miércoles, 27 de diciembre de 2023

SAN JUAN


 

1Jn 1, 1-4

Iniciamos hoy un cursillo -de ocho talleres con la Primera Carta de San Juan, que terminaremos el sábado 6 de enero. Podemos entender esta carta como una especie de conclusión aclaratoria del Cuarto Evangelio, en gran parte detonada por la herejía de Cerinto -estrechamente vinculada con el gnosticismo- que ponía en cuestión la humanidad de Jesús, de quien, opinaban ellos, lo válido eran sus Ideas, su Mensaje, su Enseñanza, pero ponían serias dudas en el hecho de que Jesús fuera la Divinidad Encarnada. Según las enseñanzas de esta herejía, Dios había creado una serie de inteligencias, genios y espíritus que se habían encargado de la Creación directamente, para que Dios no tuviera que vérselas con la imperfección de la materia, desde esa perspectiva, Dios sería Padre de los diversos operarios que hacían el “trabajo sucio”. Para ellos Jesús era un hombre cualquiera, hijo de María y José que, durante su bautismo, había sido empoderado por Dios -que descendió sobre Él en forma de Paloma- y que había migrado de su Cuerpo durante la Crucifixión, de tal manera, entendían los cerintianos que el que había padecido y muerto en la Cruz era el cascaron humano, vacío de la Divinidad.

 

Surge de todo esto un gigantesco problema, la fe sería solamente la doctrina apuntalada por sus dogmas, y las conductas y acciones de la persona no tendrían ninguna resonancia.

Lo que uno haga o deje de hacer, tiene importancia “cero”. ¿Se detecta alguna conexión en este aspecto moral con la “sola fide”? Ante todo, esto se derivaba que quebrantar la Ley de Dios no tenía ninguna consecuencia en el orden de lo moral.

 

Hay un rasgo muy típico de los gnósticos, considerar que la Salvación es un don otorgado a quienes detentan un “conocimiento superior y hermético.

 

Todas estas facetas de la herejía afectaban profundamente a los cristianos, introducían desviaciones realmente heréticas y dejaron secuelas muy graves, comparables a cicatrices en el rostro de la fe. Aun hoy en día, reaparecen, así sea solapadamente, a tal punto que a muchos fieles les parece que esa es la verdadera doctrina, o que son puntos marginales y de despreciable consecuencia mientras vayan a “Misa” aun cuando durante la celebración estén “de cuerpo presente y de alma ausente”. Creen que pueden acomodar toda la fe a su “muy personal enfoque” y, no pasa nada, puesto que ellos manejan una banda atravesada al pecho donde se lee: “Soy católico”.

 

Desenmascarar las secuelas del cerintianismo nos ayudará a precisar en qué consiste la Fe Católica y a adentrarnos en uno de los Dogmas esenciales de nuestro Credo: Jesús verdadero Dios y Verdadero Hombre. ¡Cuando Dios se hizo carne bendijo y santificó la condición humana, dotándola de una incalculable dignidad!

 

Esta dignidad no impide que el pecado la deforme, la desdiga, suma en un letargo que sólo el sincero arrepentimiento y el recurso al sacramento de la Conversión, culminado en la Absolución Sacramental, puedan justificarnos.

 

La Presencia de Dios en Jesús, como Hijo, es probada desde la Triple perspectiva sensorial denotada con tres verbos que os dicen que el testimonio que los apóstoles difundían se refiere -sin lugar a dudas- al verdadero Dios hecho hombre: son los verbos “oído”, “visto” y “palpado”, Los sentidos son oído-vista-tacto. No una “apariencia” sino una realidad hecha carne. Cuando sabemos contra qué está luchado el Apóstol al escribir esta homilía, podemos mejor aquilatar el significado y alcanzar una mejor exegesis de la Primera Carta de San Juan.

 

Poco a poco, conforme nos adentremos en este Libro, al que solemos llamar “carta”, iremos acercándonos más a la ternura de Dios y captando que Jesús con su Encarnación da a toda criatura una dignidad incalculable y fija una meta de salvación y santificación viable a todo ser porque Todo fue creado por Él y para Él: La Palabra (logos) es vida en el sentido de ser la Fuente de toda criatura existente en el sustrato de la Vida-en-Cristo. Glosando la idea ya puesta en el Evangelio cuando afirma “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en plenitud”.

