domingo, 31 de marzo de 2024

¡UNA NUEVA CREACIÓN!

 


Hech 10, 34a. 37-43; Sal 118 (117), 1-2. 16ab-17. 22-23; Col 3, 1-4; Jn 20, 1-9

 

Si toda su obra hubiera terminado en el patíbulo de la cruz, la muerte habría sido el fracaso de su persona, de su Buena Nueva, de su mensaje y la desaprobación de Dios

Virgilio Zea s.j.

 

Jesús, en cambio, no viene del mundo de los muertos –ese mundo que Él ha dejado ya definitivamente atrás-, sino al revés, viene precisamente del mundo de la pura vida …

Benedicto XVI

 

Todavía dominan las sombras

«… sigue siendo difícil comprender cómo María Magdalena, de quien sabemos que amaba al Señor, no fue capaz de reconocerlo inmediatamente, sino que llegó a pensar que se trataba del hortelano.»[1]

 


“El primer día de la semana, muy temprano, todavía oscuro, María Magdalena fue a visitar el sepulcro. Vio que la piedra de la entrada estaba removida” «Oscuridad es ausencia de Jesús. La oscuridad representa todas esas fuerzas negativas que trabajan de noche y se oponen a Cristo, Luz del mundo (9,4; 11, 9-10; 12, 35s).»[2] Donde se trata de la σκοτία [scocia], “la oscuridad”, se trata de la “oscuridad de la fe”, una oscuridad de naturaleza espiritual, ama a su Señor, le sigue, le continua fiel, pero, su fidelidad está dirigida a un muerto: para ella Jesús no es el Mesías, sino otro muerto más. Por eso, ante Pedro y Juan exclama: “¡Han sacado al Señor de la tumba y no sabemos dónde lo han puesto!” «Ni por un instante la pasó por la mente que Jesús hubiera resucitado. Más bien pensó en un robo, en una posible profanación del cadáver del Señor.»[3]

 

No acusemos, ni critiquemos, ni culpemos a María Magdalena. Entendamos que llegar a la fe de la Resurrección supone un tipo de profundización teológica que nos viene por la Gracia. Posiblemente, pasó mucho tiempo y tuvieron que vivir muchas experiencias muy fuertes en las primeras comunidades cristianas para poder llegar a reconocer en Jesús al Resucitado, y aún más y mayores profundidades para teologizarlo y llegar a la convicción férrea. Los encuentros con el resucitado nos permiten intuirlo; por ejemplo, cuando Él les tiene el desayuno en la orilla del lago de Tiberiades (Jn 21, 12b) “ninguno de los discípulos se atrevió a hacerle la pregunta ‘¿Quién eres Tú?’ porque comprendían que era el Señor” «Lo sabían desde dentro, pero no por el aspecto de lo que veían y presenciaban.»[4]

 


Algo así se nos critica frecuentemente cuando ven algunos nuestra representación del Crucificado o nuestra cruz como símbolo de nuestra fe. A ellos hay que recalcarles que no hay Resurrección sin cruz. La cruz nos lleva a mirar cara a cara el rostro del Amor de Dios, de su infinita inmensidad, como lo hemos dicho en otra parte: Dios nos ama tanto como una mamá ama a su bebé en medio de su indefensión. Con Tierno y Dulce Amor de Padre nos ama el Padre Celestial, pero más, con Amor Divino, con Misericordia; por ningún mérito nuestro, sino porque Él quiere amarnos, porque al moldearnos del barro y soplar en nosotros el espíritu (Gn 2, 7), quiso añadir -en su Corazón y en sus Manos Creadoras- el Amor. ¡Bendito y Alabado sea su Santo Nombre!

 

Así es como nos atrevemos a afirmar que María Magdalena iba “todavía en lo oscuro” de no reconocer al Señor Resucitado. Es a esa oscuridad a la que se refiere este texto, hay quienes todavía andan en la oscuridad del corazón para discernir en Jesús, al Señor Resucitado.

