viernes, 9 de mayo de 2025

Sábado de la Tercera Semana de Pascua


Hch 9, 31-42

Con frecuencia nos referimos al Libro de los hechos de los Apóstoles como Libro de los hechos del Espíritu Santo porque a todo lo largo de esta obra lucana se hace patente la Presencia del Espíritu Santo como Dios-dinamizador de todos los momentos de construcción de las Comunidades creyentes que asumen el discipulado de Jesús con la intervención de los Apóstoles, de los Diáconos, y de todos los miembros de esas comunidades que van llevando el Anuncio del Kerigma. La perícopa nos presenta un clima de paz que sucedió a la andanada persecutoria que acababa de anteceder. Ese ambiente cobijaba a Judea, Jerusalén, Galilea y Samaria.

 

Descubrimos que el accionar del Espíritu Santo se puede calificar de “consolador”, porque en vez de dar campo libre a la depresión y el desaliento, lo que vemos es una gigantesca y sorprendente resiliencia, recuperándose de los muchos contratiempos y saliendo fortalecidas de las incontables experiencias difíciles. Esta situación se muestra enmarcada por dos “signos” realizados por San Pedro. La sanación de Eneas y la resurrección de Dorcas -en hebreo Tabita-(Hch 9, 32. 43). Esta referencia-marco es la que nos presenta la perícopa.

 

Pese a los gérmenes de catolicidad -en el sentido de no-discriminativos- que ha infundido el Espíritu Santo en las comunidades de la Iglesia naciente, todavía se dan ciertos rezagos de aquellas antiguas y muy tradicionales separaciones. Vemos que Felipe (el diacono, porque hay que distinguirlo de Felipe el Apóstol), se dirige principalmente a los helenistas, mientras que hoy tenemos un episodio donde la actuación de Pedro se dirige a los hebreos.

 

En la perícopa se pueden distinguir dos situaciones diversas y claramente delimitadas. Hasta el verso 35 (Hch 9, 31-35) tenemos la curación de Eneas, el paralitico, en Lida. Y en Hch 9, 36-42, la revivificación de Tabita (Gacela) una generosa tejedora de mantas y vestidos que socorría a los necesitados, en la ciudad de Jaffa. En ambos episodios esto sirve de base para el crecimiento numérico de la Iglesia y para la extensión de la fe en el Señor por parte de muchos.


 Todo lo que va contra la vida, todo lo que recorta la dignidad de sus hijos, está proscrito por el Santo Nombre de Dios.

 

Sal 116(115), 12-13. 14-15. 16-17

El salmo 116 (de la numeración masoreta) reúne dos de la numeración litúrgica el 114 y el 115. Muchas veces se ha recurrido a llamar 116A al salmo masoreta que en liturgia se numera 114; y, 116B, al 115 de la numeración litúrgica. Conforme a este criterio, la perícopa proclamada hoy, se refiere al salmo 116B. Es (en ambos casos) un salmo de Acción de Gracias.

 

El salmista se interroga ¿con qué acto de gratitud podrá mostrar su agradecimiento al Señor. Y se responde, “alzando la copa de la Salvación”. Este gesto de “alzar la copa” entraña dos cosas: a) hacer el brindis, y b) presentarle a Dios el vino a beber, para que Dios lo consagre con su Misericordiosa Bendición. Para desambiguar absolutamente el gesto, lo acompaña de unas Palabras que clarifican: ¡Invoca el Nombre del Señor!


Mucho cuidado con las ideas simoniacas. A veces se ha traducido “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Y, adviértase que Dios no entra en la dinámica mercantilista, Él no es cosa, ¡no es mercancía! No podemos comprarlo con ningún tipo de moneda, ni siquiera con oraciones. ¡Podemos adorarlo! Claro que sí. Pero no para “pagarle” nada, sino para sembrar en nuestro pecho la admiración por Su Grandeza. (tampoco lo compramos ni con “propinas” ni con “piropos”, pero se le puede piropear para infundir en nuestro “entendimiento” que Él compendia la Maravilla, nunca para pretender manipularlo).  Ese es el “problema” que tiene la magia, que pretende “dominar” a Dios, “manejarlo”.

 

Ya sabemos que la Alianza alude a unas nupcias, tiene mucho sentido ofrecer el cumplimento de los votos (conyugales) en el contexto de unas bodas o de una renovación de las promesas matrimoniales. Más, la copa de la Salvación se ha llenado con la Sangre Sacrificial derramada. La victima ha puesto toda su Sangre, (Sangre que es sinónimo de “vida”), para hacerla Sangre Vivificadora (Redentora), pero al entregar la Sangre, va a morir, cada fiel que muere, hace llorar a Dios-Padre, Él no es indiferente al dolor de ninguno de sus לַחֲסִידָֽיו “fieles”, “santos”, “píos”. Los llora con lágrimas de su Propia-Sangre-Paternal.

