jueves, 7 de marzo de 2024

Jueves de la Tercera Semana de Cuaresma

 


Jer 7, 23-28

Hay perícopas que corren el peligro de quedar como árboles flotando en el vació. Hay que bajarlos y sembrarlos, aun cuando sea en una matera. Por eso vamos a dar dos versículos previos que nos ayuden a co-textualizar:

 

Tú no pidas por este pueblo ni eleves por ellos súplicas ni oraciones, ni me insistas más, porque no te escucharé. ¿Es que no ves lo que ellos hacen en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? (Jer 7, 16-17).

 

El Señor nos da una “orden”, y esa orden es la “Escucha”. Pero nosotros estamos insertos en una cultura predominantemente “visual” donde las imágenes nos son presentados a manera de desbarranque, de bombardeo, de derrumbe, de alud. Caen y caen imágenes que no podemos ni siquiera verlas, porque pasan raudas por delante de nuestros ojos, sin darnos tiempo a compaginarlas, a digerirlas, a compararlas, menos a retener algo de ellas. Es lo que se ha llamado “contaminación visual”.

 

Los sentidos y el propio cerebro se han habituado a este tipo de descargas, que nos parece natural que todo pase y que nada pase. Con semejante desenfreno eidético, el oído se ha vuelto un sentido “lerdo”, “pesado”, “demorado”, “aburrido”. Lo que oímos nos parece vano, si la imagen visual es tan rica y a la vez tan instantánea, el oído -en cambio- es exigente, nos apremia atención, esfuerzo, análisis, comprensión, examen exhaustivo: ¿Y todo eso, para qué?

 

El oído ha devenido un sentido hipnótico, soporífero, arrullador. ¿Y Dios nos pide “escucha”? Eso es absurdo, pertenece a una cultura pretérita, remota, caduca. Cerramos los ojos y nos amodorramos.

 

¡Lo cierto es que el Señor nos pide “escucha”!

 

Esto nos hace pensar en aquellos que exigen imágenes en el libro, las exigen y no leen -a lo sumo- los pies de ilustración. Si el libro carece de ilustraciones, tiene cavada su fosa en el más oscuro rincón del fin del mundo.

 

¿Y Dios nos pide “escucha”? ¡Y aún más! Que escuchemos y que sigamos por el camino indicado con esas pa-la-bras-tan-com-pli-ca-das-que-na-die-las po-dría-en-ten-der.

 

Después de sacarlos de Egipto, quiso conservarnos la Amistad y envió Nuevos Interlocutores que nos entregaran Su Palabra: los profetas. Y nosotros, nada, más sordos que tapias, la voz de los profetas nos resultaba un zumbido ininteligible e insoportable, un barullo penetrante rechinando en el centro del cerebro.

 

¡Pero eso sí! Tercos y contumaces, porfiando que no se entiende, que está muy enredado, que está en un lenguaje pretérito, obsoleto, arcaico.

 

¡No queremos escarmentar! ¡Endurecemos la cerviz! Y el Señor le manda a Jeremías, que aun cuando seamos sordos como tapia, nos siga predicando, aun cuando no vamos a “escuchar”

 

Llegados a esa encrucijada cuál es la misión del profeta: Desenmascararnos. Demostrar que Dios nos enseñó, pero nosotros no quisimos aprender.

 

Si damos un somero repaso a la biografía de Jeremías, encontramos lo lejos que lo llevó el cumplimiento estricto de la Misión encomendada. Él anunciaba, proclamaba, denunciaba de noche y de día, por activa y por pasiva, ¡cómo sería que lo apodaron Magor missabib (nombre dado a Passhur) “terror permanente”! Había que desprestigiar el profeta, para ridiculizarlo le dan ese apodo: “cantor de tragedias”, “sólo calamidades”.

 

Sal 95(94), 1-2. 6-7c. 7d-9

Este es un salmo de la Alianza. Lo lógico es que Dios que dio cosas tan buenas, reciba de nosotros loas de gratitud. Vayamos al Templo proclamando su Alabanza con himnos y cánticos.

 

Y postrados pronunciemos nuestras bendiciones al Creador, que no se limitó a crearnos, sino que nos constituyó su pueblo, y nos cuida como a las ovejas de su propiedad.

 

Hay un lugar geográfico que retrata nuestra desgracia y nuestra ingratitud Masa y Meribá, porque siempre estamos exigiéndole a Dios Milagros, lo ponemos a prueba, lo retamos para que haga lo que nos place.

