lunes, 18 de diciembre de 2023

Lunes de la Tercera Semana de Adviento

 


Jr 23, 5-8

Abiatar fue un sacerdote Aarónico que sirvió en la era Davídica, y que se puso a favor de Adonías uno de los hijos de David y en contra de Salomón, por lo cual fue desterrado. יִרְמְיָ֖הוּ [Yirmayahu] “Jeremías”, era, seguramente del linaje de Abiatar, y por tanto miembro legítimo de la casta sacerdotal. Jeremías fue llamado al profetismo en el año 626 a.C. Profetizó durante 40 años, en los reinados de Josías, Joacaz, Yoyaquim, Joaquín y צִדְקִיָּהוּ Sedecias, (su nombre significa “Mi justicia es YHWH”). Se cree que Jeremías hacia el 585 a.C. fue llevado a Egipto y allí murió.

 

La perícopa de hoy, pertenece al conjunto de las profecías emitidas durante el reinado de Sedecias - último rey de Judá antes de la destrucción de este reino a manos de los babilonios-; había sido nombrado rey por Nabucodonosor II, rey de Babilonia, tras el sitio de Jerusalén en 597 a. C., para suceder a su sobrino Joaquín; en particular, el capítulo 23 que se refiere a la “Restauración”. El significado de la perícopa es post-exilico, anuncia lo que habría de suceder después del 538 a.C.

 

Esta profecía de hoy se refiere a un “vástago” del linaje Davídico, que llegará el gobierno con Justicia y rectitud en la tierra. Judá que probó en su carne los sabores de la desaparición hasta la extinción recibe augurios de seguridad y población. La profecía dice cómo será el nombre de este צֶ֣מַח {semah] “vástago” יְהוָ֥ה ׀ צִדְקֵֽנוּ׃[Yahvé sidqenu] “El Señor es nuestra Justicia”.

 

Se anuncia pues un nuevo Éxodo, será un Salida Liberadora, esta vez no de Egipto, esta vez los sacará del destierro y los traerá a habitar de nuevo su Patria.

 

Sal 72(71), 1-2. 12-13. 18-19

Es un Salmo Real. Esto de un rey, no fue una idea original del pueblo de Israel, fue más bien el producto de la influencia de los pueblos vecinos lo que dio pie a una ideología sobre el rey, así, ellos también quisieron tener uno. Eso sí, para ellos -a diferencia de sus vecinos, el rey no era divino.

 

Una de las costumbres que copiaron fue la de la “entronización”. Esta consistía en una ceremonia inaugural, en la que una persona, -generalmente un monarca o un líder religioso- se sienta, formalmente, por vez primera en su trono, en lo sucesivo, nadie más puede sentarse en él; hay una asociación entre el lugar y la persona que detenta el cargo real, la silla es exclusiva de la real persona. La palabra griega θρόνος [thronos] denota asiento de Dios o de rey.

 

Hay unas palabras asociadas que son parte del ritual consecratorio de la persona que va a entronizarse.

 

El Salmo en cuestión, es un salmo Mesiánico, ya que Quien se Entroniza en este caso es el Ungido de la Casa de Israel. Este es el rey de todas las naciones y por todos los tiempos, su Reinado va de edad en edad.

 

Al orar este salmo, la petición es por la Universalidad de este reinado, para que todos los seres humanos, de todo pueblo y nación lo acepten como su Rey. Su reinado se colmará y se plenificará con la venida del Reino Escatológico, así que el Salmo lo que hace es pedir la Venida del Esperado.

 

¿Sobre quienes reinará?  Pregunta el Salmo, y se responde: Sobre los עָנִי [ani] “humildes”, “pobres”, “afligidos”. No se trata del que es llevado a doblar su cuello bajo el “yugo” opresor; es el que levanta la cabeza, consciente de su dignidad de “hijo”. Todos los que dicen con fe: ¡Marana Tha!

 

¿Qué pasará cuando llegue su hora? Lejos de lo que se ha querido inculcarnos, -y por eso hora postergada-, cuando por fin advenga, florecerá la Justicia (que aún se gesta en las entrañas de la tierra) y la Paz será abundante, porque la simiente del pérfido, será expulsada de la tierra, que volverá a ser paradisiacamente Bendita.

