, que no se trata de repetir, sino de ubicarnos en el preciso momento-Eterno de su Entrega.

 

Él ofreció quedarse con nosotros, y -por medio del Sacramento Sacerdotal, lo ha cumplido: sigue haciéndose Presente de manera Real, sigue confesando y absolviendo, sigue fiel, caminando con nosotros en nuestro andar hacia la Patria Celestial, y mientras camina a nuestro lado, nos explica las Escrituras. 

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