viernes, 22 de marzo de 2024

Viernes de la Quinta Semana de Cuaresma

 


Entre todos los profetas del Antiguo Testamento, Jeremías es sin duda la figura más semejante a Jesús.

Carlo María Martini

Jr 20, 10-13

Jeremías significa “YHWH levanta”, nació en el 650 a.C. de familia sacerdotal, se cree que descendiente de Abiatar -sacerdote de David- desterrado por Salomón. Actuó en la misma época de Sofonías, Nahúm y Habacuc. Del 1, 1 hasta el 25, 14 contiene los oráculos a Jerusalén y Judá; Está perícopa -que se lee hoy- viene del bloque formado por 7,1 – 20,18, que registra los oráculos pronunciados en la época de יוֹיָקִים Yoyaquim, 609 – 598 a.C. fue una época durísima para el profeta, se suele decir que este tiempo fue el “Getsemaní de Jeremías”. El profetizó en la era de los últimos cinco reyes de Judá: Josías, Joacaz, Yoyaquim, Joaquín y Sedecías.

 

La perícopa está insertada -como un sándwich- entre dos perícopas que se refieren a la crisis vocacional de este profeta (20, 7-9. 14-18), una confesión que hace Jeremías de su desespero ante la crueldad de su experiencia profética: Allí declara que profetizar “violencia y destrucción” se le ha convertido en escarnio constante, y dice que preferiría no haber nacido y que nadie les hubiera dicho a sus padres que él estaba en camino. Está crisis vocacional se inicia con la manifestación de que el llamado fue una seducción de parte de Dios y él se considera seducido, forzado y violado.

 

Se debe decir e insistir que hay una evidente similitud entre la vida de este profeta y la de Jesús, y que ya en los tiempos de Jesús ese paralelismo era evidente. Aquí, lo que se toca hoy, es precisamente esa amenaza a la vida de los dos, ese riesgo de ser lapidados, Sus “amigos” -dice él, con acento irónico- le buscan el “quiebre”, tratan de engañarlo con preguntas amañadas a ver si les da materia de acusación y condena. Es -como si hubiéramos saltado al Evangelio y leyéramos algún trozo entresacado de esta unidad de San Juan, comprendida entre los dos signos, el sexto y el séptimo, a saber, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro, donde Jesús se muestra como el Yo-Soy.

 

Concluye la perícopa dejando todo en manos del Señor, rogándole que libre al אֶבְיוֹן [ebyon] “pobre” (“menesteroso”) de las manos de la gente רָעַע [ra´a] “perversa”, “hacedores de maldad”, “buenos para nada”.

 

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Sal 18(17), 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7

Salmo de acción de Gracias. Porque Dios -más temprano que tarde- nos asiste con logros y liberaciones, sanaciones y prodigios, porque todo cuanto recibimos de Él es puro Don y su Único Motivo -detrás de todo- es el Amor. Dios es eso: un castillo amurallado, estratégicamente ubicado para hacerlo inexpugnable, por eso lo llamamos “fortaleza”, מְצוּדָה [matsu´d] “alcázar”, porque Es la sólida edificación fortificada que me resguarda del ataque enemigo.

 

Y decimos mi fortaleza, mi alcázar, mi libertador, mi baluarte, Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora ¡no porque pretendamos adueñarnos de las cosas santas!, ya sabemos que todo lo Santo sólo es de Dios. Pero les anteponemos el “posesivo” para declarar que Lo hemos aceptado, que es el Dueño de cuanto somos y de todo lo que Él nos ha dado, que Él es el Único Rey de todo nuestro existir. Y sabemos -también- que no le podemos quitar a nadie, ni un poquitín de aquello que les da a los que también lo han aceptado y reconocido como su Dios y su Rey. “¡Envidiosos, apartaos! No sois sus dueños, en cambio ¡Él sí!

 

Lo invoco, porque Él es mi Libertador, El que me protege de los que actúan en contra mía y se ponen en contra Suya, Él nunca desatiende mis ruegos, Él presta Su Oído a mis gritos desesperados, Él me escucha y me autoriza a llamarlo a gritos siempre que tenga menester de Él. Por mucho que grite, no lo ensordeceré; pero cuanto más grite, más sabrá que sólo me fío de Él.

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Jn 10, 31-42



Esta perícopa se inserta en el Libro de los “signos”, como se ha llamado a la primera parte del Evangelio de San Juan, que inicia con el prólogo (1,1-18), luego si viene el Libro de las señales: 1, 19 – 12,50) emparedada entre el penúltimo y el último “signos” (9, 1-41 y 11,1-44).

 

Podríamos estudiarla en 5 segmentos:

1.    Se dispone el conato de lapidación.

2.    Razón para lapidarlo, dicen ellos que porque Él “se hace pasar por Dios”.

3.    El hace las obras que el Padre le ha confiado y para las cuales lo ha revestido de Poder.

4.    No pueden detenerlo y se les “evade” de las manos.

5.    Alusión al Testimonio que a favor de Jesús dio Juan el Bautista.

 

Como podemos ver, la acusación es porque ellos creen que se hace pasar por Dios, y no descubren que su filiación con el Padre está respaldada y testimoniada por las Obras Prodigiosas que son “Signo” precisamente de ser el Hijo, ya que sólo dotado del poder de Dios-Hijo se puede obrar lo que Jesús realizó.

 

Esto los delata como “ciegos” que no aceptan ser curados de su ceguera. Pero, en ese contraste, se trasluce que Jesús si es el “Yo Soy”. Quizás de allí nació el adagio, “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”. Esta ceguera no es la del pueblo, el pueblo sencillo lo acepta, lo reconoce, lo aclama, lo recibe, bate palmas, tienden sus mantos a su paso; son los “judíos” -que, como ya lo hemos dicho, debe entenderse como “aquellos que no aceptan el mensaje de Jesús”, y no como distinción racial-  de la clase sacerdotal y de los escribas y maestros de la Ley, que se aferran y se cierran apretando estrechamente su interpretación y su dogmatismo, y bloqueando toda nueva interpretación, estos lo que quieren es defender a capa y espada sus odres viejos, y derramar el Vino Nuevo a los pies de una Cruz.

 

Pero hoy en día, la historia se repite, hay muchos que están empecinados con su versión tradicional, lo ven llegar y le gritan “blasfemo”, “se rasgan las vestiduras”, y sacan sus ahorros para poder reunir las 30 monedas de plata. Quieren que Dios sea como ellos lo han venido pintando, tiene que ajustarse a las medidas y caber exactamente en la camisa que le fabricaron. No pueden abrirse a ver que esto ya sucedió, que nosotros esperábamos a un cierto Mesías, pero Dios nos sorprendió con otra Versión, no con uno “poderoso”, sino con Uno-Manso-y-Débil. 

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