Pedro y Juan fueron corriendo

Pedro, la roca firme a quien se han entregado las “Llaves” representante de la Iglesia de Jerusalén, compite con la comunidad joánica (probablemente la comunidad de Éfeso); llega primero, pero al ver las vendas y el sudario, no capta nada, en cambio, al discípulo Amado, le basta verlas para captarlo todo y creer.

 


Augusto Seubert nos presenta tres exégesis diversas sobre el tema de las vendas y el sudario:

 

a) Pueden significar la fe antigua, el judaísmo con la versión farisaica, estricta, pegada a la Ley, concepción fundamentalista, ritualista y ultra-tradicionalista de la religión. Esas son las vendas; y Jesucristo las ha superado, las dejó atrás, anda suelto, desatado, sin amarradijos que entraben su libre caminar. Jesús siempre se mostró libre de ritualismos, de respetos sabáticos.

 

b) Las vendas evocaban a Elías que le dejó la capa a Eliseo y con ella, su poder, de forma tal que Eliseo pudo, igual que Elías, golpear con la capa las aguas del Jordán y dividirlas para pasar a pie enjuto (2 R 2, 8-15). Serían signo de transmisión de poder y autoridad.

 

c) Jesús se salió de las vendas, y quedan ahí, enrolladas, por que digamos que Él se evaporó y las vendas quedaron, enrolladas como lo habían estado alrededor del Cuerpo de Jesús, pero el Cuerpo ya salió de su jaula de vendajes.[5] El sudario doblado (Jn 20, 7b) significaba en el lenguaje de los usos judíos que “iba a volver” si hubiera quedado formando una bola habría significado que ya no regresaría, pero el lienzo doblado significa “¡volveré!”, este detalle, a primera vista insignificante, conocidas las costumbres semitas, era –verdaderamente- un “telegrama” que –si se observaba y se interpretaba correctamente- fue signo y les permitió “ver y creer” (Jn 20, 8).


 

¿Por qué Juan entiende y Pedro no? El Padre Hugo Estrada nos da una hipótesis coherente: «Juan era el mejor preparado de todos para creer: Juan había recostado su cabeza en el pecho de Jesús durante la Última Cena. Juan era el único de los apóstoles que había estado, minuto a minuto, junto a la cruz del Señor; había participado también en el entierro. Juan era el único que no había negado a Jesús. Por eso su corazón y su mente estaban más abiertos para creer lo increíble»[6]

 

Esencialidad de la Resurrección

Leemos en la 1ª de Corintios “Pero si Cristo no ha resucitado, nuestra predicación ya no contiene nada, ni queda nada de lo que creen ustedes.

 

Y se sigue además “que nosotros somos falsos testigos de Dios, puesto que hemos afirmado de parte de Dios que resucitó a Cristo, siendo que no lo resucitó, si es cierto que los muertos no resucitan.” (1Co 15, 14-15)


 

Veamos lo que comenta, a este respecto, SS. Benedicto XVI:

 

«Si se prescinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la tradición cristiana ciertas ideas interesantes sobre Dios y el hombre, sobre su ser hombre, y su deber ser –una especie de concepción religiosa del mundo-, pero la fe cristiana queda muerta….

 

Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente…

 

San Marcos nos dice que los discípulos cuando bajaban del monte de la Transfiguración, reflexionaban preocupados sobre aquellas palabras de Jesús, según las cuales el Hijo del hombre “resucitaría de entre los muertos” Y se preguntaban entre ellos lo que querría decir aquello de “resucitar de entre los muertos” (9, 9). Y, de hecho, ¿en qué consiste eso? Los discípulos no lo sabían y debían aprenderlo sólo por el encuentro con la realidad…

 

…la reanimación de un muerto no nos ayudaría para nada y, desde el punto de vista existencial, sería irrelevante.