 

Mt 1, 18-24



El matrimonio es un acto de “dación” trascendental en la vida, especialmente para nosotros que no lo vemos como una cuestión temporal, pasajera, desmontable, reversible. Se ha montado toda una mitología del desmonte conyugal, para sembrar en esta sagrada relación, una bomba de tiempo, que más se demora en contraerse que en activar su poder auto-corrosivo.

 

Cuando alguien se casa desde esa óptica de “duración contra conteo regresivo”, la propia mente y el corazón, están -desde el principio- dispuesto a la disolución. En realidad, y eso es lo que ha logrado esta cultura, hacer de las bodas no la dicha de la conyugalidad, sino la seguridad de que “no va a durar”, de tal modo, la pareja no se mira a los ojos de la durabilidad, sino a la zozobra de ¿en qué momento estallará en mil pedazos?

 

Cuando el sacramento es visto como promesa de perdurabilidad entonces es distinto: Con que dicha se grita -en el momento conveniente- “Llega al Novio”, porque es entonces, cuando la Pareja entronizará su Amor en el Tálamo. ¡No antes!

 

Vendrán muchos con sus bolas de barro a bombardear el Castillo del Amor argumentando que el amor es un fenómeno pasajero, como lo es todo lo humano, sin apenas poder descubrir que este no es un divertimento transitorio, sino que ha sido por institución divina que se ha llegado a él.

 

En aquella cultura -en el marco de la cual nació Jesús- había tres momentos netos en el proceso de constitución de un hogar: La petición de mano o compromiso, el esponsal y -finalmente- la boda, propiamente tal.

 


La fase de “esponsal”, para nosotros se ha vuelto una fase misteriosos, porque hace mucho se ha borrado. Sería muy interesante adentrarse en las razones antropológicas que llevaron a la institución de esta fase, y hacer la arqueología de su existencia, así como de su disolución. Lo cierto es que, en esta fase, la pareja ya quedaba institucionalizada, pero sin convivencia ni sexualidad activa; sin embargo, los efectos legales del matrimonio ya se daban.

 

Durante la fase “esponsal” no era imaginable que la mujer fuera a ejercer su sexualidad, y -por el contrario- la sanción de lapidación estaba prevista, puesto que un embarazo en esa fase, denotaba in acto de “adulterio”, notemos como esta palabra connota “falsedad”, “impureza”, “corrupción”, “contaminación”.

 

El evangelista Mateo se las ve hoy con la situación de José, y lo pone en el difícil trance del contexto cultural que afrontó. Esta ante un impasse insalvable, para el ser humano; solo la actuación Divina podía cortar el nudo gordiano que se planteaba; y, así Dios envía a su Ángel, para “revelarle” a José, la naturaleza de aquel “Embarazo” y garantizándole que el Hijo de María era fruto del Espíritu Santo.

 

No es gratuito que vaya a nacer este Divino Niño, el Ángel muestra la necesidad “histórica” de un Salvador, y le entrega a José -para que ejerza su putativa paternidad- el nombre que explica la portentosa circunstancia de este alumbramiento Milagroso: “El salvará a su pueblo de sus pecados”.

 

La soteriología de la que es portador este Bebé es cumplimiento de la promesa Mesiánica, de acuerdo con la cual “La Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Con nosotros-Dios”.

 

Se concluye la perícopa de hoy con una aceptación que nosotros actualmente desconocemos: “La obediencia de la fe”. A nosotros nos cuesta tantísimo aceptar algo que Dios dispone, porque hemos sido criados en un marco de “voluntarismo”, donde no puede pasar en mi vida nada que yo no haya decidido”.

 

Una gran parte de la razón para que Dios hubiera elegido un pueblo, así como aquel, -a pesar de sus “Masá-Meribá”- y lo hubiera constituido Su-Pueblo, era que había entre ellos personas con la Piedad suficiente para decir: ¡Hágase en mi según tu Palabra!

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