lunes, 4 de marzo de 2024

Lunes de la Tercera Semana de Cuaresma



2R 5, 1-15a

Eliseo es un profeta del Norte, del siglo IX a.C.  Los investigadores datan su nacimiento en el 885 a.C. en Abel-Meholah, y se estima su muerte en Samaría en el 790 a.C. Es un “hombre de Dios”, un personaje carismático capaz de hacer dulces las aguas salobres, de multiplicar el aceite y los panes, de resucitar un niño ya muerto, y de sanar leprosos, como nos lo muestra la perícopa de hoy.

 

Como muy seguramente se recordará Eliseo da continuidad a la Misión de profeta Elías. Eliseo -en la trasmisión del profetismo mediada, o mejor, simbolizada con la trasmisión del Manto- le pide a Elías el doble de poder; en cumplimiento de lo cual, Elías tiene a su haber 7 “milagros”, mientras que en el relato bíblico Eliseo obra 14 “prodigios”.

 

Eliseo aparece en 2R, en el capítulo 2, que da inicio al ciclo de Eliseo, que se extiende hasta el capítulo 13,14-21, donde se relata la muerte de Eliseo.

 

En la perícopa de hoy vamos a conocer un personaje: Naamán, jefe del ejército sirio, que, sin embargo, era “leproso”. Se entrecruzan hechos nimios para que llegue a oídos de este poderoso militar extranjero, la noticia de un profeta en Israel capaz de sanarlo, a saber, unos arameos capturaron a una muchacha y esta fue vendida como esclava para ser sirvienta de la mujer de Naamán.

 

Oyó Naamán el asunto y fue a contárselo al rey -pensamos que se trataba de Ben-Hadad II, quien juntó un tesoro, que respaldaba la petición, le escribió a Jorán rey de Israel una carta pidiéndole que su General fuera curado. Jorán vio en este escrito -simplemente- una amenaza contra su reino, una especie de pretexto, pues él se reconocía incapaz de cumplirle la petición que se le exigía y se preguntaba, ¿qué sobrevendría cuando Naamán regresará sin resultado alguno?.

 

Cuando Eliseo se enteró del espanto en el que había caído su rey, le mando decir sencillamente que lo enviaran donde él, para que viera el Gran Poder de YHWH que había puesto un tal profeta en Israel para avalar a su pueblo.

 

Llegado Naamán a la casa del profeta, este ni lo salió a recibir, sólo le mando un sirviente a decirle que se fuera a bañar siete veces en el Jordán. Esta respuesta ofuscó muchísimo al sirio escandalizado porque, en su tierra había ríos más caudalosos -por ejemplo, el Abaná y el Farfar en Damasco-.

 

Notable es la inteligencia de los sirvientes en su comitiva, que le dicen -con lógica práctica- que si le hubieran mandado algo extraordinariamente difícil, seguramente él, por aprecio a su salud, lo haría; ahora bien, lo mandado, es algo sencillo, por qué no cumplirlo, sí no había nada que perder.

 

Lo hizo y la ´piel le quedó como la de un bebé.  Ante lo que, maravillado, regresó a casa del profeta y allí declaró: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”.  Esta declaratoria es trascendental porque implica un gigantesco salto de la idolatría pagana al Monoteísmo del Dios de Israel.

 

Es cierto que los ríos sirios que nombró Naamán son ríos grandes, caudalosos, de aguas limpias, mientras las aguas del Jordán son embarradas. Lo mismo, el detalle de que no saliera personalmente el profeta, todo confluye a dejar ver que el poder actuante de YHWH no pasa por esos filtros de brillo y pompa; sí Eliseo hubiera salido, muy seguramente Naamán le habría atribuido el prodigio a él, y el otro habría tenido oportunidad de “pagarle” la sanación con el botín que traía.