 

Efectivamente, si la resurrección de Jesús no hubiera sido más que el milagro de un muerto redivivo, no tendría para nosotros en última instancia interés alguno. No tendría más importancia que la reanimación, por la pericia de los médicos, de alguien clínicamente muerto…

 

Los testimonios del Nuevo Testamento no dejan duda alguna de que en la “resurrección del Hijo del hombre” ha ocurrido algo completamente diferente. La resurrección de Jesús ha consistido en romper las cadenas para ir hacía un tipo totalmente nuevo, a una vida que ya no está sujeta a la ley del devenir y de la muerte, sino que está más allá de eso; … es una especie de “mutación decisiva”, … un salto cualitativo. En la resurrección de Jesús se ha alcanzado una nueva posibilidad de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro, un tipo nuevo de futuro para la humanidad»[7]

 

Sus implicaciones en nuestra vida de fe

Para muchos de nosotros, fieles cristianos, la resurrección no pasa de ser una fecha en el calendario litúrgico, la Vigilia Pascual con su hermosísimo rito o una imagen de Jesús Glorioso. Pero la Resurrección es muchísimo más que eso. Es un elemento que tiene enormes implicaciones en nuestra vida, y debe repercutir en acciones, en un estilo de vida verdaderamente a la manera de Jesús. Implica, no sólo una creencia sino un compromiso:


 

«En el drama del hombre se juega el autor del hombre. Qué sentido tiene crear un hombre del absurdo: pasión de amor y, no sabe sino destruir al otro; ansia de libertad, de dignidad, y, no afirma la propia autonomía, sino negándola a otros. ¿Tiene sentido crear un hombre que no soñó con vivir, para que cuando se apasiona con la vida se le arrebate sin consultarlo? ¿Somos un haz de luz entre dos abismos de oscuridad? ¿Una burla de quien nos creó sedientos de sentido, sin nunca alcanzarlo?... Todo lo que conquista el hombre se torna ridículo ante lo que queda por hacer. La brizna de libertad que poseemos es una burla para los que no la tienen. Nuestra comodidad y la conquista del espacio, son una ironía cuando no podemos conquistar la propia tierra haciéndola más humana…

 

…hay que establecer una crítica despiadada a un Dios y un hombre lejanos el uno del otro: Dios un absoluto que no necesita del hombre, éste una miseria perdida en los espacios siderales, pequeñez a la que se aplasta sin que Dios se conmueva, en su inmutabilidad, por el dolor de la historia.

 

¿Por qué no pensar a Dios y al hombre, no como dos realidades antagónicas, sino como la capacidad del amor y del don y la capacidad de la aceptación del ser y del amor?

 

Aceptada la fe en la creación, Dios es ante todo relación, ha hecho un mundo para el hombre y al hombre para relacionarse con Él… Creación es afirmar en cada niño que nace, en cada flor que revienta, el triunfo de la vida sobre la muerte…

 

Y ¿por qué construir un mundo para unos pocos y no para todos?

 

La solidaridad tiene dos caras: hacerse como nosotros, para que podamos ser como Él.

 

No se cree en Jesús y su resurrección, si no se ha vivido la praxis de Jesús y no se ha amado a la manera de Jesús, sin un amor que como el de Jesús hace verdad en la historia la liberación del hombre del pecado, de la opresión, del odio; si no se ha vivido la pasión por el sentido y no se ha hecho la experiencia de Jesús: mirar a Dios como Padre, con un amor que exige construir un mundo de hermanos; Padre en el que se puede confiar y por el que vale la pena entregar la existencia, dándola por los demás.»[8]

 


«La muerte no es la última palabra ni el fin de todo: se entrega uno a la muerte por la justicia, para crear una vida digna, una vida justa. En esta afirmación está contenida ya una afirmación que escapa a los límites temporales. El que es capaz de entregar su vida por la justicia está realizando con ello un inmenso acto humano, que supera los límites del tiempo y del espacio; está diciendo que su deseo de vida justa es eterno. En el cristianismo, el deseo de pervivencia y de resurrección está esclarecido, confirmado y realizado. Lo que en todo hombre está presente de manera oculta, implícita, el cristianismo lo explica y lo expresa»[9]