 

En el prólogo del Evangelio el énfasis está puesto en Jesús; mientras que, en la Carta, el énfasis se pone en los “preservadores” de la trasmisión, los Apóstoles y toda la serie histórica de los discípulos que en su momento fueron testigos de la “carnalidad” y la “tangibilidad” del “Verdadero Hombre”.

 

Sal 97(96), 1-2. 5-6. 11-12

Es un poema con estructura de redoble, cada golpe de baqueta en el cuero del tambor tiene su resonancia, una reduplicación en eco, que con una trasformación de palabras dice lo mismo en otro plano, así la voz en eco lo que hace es magnificar lo dicho. Ese ritmo redoblante, da una fuerza especial a las tres estrofas que se configuraron tomando seis versos de los doce que son la totalidad de este salmo del reino.

 

1ª estrofa. Ante el reinado de Dios toda la tierra está contenta y satisfecha, nadie está a disgusto. Hasta las muchísimas islas se siente bien gobernadas. Él está envuelto en una penumbra, pero no se esconde, no se trata de un ocultamiento, es sólo una protección porque su fulgor es tan resplandeciente que de verlo directamente nos quemaría las retinas.

 

2ª estrofa: Hay una evaluación global de todo el Universo, se les toma concepto a los montes, a la tierra y a los cielos. Cada uno hace su loa de la divinidad porque Dios lo funde todo y lo va modelando para que cada cosa y cada ser alcancen su plenitud.

 

3ª estrofa. Al despertarse el justo abre los ojos y lo que ve es Su Justicia. Cuando se despierta un recto de corazón, ¿qué ven sus ojos? La alegría que Dios derrocha. ¿A qué invitaremos a los justos? A celebrar en el colmo de la santa dicha la Misericordiosa Beatitud del Tres Veces santo Nombre.

 

El verso responsorial nos despierta a esta realidad: Puede que los impíos tengan motivo de alarma, pero a los que siguen los caminos trazados por el Señor, para ellos será la Alegría a raudales.

 

Jn 20, 2-8

VIDA INVISIBLE QUE SE HA HECHO VISIBLE



La Sábana Santa y el Santo Sudario no han de entenderse como “pruebas” de le Resurrección. La resurrección no necesita ser probada, ni la función de la Iglesia debe ser la reunión de las evidencias; apenas se levanta esa pretensión la fe deja de ser fe para volverse “detectivismo policivo”. Nuestra mentalidad cientificista cree avanzar mucho pidiendo el auxilio a las ciencias forenses y dactiloscópicas, y equivocan los alcances y los objetivos de las disciplinas científicas, planteando problemas epistémicos fuera de sus fronteras.

 

Si bien Dios pensó en nosotros al darnos las Escrituras, y en particular el Evangelio, no se puede entender que ellos fueran escritos con nuestra mentalidad, sino al revés, aceptar que fueron escritos con la mentalidad del siglo primero, y desde esa óptica es que se debe encarrilar nuestra exegesis.

 

Comprendamos que, si los científicos alcanzaran la demostración de esos fenómenos y objetos históricos, ya no estaríamos ante una religión de fe, sino ante hechos incontestables, imposibles de caber en los territorios donde “Creer” es posible. Cuando hacemos la exegesis, tenemos que entender la necesidad de descalzarnos y ser conscientes de estar pisando אַדְמַת־קֹ֖דֶשׁ [admat kodes] “terreno sagrado” (Cfr. Ex 3, 5e).

 

¡Estamos ante unas vendas y un sudario que no prueban nada, que “hablan” al que tiene la fe necesaria! Solamente por un momento, pongámonos en situación y pensemos en esa experiencia “grandiosa” que fue para los Discípulos -Pedro y Juan- ver las vendas vacías y el Santo Sudario enrollado y puesto aparte; para un incrédulo no pasarían de ser unos “trapos ensangrentados”, para nosotros, ¡esta experiencia no nos cabría en el cuerpo!

 

Tan pronto como la imagen llegó a sus cerebros, la chispa que llamamos “creer” se hizo Lumbre Resplandeciente y supieron lo que estaban viendo.

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