sábado, 30 de marzo de 2024

JESÚS ES NUESTRO HORIZONTE

 



Gn 1,1-2,2; Sal 103, 1-2a. 5-6.10.12-14.24.35c; Gn 22, 1-18; Sal15, 5.8-11; Ex 14,15-151a; Sal Ex 15, 1b-6.17-18; Is 54, 5-14; Sal 29, 2.4-6.11-12a.13b; Is 55,1-11; Sal Is 12, 2-3.4b-6; Bar 3. 9-15. 32-4,4; Sal 18, 8. 9. 10. 11; Ez 36, 16-28; Sal 41, 3. 5bcd; 42, 3. 4; Rom 6, 3-11; Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23; Mc 16, 1-7

 

… no se trata de la reanimación de un cadáver, es decir, volver a la vida de antes. Es una creación nueva,… “se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (1Co 15, 42ss.).

Silvano Fausti

 

Celebramos la Pascua, pero tenemos que poner de presente que Pascua significa “paso” y que lo que celebramos es el paso de la muerte a la Vida.  La Liturgia de la Palabra de la Vigilia Pascual nos enfrenta a una síntesis apretada de la Historia de la Salvación:


 

En Primer Lugar nos evoca la Creación. Dios lo hizo todo perfecto y, Él que es el Experto de excelente experticia juzga la perfección de toda la creación: ¡Todo lo hizo Bien! Entre sus criaturas se cuenta al hombre, al ser humano que tiene una dignidad especial y ha sido puesto como guardián de la vida y cuidador de toda la Creación. La Creación nos asombra por su grandeza, por su más que matemática exactitud, finura, corrección y bondad, pero la Liturgia en su comentario nos advierte que no es la mayor y más admirable obra de Dios, pues hay algo muchísimo mejor, que es la Obra de la Redención.

 

Pero, allí sobreviene la embarrada. El hombre –víctima de la tentación- sucumbió al pecado y redujo la perfección de la Creación como consecuencia de su pecado. El pecado es desobediencia a lo que Dios nos pide. Viene la Segunda Lectura, también tomada del Génesis, se trata de la historia de Abraham y del sacrificio –a última hora cancelado- de su propio hijo-único Isaac. La leña que Abrahán lleva al país de Moria es figura de la Cruz y el Monte que Dios le señala es figura del Calvario, ese mismo Calvario (Monte de la Calavera, figura de la muerte) será derrotado por la Cruz, la Cruz de la Obediencia; Dios le dice a Abrahán, “no te has reservado a tu hijo, tu único hijo”, así resulta que Isaac es prefigura del Hijo Único de Dios, Jesucristo. Abrahán llegará a ser por esta obediencia en grado sumo, “padre de multitudes” y él mismo es prefiguración de Nuestro Padre-Dios que no escatimará el amor y el dolor de ver a su Hijo Crucificado y temporalmente muerto, por alcanzarnos la Redención.

 


En la siguiente página, la Tercera Lectura (tomada del Libro del Éxodo, Lectura que no se puede obviar, estando en libertad el Presidente de elegir cuales de las otras del A.T. toma, para conformar un mínimo de tres), del muy sintético resumen, donde hallamos a Nuestro Padre Dios que –en vez de permanecer airado por nuestro descalabro- permanece interesado y alerta cuidándonos. La responsabilidad paternal no busca pretextos para disolverse; por el contrario, un papá siempre estará vigilante, no para cercenarle la libertad al hijo, sino para apoyarlo, para velar por él, para darle su consejo y señalarle los mejores derroteros; y, si llegara a caer en la trampa de ser esclavizado, no vacilará en pagar el rescate para volverlo a ver libre. La Pascua del Antiguo testamento es una prueba del Amor de Dios-Padre por su Pueblo Escogido. Que maravillosa y épica fue la muestra del Poder de Dios para salvar a Israel de los egipcios. Este  poderío lleva al Pueblo Elegido a llamar a Dios: “El Señor”. Y sin embargo hay una obra mayor que esa, el Sacramento del Bautismo que es el Sacramento del agua Regeneradora y vivificante, que lava la mancha del pecado original. Por eso, el Mar dividido para que los Israelitas lo pudieran cruzar es prefigura del sacramento del bautismo -“Se nos ha dado la oportunidad de pasar de la esclavitud del pecado y de todos los elementos destructivos de nuestra vida a una vida de libertad”- sacramento de Liberación, porque Yavé es un Dios Liberador.