 

Es admirable cómo el salmista sabe reconocerse עָ֫בֶד [ebed] “siervo” que inmediatamente nos trae a la mente la figura de Jesús lavando los pies de sus discípulos. Se llama también, a sí mismo, “hijo de tu esclava”, y no podemos olvidar que Santa María se presenta al Señor -en la persona del Arcángel San Gabriel- con las palabras: “he aquí la esclava del Señor”.

 

Jn 6, 60-69

Se puede ser discípulo de palabra, sin creer en la Palabra, en la Palabra de la Cruz que nos salva. Se puede incluso sentarse a su mesa y traicionarlo. No obstante, el Señor nos ha llamado y amado, sabiendo de antemano quienes somos.

Silvano Fausti

 

«A veces se escucha sobre la Santa Misa esta objeción: ¿Para qué sirve la misa? Yo voy a la Iglesia cuando me apetece y rezo mejor en soledad”. Pero la eucaristía no es una oración privada o una bonita experiencia espiritual, no es una simple conmemoración de lo que Jesús hizo en la Última Cena». (Papa Francisco)


Nadie, ni los judíos, ni los discípulos, ni los apóstoles están exentos de sentir las Palabras de Jesús como francamente escandalizadoras. También nosotros, si las tomáramos en serio y meditáramos un momento en lo que significan, nos desconcertarían, y más de una vez experimentaríamos cierta aversión a beber sangre y comer la carne de humanidad del Salvador. Ahora bien, ¿si aceptamos que al comulgar estamos bebiendo su sangre y comiendo su carne? Tal vez, por eso no podemos aceptar a fondo la Transubstanciación, y sólo ponemos en nuestros labios un concepto que estamos lejos de “vivir”.

 

Cuándo nos acercamos a los Sacramentos, es importante no quedarse en qué “he recibido”, sino darse cuenta que sacramento significa Presencia, no sólo significa Gracia entregada, lo fundamental es que en el Sacramento Está Jesús, y eso es lo esencial. Así que, al recibir el Sacramento, se debe centralizar Su Presencia, anulando nuestro personal protagonismo sacramental. Siendo el Sacerdote el “intermediario en Quien también hace Presencia el Señor” debemos entender que el verdadero y Real protagonismo está en el Salvador y su acto de Donación. También, tomando en cuenta que esa donación no significa para nosotros “adueñamiento”, dado que, Él es Persona, no podemos “adueñarnos”. Tampoco podemos entender los Sacramentos como “cosas”. ¿Vale que lo reiteremos? Los Sacramentos son “Presencia” (pienso que debería escribirse totalmente en mayúsculas para resaltar la clase de Presencia de la que se está hablando: PRESENCIA DIVINA). En los sacramentos -como en ningún otro momento- se da la cercanía de Dios que cumple ser el “Emmanuel”.

 

Este nuevo enfoque del Pan como Hostia (recordemos que hostia quiere decir “víctima”), nos complementa y orienta nuestro “sentido de Encuentro Personal”. Y, esa Materialidad que podríamos tomar como “Cosa”, lo sería quizás, si no nos “hablara”. Por eso, la esencialidad de la Escritura y, en particular de los Evangelios, en que las coas “no hablan”, pero Jesús hace “bullir” en su Presencia Sacramental el Espíritu que nos “Enseña”, que nos “Ama”. Pedro -movido por el Espíritu- lo verbalizó: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes Palabras de Vida Eterna. Por eso, nuestra Iglesia es una Iglesia sacramental.

 

¿Por qué sabía Pedro que Sus Palabras eran de Vida Eterna? Porque su experiencia de Presencia por fin había alcanzado a creer y, además -saber- que es “creencia demostrada, constatada y verificada”- que Jesús es el “Santo de Dios” (Cfr. Jn 6, 69) Había logrado trascender el tema de los intereses personales, del mesianismo político-militar, de “llenar el estómago”. (No se puede ignorar que el tema del “estomago” en este contexto social del pueblo judío era vital, donde la necesidad y el hambre campeaban a sus anchas. Quizás por eso, les costaba tanto elevarse por encima de las “primeras necesidades” y alzarse a las “escatológicas”. Les era duro saltar del “pan material” a “la Carne y Sangre del Cordero”).


«La Eucaristía es Jesús mismo que se dona totalmente a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida en un don a Dios y a los hermanos» (Papa Francisco)

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