lunes, 4 de diciembre de 2023

Lunes de la Primera Semana de Adviento


 

Is 2. 1-5

El Adviento tiene 21 días y en ellos vamos a tener 14 lecciones de Isaías, como tema de la Primera Lectura, así que será un interesante cursillo Isaíano.

 

Se refiere a un foco teopolítico de convergencia, hacia el que todos se encaminarán, porque todos, a cuál más, anhelan ir a beber allí, de aquellas Fuentes. Este saber es un saber visionario que tiene el profeta, él lo sabe porque se le ha manifestado en forma de una visión. Se afianza en la firmeza de un Monte, el más elevado entre todas las colinas. Todos los que hacia allí van, no se guardan el secreto, conforme avanzan, convidan a los que encuentran a su paso. Y, revelan que no se trata de cualquier dios, sino que es el Dios de Jacob, sobre la garantía de su identidad todos lo aceptan y lo reconocen como principio de Autoridad, porque de Jerusalén brota la Justicia, todos lo aceptan, lo acatan, saben que sus senderos los llevan a juzgar y proceder confiados en su Ley.

 

Por fin hay una Autoridad confiable e imparcial que todos aceptan reconocer y acatar. Y se dejan instruir en su Enseñanzas, como un niño deja que su padre le lleva la mano para trazar su primera escritura.


 

Lo dejan trasformar sus fábricas bélicas, en industrias pacifistas que atiendan a las necesidades reales de gentes que están dispuestas a convivir en la fraternidad, no quieren aprovecharse de nadie, quieren que florezca la armonía y que los armonice la Ley de la sinodalidad. Podemos vivir juntos, trabajar juntos, construir juntos, no tenemos por qué encontrar pretextos destructivos para demolernos unos a otros, perfectamente todos nuestros recursos pueden destinarse a hacernos grata la existencia; eliminaremos de nuestro vocabulario las ideas de devastación y asesinato, y, en cambio, descubriremos la infinita rentabilidad que conlleva la defensa de la vida. Sólo se requerirá un cambio de enfoque, una modificación en la manera de pensar tan tradicional, una metanoia: No habrá que “matar” a quien piense diferente, no habrá que uniformar las inteligencias, reconoceremos que en la diversidad de las ideas duerme el Águila de nuestra mutua comprensión.

 

Sal 122(121), 1bc-2. 3-4b. 4d-5. 6-7. 8-9

La importancia de Jerusalén queda acotada en la Primera Lectura de hoy, como foco teopolítico de la Justicia y la Paz para todos.

 


Este de hoy es un salmo gradual, o, tal vez, ya de peregrinación, porque parece que su implicación es la de los peregrinos que ya pisan los umbrales de la Ciudad-santa y se hallan a las Puertas -en las murallas exteriores del Templo: ¡Que alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”!  Tal vez hoy en día, cuando el respeto a la autoridad se ve tan resquebrajado, nos cueste trabajo entender que al visitar la “casa ajena” -aun cuando también en la propia, y quizás con mayor razón- y entrar bajo su techo, nos ponemos bajo la autoridad del Paterfamilias. Esa autoridad en el Templo es la de YHWH, no la de algún fundamentalista).

 

En la Primera Lectura nos referíamos a Jerusalén como la Fuente de la Justicia. En el Salmo se le aúna a Jerusalén el segundo significado que se le da en la Primera Lectura: Ciudad de la Paz. “Desead la Paz a Jerusalén”, “haya Paz dentro de tus muros”.

 

Vale la pena hacer consciencia de ¿a qué vamos a Jerusalén? Felizmente, el salmo nos lo explicita: “A celebrar el Nombre del Señor”.

 

En las dos últimas estrofas del salmo, la Paz se vuelve el polo magnético de Jerusalén. Pero, estemos atentos, no es una paz egoísta, de aquella de “¡Coma yo y como mi macho, y que se reviente el muchacho!”, no es una oración de “personas”, es una oración comunitaria. ¡No! es una Paz para sus hermanos y a la vez, para sus compañeros. El salmo tiene una clara consciencia de Comunidad, todas sus resonancias son sinodales: No dice “que alegría cuando me di cuenta que me encamino a la casa del Señor”, sino que dice ¡Que alegría cuando me dijeron: לִ֑י בֵּ֖ית יְהוָ֣ה נֵלֵֽךְ [li bet Yahwe nelek] “Vamos a la Casa del Señor”! Con sentido evidentemente comunitario.

 

Mt 8, 5-11



¿Qué tenemos en esta perícopa mateana? Una parábola, contada por un centurión: Toma como imagen del poder que tiene Jesús para sanar y defender la vida, la que él tiene sobre sus soldados; parte de una figura que es un mecanismo de muerte, -el ejército romano, la maquinaria bélica- y ve las enfermedades y dolencias como soldados que tienen que obedecerle. Si el centurión da una orden, la obediencia no se deja esperar. Si Jesús pronuncia una palabra para contener y expulsar la enfermedad, con mayor prontitud es obedecida porque su Poder es mayor y su autoridad dimana de instancias más altas. El cosmos entero le obedece.

 

¿De dónde sale la autoridad del centurión? Se la ha concedido, el emperador o algún militar de mayor rango en las huestes romanas. ¿Y la de Jesús, de dónde sale? Proviene de la Instancia Suprema, le viene del Padre. ¡Es una Autoridad confiable e imparcial que todos quieren reconocer y acatar!

 

La “inteligencia” del centurión admira a Jesús porque este tiene la agudeza para entender que hay autoridad, y que el punto es -precisamente- el de la autoridad. La inteligencia para entender las cosas de Dios no se aprende en “doctas aulas”, Jesús, el que viene (ille qui venit), nos la dona. El centurión lo entiende tan bien, que no pide con la prepotencia del “invasor” que puede exigir y hasta obligar con la fuerza de las armas, sino como se pide una obra de caridad, con sencillez, con ruego, como suplicando, poniendo como argumento del ruego, lo mucho que padece su criado víctima de δεινῶς βασανιζόμενος [deinos basanizomenos] “dolor terrible” y de parálisis que lo incapacita.

 

Pero la comprensión del centurión no se queda allí, él comprende que hay autoridades humanas, y autoridades Divinas. Y discierne entre ellas.


 

Parece que, tras su discurso parabólico, hay un fluir de significado que subyace: “La autoridad del emperador, está muy por debajo de la autoridad que viene de YHWH. En tanto que centurión, él puede ordenar a “soldados”, pero en tanto que la autoridad Divina proviene del Señor, Jesús el Kyrios, puede ordenarles a las enfermedades, al viento, al mar, y hasta a la misma muerte.

 

La perícopa concluye mostrando la universalidad del Banquete Escatológico, dice que muchos de los sentados al Banquete vendrán tanto de oriente como de occidente y están allí sentados en la Mesa donde se congregan Abrahán, Isaac y Jacob.

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