 

En la Cuarta Lectura, tomada del profeta Isaías, nos encontramos a Dios y su relación conyugal con su “puebla”, que es su legítima esposa, y a la que Él jura su eterno amor muy a pesar de sus infidelidades. Profetiza que nuestro Redentor será el “Santo de Israel”. Esta fidelidad a través de los siglos y por encima de nuestras fallas repetidas una y otra vez en el curso de la historia de la humanidad, nos conduce a glorificar al Dios Omnipotente, Dios del Mundo Entero, a cantarle himnos a darle gracias por siempre. Roguémosle a Dios que haga grande su pueblo creyente para que el mundo entero reconozca que las promesas que nos hizo – a través de nuestros mayores- se cumplen.

 

¡Nos cuesta mucho trabajo entender estas vías de Dios! Nuevamente –en la Quinta Lectura- Isaías toma la Palabra y nos trae el anuncio de los caminos especiales y valiosísimos que tiene el Señor, en el verso 8 nos declara: “Pues sus proyectos no son los míos, y mis caminos no son los mismos de ustedes”. En esta profecía se nos llama a valorar toda Palabra que sale de la Boca de Dios y atestiguar su fertilidad pues no deja de dar fruto: “No volverá a mí con las manos vacías sino después de haber hecho lo que yo quería, y haber llevado a cabo lo que le encargué.” Is 55 ,11.

 

La Sexta lectura tomada del Profeta Baruc, nos desbroza de toda clase de idolatrías y politeísmos, abriendo nuestros ojos y disipando toda ceguera para que prestemos atención al Único Dios: Al Todopoderoso, a Quien la Luz le obedece (otra vez aparece la obediencia como la manera de relacionarse con el Señor, de agradarle): ¡Dichosos nosotros, Israel, que conocemos lo que agrada al Señor! Si sabemos lo que le agrada y lo aceptamos como directriz de nuestra existencia, tendremos las puertas franqueadas para alcanzar la dicha de Contemplar su Rostro, de alcanzar el Destino radiante que Él nos tiene reservado. Su Palabra nos ha sido revelada y así lo conocemos, es decir, sabemos cómo podemos agradarle, por tanto sus Palabras son Palabras de Vida Eterna.

 

Reseñaremos ahora le Séptima Lectura, esta viene de Ezequiel: En ella se nos habla de cómo nos encerramos en nuestra testarudez e hicimos caso omiso a las palabras de guía que Dios nos había revelado, en particular se denuncia la idolatría en que incurrimos y la vida de profanación que elegimos y preferimos a la opción que Dios nos propuso. Entonces, ahora, ¿qué creéis que hará Dios? ¿Pensáis que se regodeará en crueles castigos? Pues no, lo que hace, es ¡lavarnos con la purificadora agua que brota del Costado lanceado de Nuestro Salvador! Acariciemos con dulzura las tiernas Palabras de la Promesa de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo; y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaré en la tierra que di a vuestros padres. ¡Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios!”, entendemos que por eso se ha quedado a vivir en los Sagrarios de nuestras Iglesias, para no faltar al cumplimiento de su Promesa.

 

La Epístola –tomada de la Carta a los Romanos- nos señala como Jesús es nuestro Hermano Mayor, y en Él nos hemos hecho coherederos y coparticipes de los Bienes Eternos concretizados en una Vida Nueva. Hemos muerto para el pecado y renacidos de las aguas bautismales para ser mujeres y hombres nuevos a la manera de Jesucristo. Nuestra condición de pecadores fue crucificada, y ella fue la única que murió en esa Cruz, puesto que nosotros, junto con el Cordero de Dios, lo que ganamos en ella fue la corona de la Resurrección: “sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios.”