 

Muy seguramente lo que traía Naamán en su imaginario eran unos pases mágicos y, quizás la pronunciación de alguna fórmula hechicera. Pero, es precisamente la negativa al oropel lo que arroja tan contundente claridad de que no era el agua, ni el profeta, ni el rio, ni la carta del rey sirio, ni los regalos-chantaje, ni la autoridad del rey de Israel, ni el poderío insinuado del rey sirio, sino la Misericordia del Dios de Israel la que lo había sanado. Así el profeta anunció La Misericordia Omnipotente de Dios, más allá de las fronteras de Israel, cin salir su quiera a las puertas de su casa.

 

Sal 42(41), 2. 3; 43(42), 3. 4

La perícopa se forma con dos versos de un salmo y dos versos del siguiente. Ambos son salmos de súplica. Antiguamente eran uno solo, ambos salmos acarician el regreso al Templo, donde se palpa la cercanía de Dios, donde se viva la experiencia de su proximidad, donde podamos sumergirnos en su Amistad.

 

Este anhelo está retratado en la imagen de "la cierva sedienta". Que es la misma sed de Dios que vive el alma. Es ese anhelo de contemplar la Luz del Rostro Divino que nos deja intuir de cerca la calidad de su Amor perdurable.

 

Para lograr ese regreso necesitamos una estrella -como los Reyes Magos- que nos guie: ¡somos torpes para encontrar el camino a casa, sólo con la ayuda de Dios podremos volver y superar nuestro extravío.

 

Acompañados de cítara- iremos al Altar para entonar canticos de gratitud, a Dios, Señor nuestro.

 

El responsorio entraña una nota melancólica: parecería que nunca volveremos a visitar sus atrios, ni a pisar las naves de su Santísimo Templo: ¿cómo podemos pasar, en nuestra ceguera devocional- temporadas larguísimas sin ir a los oficios religiosos, sin gozar los deleites Eucarísticos?

 

Lc 4, 24-30



Ante todo, hay que notar que Jesús no abandona las sinagogas, ni el Templo, sigue fielmente asistiendo a “las ovejas perdidas del pueblo de Israel”.

 

Constata, con tristeza, que -y no deja de ser raro que seamos así- nadie está mejor dispuesto a rechazar al “Profeta” que sus vecinos más cercanos. Quizás podríamos apoyarlo más fácilmente, porque es un conocido, alguien a quien quizás hemos visto crecer, tal vez hemos compartido con él/ella momentos de juventud o de infancia; pese a lo cual, nos parece que es alguien tan común y corriente que preferimos irnos a conocer otra gente que no sabemos ni de donde han salido, ni qué clase de personas serán, no sabemos ni a que dios honran, pero ahí vamos detrás.

 

Por eso, para compensar esa desproporción, Elías le llevó consuelo y socorrió a una viuda de Sarepta, una sidonita, cuando enfrentaban una gran hambruna. En esa misma línea, Eliseo sanó a Naamán, pese a que había muchos leprosos en Israel, el socorrido fue un sirio.

 

¿Cómo reaccionaron sus paisanos en la Sinagoga? ¡Furiosos! ¡Con rabia asesina! Fingían admirarlo, como se dice en los dos versos previos a la perícopa del Evangelio de hoy, pero es común que tras unas pinceladas de admiración se esconda, por el contrario, una rabia ciega y sorda, cocinada en los jugos de la envidia.

 

Todos aportaron crayones y cartulinas para hacerle unos carteles que fácilmente podrían colgarle al cuello, donde se leyera, -no lo que proclamaría un delegado del Cesar, temeroso que quisieran derribar su reyezuelo-emperador: INRI- en este caso lo que querrían declarar sería una acusación de “falso profeta”.

 

¡Seguro que nosotros también preferiríamos irnos a sanar al Abaná o al Farfar, antes que meternos al barroso Jordán! ¡Seguros -con toda seguridad- que cuanto más excéntrico, más confiable! Como Dios es Dios-con-Nosotros y desde siempre nos ha acompañado, a Él, lo ignoramos. No se nos dará ninguna "señal".

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