 

Helder Câmara contaba una anécdota que –de alguna manera- nos muestra hasta qué punto nuestra fe, o nuestra poca fe, toca a los demás, los calienta o los enfría. «Recuerdo a una mujer que un día consiguió que su padre la acompañara a misa. Su padre, un gran personaje, había perdido la fe. Ella, por tanto, no dejaba de orar: “¡Señor! ¡Señor, transfigúrate durante esta Misa! Mi padre está aquí. ¡Tócale el corazón!” Al concluir la Misa, ella estaba impaciente por saber si se habían abierto los ojos de su padre, si realmente la Eucaristía le había llegado al corazón. Pero él dijo algo que es verdaderamente terrible para nosotros, los sacerdotes y para todos los fieles: “Hija mía, ellos, los que estaban ahí dentro, no creen que Cristo esté en la Eucaristía…”

 

Por supuesto que no hay que exagerar. Al Señor no le gustan las exageraciones. Pero ¡qué importante es que participemos de un modo más auténtico y más cercano en la celebración de Cristo, para que todo el mundo comprenda que lo que hay allí no es un trozo de pan, sino el propio Cristo!»[10]

 

Es que cuando creemos llevamos el testimonio, les movemos el piso, comunicamos fe y, en esa misma medida, estamos evangelizando, proclamando la Buena Nueva. Lo contrario es cien por ciento más cierto: Nuestra tibieza, nuestra fragilidad sobre lo que profesamos, es anti-testimonio, puede ser enarbolado como pretexto, puede usarse como excusa para las inconsistencias de los demás. Así que, si creemos en la resurrección, tenemos que vivir como Resucitados. Que se nos note la seguridad en todos los aspectos de nuestra fe, y la inconmovible certeza que no moriremos para siempre.


 

Concluyamos con las mismas palabras con las que Papa Francisco cerró su homilía de la Vigilia Pascual del 15 de abril de 2017, hace 7 años: “Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos.

 

Pero, en este momento histórico que vivimos hay que agregar una nota antibélica, que nos defina con una postura firme de Discípulos-del Resucitado: «Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego. Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga un mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad.»[11] y mostrémonos inamovibles contra su mano asesina que quiere acobardarnos con su insolencia, tratando de convencernos de la validez de sus crímenes diseminados por toda la faz de la tierra.

 

Vayamos y dejémonos sorprender por este amanecer diferente, dejémonos sorprender por la novedad que sólo Cristo puede dar. Dejemos que su ternura y amor nos muevan el suelo, dejemos que su latir transforme nuestro débil palpitar.” «Nosotros también … nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús.»[12]

 



[1] Câmara, Helder. EL EVANGELIO CON DOM HELDER. Ed. Sal Terrae. Santander-España. 1987 p. 183

[2] Seubert, Augusto. CÓMO ENTENDER LOS MENSAJES DEL EVANGELIO DE JUAN Ed. San Pablo Santafé de Bogotá D.C. – Colombia 1999 p. 146

[3] Estrada, Hugo sdb. PARA MÍ, ¿QUIÉN ES JESÚS? Ed. Salesiana Guatemala, 1998 p. 206

[4] Benedicto XVI JESÚS DE NAZARET. SEGUNDA PARTE. DESDE LA ENTRADA EN JERUSALÉN  HASTA LA RESURRECCIÓN. Eds. Planeta y Encuentro Madrid-España 2011 p. 309

[5] Cfr. Seubert, Augusto. Op. Cit. pp. 147-148

[6] Estrada, Hugo sdb. Loc. Cit.

[7] Benedicto XVI Op. Cit. pp. 281-284

[8] Zea, Virgilio. sj. Op. Cit. pp. 151-153

[9] Arias Reyero, Maximino JESÚS EL CRISTO Ed. Paulinas.  Madrid–España 1982 p. 263

[10] Câmara, Helder. Op. Cit. p. 184

[11] Cantalamessa, Raniero. OFM Cap. Loc Cit.

[12] Ibidem

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