 

La tumba no es un punto de llegada, sino un punto de partida para el anuncio de la Resurrección.

Hugo Orlando Martínez Aldana

Sólo una Palabra sobre el Evangelio que acaece en el marco del Yom Rishom se llama en hebreo y μιᾷ τῶν σαββάτων en griego, “Primer Día de la Semana”, “Pasado el Sábado”, sobrado motivo para que hayamos dejado de celebrar Sabbat y hayamos pasado a celebrar el Dies Domine, El Domingo, Día del Señor: Vale la pena volver sobre el #18 de la Carta de San Juan Pablo II sobre el Día del Señor, dada en Pentecostés de 1998, donde leemos: “… los cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y definitivo inaugurado por Cristo, han asumido como festivo el primer día después del sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor. En efecto, el misterio pascual de Cristo es la revelación plena del misterio de los orígenes, el vértice de la historia de la salvación y la anticipación del fin escatológico del mundo. Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento, aunque la realización definitiva se descubrirá sólo en la parusía con su venida gloriosa. En él se realiza plenamente el sentido «espiritual» del sábado, como subraya san Gregorio Magno: « Nosotros consideramos como verdadero sábado la persona de nuestro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo ». Por esto, el gozo con el que Dios contempla la creación, hecha de la nada en el primer sábado de la humanidad, está ya expresado por el gozo con el que Cristo, el domingo de Pascua, se apareció a los suyos llevándoles el don de la paz y del Espíritu (cf. Jn 20,19-23). En efecto, en el misterio pascual la condición humana y con ella toda la creación, «que gime y sufre hasta hoy los dolores de parto» (Rm 8,22), ha conocido su nuevo «éxodo» hacia la libertad de los hijos de Dios que pueden exclamar, con Cristo, « ¡Abbá, Padre! » (Rm 8,15; Ga 4,6). A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf. 2 Co 4,6). Del «sábado» se pasa al «primer día después del sábado»; del séptimo día al primer día: ¡el dies Domini se convierte en el dies Christi!”

 


Esta es la clave para toda la partitura, todo cuanto suene estará entonado y armonizará bajo el signo de la Resurrección, porque la Cruz sólo es la Llave, pero la Puerta es que se haya Levantado, que haya atravesado las aguas de la muerte, -como dice la Epístola: “fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva”, ese es el Signo de nuestra Fe. «Abramos en cambio al Señor nuestros sepulcros sellados -cada uno de nosotros los conoce-, para que Jesús entre y lo llene de vida; llevémosle las piedras del rencor y las losas del pasado, las rocas pesadas de las debilidades y de las caídas. Él desea venir y tomarnos de la mano, para sacarnos de la angustia. El ángel nos anuncia la cita que nos ha dejado, Él nos emplaza para vernos en Galilea, es allí donde claramente somos convocados para vernos con Él y seguir dando la práctica de su Amor, ante todo fijemos nuestra mirada en esta cita que nos pone tan curiosa e interesante: Galilea deriva de la palabra גליל [Galil] que en hebreo significa “rollo”, los “rollos” son siempre una alusión a la Torah, nos parece valido entenderlo como “si guardan la fidelidad a mis Seguimiento, guardareis y atesorareis la Escritura y sus Enseñanzas”.

 

Pero hay más, las castas cultas -especialmente las hierosolimitanas- consideraban a Galilea tierra de “incultos”, de “ignorantes”, porque no eran tan formalistas en las cuestiones de la ley, pero sí muy piadosos y bien formados, si se tiene en cuenta que había allí múltiples sinagogas, donde florecía el estudio y cada sinagoga era una escuela, un foco de cultura y fe.


 

A esto hay que añadir que Jesús estuvo en varias ciudades de esta región: Betsaida, Caná, Capernaum, Corozaín, Nahúm y Nazaret, donde Jesús pasó la mayor parte de su vida. Fue en esta región donde Jesús inició su actividad, salió de allá para irse a bautizar, y allá volvió, siempre predicando.

 

¡RESUCITÓ! ¡FELICES PASCUAS!

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