 

Nosotros seguimos adelante con nuestra cerrazón, con nuestra contumacia. Pidámosle al Señor una Alianza Nueva, pero antes de pactarla, que nos haga un trasplante cardiaco: al corazón de piedra, de duro pedernal, nos lo cambie por uno tierno, dulce, suave, grato a las Palabras que pronuncia YHWH.

 

Todo el Salmo quiere prevenirnos e invitarnos para que no sigamos siendo como los antiguos que Dios sacó de Egipto con su Potente Brazo, y al que nosotros correspondimos y seguimos correspondiendo, con ingratitud.

 

¡Señor, por Tu Misericordia Infinita, trasplántanos el corazón!

 

Lc 11,14-23

¿El príncipe del mal quiere que se imponga la división y la enemistad… ¿hemos vivido experiencias de mutismo y de dificultad en la comunicación?

Vincenzo Paglia

 



Hay un paralelismo entre la pasión de Jeremías y la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Ambos son aprendidos, pasan la noche en el calabozo, al día siguiente los carea el rey, -en el caso de Jeremías es Sedecías el que lo interroga; bueno, en el caso de Jesús no era el rey, sino el representante del César, Poncio Pilato. La respuesta a la bofetada es: “Si he habla mal, prueba en qué; pero si he hablado bien, ¿Por qué me pegas?”:  

 

Jesús hoy nos da una clase de lógica: nos enseña a contra-argumentar. Partiendo de los argumentos del oponente y sabiendo redirigir las proposiciones, se puede desenmascarar para que terminen ellos mismos siendo sus propios jueces. 

 

Llegamos a la conclusión que, es absurda la lógica de que del mismo lado de Jesús estuvieran las fuerzas Malignas, porque -a todas luces- lo que Él hacía y decía, desmontaba el imperio del Mal.

 

No queda otra que aceptar que la obra de Jesús es realizada con “el dedo de Dios”. Con el dedo y seguro que, con el dedo meñique, porque se da a conocer que el poder de Dios es tan grande que no requiere una intervención de todas sus fuerzas, y le basta usar sólo un dedo.

 

Continua el encadenamiento silogístico. Si ha obrado el Dedo de Dios, entonces quiere decir -incontestablemente- que el Reino de Dios ya ha llegado a nosotros.

 

¿Qué nos dice el argumento conclusivo? Si a un hombre “fuerte” viene otro y los desarma, quiere decir que este último es en realidad más fuerte, su poder sobre pasa el del anterior. En el caso del Maligno, el poder supremo que lo puede contener, encadenar, y someter es el poder Divino; Dios ya está actuando y mostrándonos su Victoria.

 

Dada esta conclusión, estamos llamados a hacer nuestra opción definitiva: nos vamos con el derrotado por un solo dedo, o nuestra opción es por el reino, para Él el Honor y la Gloria por los siglos de los siglos.

 

Antes de abandonar el tema, observemos que aquí han surgido unas voces cizañeras, son algunos de entre la multitud que dijeron: “Por arte de Belcebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios”. Estos se niegan a reconocer que son hacedores de maldad. Ahí está el problema de ellos; ellos quieren aplicar su usual tergiversación, llamar el bien mal, para “meter gato por liebre”, y hacer pasar su maldad por bondad. La esencia del pecado no está en el mal mismo sino en la incapacidad para reconocerlo. Por eso -y esa es la pieza dorada de este juego- para lograr la conversión, lo primero es reconocer que lo que se hace está “mal”, dotados de este reconocimiento, proceder a transformarnos, tomando lo opción correctiva.

 

Sin embargo, si no podemos mirar el mal a los ojos y encararlo, seguiremos preconizando la mentira, que no tanto engaña a los otros, como nos conduce a nosotros mismos de cabeza hacia el abismo.

 

El primer paso consiste, entonces, en desengañarnos a nosotros mismos. Y no en tratar de calzarle el disfraz de Belcebú a otro. Ese otro al que forzamos a entrar en el disfraz es el “chivo expiatorio” que en todas las historias sigue cargando con la culpa. Lo que hacemos es seguir crucificando profetas menores porque ya Crucificamos el Mayor de Todos.

 

¿Qué hacemos en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén? Desparramar violencia e injusticia.

 

¿Porque el demonio hacía muda a su víctima? Para que no lo desenmascarara mostrando su falsedad. Le conculcaba el derecho a la palabra y a tener voz en su Comunidad. Por tanto, Jesús lo exorciza. Y, entonces salta a la vista que no estaba con Jesús, sino contra Él.

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