martes, 20 de junio de 2023

Martes de la Décimo Primera Semana del Tiempo Ordinario



2Cor 8, 1-9

En el capítulo 8 de esta segunda carta a los Corintios, encontramos un escrito Paulino -la sexta carta, escrita a finales del año 55 o, tal vez, en el año 56, en Macedonia- donde una vez reconciliada la Comunidad con Pablo, este los llama a hacer efectiva una ayuda que por propia iniciativa ellos se habían comprometido a dar a la empobrecida comunidad de Jerusalén. La carta fue comisionada a la mensajería de Tito.

 

Al principio San Pablo les cuenta que los de Acaya, a pesar de ser gente básicamente pobre, con gran esfuerzo y asombrosos resultados llevaron adelante la colecta y sobrepasando todo lo imaginable, dieron ejemplo de donación entregando hasta su último recurso. Ahora, con la mediación de Tito, les pide a los de Corintio, apoyar, ellos también voluntariamente con lo que tuvieran a su bien donar. Les dice claramente que este aporte que ellos pudieran dar, no es un “mandato”, sino la ocasión de que ellos deslumbren con su generosidad, dando signos claros e irrebatibles de su caridad, por su amor de fraternidad.

 

Aprovecha la oportunidad para poner de relieve las virtudes que adornaban a los Corintios: quienes se destacaban por su fe, en la Palabra, en conocimiento, en tesón y en el Amor. Entonces, siguiendo el magnífico empeño del Señor Jesucristo, apliquen enajenarse de su riqueza hasta convertirse en pobres, pero ricos en la pobreza que los equipara a Jesucristo. Poniendo el pie -ellos también- en la huella caritativa del Señor.

 

Sal 146(145), 1b-2. 5-6b. 6c-7. 8-9a

Este Salmo es un himno. Un himno que nos convida a dar gracias por todos los favores recibidos, tanto los cercanos como los lejanos, del pueblo escogido. Nuestra bienaventuranza radica en fiarnos de la Misericordia Divina. Son seis salmos que forman el Hallel, así llamados porque estos se inician y concluyen expresando הַֽלְלוּ־יָ֡הּ [Aleluia] “Alaba al Señor”.

 

Además, se suceden nueve participios hímnicos señalando a Dios como Creador, fiel, justo, que da pan, que libera, que abre los ojos de los ciegos, que endereza a los encorvados, que ama a los justos, que guarda a los peregrinos y protege a los huérfanos y a las viudas. Se toman seis y medio versos -de los 10 que componen el salmo- para articular esta perícopa.

 

Es salmo nos muestra que Dios se preocupa por los “pobres”, por los “pequeños”, por “los más débiles”. Parece en el fondo un cuestionamiento: y tú ¿de quién te ocupas? El salmo indica en la dirección de una trasferencia de responsabilidad: Dios nos entrega a sus desvalidos para que nosotros -en ellos- nos ocupemos de Él.

 

Mt 5, 43-48



Continuando en la misma veta de ayer, nos encara con una comparación radical. Nos había dicho que nuestra justicia tenía que ser mayor que la de los escribas y los fariseos (Cfr. Mt 5, 20), si nuestro deseo de entrar en el Reino de los cielos es sincero. Hoy también nos pone frente a los publicanos y a los gentiles, para ver si en verdad alcanzamos a obrar -aun cuando sólo sea- un poco mejor que lo ordinario. Se nos está pidiendo que hagamos un esfuerzo para que nuestro obrar caiga en la zona de lo extraordinario. En verdad, se espera todo nuestro compromiso y esfuerzo, porque no se espera que seamos un poco mejor sino τέλειοι [teleioi] “perfectos”, porque nosotros no queremos ser como otros seres humanos; para que nuestra Luz resplandezca y para que nuestra salazón dé sabor a todos, se requiere poner la mira muy alto: nosotros queremos esforzarnos para parecernos al Padre, cuyo colmo de perfección es que supera toda discriminación entre “buenos” y “malos” entre “justos” e “injustos”; y, -como Él- queremos que nuestra dadiva, se done por igual a todos, sin pedir carnets, ni certificados, ni escudos, ni distintivos, ni escarapelas especiales. Cuando alcancemos estar por encima de condicionamientos, entonces, obtendremos la cercanía, la Presencia, estar ante Dios. Valga traducirlo diciendo: Habremos llegado al Reino.

 


El Reino ha llegado, si se te entrega la administración del botón que regula el sol y la lluvia. Y tú, sin reparos, lo activas indiscriminadamente, cuando Dios manda, y no te paras en censuras. Eso se llama “perfección”.

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